domingo, 15 de junio de 2008

POR SIEMPRE - XVI

-¡Celina!, ¿Adónde creés que vas? -Sofía la detuvo por un brazo.

-¡Quiero saber a qué prueba se refería! -protestó.

-Esa mujer no te va a decir nada más y yo quiero volver… ¡Con vos!

Su amiga la miró dolorida pero la determinación de Sofía se impuso. Sin soltarla, desanduvo el borroso sendero rogando que no desapareciera su punto de referencia. Varias veces creyó divisar al árbol testigo hasta que pudo reflexionar que solamente se veía desde el comienzo de la senda. Allí llegaron sin que se apagara la luz del sol o fueran atacadas por criaturas peligrosas y caminaron sin detenerse hasta el mojón vegetal. Sofía saltó hacia la ribera aferrando a Celina y ni los rápidos reflejos de la deportista pudieron evitar que cayeran despatarradas sobre los afilados pedruscos. Este desenlace aparatoso quebró la ofuscación de las amigas. Una risa nerviosa las sacudió al verse observadas por un grupo de turistas que se acercaron solícitos para ayudarlas a incorporarse. Les agradecieron sin poder contener la hilaridad que sólo decayó cuando emprendieron el camino de regreso.

-De ahora en más, te relevo de ayudarme -dijo Celina enfurruñada.

-Por nada…

-Daría cualquier cosa por estar en el auto.

-Este es el momento en que el levantador en brazos nato se lo pierde -dijo Sofía burlona.

Celina largó una carcajada. Las amigas apuraron la marcha pese a su cansancio y no hablaron demasiado para ahorrar energía. Cuando distinguieron la entrada decidieron tomar un refrigerio en el mismo lugar en que habían almorzado. Pidieron un café y una porción de torta cada una.

-¿Qué entendiste de las palabras de la machi? -preguntó Celina.

-Machi, machi. Te estás contagiando de las creencias de estos aborígenes.

-En serio, Sofía. Me quiso decir algo, pero su lenguaje es tan oscuro…

-Tan oscuro para vos como para ella entender cómo funciona una computadora. Que lo entiendan o no, no cambia los hechos.

-Este es un pensamiento fatalista impropio de vos…

-La vida es una eventualidad. Si no, decime por qué estamos aquí las dos hablando de profecías en vez de disfrutar las vacaciones programadas.

-Por mi culpa, ¿no? -dijo Celina pesarosa.

-¿Y haberte perdido conocer a René? ¿Y yo al hombre que aparece en mis sueños? Como dijo tu machi: está escrito.

Celina miró el reloj y se sobresaltó. Eran las seis de la tarde. Seguramente ya habrían llegado los viajeros.

-Sofía, debemos regresar. Andá relajándote porque es posible que nos reciban Sergio y su mujer.

Se sintió mortificada cuando terminó de decir esto porque pensó que había acentuado innecesariamente el estado civil del muchacho. Su amiga arqueó las cejas y se levantó de la mesa. No cambiaron palabra hasta llegar al vehículo.

-No fue mi intención…

-Dejémoslo ahí -cortó Sofía.

Celina puso el auto en marcha y condujo en silencio por un largo trecho. La tarde iba cayendo en horas, pero reluciente de sol. En su ciudad natal las sombras estarían opacando el día. Se sintió atrapada en una espiral ascendente que la alejaba cada vez más de su existencia metódica y del regular transcurso del tiempo. Las emociones que la impregnaron desde que se bajó del charter eran las más auténticas de su vida. Decidió que la elipsis entre dos charlatanas era demasiado extensa.

-¿Cómo te sentís? -preguntó sin sacar la vista del camino.

-Menos ansiosa de lo que esperaba.

-A lo mejor, en persona, no te afecta como en tus sueños.

-Veremos -contestó Sofía evasiva.

-Quiero que sepas que mi apoyo es incondicional. Salvo que quieras eliminar a su mujer -dijo Celina conspiradora.

-¡Ah! Sabiéndolo, ni te vas a enterar de mis intenciones -fue la rápida contestación.

Atravesaron el último peaje a las ocho y media de la tarde y llegaron a la finca a las nueve, cuando el sol comenzaba a replegarse forzado por nubes tormentosas. El viento arreciaba cuando bajaron del coche y se dirigieron al interior de la casa. Rayén salió a recibirlas y les anunció que toda la familia había viajado al aeropuerto para recibir a los viajeros. René había llamado hacía media hora para avisar que el vuelo estaba retrasado. Las jóvenes le agradecieron la información y subieron a su habitación acuciadas por darse un baño y lucir rozagantes.

-Bañate primero vos -pidió Sofía, indecisa de su vestuario.

Mientras Celina se duchaba, recorrió las perchas sin mucha convicción. A la postre, eligió una solera negra cavada en la espalda hasta la cintura y ceñida como un guante. Nadie imaginaría el atrevido dorso mirando el púdico frente. La dejó sobre la cama y se metió en el baño apenas salió su amiga. Celina se puso un top elastizado que dejaba sus hombros al descubierto y un jean de tiro bajo. Unas cómodas sandalias completaron su atuendo. Se asomó al balcón admirando la rapidez conque la tormenta se había adueñado del cielo. Los relámpagos iluminaban la estancia como las luces intermitentes de un boliche bailable y el viento sacudía los árboles con euforia. Las ráfagas trajeron el sonido de motores que le anticiparon la inmediatez del encuentro con los viajeros y su familia. Extrañaba a René.

-¡Ey! Esta tormenta no me gusta nada -exclamó Sofía saliendo del baño.

-El bloque familiar ya está arribando -el anuncio tenía un matiz tranquilizador.

-¡Menos mal! Estar afuera con este tiempo es atemorizante.

Se sentó delante del espejo para secarse el pelo con el secador de mano. Cuando terminó, buscó la solera y se la calzó. Estaba bella con el largo pelo rubio desparramado sobre el negro ropaje. Buscó unas sandalias negras con adornos dorados y tacos altos y se puso al lado de Celina.

-¡Hola, pigmea! ¿Es posible que puedas respirar a ras de suelo? -preguntó con jactancia.

-Prefiero asfixiarme antes que apunarme -repuso su amiga alejándola de un empujón.

Sofía se rió y empezó a maquillarse mientras Celina esperaba pacientemente. Cuando terminó, se volvió hacia su compañera y le dijo con aprensión:

-¿Ya vamos?

Celina le tendió los brazos con una sonrisa comprensiva. Ambas se estrecharon ratificando su apego y salieron al pasillo rumbo al encuentro temidamente deseado.

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