jueves, 16 de mayo de 2013

VACACIONES COMPARTIDAS - XII



Alen percibió la claudicación de la muchacha y la ciñó con más vigor contra su cuerpo. Su boca se deslizó por el sedoso cabello para detenerse en la sien. Ella no rehuyó el contacto y él lo extendió a su tersa mejilla. Enajenado, dejó resbalar sus labios hacia los de la joven en una caricia contenida que ella suspendió cobijando la cabeza en el hueco de su cuello.
—Julia… —murmuró Alen—. Te pido que no te vayas. Si tan solo accedieras a darme una oportunidad… ¡Te juro, querida, que no saldrías defraudada!
—Esto es una locura —musitó ella contra su hombro—. Ni siquiera me conocés. ¿Cómo sabés que yo no te defraudaría?
—No podrías. Te vivo soñando, despierto o dormido. No hay nada tuyo que pueda decepcionarme —dijo él con arrebato.
Julia se enderezó con suavidad. La penumbra la resguardó de la encendida mirada del hombre.
—¡Por favor, Alen…! Me estoy recuperando de un abandono que me desmoronó por un año. Vos me gustás demasiado como para exponerme a una aventura pasajera.
—¡No es eso lo que te propongo! —alegó sorprendido.
—¡Es que no entendés...! Si no estuviera remontando un engaño, sería un riesgo normal que la relación no funcione. Pero aún estoy convaleciente… —musitó quedamente.
—¿Cuál es tu temor, pequeña? —apremió él en tono contenido.
Ella se encogió de hombros con gesto desvalido.
—Julia… —reclamó Alen volviendo a cercarla con sus brazos—. Quiero entenderte, querida.
—No podría soportar que me busques sólo para acostarte conmigo —reveló al fin.
Él rió bajamente. Besó su frente ardorosa y le definió sus pretensiones: —Por cierto que te quiero en mi cama, pero al dormir y al despertar. Te quiero en mi vida presente y futura, quiero encontrarte después de una jornada de trabajo y compartir con vos mi tiempo libre. Y si necesitás garantías de lo que siento, estoy dispuesto a proclamar mis sentimientos delante de tu familia y la mía.
La declaración de Alen la sacudió. Se sintió transportada a ese pasado de falsas promesas en las que creyó con ingenuidad.
—No quiero seguir bailando —le comunicó al tiempo que ponía distancia entre ellos.
El hombre reaccionó cuando ella había caminado varios pasos hacia la mesa. La alcanzó controlando el impulso de detenerla y demandarle un esclarecimiento de su crisis. Observó, al sentarse frente a ella, que había recobrado ese aura de lejanía que ostentaba en sus primeros acercamientos.
—Julia —manifestó—, siento haber sido tan exaltado y entiendo que tu sentir puede no coincidir con el mío, pero no me niegues la posibilidad de conquistarte.
—Te dije que aún no estoy preparada —dijo al borde del llanto.
Alen percibió su angustia y no insistió. De pronto, el sortilegio de haberla besado y expuesto sus sentimientos se había transformado en un argumento desfavorable. Se reprochó haber estado más pendiente de su pasión que de la receptividad de la muchacha y se cuestionó si podría revertir el proceso. La vuelta de Rolo y Marisa lo descentró de su introspección.
—¡Qué poco aguante! —expresó Mari—. Y eso que estábamos en los lentos.
—Estoy cansada —argumentó Julia concisamente.
—¡Pero la noche está en pañales! Además dijimos de salir al mediodía —recordó su amiga.
Julia no respondió. Rolando leyó en el rostro contrariado que el cansancio era solo un argumento. Se preguntó que habría pasado entre ella y Alen. Su colega se anticipó al pedido que le iba a hacer: —Si están de acuerdo, podemos pegar la vuelta —ofreció.
Se despidieron de Luiggi y Gina en medio de protestas por la temprana deserción y a la una estaban de regreso en Nono. La llovizna parecía haber claudicado ante las ráfagas de viento que habían hecho descender la temperatura. Julia saludó al grupo y se encaminó hacia el motorhome. Apenas pisó el borde del parque, sus tacos se hundieron en la tierra. Alen, atento a su marcha, aventuró: —¿No será mejor que pernoctes en la casa? El terreno está poco firme.
—No es necesario. Me saco las sandalias y listo.
Con los zapatos en una mano y levantando el borde del vestido con la otra, avanzó hasta la casa rodante. Alen la observó con una expresión entre incrédula y desconcertada que suscitó el comentario de Rolo: —Dejala, que cuando algo se le mete en esa cabezota, no hay argumentos para convencerla de lo contrario.
Los dos la estuvieron vigilando hasta que entró al vehículo. Marisa quería hablar con su cuñada pero consideró que Rolo pondría el grito en el cielo si intentaba imitar el trayecto de la hermana. La llamaría al celular, decidió.
—Me adelanto, querido. Así te dejo el baño libre para cuando subas —le dijo, esperando tener privacidad para hablar por teléfono—. Hasta mañana, Alen —se acercó para besarlo en la mejilla.
—Hasta mañana, Marisa —le retribuyó el saludo.
Cuando los hombres quedaron a solas, Alen dijo: —Yo soy responsable de la contrariedad de Julia.
—Supuse que había pasado algo entre ustedes —admitió Rolando.
—La quiero, Rolo. Y se lo confesé en el momento inadecuado. Solo esperaba que se quedara el resto de las vacaciones para conquistarla.
—Estoy seguro de que gusta de vos, Alen, pero aún le queda la desconfianza de su desilusión amorosa. Vas a tener que ser tolerante —le advirtió Rolando con afecto.
—Si algo no me va a faltar, amigo, es paciencia. Aunque deba seguirla a Rosario —afirmó. Después le propuso—: ¿Tomamos un trago?
—Dale —aceptó Rolo.
∞ ∞
Marisa marcó el número de su cuñada no bien entró al dormitorio.
—¿Qué se te ofrece, pesada? Estaba por tomar una ducha —rezongó Julia.
—¡No antes de que me digas por qué estás empeñada en enloquecer al pobre individuo!
—¿A quién te referís?
—Vos sabés a quién. Primero te veo muy acaramelada y a continuación te transformás en un témpano.
—¿Te tomaste el trabajo de observarme toda la noche? —alborotó su amiga.
—¡Decime si vos no lo hubieras hecho…! —provocó Mari—. Verte libre de la costra de indiferencia fue la mejor gratificación de estas vacaciones.
—¡Ja! No dice mucho a favor de Rolo —la hostigó.
—Él es capítulo aparte —dijo con presunción—. Pero no eludas la respuesta. ¿Qué pasó para que vuelvas a tu ostracismo?
—Que no estoy preparada para un nuevo fracaso. Eso es todo —pronunció con sencillez.
—¿Tanto te conmueve, Julia? —la pregunta fue hecha en tono compasivo.
—No me cuestiones más, amiguita —el pedido sonó como un ruego—. Ya tendremos tiempo de hablar cara a cara. Ahora lo único que necesito es despegarme el barro del cuerpo antes de que se solidifique.
Marisa no pudo más que reírse imaginando el estado de Julia. Se despidió: —andá a bañarte, entonces. Te quiero, Juli, y me debés una charla.
—Te quiero, Mari. Y no desaprovechés esta noche… —le recomendó en tono bromista, dando por cerrada la comunicación.
Preparó la ropa interior y el camisón y se metió bajo el agua. Se bañó con premura para no agotar el tanque y se aprestó a meterse en la cama. Mientras secaba su pelo con la toalla su mente caótica intentaba ordenar los últimos acontecimientos. ¿Cómo pude haber cambiado tanto? Teo destruyó lo mejor de mí misma. Me convirtió en una mujercita pusilánime incapaz de aceptar un desafío. Ahora todo lo cuestiono, como si fuera posible renegar de las emociones y acomodarlas para que no me dañen. No quiero involucrarme con vos, Alen, porque me atraés demasiado. Porque de enamorarme vivimos en distintas ciudades y no podría tolerar la distancia. Porque no quiero que seas una aventura de verano cuando intuyo de que podríamos ir juntos por la vida. ¿Cómo podés estar tan seguro de lo que sentís si me conocés tan poco? ¡Qué digo…! Si yo, en el mismo tiempo, siento que podrías ser mi compañero. ¿Teníamos que encontrarnos y la deserción de Teo formaba parte del plan? ¡No sé, no sé, no sé…!
Subió la sábana hasta su barbilla y se abrazó a la almohada en un intento de apaciguar sus afiebradas divagaciones. Estaba profundamente dormida cuando comenzó la tormenta.

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