domingo, 19 de mayo de 2013

VACACIONES COMPARTIDAS - XIII



Alen y Rolo se despidieron a las dos de la mañana. El primero, alterado por las consecuencias de su impulsiva declaración, decidió ingerir un somnífero para conciliar el sueño. Rolando dudaba en involucrar a Marisa en la confidencia de Alen, pero ella le allanó el camino.
—Hablé con Julia, Rolo. ¿Notaste su cambio de actitud?
—Sí. Fue por algo que le dijo Alen.
—¡Ya me lo imaginaba! ¿Y qué le dijo? —se atropelló.
—Que la quería. Pero me temo que aún no esté en condiciones de iniciar una nueva relación.
—Sé que Alen le dará el amor que necesita… —formuló contrariada—. ¿No sería una pena que lo rechazara?
—Parece que ya lo hizo, aunque él no está dispuesto a renunciar. Así que tranquilizate, porque este tipo es un obstinado —la dibujó con la mirada y sonrió—: Vayamos a lo nuestro. ¿Qué tenés puesto debajo del camisón…?
—Averígüelo usted, caballero —lo retó.
Rolando investigó y resultó que no tenía nada puesto.
∞ ∞
Primero fue la sensación de balanceo como si estuviera a bordo de un barco embestido por las olas. Después algo blando aterrizó sobre su pecho y despertó del todo, con un grito aterrorizado, manoteando la inmensa araña que –alucinó- había saltado sobre ella. Tanteó la llave de luz y, cuando el recinto se iluminó, largó una carcajada histérica al comprobar que el presunto arácnido no era más que el osito de peluche que Marisa tenía sobre la repisa de la cama. El habitáculo se estremecía como si alguien estuviera zamarreando el pesado vehículo. Escuchó ladrar a los perros y un zumbido agudo que le erizó la piel. Se vistió con rapidez y apagó la lámpara antes de levantar la persiana para espiar hacia afuera. El espectáculo era dantesco. Bajo un cielo rojizo surcado por relámpagos, se inclinaban las ramas de los árboles como si fueran a quebrarse. El predio se iluminó y pudo observar que ya no estaban los macetones que adornaban la entrada de la mansión. Se apartó de la ventana, sobresaltada, cuando algo golpeó contra el costado del motorhome.  Es un tornado y arrastrará la casa rodante. ¡Lo bien que hubiera hecho en aceptar la propuesta de Alen de dormir en la casa! No me animo a salir… Voy a volar como las macetas. ¡Tengo que llamar a Rolo! Lo llamaría a Alen si tuviera su teléfono…
Buscó el número de su hermano y esperó por ayuda.
∞ ∞
Los perros despertaron a Etel. Encendió el velador y sus ojos buscaron maquinalmente el reloj. Si ladraban a las cuatro de la mañana se debía a que algún intruso estaba merodeando. Sacudió con suavidad a su marido hasta despertarlo.
—¡Alejo…! —murmuró—. Algo inquieta a Astor y Shar.
El hombre se incorporó y prestó atención. Ligado a los ladridos percibió un sonido creciente que lo alarmó. Bajó de la cama y descorrió las cortinas del ventanal que miraba hacia el parque. El cielo había adquirido un tono rojizo fosforescente contra el cual se perfilaban los árboles sacudiéndose con furia. Se puso la bata y le indicó a su mujer: —Es mejor que despiertes a Alen. Se levantó un viento muy fuerte que parece anticipar un temporal. No sé si la muchacha estará segura en el motorhome. Yo voy a entrar a los perros.
Etel se apresuró a cumplir el pedido de su marido. Golpeó la puerta del dormitorio de su hijo varias veces sin obtener respuesta hasta que resolvió entrar. Dormía con tanto abandono que lamentó sacarlo del sueño.
—¡Alen, hijo…! —repitió mientras lo zarandeaba del hombro—, papá te necesita…
—¿Eh…? —exclamó el nombrado mirando a su madre con desorientación.
—¡Levantate, Alen! Se viene una tormenta y tu padre está preocupado por Julia.
La sola mención del nombre de su amada terminó de disipar los efectos del somnífero. Saltó del lecho y se vistió con premura. Corrió hacia la galería adonde Alejo había asilado a los canes y contempló el inclemente exterior azotado por el viento.
—Es una tormenta formidable —anunció Alejo—. Ya está relampagueando y si bien no hay peligro en el vehículo, la lluvia convertirá en una laguna el lugar donde está estacionado.
Alen abrió la puerta y una racha lo arrojó contra su padre.
—¡No podés salir en medio de este torbellino! —gritó su madre.
—¡Esperá, Alen! —ordenó su padre—. Voy a traer un cabo para asegurarlo a la baranda. Es la mejor alternativa para rescatar a tu chica —le advirtió mientras se dirigía a su taller.
Etel no dudó. La borrasca se había convertido en una especie de tornado y dedujo que Alen necesitaría ayuda. Cuando estaba por golpear la puerta del cuarto de sus invitados, Rolando apareció vestido.
—¡Gracias a Dios! —exclamó la mujer—. Venía a buscarte para que ayudaras a mi hijo.
—¡Julia me llamó al celular! ¿Dónde está Alen?
—A punto de salir para rescatar a tu hermana, pero no creo que pueda solo —dijo Etel inquieta.
Rolo se puso en acción al tiempo que Marisa se asomaba al corredor.
—¿Qué pasa? —preguntó alarmada.
—Una especie de tornado, y Alejo teme por Julia.
—¡Me visto y voy a ayudar! —exclamó Mari.
La mujer la detuvo: —Hay tres hombres, querida, y tienen más fuerza que nosotras para afrontar la fuerza del viento. Quedémonos en la antesala y démosles apoyo logístico —le sugirió.
Alen y Rolando estaban comprobando la firmeza de las ataduras de los cabos que les permitirían enfrentar el vendaval hasta llegar a la casa rodante.
—Voy a salir en primer término porque conozco el terreno —dirigió Alen—. Estarás pendiente para reforzarme si te llamo.
—De acuerdo —asintió Rolo.
—Vas a tener que moverte de costado para ofrecer menor resistencia al viento —le dijo Alejo—, y cuidate de los objetos que vuelan.
—Entendido, papá. Ahí voy —se internó en la tormenta como un extraño astronauta ligado a la nave por un cordón que rodeaba su cintura y terminaba asegurado a la baranda de la escalinata.
Caminó a ciegas, el antebrazo protegiendo su rostro, buscando el eje del torbellino que le facilitara el avance. Aunque la impaciencia por llegar hasta Julia lo urgía, su razón lo preservaba de una caída que podría retardar el auxilio que esperaba la joven. Atisbó bajo su brazo y ajustó la dirección de sus pasos desviados por las ráfagas. Se preguntó cuán asustada estaría y esperó que no cometiera la insensatez de salir por su cuenta ya que no resistiría el empuje del viento. No alcanzó a llegar al motorhome cuando la iluminación del parque se apagó. Siguió adelante guiado por el destello de los relámpagos hasta tocar con sus manos el vehículo. Se agachó para afirmarse al paragolpes y a todas las salientes de la carrocería hasta llegar a la puerta de ingreso. La lluvia lo golpeó mientras introducía la llave en la cerradura. Al destrabarse empujó con fuerza y se impulsó al interior. Julia, con el rostro demudado, corrió hacia los brazos abiertos que la invitaban a refugiarse. Alen la apretó contra sí exultante de alivio. “Ahora tengo que sacarte de aquí, pero no quiero soltarte, amor mío”, pensó. Aflojó el abrazo para atender el celular. La voz alterada de su padre lo alertó sobre la urgencia de abandonar el autobús antes de que el agua convirtiera el terreno en un lodazal.
—Julia, tenemos que guarecernos en la casa —le explicó—. Cubrite con algún abrigo porque empezó a diluviar.
Ella asintió y buscó un impermeable. Se lo puso y lo cerró hasta el cuello. Después esperó la siguiente indicación de Alen. Su aparición la había transportado a un horizonte de seguridad adonde sentía que nada malo podría suceder. Vio como desenganchaba la soga de su cintura y se acercaba a ella.
—Te voy a amarrar a esta cuerda para que no te me vueles —le dijo con una sonrisa mientras la pasaba alrededor de su talle.
Trabó el cierre y le dio las últimas instrucciones: —Voy a caminar delante de vos para cubrirte de los desechos que arrastra el viento. Tendrás que avanzar pegada a mi espalda. ¿Estás dispuesta? —preguntó ahondando en su mirada.
—Date la vuelta, entonces —enunció Julia a modo de consentimiento.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Mil gracias carmen . Me encanta leer sus capitulos espero este bien saludos desde Houston,tx

Carmen dijo...

¡Gracias! ¡Me encanta tener un lector en Houston! Que estés bien, también. Un abrazo.