Alen y Rolo se despidieron a
las dos de la mañana. El primero, alterado por las consecuencias de su
impulsiva declaración, decidió ingerir un somnífero para conciliar el sueño.
Rolando dudaba en involucrar a Marisa en la confidencia de Alen, pero ella le
allanó el camino.
—Hablé con Julia, Rolo.
¿Notaste su cambio de actitud?
—Sí. Fue por algo que le dijo
Alen.
—¡Ya me lo imaginaba! ¿Y qué
le dijo? —se atropelló.
—Que la quería. Pero me temo
que aún no esté en condiciones de iniciar una nueva relación.
—Sé que Alen le dará el amor
que necesita… —formuló contrariada—. ¿No sería una pena que lo rechazara?
—Parece que ya lo hizo, aunque
él no está dispuesto a renunciar. Así que tranquilizate, porque este tipo es un
obstinado —la dibujó con la mirada y sonrió—: Vayamos a lo nuestro. ¿Qué tenés
puesto debajo del camisón…?
—Averígüelo usted, caballero
—lo retó.
Rolando investigó y resultó
que no tenía nada puesto.
∞ ∞
Primero fue la sensación de
balanceo como si estuviera a bordo de un barco embestido por las olas. Después
algo blando aterrizó sobre su pecho y despertó del todo, con un grito
aterrorizado, manoteando la inmensa araña que –alucinó- había saltado sobre
ella. Tanteó la llave de luz y, cuando el recinto se iluminó, largó una
carcajada histérica al comprobar que el presunto arácnido no era más que el
osito de peluche que Marisa tenía sobre la repisa de la cama. El habitáculo se
estremecía como si alguien estuviera zamarreando el pesado vehículo. Escuchó
ladrar a los perros y un zumbido agudo que le erizó la piel. Se vistió con
rapidez y apagó la lámpara antes de levantar la persiana para espiar hacia afuera.
El espectáculo era dantesco. Bajo un cielo rojizo surcado por relámpagos, se
inclinaban las ramas de los árboles como si fueran a quebrarse. El predio se
iluminó y pudo observar que ya no estaban los macetones que adornaban la
entrada de la mansión. Se apartó de la ventana, sobresaltada, cuando algo golpeó
contra el costado del motorhome. Es un tornado y arrastrará la casa rodante.
¡Lo bien que hubiera hecho en aceptar la propuesta de Alen de dormir en la
casa! No me animo a salir… Voy a volar como las macetas. ¡Tengo que llamar a
Rolo! Lo llamaría a Alen si tuviera su teléfono…
Buscó el número de su hermano
y esperó por ayuda.
∞ ∞
Los perros despertaron a Etel.
Encendió el velador y sus ojos buscaron maquinalmente el reloj. Si ladraban a
las cuatro de la mañana se debía a que algún intruso estaba merodeando. Sacudió
con suavidad a su marido hasta despertarlo.
—¡Alejo…! —murmuró—. Algo
inquieta a Astor y Shar.
El hombre se incorporó y
prestó atención. Ligado a los ladridos percibió un sonido creciente que lo
alarmó. Bajó de la cama y descorrió las cortinas del ventanal que miraba hacia
el parque. El cielo había adquirido un tono rojizo fosforescente contra el cual
se perfilaban los árboles sacudiéndose con furia. Se puso la bata y le indicó a
su mujer: —Es mejor que despiertes a Alen. Se levantó un viento muy fuerte que
parece anticipar un temporal. No sé si la muchacha estará segura en el
motorhome. Yo voy a entrar a los perros.
Etel se apresuró a cumplir el
pedido de su marido. Golpeó la puerta del dormitorio de su hijo varias veces
sin obtener respuesta hasta que resolvió entrar. Dormía con tanto abandono que
lamentó sacarlo del sueño.
—¡Alen, hijo…! —repitió
mientras lo zarandeaba del hombro—, papá te necesita…
—¿Eh…? —exclamó el nombrado
mirando a su madre con desorientación.
—¡Levantate, Alen! Se viene una
tormenta y tu padre está preocupado por Julia.
La sola mención del nombre de
su amada terminó de disipar los efectos del somnífero. Saltó del lecho y se
vistió con premura. Corrió hacia la galería adonde Alejo había asilado a los
canes y contempló el inclemente exterior azotado por el viento.
—Es una tormenta formidable
—anunció Alejo—. Ya está relampagueando y si bien no hay peligro en el
vehículo, la lluvia convertirá en una laguna el lugar donde está estacionado.
Alen abrió la puerta y una
racha lo arrojó contra su padre.
—¡No podés salir en medio de
este torbellino! —gritó su madre.
—¡Esperá, Alen! —ordenó su
padre—. Voy a traer un cabo para asegurarlo a la baranda. Es la mejor
alternativa para rescatar a tu chica —le advirtió mientras se dirigía a su
taller.
Etel no dudó. La borrasca se
había convertido en una especie de tornado y dedujo que Alen necesitaría ayuda.
Cuando estaba por golpear la puerta del cuarto de sus invitados, Rolando
apareció vestido.
—¡Gracias a Dios! —exclamó la
mujer—. Venía a buscarte para que ayudaras a mi hijo.
—¡Julia me llamó al celular!
¿Dónde está Alen?
—A punto de salir para
rescatar a tu hermana, pero no creo que pueda solo —dijo Etel inquieta.
Rolo se puso en acción al
tiempo que Marisa se asomaba al corredor.
—¿Qué pasa? —preguntó
alarmada.
—Una especie de tornado, y
Alejo teme por Julia.
—¡Me visto y voy a ayudar!
—exclamó Mari.
La mujer la detuvo: —Hay tres
hombres, querida, y tienen más fuerza que nosotras para afrontar la fuerza del
viento. Quedémonos en la antesala y démosles apoyo logístico —le sugirió.
Alen y Rolando estaban
comprobando la firmeza de las ataduras de los cabos que les permitirían
enfrentar el vendaval hasta llegar a la casa rodante.
—Voy a salir en primer término
porque conozco el terreno —dirigió Alen—. Estarás pendiente para reforzarme si
te llamo.
—De acuerdo —asintió Rolo.
—Vas a tener que moverte de
costado para ofrecer menor resistencia al viento —le dijo Alejo—, y cuidate de
los objetos que vuelan.
—Entendido, papá. Ahí voy —se
internó en la tormenta como un extraño astronauta ligado a la nave por un
cordón que rodeaba su cintura y terminaba asegurado a la baranda de la
escalinata.
Caminó a ciegas, el antebrazo
protegiendo su rostro, buscando el eje del torbellino que le facilitara el
avance. Aunque la impaciencia por llegar hasta Julia lo urgía, su razón lo
preservaba de una caída que podría retardar el auxilio que esperaba la joven.
Atisbó bajo su brazo y ajustó la dirección de sus pasos desviados por las ráfagas.
Se preguntó cuán asustada estaría y esperó que no cometiera la insensatez de
salir por su cuenta ya que no resistiría el empuje del viento. No alcanzó a
llegar al motorhome cuando la iluminación del parque se apagó. Siguió adelante
guiado por el destello de los relámpagos hasta tocar con sus manos el vehículo.
Se agachó para afirmarse al paragolpes y a todas las salientes de la carrocería
hasta llegar a la puerta de ingreso. La lluvia lo golpeó mientras introducía la
llave en la cerradura. Al destrabarse empujó con fuerza y se impulsó al
interior. Julia, con el rostro demudado, corrió hacia los brazos abiertos que
la invitaban a refugiarse. Alen la apretó contra sí exultante de alivio. “Ahora
tengo que sacarte de aquí, pero no quiero soltarte, amor mío”, pensó. Aflojó el
abrazo para atender el celular. La voz alterada de su padre lo alertó sobre la
urgencia de abandonar el autobús antes de que el agua convirtiera el terreno en
un lodazal.
—Julia, tenemos que
guarecernos en la casa —le explicó—. Cubrite con algún abrigo porque empezó a diluviar.
Ella asintió y buscó un
impermeable. Se lo puso y lo cerró hasta el cuello. Después esperó la siguiente
indicación de Alen. Su aparición la había transportado a un horizonte de
seguridad adonde sentía que nada malo podría suceder. Vio como desenganchaba la
soga de su cintura y se acercaba a ella.
—Te voy a amarrar a esta
cuerda para que no te me vueles —le dijo con una sonrisa mientras la pasaba
alrededor de su talle.
Trabó el cierre y le dio las
últimas instrucciones: —Voy a caminar delante de vos para cubrirte de los
desechos que arrastra el viento. Tendrás que avanzar pegada a mi espalda.
¿Estás dispuesta? —preguntó ahondando en su mirada.
—Date la vuelta, entonces
—enunció Julia a modo de consentimiento.
2 comentarios:
Mil gracias carmen . Me encanta leer sus capitulos espero este bien saludos desde Houston,tx
¡Gracias! ¡Me encanta tener un lector en Houston! Que estés bien, también. Un abrazo.
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