domingo, 22 de junio de 2008

POR SIEMPRE - XVII

Sergio abandonó el dormitorio de su padre dejándolo en compañía de Celina. Estaba absolutamente trastornado por la furia de sus emociones y por la inexorable prohibición de sus deseos. ¿Cómo enfrentarse a Camila rompiendo el pacto de lealtad que ambos profesaban de mutuo acuerdo? ¿Cómo explicarle que una muchacha a la que recién había conocido borrara de un plumazo doce años de estabilidad? Desde que la vio sintió que la mujer le estaba reservada y que la vida sin ella carecía de significado. Ni la imagen de su hijo catalizaba la urgencia de sus sentimientos. ¿Habría amado alguna vez a su esposa o nunca imaginó que el amor conmovía hasta la médula? Esta reacción de su carácter coincidía más con el ímpetu de su madre que con el aplomo paterno con el que siempre se había identificado. Salió al exterior por la puerta de servicio esperando que el furor de la tormenta neutralizara su tempestad interior. Ronco se acercó moviendo la cola y recibió unas palmadas de agradecimiento por su magnífica participación. Se sentó al reparo de la lluvia y el perro se tendió a su lado. Dos tristes solitarios impedidos de disfrutar de la presencia de las personas amadas. Revivió las dos horas posteriores a su regreso. Su padre estaba cambiado. Una expresión vivaz iluminaba su semblante y un desusado brío juvenil animaba su habitual compostura. Abrazó a los inefables integrantes de su familia y volvió a escuchar la cháchara de Andrés acerca de su aventura y de la ya endiosada salvadora. Antes de llegar a la vivienda le cedió el volante y bajó a cerciorarse de la seguridad de los corrales. Él guió el auto nervioso como un adolescente en su primera cita. Quería y a la vez temía enfrentarse con la joven que había convertido su vida en una paradoja. Llegaron a la entrada mientras Rayén, firme en la puerta, luchaba porque el viento no se la llevara. La estrechó con cariño al igual que Camila y dejaron el equipaje y los abrigos a la entrada, esperando subirlos cuando hubieran satisfecho las preguntas de todos. No escapó a su observación la inquietud de su madre ni la actitud de distanciamiento de su abuelo, quien nunca le había perdonado el abandono de su inaugurada familia. Rayén, que se había ausentado para prepararles una colación, volvió en compañía de una hermosa joven rubia que la ayudaba a cargar las bandejas. Él la miró con fijeza cuando se la presentaron y creyó atisbar un destello de reproche en los límpidos ojos celestes. Era Sofía, la amiga de la heroína quien, según explicó, había salido detrás de Ronco que parecía reclamarla. En principio, la aclaración no le llamó la atención porque se estaba interrogando por la expresión de la muchacha y manejando su ansiedad por la ausencia de Celina, pero un comentario hecho por Rayén en una de sus apariciones le hizo mirar el reloj y descubrió que su padre llevaba casi media hora ausente. Los corrales no estaban lejos de la finca y verificar su normalidad era cosa de pocos minutos. Unió esta reflexión a la agitación del perro, y presintió que algo había pasado. Sin vacilar, salió de la casa sin detenerse a contestar preguntas y corrió en medio del furioso vendaval hacia las construcciones. Una ojeada en cada lugar sin encontrar a su progenitor corroboró su presunción. El lejano ladrido de Ronco lo direccionó hacia la senda que conducía al arroyo precipitando su carrera y la evocación de calamidad. Vio una figura que se lanzaba hacia él pidiendo socorro y la detuvo entre sus brazos cuando resbaló en el barro. La muchacha balbuceó con voz entrecortada por el esfuerzo: “¡René está atrapado bajo un árbol… No sé si está herido… Yo no pude levantarlo… Necesita ayuda…” La percepción del tibio cuerpo estremecido por la aflicción, lo conmocionó hasta hacerle perder el sentido de la realidad. Un gemido de angustia reverberó contra su pecho y lo hizo reaccionar. La sacudió un poco para calmarla y le dijo que fuera a la casa para pedir refuerzo. Ella se compuso rápidamente y salieron disparados hacia puntos opuestos. Antes de llegar al lugar del accidente se acercó Ronco para guiarlo al lado de su padre que se encontraba soportando la presión de una maciza rama. Recordó sus palabras, casi de regaño, cuando se arrodilló a su lado: “¡Viejo tonto! ¿Desde cuándo pensás que te podés arreglar sin mi…?” Una carcajada de alivio le respondió y lo tranquilizó. Si estaba consciente podía verificar rápidamente los daños del aplastamiento. Pese a su situación, respondió a su interrogatorio bromeando acerca de cómo se las arreglaba para diagnosticar a sus pacientes, lo que le valió una grosería de su parte. Aparentemente no había fracturas y el problema se reducía a remover la rama que lo sujetaba. La ayuda llegó rápido porque Celina encontró a Walter, que había seguido a Sergio, y con la colaboración del hombretón levantaron el peso mientras la joven arrastraba al accidentado fuera del radio de peligro. A pesar de la concentración para sostener la rama, recordó que tuvo tiempo de asombrarse por la fortaleza de la frágil muchacha. Cuando su padre estuvo liberado, le hizo un exhaustivo reconocimiento a pesar de su protesta de que él no era un caballo. Con la ayuda de Walter lo ayudaron a incorporarse y le pidió que hiciera una serie de movimientos para confirmar la ausencia de lesiones. Ni bien terminaron los exámenes, su progenitor se acercó a la joven agradeciéndole su ayuda y expresando preocupación por su estado. No escuchó la respuesta de ella pero él se veía recobrado y al mando de la situación. Sosegó a Ronco que mostraba su alegría dando vueltas a su alrededor y manifestó al grupo que era hora de volver a la casa. Tomó la delantera cuidando a la muchacha mientras él y Walter los seguían chapaleando por el barro y sintiéndose poco dignos de reconocimiento. En el camino se enteró por el marido de su madre de lo que sospechaba y temía: que su padre la amaba. ¿Cómo podría no amarla habiendo compartido con ella varios días, cuando él se dejó seducir por la imagen que le sonreía desde la pantalla de su computadora portátil? Andrés había captado en una foto esa bella expresión de contenida alegría que le entreabría los labios y llenaba sus pupilas de interrogantes. Se la envió por correo electrónico ávido de compartir con sus padres la experiencia que había vivido y la fascinación que le despertaba la joven. Sólo que Sergio guardó celosamente ese retrato para sí y aprisionó cada detalle del rostro femenino en su controlado territorio de los deseos inexplorados. Los últimos días del viaje los vivió ensimismado entre la culpa y la urgencia por volver. Culpa porque sabía la herida que iba a infligir a su mujer; urgencia porque un oscuro presagio interfería con la rotunda certeza de sus sentimientos.

A medio regreso los alcanzaron Andrés y don Arturo bajo una lluvia que uniformó al bizarro grupo y provocó las expresiones de alarma de las mujeres que aguardaban. Inmediatamente subieron a las habitaciones para quitarse las prendas mojadas y darse un baño caliente. Cuando él entró a la habitación de su padre, Celina estaba sentada sobre un almohadón en posición de loto, entregadas manos y pupilas a ese desconocido que había reemplazado a René Valdivia, su progenitor. Carraspeó para sacarlos de su abstracción y ella se volvió liberando sus manos mientras un sonriente padre le hacía señas para que se acercara. Le presentó a Celina mientras la miraba con ternura, y él mantuvo un gesto circunspecto al saludarla y agradecerle el acto de asistencia en favor de los niños. Una amplia sonrisa de correspondencia realzó el sensitivo rostro de la joven que lo miró llanamente y confesó el alivio que había sentido cuando lo divisó en medio de la tormenta. Este recuerdo avivó la sensación física de contacto infiltrando fuego en su torrente sanguíneo mientras ella, sin sospechar de la pasión que había despertado, charlaba animadamente con los dos. Le preguntó a su padre por qué se había alejado de los corrales. “Escuché ruidos en la senda del arroyo” fue su respuesta y, de no mediar su atracción incontenible, se hubiera divertido con las consideraciones de la muchacha acerca de los lugareños que no saben distinguir el lamento de un árbol que se cae. No dejó que gesto o mirada reflejase el sufrimiento anímico que lo embargaba a medida que la voz, la risa, los gestos y las reflexiones de Celina ratificaban la autenticidad de sus emociones. Como un perverso masoquista se expuso al encanto de la joven con la congoja de saber que nunca podría arrebatársela a su padre, y renegó de su destino después de haber vislumbrado una posibilidad irrealizable. Cumplida la visita se había retirado para terminar en compañía de Ronco. Su vida, desde el momento en que la recibió entre sus brazos, oscilaba entre el equilibrio y el caos.

domingo, 15 de junio de 2008

POR SIEMPRE - XVI

-¡Celina!, ¿Adónde creés que vas? -Sofía la detuvo por un brazo.

-¡Quiero saber a qué prueba se refería! -protestó.

-Esa mujer no te va a decir nada más y yo quiero volver… ¡Con vos!

Su amiga la miró dolorida pero la determinación de Sofía se impuso. Sin soltarla, desanduvo el borroso sendero rogando que no desapareciera su punto de referencia. Varias veces creyó divisar al árbol testigo hasta que pudo reflexionar que solamente se veía desde el comienzo de la senda. Allí llegaron sin que se apagara la luz del sol o fueran atacadas por criaturas peligrosas y caminaron sin detenerse hasta el mojón vegetal. Sofía saltó hacia la ribera aferrando a Celina y ni los rápidos reflejos de la deportista pudieron evitar que cayeran despatarradas sobre los afilados pedruscos. Este desenlace aparatoso quebró la ofuscación de las amigas. Una risa nerviosa las sacudió al verse observadas por un grupo de turistas que se acercaron solícitos para ayudarlas a incorporarse. Les agradecieron sin poder contener la hilaridad que sólo decayó cuando emprendieron el camino de regreso.

-De ahora en más, te relevo de ayudarme -dijo Celina enfurruñada.

-Por nada…

-Daría cualquier cosa por estar en el auto.

-Este es el momento en que el levantador en brazos nato se lo pierde -dijo Sofía burlona.

Celina largó una carcajada. Las amigas apuraron la marcha pese a su cansancio y no hablaron demasiado para ahorrar energía. Cuando distinguieron la entrada decidieron tomar un refrigerio en el mismo lugar en que habían almorzado. Pidieron un café y una porción de torta cada una.

-¿Qué entendiste de las palabras de la machi? -preguntó Celina.

-Machi, machi. Te estás contagiando de las creencias de estos aborígenes.

-En serio, Sofía. Me quiso decir algo, pero su lenguaje es tan oscuro…

-Tan oscuro para vos como para ella entender cómo funciona una computadora. Que lo entiendan o no, no cambia los hechos.

-Este es un pensamiento fatalista impropio de vos…

-La vida es una eventualidad. Si no, decime por qué estamos aquí las dos hablando de profecías en vez de disfrutar las vacaciones programadas.

-Por mi culpa, ¿no? -dijo Celina pesarosa.

-¿Y haberte perdido conocer a René? ¿Y yo al hombre que aparece en mis sueños? Como dijo tu machi: está escrito.

Celina miró el reloj y se sobresaltó. Eran las seis de la tarde. Seguramente ya habrían llegado los viajeros.

-Sofía, debemos regresar. Andá relajándote porque es posible que nos reciban Sergio y su mujer.

Se sintió mortificada cuando terminó de decir esto porque pensó que había acentuado innecesariamente el estado civil del muchacho. Su amiga arqueó las cejas y se levantó de la mesa. No cambiaron palabra hasta llegar al vehículo.

-No fue mi intención…

-Dejémoslo ahí -cortó Sofía.

Celina puso el auto en marcha y condujo en silencio por un largo trecho. La tarde iba cayendo en horas, pero reluciente de sol. En su ciudad natal las sombras estarían opacando el día. Se sintió atrapada en una espiral ascendente que la alejaba cada vez más de su existencia metódica y del regular transcurso del tiempo. Las emociones que la impregnaron desde que se bajó del charter eran las más auténticas de su vida. Decidió que la elipsis entre dos charlatanas era demasiado extensa.

-¿Cómo te sentís? -preguntó sin sacar la vista del camino.

-Menos ansiosa de lo que esperaba.

-A lo mejor, en persona, no te afecta como en tus sueños.

-Veremos -contestó Sofía evasiva.

-Quiero que sepas que mi apoyo es incondicional. Salvo que quieras eliminar a su mujer -dijo Celina conspiradora.

-¡Ah! Sabiéndolo, ni te vas a enterar de mis intenciones -fue la rápida contestación.

Atravesaron el último peaje a las ocho y media de la tarde y llegaron a la finca a las nueve, cuando el sol comenzaba a replegarse forzado por nubes tormentosas. El viento arreciaba cuando bajaron del coche y se dirigieron al interior de la casa. Rayén salió a recibirlas y les anunció que toda la familia había viajado al aeropuerto para recibir a los viajeros. René había llamado hacía media hora para avisar que el vuelo estaba retrasado. Las jóvenes le agradecieron la información y subieron a su habitación acuciadas por darse un baño y lucir rozagantes.

-Bañate primero vos -pidió Sofía, indecisa de su vestuario.

Mientras Celina se duchaba, recorrió las perchas sin mucha convicción. A la postre, eligió una solera negra cavada en la espalda hasta la cintura y ceñida como un guante. Nadie imaginaría el atrevido dorso mirando el púdico frente. La dejó sobre la cama y se metió en el baño apenas salió su amiga. Celina se puso un top elastizado que dejaba sus hombros al descubierto y un jean de tiro bajo. Unas cómodas sandalias completaron su atuendo. Se asomó al balcón admirando la rapidez conque la tormenta se había adueñado del cielo. Los relámpagos iluminaban la estancia como las luces intermitentes de un boliche bailable y el viento sacudía los árboles con euforia. Las ráfagas trajeron el sonido de motores que le anticiparon la inmediatez del encuentro con los viajeros y su familia. Extrañaba a René.

-¡Ey! Esta tormenta no me gusta nada -exclamó Sofía saliendo del baño.

-El bloque familiar ya está arribando -el anuncio tenía un matiz tranquilizador.

-¡Menos mal! Estar afuera con este tiempo es atemorizante.

Se sentó delante del espejo para secarse el pelo con el secador de mano. Cuando terminó, buscó la solera y se la calzó. Estaba bella con el largo pelo rubio desparramado sobre el negro ropaje. Buscó unas sandalias negras con adornos dorados y tacos altos y se puso al lado de Celina.

-¡Hola, pigmea! ¿Es posible que puedas respirar a ras de suelo? -preguntó con jactancia.

-Prefiero asfixiarme antes que apunarme -repuso su amiga alejándola de un empujón.

Sofía se rió y empezó a maquillarse mientras Celina esperaba pacientemente. Cuando terminó, se volvió hacia su compañera y le dijo con aprensión:

-¿Ya vamos?

Celina le tendió los brazos con una sonrisa comprensiva. Ambas se estrecharon ratificando su apego y salieron al pasillo rumbo al encuentro temidamente deseado.

domingo, 8 de junio de 2008

POR SIEMPRE - XV

La estancia vibraba con los preparativos para la llegada de Sergio y el agasajo del sábado. Rayén y varias hormiguitas laboriosas hacían brillar la casa y organizaban el variado menú.

Las amigas despertaron tarde. Desayunaron rápidamente y subieron al vehículo que René le había ofrecido a Celina la noche anterior. Sobre la consola había un mapa con algunos lugares destacados con fibra. Celina se familiarizó enseguida con el rodado y arrancó rumbo a la tranquera, que les fue franqueada por un peón. Apretó el acelerador gozando de la sensación de libertad que siempre la embargaba al pilotear un auto. Estacionó antes de llegar a la ruta para estudiar el mapa y decidieron conocer uno de los lugares que René había resaltado. El camino al lago Tig estaba perfectamente señalizado y giraba entre barrancos reflejados en espejos de agua. Varios paradores ofrecían una vista panorámica que deleitó a las muchachas retardando la llegada a la reserva que sustentaba el lago. Cruzaron la entrada al mediodía y decidieron almorzar antes de iniciar la excursión. Eligieron un pequeño comedor que tenía las mesas dispuestas a la sombra de los árboles. Optaron por un menú liviano y comieron despaciosamente disfrutando de la comida y la mutua compañía.

-Debo reconocer que Diana tiene un buen dominio de sus emociones -dijo Sofía después de tragar un bocado de langostinos.

-Ah, ¿sí? ¿Por qué lo decís?

-Porque cuando bailabas tan acaramelada con René, creí que se iba a levantar para asesinarte -aclaró con truculencia.

-Bueno, peor para ella no poder disfrutar de su marido actual -opinó Celina despreocupada.

-¿René seleccionó los temas? -preguntó su amiga con inocencia.

-No lo sé. Eran antiguos -contestó, sofocada por el recuerdo.

-Pero elocuentes -insistió Sofía- “Ven, que esta sed de amarte me hace bien. Yo quiero amanecer contigo, amor. Te necesito para ser feliz…” -canturreó imitando a Roberto Carlos.

Celina sonrió como ausente. Su amiga volvió a la carga:

-Siempre dije que no hay nada más sensual que el baile para el acercamiento amoroso. ¿Me equivoco? -la interpelación era directa.

-No en este caso -convino la interrogada.

-¡Y en ninguno! Creeme. Música lenta, letra sugestiva, un buen cantante, y de una tibia atracción pasás a un ardiente deseo -acentuó su axioma con un movimiento de cabeza.

Su amiga rió por la definición que tan bien le cuadraba. Se transportó a la noche anterior, al momento exacto en que René le rodeaba la cintura con un brazo y con el otro le sostenía la mano sobre el pecho. Sólo que no fue la canción quien despertó sus sentidos, sino el tumultuoso corazón del hombre que la sostenía y el silencioso diálogo de las miradas. Si René la hubiese invitado a dormir con él, no lo hubiera dudado. Pero ni siquiera la besó cuando caminaron a solas con la luna llena y un Ronco inusualmente silencioso. Ella tuvo que luchar con las ganas de insinuarse o de simular un tropiezo para precipitar el contacto, pero la certeza de que eran notas de una sinfonía ya escrita le permitió tolerar la dilación del placer.

-Cel, harían muy bien en concretar la relación -la voz de Sofía la devolvió al presente. -Especialmente por el bien de René -agregó.

Celina la miró interrogante. Su amiga aclaró:

-Escuché sin querer una charla entre su abuelo y Jeremías. Estaban preocupados. “Enfermo de amor no consumado”, dijo don Arturo. “Distraído”, dijo Jeremías. Para mí, el más preciso fue el viejo. Consumado. Es una palabra fuerte y precisa. A propósito, ¿cuándo van a consumar? -preguntó con gesto de cansancio.

-No pretenderás que te lo cuente… -reconvino su amiga.

-No. Si nunca fuimos más allá de confesarnos nuestras decepciones sexuales… Pero me tenés que dar una señal, algo que anuncie que el cambio es posible -rogó Sofía.

-Mm.… ¿podría ser “te vendría bien ejercer la profesión”? -Celina siguió el juego.

-¿Y eso qué tiene que ver con cog…? -Sofía se tapó la boca como cuando eran adolescentes y se les escapaban las palabras prohibidas.

-¿Y cuál es la profesión bíblica de la mujer…?

-Desde ese punto de vista… Pero abrir las piernas no significa gozar -advirtió Sofía.

-Entonces te diría “te vendría bien disfrutar de tu profesión”. ¿Te gusta?

-Así se entiende mejor. ¡Celina…! -dijo con arrebato- si vos lo vivís con René, es posible que yo también pueda experimentarlo.

-¿Empezamos la excursión? -sugirió Celina tirándole un mechoncito de pelo.

-Bueno. Fin del recreo, dice la profe -aceptó con humor.

Pagaron el almuerzo y salieron a descubrir las señales que las guiarían hasta el lago. Las sendas se iban distorsionando para desembocar en un antiguo bosque de especies casi extinguidas, que se trataba de conservar en estado puro a fuerza de innumerables recomendaciones verbales y escritas. Después de cuarenta y cinco minutos de caminata, recorrieron la costa del lago Tig. Glaciares azules, rosas y verdes, según los materiales que contaminaron el agua, flotaban como veleros encantados. La ribera estaba colmada de piedritas blancas producto de la erosión de la lava volcánica. Treparon por una ladera que bordeaba el sector más agreste del bosque y Celina lo escrutó hasta avistar un sendero.

-Mirá, Sofía. Parece que esta parte también fue transitada -dijo curiosa.

-Yo no veo ningún cartel -notó con acierto su amiga.

-Pero la senda no es natural. No es muy lejos. Vayamos a ver -se obstinó Celina.

-Vayamos… -se resignó la compañera.

Caminaron cuidadosamente tratando de no alterar el entorno. Se maravillaron ante las orquídeas que medraban entre la fronda y ni siquiera se les ocurrió llevarse alguna. Estaban comprometidas con la preservación de la naturaleza. Llegaron al sendero que rápidamente se perdía en la espesura.

-Llegamos. Ahora volvamos por donde vinimos -dijo Sofía preocupada por no perder de vista el árbol que le servía de señal.

-Unos pasitos más, Sofi -insistió su amiga.

Sofía suspiró entregada. Nunca podía imponerse al ímpetu de Celina.

-Desde aquí veo un árbol que nos sirve de guía. Pero si nos internamos más, lo perderemos de vista.

-Volveremos sobre nuestros pasos hasta ver de nuevo el árbol. No nos vamos a perder.

-Tendrás mi muerte sobre tu fantasma. Porque no pensarás que te vas a salvar, ¿eh?

Celina iba a contestarle cuando se toparon con una mujer salida de la nada. La reconoció inmediatamente. Era la machi del bosque de Jeremías. Estiró la mano con un gesto sereno esperando que no se fuera. La mujer se quedó mirando cómo se acercaba. Celina no sabía si se iban a entender:

-¡Señora! Le ruego que me aclare que pasó ayer en el bosque -le suplicó.

Sostuvo la mirada de la matrona sin desafiarla, esperando una respuesta. La mujer meneó la cabeza:

-Lo que está escrito se cumplirá. Machi Ayelén quiso evitar un destino triste al hombre que le salvó la vida, pero está señalado para sufrir en compañía de la mujer blanca. Él aceptó su suerte. Vos, señora, sólo si estás segura de quererlo. Lo vas a necesitar para afrontar la prueba.

-¿Qué prueba? -pidió Celina.

Sin responder, la mujer se volvió hacia la senda que se internaba entre los árboles.

domingo, 1 de junio de 2008

POR SIEMPRE - XIV

René dio las últimas indicaciones y dejó a Jeremías a cargo. Deseaba hablar con Diana antes de la llegada de Walter. Tenía una suposición acerca de su atípica conducta y estaba relacionada con su inclinación hacia Celina. No figuraba en el firmamento de Diana la posibilidad de que él se volviera a enamorar. Había construido un cosmos perfectamente equilibrado en cuyo centro reinaba como madre, abuela, ex mujer y esposa actual. Si alguna pieza cambiaba, temería que ese mundo se desmoronara. René quería que no hubiese malentendidos que perturbaran a Celina. Ronco viajaba en el asiento del acompañante sacando la cabeza afuera y ladrando circunstancialmente a los perros más grandes, que perseguían a la camioneta por trechos. Estacionó delante de la finca y su compañero saltó hacia el sendero que llevaba al arroyo. Al entrar a la casa le preguntó a Rayén por Diana. Subió a los dormitorios y golpeó su puerta hasta que una voz adormilada le respondió y le autorizó la entrada. Diana estaba metida en la cama y palmeó el borde para que se sentara.

-¡Qué visita sorprendente! -le dijo cuando él se acomodó- ¿Qué reto me merezco?

El hombre sonrió porque siempre le sorprendía comprobar que bajo esa apariencia mundana se ocultaba un cerebro despierto.

-No sé que habrás hecho para esperar un reto… -le respondió.

-Creo que pasarme de lista durante el almuerzo, ¿no?

-Algo de eso. No es necesario que te preocupes por revalidar tu lugar en esta casa. Te pertenece por haber sido mi esposa y la madre de Sergio, y cualquier persona sensible lo aceptará -su tono era contundente.

-¿Como Celina, no? -afirmó contrariada.

-Diana, Celina no puede desplazarte de ningún territorio. Sólo es la mujer que amo.

-¿Que amás? ¿Y te diste cuenta en tres días? -su tono era de incredulidad.

-Es más tiempo que el que nos tomó enamorarnos, ¿te acordás? Y ahora tengo varias décadas más -afirmó calmoso.

-Ese es otro punto. ¿Te das cuenta que es menor que nuestro hijo? -su tono sonaba admonitorio.

-Ya lo pensé. Pero me importa un pito -declaró campante.

Diana se sentó y quedaron enfrentados. Le puso las manos sobre los hombros y buscó sus ojos:

-Estás realmente enamorado -dijo después de interpretar su mirada.

-Sí, muchacha. Y no voy a malograr este prodigio.

-¿Sabés? Si te hubiera imaginado así a los cincuenta, todavía estaríamos juntos -manifestó sin ambigüedad.

René sintió que las palabras de Diana no eran intrascendentes. Tal vez en otra circunstancia hubieran cicatrizado la herida que Celina había borrado. No conocía la piel de la muchacha ni el sabor de su boca ni los accidentes de su cuerpo, pero en su imaginación no eran comparables a ninguna experiencia vivida. Eso no se lo podía revelar a la mujer que acababa de confesarle un anhelo imaginario. Se levantó de la cama y la besó suavemente en los labios. Ella comprendió que era la despedida definitiva a la aspiración que mantuvo enmascarada durante treinta años.

Apenas quedó sola se levantó y se preparó para la llegada de Walter. Pensó que su pareja no merecía que ella ocupara su atención con otro hombre, aunque fuera su ex marido. Su amor y apoyo incondicionales la habían ayudado a recuperar a su hijo y gozar del encanto de su nieto. No estaba dispuesta a destruir este presente por una falacia de su pensamiento. Que René gozara con su Celina mientras no la privaran de frecuentar la estancia. Se arregló cuidadosamente y se instaló en el cuarto de fumar para esperar a su marido. Rayén apareció al rato para ofrecerle un café.

-¿Adonde está Andrés? -preguntó ansiosa de ver a su nieto.

-Se fue con todos los chicos a buscar a Celina.

-¿Y adónde está Celina? -se interesó.

-Se fue al arroyo con su amiga -contestó Rayén.

Diana hizo un gesto de asentimiento y se volvió hacia los amplios ventanales para observar la entrada. Distinguió el auto de Walter y se levantó para salir. En la galería se encontró con René y se sonrieron amistosamente. Walter detuvo el coche y fue recibido por su mujer con un amoroso beso. Teniéndola por la cintura, estrechó la mano de René.

-¡Hola, camarada! La voy a mandar más a menudo. Se ve que el aire de campo la vigoriza -dijo alegremente.

-Mi casa es tu casa.

-¿Y adónde está mi nieto? -preguntó Walter.

-Con la Mujer Maravilla -se le escapó a Diana.

René subrayó deliberadamente:

-¿Con Celina?

-En el arroyo. Me lo acaba de decir Rayén -respondió velozmente.

Su ex marido sacudió la cabeza y sonrió divertido. Le pidió:

-Ayudalo a Walter a instalarse mientras yo voy a buscarlos.

-Seguro. No te demores -agregó, con una sonrisa candorosa que sólo engatusó a su esposo.

René hizo un gesto de despedida y enfiló hacia el camino que conducía al arroyo. Antes de llegar escuchó los gritos y la risa de los niños y el ladrido de Ronco. Cuando los divisó, se paró junto a un árbol para disfrutar del espectáculo que brindaban las jóvenes chapoteando con los chicos mientras el perro, ladrando, iba y venía por la orilla. Se habían dividido en dos bandos capitaneados por cada una de las amigas. Celina y Sofía sostenían sendos tachos donde los chicos arrojaban guijarros que más de una vez rebotaban sobre las cabecillas. Ambas se habían arremangado los pantalones para ubicarse en el medio del curso de agua y festejaban cada vez que un miembro de su pandilla acertaba en el recipiente. El hombre decidió intervenir para que el fresco del ocaso no enfermara al grupo alborotador:

-¡Hola a todos! -gritó para hacerse escuchar.

Ronco fue el primero en reaccionar, corriendo hacia su amo. Andrés lo siguió y luego los chicos mayores. Las amigas, con el sol de frente, hicieron una visera con sus manos hasta reconocerlo.

-Llegó tu abuelo Walter -informó René a su nieto.

-¿Me trajo el equipo de buceo? -preguntó esperanzado.

-Andá a ver -propuso René.

Andrés salió desbocado con los mayores pegados a sus talones. René se concentró en las amigas. Mientras salían del agua, los más chiquitos seguían tirándoles piedritas. La primera en llegar a la orilla fue Celina que alzó en sus brazos a una gurrumina mapuche y le hizo cosquillas para que soltara los proyectiles. Las dos terminaron en el suelo entre risas. Sofía buscó sus zapatillas y sacudió los pies para que se le secaran mientras los más pequeños la imitaban. René se agachó para quedar a la altura de Celina y se quedó embelesado admirando su rostro, sonrojado por un sol que se empecinaba en resaltar las pecas y arrancar reflejos al pelo alborotado. La mujer hizo un gesto retador ante el franco escrutinio:

-Me veo como la bruja del arroyo, ¿no?

La expresión de René obvió cualquier comentario.

-¿Los habitantes de la gran ciudad se bañan vestidos? -preguntó al terminar el examen.

-Sí. Especialmente cuando un perro te disputa el tacho -replicó divertida.

-¡Ah, desdichado Ronco! Descubrieron tu debilidad -exageró René.

-No fue difícil. Lo salpiqué para apartarlo y salió disparado. Pensé que no le gustaba el agua.

-No le gusta. Es hidrofóbico -le explicó.

-¡Pobrecito! ¿Le habré causado un ataque de pánico? -se lamentó la joven.

-Ya se le va a pasar. ¡Ronco! -llamó.

El perro se acercó como una flecha. René le palmeó la cabeza y Celina, contrita, estiró la mano en ofrenda de paz. Ronco la aceptó con un lengüetazo, movió la cola y apoyó la cabeza en los muslos de la joven. Ella, radiante, alzó la vista para compartir con René la satisfacción del perdón, y quedó cautiva de la abisal mirada.

-¿A qué se debe este atropello? -la burlona voz de Sofía los devolvió a la realidad.

René se incorporó, tendió la mano para ayudar a Celina y la levantó junto con Ayelén que se le había prendido al cuello.

-A que no puedo vivir sin verlas -replicó el hombre con una sonrisa.

Sofía dijo para sus adentros: “a que no podés vivir sin Celina, dirás”. Le alcanzó las zapatillas a su amiga que estaba arremangándose prolijamente los pantalones y procedió a reunir a los niños que habían sido plantados por los mayores. Las dos acallaron las protestas con la promesa de volver otro día.

-¿Por qué Andrés se fue tan rápido? -quiso saber Celina.

-Porque llegó el marido de Diana -dijo René.

-Debe quererlo mucho…

-Lo quiere. Tanto como el regalo que le prometió -aseveró con jovialidad.

-Estás difamando a tu nieto -criticó Sofía.

-¡Dios me libre! Es el chico menos interesado que conozco… -rió el abuelo.

Los tres caminaban de buen humor, vigilando que los pequeños no se apartaran del grupo. Divisaron la casa en la última vuelta del camino. Diana y Walter estaban instalados bajo la galería principal, atendidos por la incansable Rayén. Los chicos no estaban a al vista.

-¿No tendrás una entrada de servicio? -gimió Sofía sintiéndose impresentable. ¡Cómo detestaba a la acicalada y bella Diana!

-Ya la pasamos... -contestó René entre dientes.

Celina y Sofía se atusaron las melenas para sentirse más decorosas. Al llegar a la mesa Walter se levantó y sin titubear se acercó a Celina.

-¡Nuestro ángel de la guarda! ¡Venga a mis brazos! -la joven quedó sofocada contra el pecho corpulento.

Se separaron entre risas testimoniando que una corriente de simpatía se había establecido entre ellos. Fue un abrazo consolador que le hizo evocar a su padre perdido.

-Espero que nos regales por un tiempo tu deliciosa presencia -observó Walter cariñosamente.

-Sí -contestó Celina- pero será más deliciosa después que tome un buen baño.

El marido de Diana rió sonoramente. ¡Esa joven le agradaba! Dirigió su atención a la amiga para no ser descortés. ¡No con una mujer bonita!

-La bella Sofía. Mi mujer se quedó corta con la descripción -le dijo lisonjeramente mientras la besaba en la mejilla.

-No lo creo. Estoy segura de que exageró -aseveró la muchacha con una imitación de sonrisa.

Ante el cariz que podía tomar la conversación, intervino Celina:

-Mejor nos vamos a duchar y después bajamos.

-¡Buena idea! -aprobó René.

Se despidieron y al entrar en la casa, se toparon con una extraña anguila de dos patas armada con un arpón.

-¡Alto! -dijo el anfibio- ¡no deben transitar por mis dominios! -y las amenazó con el arpón.

-¡Socorro! -clamó Sofía cayendo al piso en cámara lenta para regocijo del batracio negro.

Celina se abalanzó sobre el animal acuático y mientras le arrancaba los ojos de un tirón, le hizo cosquillas debajo de los brazos hasta escuchar sus gritos de clemencia. La barahúnda concitó la presencia de Rayén y otros colaboradores de la casa. Las amigas corrieron hacia la escalera dejando al novato buceador boqueando para recuperarse del tormento y con las antiparras colgadas del cuello.

Abrieron la puerta de la habitación jadeando de la risa. Andresito les había proporcionado una distensión lúdica que les restituía el buen humor. Mientras Sofía revisaba su porción de guardarropa, Celina se duchó. Se vistió con una solera blanca y zapatos al tono que provocaron la aprobación de su amiga. Sofía había elegido un conjunto de falda y musculosa verde, su color preferido. Terminaron el arreglo sin prisa y bajaron a reunirse con quienes las esperaban.