viernes, 24 de mayo de 2013

VACACIONES COMPARTIDAS - XIV



Alen esperó a que ella pasara los brazos alrededor de su cintura para empezar a caminar. Afuera del utilitario el viento parecía tener vida. Avanzó con energía ya que el peso de ambos contrarrestaba la fuerza de la ventisca, pero cada vez que un escombro lo golpeaba, temía el daño que pudiera infligirle a la joven. Las luces de emergencia del interior de la residencia señalaban la ruta de regreso. A medio camino, la lluvia los encegueció y los pies de Alen resbalaron sobre el suelo pastoso, arrastrando a Julia en la caída. Ella gritó y se aferró a él con más fuerza. Alen se sujetó a la soga y se incorporó con esfuerzo luchando por mantener la estabilidad.
—¿Estás bien? —le gritó a la muchacha.
—¡Sí! —y se afianzó aún más a su espalda.
El hombre adelantó sus extremidades en una suerte de deslizamiento y comprobó que a Julia le era más fácil seguirlo. Cerca de la vivienda, Rolo y su padre impulsaron el cabo hacia la casa. Apenas alcanzó el primer escalón izó a la muchacha hasta Rolando quien la depositó en brazos de Alejo. Él, a su vez, la confió al cuidado de las dos ansiosas mujeres que habían asistido al rescate. Rolo sostuvo a su colega hasta que se encontró fuera de la masa de barro. Por un momento, ambos observaron como hipnotizados la ciénaga que se había configurado alrededor de la vivienda.
—Tu padre es un constructor innato —reconoció Rolando—. ¿De dónde proviene tanta agua?
—Algún arroyo que se ha desbordado —arriesgó Alen. Se volvió hacia la casa—. Vayamos a ver cómo está Julia —invitó a Rolo.
—Sana y salva gracias a vos.
Alen desestimó el reconocimiento con un gesto, e ingresó al interior. La joven estaba cubierta con una manta que le había alcanzado Etel y se acercó a él apenas lo vio ingresar. Quedaron frente a frente, los ojos amarrados entre la gratitud de ella y el arrobamiento de él. Las manos de Alen buscaron las de Julia que se acomodaron confiadas en el refugio varonil.
—Alen… —musitó la joven—, lamento…
—No digas más, Julia —la interrumpió con voz contenida, desgarrado por el ansia de tomarla entre sus brazos—. Estás aquí y a salvo, ¿qué otra cosa pudiera querer?
Las pupilas aceradas brillaban con vedada elocuencia y le transmitieron un mensaje perturbador. El deseo masculino la sacudió con la certeza de que, a solas, hubiera sucumbido a su reclamo. Advirtió que se habían erigido en el centro de una escena de la cual parecían todos pendientes, e hizo un esfuerzo por liberarse. Desasió sus manos y Alen, como recobrado de un sortilegio, reparó en que seguía con las prendas mojadas.
—¡Te vas a enfermar! —dijo preocupado—. Tomá un baño caliente y acostate. Aún faltan horas para que amanezca.
—Y vos hacé otro tanto… —le indicó ella con suavidad.
La vio encaminarse hacia la escalera y ambicionó la momentánea desaparición de espectadores que lo privaban del acercamiento intuido en la mirada de Julia. Suspiró y les propuso a sus padres y a Rolando: —Vayamos a descansar. Si compone, en la mañana revisaremos los daños que produjo la tormenta.
Los primeros en levantarse fueron padre e hijo. El viento había calmado pero persistía una espesa llovizna. Alejo activó el generador que alimentaba las luces de la casa y prepararon el desayuno mientras escuchaban las noticias: la energía eléctrica sería repuesta después del mediodía y, tal como Alen había supuesto, el río Chico de Nono se había salido de cauce aunque sin causar demasiados daños. Julia despertó a las once de la mañana. En la sala solo estaba Etel.
—¡Buen día! —la saludó y se acercó a darle un beso.
—¡Buen día, querida! ¿Descansaste? —le preguntó la mujer.
—Demasiado, parece —sonrió—. ¿Y los demás?
—Chapoteando afuera. Ya te alcanzo un café —le dijo.
Julia salió a la galería con la taza en la mano. Observó a los hombres calzados con botas de pesca, trabajando alrededor del motorhome a cuyo volante estaba Marisa. No se había equivocado anoche. El viento lo había desplazado hacia la zona arbolada. El vehículo pareció encabritarse y Rolo se acercó a darle instrucciones a su novia. Julia movió la cabeza con gesto divertido. Le anunció a Etel: —Voy a ir a ayudar. Marisa se pone nerviosa al volante y va a terminar discutiendo con Rolando.
—Esperá a que te alcance unas ojotas —la detuvo la madre de Alen viendo que se despojaba de las zapatillas—. No es conveniente pisar esos charcos con los pies desnudos.
Después de calzarse bajó los escalones y se adentró en el terreno fangoso cuidando de no resbalar. Mari fue la primera en verla y agitó los brazos alborozada. Alen la alcanzó a mitad de camino y la sujetó al momento que patinaba.
—Permítame cargarla, mademoiselle, estoy pertrechado para deslizarme en el lodo—le anticipó con una sonrisa.
Sin esperar su consentimiento, la alzó con desenvoltura y caminó hacia el utilitario. Ella, con una risa de sorpresa, le enlazó los brazos al cuello y se dejó llevar. La bajó sobre el estribo del vehículo demorando el momento de separar sus manos de la cintura femenina.
—Gracias, caballero. Ya puedo valerme por mí misma —dijo Julia para sustraerlo de su inmovilidad.
Alen se apartó con una risa alegre y, después de que ella ingresó al motorhome, se reunió con el dúo masculino que lo esperaba para reanudar la tarea de empujar la casa rodante.
—¡Julia…! —exclamó Marisa—. ¡Llegaste a tiempo de evitar que Rolo me enloqueciera con sus indicaciones! —La miró con sorna—: Y de lo otro ya vamos a charlar…
—Correte, ¿querés? —indicó su amiga plantándose al lado del asiento del conductor e ignorando la acotación.
—¡Con todo gusto! —rió Mari sin ofenderse.
Una vez que estuvo acomodada, esperó las órdenes de su hermano. Con la colaboración de los hombres para desempantanarlo y su habilidad para conducir, el vehículo pronto quedó asentado cerca de la finca, en terreno firme y elevado.
—Chicas —proclamó Rolando cuando salieron del utilitario—, si están de acuerdo nos quedaremos unos días más en la casa de Alejo hasta hacer una revisión completa del motorhome.
—Yo estaría más tranquila —apoyó Mari—. ¿No te parece? —le preguntó a Julia.
—Sí —dijo con una leve sonrisa—. La seguridad antes que nada.
Ella no creía que la casa rodante necesitara ningún control. El motor respondía bien y los daños, tanto en la carrocería como en el interior, eran irrelevantes. Pero descubrió que no deseaba apartarse de Alen por el momento. Y cualquier excusa, pensó, venía bien.
—¡Voto porque nos pongamos a reparo! —exclamó Alejo—. ¡El vehículo está a salvo!
—Vayan ustedes —propuso Marisa—. Julia y yo juntaremos algo de ropa para llevarla a la casa.
Los varones se alejaron y ellas armaron los bolsos con las cosas más necesarias.
—Julia —consideró Mari—, si el riesgo que afrontó Alen para ir a buscarte en medio de un tornado no te conmueve, voy a concluir que tenés sangre de horchata.
La carcajada de Julia arrastró la risa de su cuñada, que agregó con histrionismo: —Y si traerte en sus brazos no te hizo cosquillas, pienso que estás perdida, alma mía.
—Para tu conocimiento, no tengo sangre de horchata ni estoy perdida. Tal vez por eso mi resistencia a intimar con este hombre que me resulta tan cautivador. Me asusta volver a enamorarme, Mari, y no ser correspondida.
—¿Vos creés? —la rebatió con autoridad—. Dale la mínima oportunidad y te demostrará cuánto te corresponde. Julia, estoy segura —dijo con énfasis— de que Alen te ama.
—¿Y si solo me desea? —argumentó ella en tono plañidero.
—Mi mejor consejo, sacate la duda. No me vas a decir que no te atrae…
—Como el abismo —confesó.
Marisa la abrazó. Al separarse, le dijo: —Me parece que tendré que darte algunas clases de seducción. ¿Te olvidaste de que yo fui tras tu hermano apenas quedó libre?
—No se me escapó tu interés, descocada. ¡Y él cayó como un chorlito! —rió Julia.
Mari se limitó a observarla con una sonrisa interrogante.
—De acuerdo, cuñadita, voy a seguir tu propuesta —correspondió la muda pregunta—. Si me rompe el corazón, esta vez no les alcanzará con llevarme de vacaciones a Córdoba. Tendrán que ir pensando en Europa —la previno burlona.

domingo, 19 de mayo de 2013

VACACIONES COMPARTIDAS - XIII



Alen y Rolo se despidieron a las dos de la mañana. El primero, alterado por las consecuencias de su impulsiva declaración, decidió ingerir un somnífero para conciliar el sueño. Rolando dudaba en involucrar a Marisa en la confidencia de Alen, pero ella le allanó el camino.
—Hablé con Julia, Rolo. ¿Notaste su cambio de actitud?
—Sí. Fue por algo que le dijo Alen.
—¡Ya me lo imaginaba! ¿Y qué le dijo? —se atropelló.
—Que la quería. Pero me temo que aún no esté en condiciones de iniciar una nueva relación.
—Sé que Alen le dará el amor que necesita… —formuló contrariada—. ¿No sería una pena que lo rechazara?
—Parece que ya lo hizo, aunque él no está dispuesto a renunciar. Así que tranquilizate, porque este tipo es un obstinado —la dibujó con la mirada y sonrió—: Vayamos a lo nuestro. ¿Qué tenés puesto debajo del camisón…?
—Averígüelo usted, caballero —lo retó.
Rolando investigó y resultó que no tenía nada puesto.
∞ ∞
Primero fue la sensación de balanceo como si estuviera a bordo de un barco embestido por las olas. Después algo blando aterrizó sobre su pecho y despertó del todo, con un grito aterrorizado, manoteando la inmensa araña que –alucinó- había saltado sobre ella. Tanteó la llave de luz y, cuando el recinto se iluminó, largó una carcajada histérica al comprobar que el presunto arácnido no era más que el osito de peluche que Marisa tenía sobre la repisa de la cama. El habitáculo se estremecía como si alguien estuviera zamarreando el pesado vehículo. Escuchó ladrar a los perros y un zumbido agudo que le erizó la piel. Se vistió con rapidez y apagó la lámpara antes de levantar la persiana para espiar hacia afuera. El espectáculo era dantesco. Bajo un cielo rojizo surcado por relámpagos, se inclinaban las ramas de los árboles como si fueran a quebrarse. El predio se iluminó y pudo observar que ya no estaban los macetones que adornaban la entrada de la mansión. Se apartó de la ventana, sobresaltada, cuando algo golpeó contra el costado del motorhome.  Es un tornado y arrastrará la casa rodante. ¡Lo bien que hubiera hecho en aceptar la propuesta de Alen de dormir en la casa! No me animo a salir… Voy a volar como las macetas. ¡Tengo que llamar a Rolo! Lo llamaría a Alen si tuviera su teléfono…
Buscó el número de su hermano y esperó por ayuda.
∞ ∞
Los perros despertaron a Etel. Encendió el velador y sus ojos buscaron maquinalmente el reloj. Si ladraban a las cuatro de la mañana se debía a que algún intruso estaba merodeando. Sacudió con suavidad a su marido hasta despertarlo.
—¡Alejo…! —murmuró—. Algo inquieta a Astor y Shar.
El hombre se incorporó y prestó atención. Ligado a los ladridos percibió un sonido creciente que lo alarmó. Bajó de la cama y descorrió las cortinas del ventanal que miraba hacia el parque. El cielo había adquirido un tono rojizo fosforescente contra el cual se perfilaban los árboles sacudiéndose con furia. Se puso la bata y le indicó a su mujer: —Es mejor que despiertes a Alen. Se levantó un viento muy fuerte que parece anticipar un temporal. No sé si la muchacha estará segura en el motorhome. Yo voy a entrar a los perros.
Etel se apresuró a cumplir el pedido de su marido. Golpeó la puerta del dormitorio de su hijo varias veces sin obtener respuesta hasta que resolvió entrar. Dormía con tanto abandono que lamentó sacarlo del sueño.
—¡Alen, hijo…! —repitió mientras lo zarandeaba del hombro—, papá te necesita…
—¿Eh…? —exclamó el nombrado mirando a su madre con desorientación.
—¡Levantate, Alen! Se viene una tormenta y tu padre está preocupado por Julia.
La sola mención del nombre de su amada terminó de disipar los efectos del somnífero. Saltó del lecho y se vistió con premura. Corrió hacia la galería adonde Alejo había asilado a los canes y contempló el inclemente exterior azotado por el viento.
—Es una tormenta formidable —anunció Alejo—. Ya está relampagueando y si bien no hay peligro en el vehículo, la lluvia convertirá en una laguna el lugar donde está estacionado.
Alen abrió la puerta y una racha lo arrojó contra su padre.
—¡No podés salir en medio de este torbellino! —gritó su madre.
—¡Esperá, Alen! —ordenó su padre—. Voy a traer un cabo para asegurarlo a la baranda. Es la mejor alternativa para rescatar a tu chica —le advirtió mientras se dirigía a su taller.
Etel no dudó. La borrasca se había convertido en una especie de tornado y dedujo que Alen necesitaría ayuda. Cuando estaba por golpear la puerta del cuarto de sus invitados, Rolando apareció vestido.
—¡Gracias a Dios! —exclamó la mujer—. Venía a buscarte para que ayudaras a mi hijo.
—¡Julia me llamó al celular! ¿Dónde está Alen?
—A punto de salir para rescatar a tu hermana, pero no creo que pueda solo —dijo Etel inquieta.
Rolo se puso en acción al tiempo que Marisa se asomaba al corredor.
—¿Qué pasa? —preguntó alarmada.
—Una especie de tornado, y Alejo teme por Julia.
—¡Me visto y voy a ayudar! —exclamó Mari.
La mujer la detuvo: —Hay tres hombres, querida, y tienen más fuerza que nosotras para afrontar la fuerza del viento. Quedémonos en la antesala y démosles apoyo logístico —le sugirió.
Alen y Rolando estaban comprobando la firmeza de las ataduras de los cabos que les permitirían enfrentar el vendaval hasta llegar a la casa rodante.
—Voy a salir en primer término porque conozco el terreno —dirigió Alen—. Estarás pendiente para reforzarme si te llamo.
—De acuerdo —asintió Rolo.
—Vas a tener que moverte de costado para ofrecer menor resistencia al viento —le dijo Alejo—, y cuidate de los objetos que vuelan.
—Entendido, papá. Ahí voy —se internó en la tormenta como un extraño astronauta ligado a la nave por un cordón que rodeaba su cintura y terminaba asegurado a la baranda de la escalinata.
Caminó a ciegas, el antebrazo protegiendo su rostro, buscando el eje del torbellino que le facilitara el avance. Aunque la impaciencia por llegar hasta Julia lo urgía, su razón lo preservaba de una caída que podría retardar el auxilio que esperaba la joven. Atisbó bajo su brazo y ajustó la dirección de sus pasos desviados por las ráfagas. Se preguntó cuán asustada estaría y esperó que no cometiera la insensatez de salir por su cuenta ya que no resistiría el empuje del viento. No alcanzó a llegar al motorhome cuando la iluminación del parque se apagó. Siguió adelante guiado por el destello de los relámpagos hasta tocar con sus manos el vehículo. Se agachó para afirmarse al paragolpes y a todas las salientes de la carrocería hasta llegar a la puerta de ingreso. La lluvia lo golpeó mientras introducía la llave en la cerradura. Al destrabarse empujó con fuerza y se impulsó al interior. Julia, con el rostro demudado, corrió hacia los brazos abiertos que la invitaban a refugiarse. Alen la apretó contra sí exultante de alivio. “Ahora tengo que sacarte de aquí, pero no quiero soltarte, amor mío”, pensó. Aflojó el abrazo para atender el celular. La voz alterada de su padre lo alertó sobre la urgencia de abandonar el autobús antes de que el agua convirtiera el terreno en un lodazal.
—Julia, tenemos que guarecernos en la casa —le explicó—. Cubrite con algún abrigo porque empezó a diluviar.
Ella asintió y buscó un impermeable. Se lo puso y lo cerró hasta el cuello. Después esperó la siguiente indicación de Alen. Su aparición la había transportado a un horizonte de seguridad adonde sentía que nada malo podría suceder. Vio como desenganchaba la soga de su cintura y se acercaba a ella.
—Te voy a amarrar a esta cuerda para que no te me vueles —le dijo con una sonrisa mientras la pasaba alrededor de su talle.
Trabó el cierre y le dio las últimas instrucciones: —Voy a caminar delante de vos para cubrirte de los desechos que arrastra el viento. Tendrás que avanzar pegada a mi espalda. ¿Estás dispuesta? —preguntó ahondando en su mirada.
—Date la vuelta, entonces —enunció Julia a modo de consentimiento.

jueves, 16 de mayo de 2013

VACACIONES COMPARTIDAS - XII



Alen percibió la claudicación de la muchacha y la ciñó con más vigor contra su cuerpo. Su boca se deslizó por el sedoso cabello para detenerse en la sien. Ella no rehuyó el contacto y él lo extendió a su tersa mejilla. Enajenado, dejó resbalar sus labios hacia los de la joven en una caricia contenida que ella suspendió cobijando la cabeza en el hueco de su cuello.
—Julia… —murmuró Alen—. Te pido que no te vayas. Si tan solo accedieras a darme una oportunidad… ¡Te juro, querida, que no saldrías defraudada!
—Esto es una locura —musitó ella contra su hombro—. Ni siquiera me conocés. ¿Cómo sabés que yo no te defraudaría?
—No podrías. Te vivo soñando, despierto o dormido. No hay nada tuyo que pueda decepcionarme —dijo él con arrebato.
Julia se enderezó con suavidad. La penumbra la resguardó de la encendida mirada del hombre.
—¡Por favor, Alen…! Me estoy recuperando de un abandono que me desmoronó por un año. Vos me gustás demasiado como para exponerme a una aventura pasajera.
—¡No es eso lo que te propongo! —alegó sorprendido.
—¡Es que no entendés...! Si no estuviera remontando un engaño, sería un riesgo normal que la relación no funcione. Pero aún estoy convaleciente… —musitó quedamente.
—¿Cuál es tu temor, pequeña? —apremió él en tono contenido.
Ella se encogió de hombros con gesto desvalido.
—Julia… —reclamó Alen volviendo a cercarla con sus brazos—. Quiero entenderte, querida.
—No podría soportar que me busques sólo para acostarte conmigo —reveló al fin.
Él rió bajamente. Besó su frente ardorosa y le definió sus pretensiones: —Por cierto que te quiero en mi cama, pero al dormir y al despertar. Te quiero en mi vida presente y futura, quiero encontrarte después de una jornada de trabajo y compartir con vos mi tiempo libre. Y si necesitás garantías de lo que siento, estoy dispuesto a proclamar mis sentimientos delante de tu familia y la mía.
La declaración de Alen la sacudió. Se sintió transportada a ese pasado de falsas promesas en las que creyó con ingenuidad.
—No quiero seguir bailando —le comunicó al tiempo que ponía distancia entre ellos.
El hombre reaccionó cuando ella había caminado varios pasos hacia la mesa. La alcanzó controlando el impulso de detenerla y demandarle un esclarecimiento de su crisis. Observó, al sentarse frente a ella, que había recobrado ese aura de lejanía que ostentaba en sus primeros acercamientos.
—Julia —manifestó—, siento haber sido tan exaltado y entiendo que tu sentir puede no coincidir con el mío, pero no me niegues la posibilidad de conquistarte.
—Te dije que aún no estoy preparada —dijo al borde del llanto.
Alen percibió su angustia y no insistió. De pronto, el sortilegio de haberla besado y expuesto sus sentimientos se había transformado en un argumento desfavorable. Se reprochó haber estado más pendiente de su pasión que de la receptividad de la muchacha y se cuestionó si podría revertir el proceso. La vuelta de Rolo y Marisa lo descentró de su introspección.
—¡Qué poco aguante! —expresó Mari—. Y eso que estábamos en los lentos.
—Estoy cansada —argumentó Julia concisamente.
—¡Pero la noche está en pañales! Además dijimos de salir al mediodía —recordó su amiga.
Julia no respondió. Rolando leyó en el rostro contrariado que el cansancio era solo un argumento. Se preguntó que habría pasado entre ella y Alen. Su colega se anticipó al pedido que le iba a hacer: —Si están de acuerdo, podemos pegar la vuelta —ofreció.
Se despidieron de Luiggi y Gina en medio de protestas por la temprana deserción y a la una estaban de regreso en Nono. La llovizna parecía haber claudicado ante las ráfagas de viento que habían hecho descender la temperatura. Julia saludó al grupo y se encaminó hacia el motorhome. Apenas pisó el borde del parque, sus tacos se hundieron en la tierra. Alen, atento a su marcha, aventuró: —¿No será mejor que pernoctes en la casa? El terreno está poco firme.
—No es necesario. Me saco las sandalias y listo.
Con los zapatos en una mano y levantando el borde del vestido con la otra, avanzó hasta la casa rodante. Alen la observó con una expresión entre incrédula y desconcertada que suscitó el comentario de Rolo: —Dejala, que cuando algo se le mete en esa cabezota, no hay argumentos para convencerla de lo contrario.
Los dos la estuvieron vigilando hasta que entró al vehículo. Marisa quería hablar con su cuñada pero consideró que Rolo pondría el grito en el cielo si intentaba imitar el trayecto de la hermana. La llamaría al celular, decidió.
—Me adelanto, querido. Así te dejo el baño libre para cuando subas —le dijo, esperando tener privacidad para hablar por teléfono—. Hasta mañana, Alen —se acercó para besarlo en la mejilla.
—Hasta mañana, Marisa —le retribuyó el saludo.
Cuando los hombres quedaron a solas, Alen dijo: —Yo soy responsable de la contrariedad de Julia.
—Supuse que había pasado algo entre ustedes —admitió Rolando.
—La quiero, Rolo. Y se lo confesé en el momento inadecuado. Solo esperaba que se quedara el resto de las vacaciones para conquistarla.
—Estoy seguro de que gusta de vos, Alen, pero aún le queda la desconfianza de su desilusión amorosa. Vas a tener que ser tolerante —le advirtió Rolando con afecto.
—Si algo no me va a faltar, amigo, es paciencia. Aunque deba seguirla a Rosario —afirmó. Después le propuso—: ¿Tomamos un trago?
—Dale —aceptó Rolo.
∞ ∞
Marisa marcó el número de su cuñada no bien entró al dormitorio.
—¿Qué se te ofrece, pesada? Estaba por tomar una ducha —rezongó Julia.
—¡No antes de que me digas por qué estás empeñada en enloquecer al pobre individuo!
—¿A quién te referís?
—Vos sabés a quién. Primero te veo muy acaramelada y a continuación te transformás en un témpano.
—¿Te tomaste el trabajo de observarme toda la noche? —alborotó su amiga.
—¡Decime si vos no lo hubieras hecho…! —provocó Mari—. Verte libre de la costra de indiferencia fue la mejor gratificación de estas vacaciones.
—¡Ja! No dice mucho a favor de Rolo —la hostigó.
—Él es capítulo aparte —dijo con presunción—. Pero no eludas la respuesta. ¿Qué pasó para que vuelvas a tu ostracismo?
—Que no estoy preparada para un nuevo fracaso. Eso es todo —pronunció con sencillez.
—¿Tanto te conmueve, Julia? —la pregunta fue hecha en tono compasivo.
—No me cuestiones más, amiguita —el pedido sonó como un ruego—. Ya tendremos tiempo de hablar cara a cara. Ahora lo único que necesito es despegarme el barro del cuerpo antes de que se solidifique.
Marisa no pudo más que reírse imaginando el estado de Julia. Se despidió: —andá a bañarte, entonces. Te quiero, Juli, y me debés una charla.
—Te quiero, Mari. Y no desaprovechés esta noche… —le recomendó en tono bromista, dando por cerrada la comunicación.
Preparó la ropa interior y el camisón y se metió bajo el agua. Se bañó con premura para no agotar el tanque y se aprestó a meterse en la cama. Mientras secaba su pelo con la toalla su mente caótica intentaba ordenar los últimos acontecimientos. ¿Cómo pude haber cambiado tanto? Teo destruyó lo mejor de mí misma. Me convirtió en una mujercita pusilánime incapaz de aceptar un desafío. Ahora todo lo cuestiono, como si fuera posible renegar de las emociones y acomodarlas para que no me dañen. No quiero involucrarme con vos, Alen, porque me atraés demasiado. Porque de enamorarme vivimos en distintas ciudades y no podría tolerar la distancia. Porque no quiero que seas una aventura de verano cuando intuyo de que podríamos ir juntos por la vida. ¿Cómo podés estar tan seguro de lo que sentís si me conocés tan poco? ¡Qué digo…! Si yo, en el mismo tiempo, siento que podrías ser mi compañero. ¿Teníamos que encontrarnos y la deserción de Teo formaba parte del plan? ¡No sé, no sé, no sé…!
Subió la sábana hasta su barbilla y se abrazó a la almohada en un intento de apaciguar sus afiebradas divagaciones. Estaba profundamente dormida cuando comenzó la tormenta.

domingo, 12 de mayo de 2013

VACACIONES COMPARTIDAS - XI



Julia y Marisa ingresaron al mirador en donde estaban instalados los hombres. Rolo se acercó a su novia, la enlazó por la cintura y le susurró cuánto la amaba antes de besarla. Alen, que deliraba por la bella mujer que lo observaba con gesto risueño, la envolvió en una mirada penetrante.
—Estás hermosa —le dijo por lo bajo.
—Gracias. Y vos muy elegante —repuso un poco turbada. Desvió los ojos hacia los amplios ventanales advirtiendo que estaban empañados por la impalpable lluvia: —Parece que seguirá así toda la noche —manifestó.
—Es probable. Pero estaremos a cubierto —la tranquilizó Alen—, y el auto está bajo techo de modo que no se mojarán al salir.
Eran pasadas las nueve de la noche cuando entraron al restaurante. El ambiente cálido y selecto invitaba a la charla intimista. Un hombre joven se acercó con la mano estirada hacia Cardozo.
—¡Alen! Sabía que no me ibas a defraudar —le sacudió la diestra y miró a sus acompañantes con una sonrisa.
—Luiggi es el propietario de este complejo —le precisó Alen al grupo antes de introducirlos—: Tano, te presento a unos amigos rosarinos; el ingeniero Rolando Páez, su novia Marisa y su hermana Julia.
Luiggi apretó la mano de Rolo y besó a las muchachas en la mejilla. Expresó a continuación: —Vengan que les haré lugar en mi mesa.
Dos adolescentes dejaron libres los lugares a su pedido para que el grupo se ubicara. Luiggi se alejó con Alen prometiendo regresar sin demora. Julia, un tanto incómoda por haber desplazado a los jóvenes, se dirigió a la mujer que tenía a su derecha: —Me parece que esos chicos no deben estar contentos por habernos cedido sus asientos…
—¡No creas! —rió la aludida—. Estaban de seña por orden de su padre y no veían la hora de sentarse con sus amigos. Yo soy Gina, la esposa de Luiggi —se presentó—. Supongo que serás la novia de Alen.
—¡Oh, no! —refutó Julia—. Acabamos de conocernos y estamos parando en su casa, es decir, en casa de sus padres —se enmarañó.
—¡Ah…! —dijo Gina como si entendiera—. Así que están alojados en casa de Etel y Alejo…
—Para abreviar —formuló la joven con humor—: Mi nombre es Julia, soy de Rosario, estoy recorriendo Traslasierra en motorhome con mi hermano Rolando y mi cuñada Marisa; Cardozo nos ofreció su predio para acampar dos días en Nono y nos invitó a compartir la inauguración del restaurante. Es un gusto conocerte, Gina, y me encanta el estilo del local —concluyó.
—Gracias, Julia, y espero que mi deducción no te haya molestado. Es que parecen estar hechos el uno para el otro —se disculpó la mujer con una sonrisa.
—Sos demasiado imaginativa…
—¿Estás comprometida?
—No. Y no pienso estarlo por mucho tiempo —dirigió su atención hacia los ventanales que daban al parque exterior—: Supongo que si no estuviera lloviendo la cena sería al aire libre...
Gina aceptó el tácito llamado a cambiar de tema. A poco regresaron Luiggi y Alen y dio comienzo la comida. El menú fue degustado y alabado por los presentes después de lo cual el dueño del restaurante los condujo hacia la discoteca. Se acercaron a la barra adonde un barman preparaba tragos a pedido.
—¿Qué vas a tomar? —le preguntó Alen a Julia.
Ella, escarmentada por la anterior ingesta de licores, eligió uno de frutas con helado. En tanto esperaban, se dedicó a observar el local y sus ocupantes. Los integrantes de su mesa, en grupos más reducidos, ya estaban instalados en cómodos sillones. Luiggi circulaba entre las mesas bajas departiendo con sus invitados y atento a que nada les faltara.
—¿Vamos a sentarnos? —la voz grave de Alen la sacó de la contemplación.
Tomó el vaso escarchado que le tendía y caminó junto a él hacia donde estaban ubicados Marisa, Rolando y Gina. Se unieron a la charla cordial cuya informalidad le permitió a Alen enfocar su atención en Julia. La contempló sin disimulo, saturando sus sentidos con la cadencia de su voz, el suave perfume que la identificaba, la armonía de su figura. La risa la embellecía tanto como la atenta seriedad con que escuchaba en ese momento las palabras de su hermano. ¿Podría alguna vez tenerla en sus brazos y besar esa boca que lo enardecía? No se iba a permitir perderla cuando ella tenía su corazón libre. El aterrizaje de Luiggi en la butaca que tenía a su derecha, canceló su ensoñación.
—¡Uf! —sopló—. No pensé que la inauguración iba a ser tan fatigosa. Necesito un trago antes de acercarme a la mesa de los Pérez Trejo.
Alen rió divertido. Conocía a la tradicional familia famosa por su pedantería y ostentación. En los círculos sociales se la toleraba por las vastas relaciones que tenían, argumento de peso para el sostén de cualquier negocio. Se levantó con la intención de satisfacer a su amigo.
—¿Adónde vas?
—A traerte una copa.
—Acompañane, nomás —pidió Luiggi.
A medio camino, lo detuvo.
—Ahora me vas a contar por qué me ocultaste tu relación con esa espléndida joven. ¡No es justo con lo que Gina y yo nos preocupamos por vos!
—¡Ja! ¿Qué preocupación los embarga? Estoy sano y con trabajo —se burló.
—Que ya tenés edad suficiente para tener una mujer y varios críos. Con veintiséis me apadrinaste a Juampi, ¿te acordás?
—Ahora me vas a imputar que no me acuerdo de mi ahijado.
—Sos el mejor padrino que pudiera tener, pero es mejor que esa atención se la dediqués a tus hijos —dijo sentencioso.
—Desacelerate, Tano. Que si consigo que Julia me acepte vas a ser el primero en enterarte.
—¿Y cómo no te va a aceptar? —dijo escandalizado.
—¡Sos un amigazo! —rió Alen palmeándolo—. Vamos a conseguir tu trago así puedo volver a la mesa.
Momentos después, la iluminación disminuyó y aumentó el volumen de la música. La pista de baile destelló en colores convocando al baile. Marisa no resistió el llamado: —¡Vamos a bailar, gente! —exhortó tirando la mano de Julia, quien se levantó riendo.
Los hombres las escoltaron y los cuatro se sacudieron al ritmo de la música pegadiza. Julia disfrutaba de la compañía de Alen que la secundaba con destreza. Se movía con alborozo, reviviendo el placer que le deparaba la danza. Luiggi y Gina se les unieron poco después conformando el sexteto más ameno que ella recordara. Estaban entremezclados cuando el compás menguó. Luiggi la enlazó por la cintura y acomodó el paso a la melodía más lenta.
—Me congratulo de tenerte a vos y a tu familia en la inauguración del negocio —le dijo con familiaridad—. Espero verlos por aquí mientras duren sus vacaciones.
—¡Gracias, Luiggi! Si no siguiéramos viaje tené por seguro que seríamos visitantes asiduos.
—¿No disfrutan de Nono?
—¡Sí! Pero está en nuestro itinerario conocer otras localidades.
—Instalados aquí todo está muy cerca, y nosotros tendríamos el gusto de verlos más tiempo —insistió el hombre.
Julia rió de la perseverancia de Luiggi. Intuyó que deseaba retenerla en nombre de su amigo.
—Es hora de recuperar a mi pareja —dijo una voz inconfundible.
Luiggi recibió a Gina y liberó a Julia que quedó enfrentada a su inquietante anfitrión. Él la cercó con su brazo y la arrimó a su cuerpo. ¿Qué me pasa? Recién estaba en brazos de Luiggi como si nada y ahora se me aceleró el pulso. Si no me controlo, me dejaré seducir por él. ¡Y esta música, Dios mío…!
Cerró los ojos y se dejó llevar por su acompañante. Él la sostenía por la cintura y fue llevando la mano de ella sobre su pecho. Inclinó la cabeza y apoyó la barbilla contra su sien. Julia dejó de resistirse y se permitió disfrutar de la cercanía masculina.