domingo, 1 de junio de 2008

POR SIEMPRE - XIV

René dio las últimas indicaciones y dejó a Jeremías a cargo. Deseaba hablar con Diana antes de la llegada de Walter. Tenía una suposición acerca de su atípica conducta y estaba relacionada con su inclinación hacia Celina. No figuraba en el firmamento de Diana la posibilidad de que él se volviera a enamorar. Había construido un cosmos perfectamente equilibrado en cuyo centro reinaba como madre, abuela, ex mujer y esposa actual. Si alguna pieza cambiaba, temería que ese mundo se desmoronara. René quería que no hubiese malentendidos que perturbaran a Celina. Ronco viajaba en el asiento del acompañante sacando la cabeza afuera y ladrando circunstancialmente a los perros más grandes, que perseguían a la camioneta por trechos. Estacionó delante de la finca y su compañero saltó hacia el sendero que llevaba al arroyo. Al entrar a la casa le preguntó a Rayén por Diana. Subió a los dormitorios y golpeó su puerta hasta que una voz adormilada le respondió y le autorizó la entrada. Diana estaba metida en la cama y palmeó el borde para que se sentara.

-¡Qué visita sorprendente! -le dijo cuando él se acomodó- ¿Qué reto me merezco?

El hombre sonrió porque siempre le sorprendía comprobar que bajo esa apariencia mundana se ocultaba un cerebro despierto.

-No sé que habrás hecho para esperar un reto… -le respondió.

-Creo que pasarme de lista durante el almuerzo, ¿no?

-Algo de eso. No es necesario que te preocupes por revalidar tu lugar en esta casa. Te pertenece por haber sido mi esposa y la madre de Sergio, y cualquier persona sensible lo aceptará -su tono era contundente.

-¿Como Celina, no? -afirmó contrariada.

-Diana, Celina no puede desplazarte de ningún territorio. Sólo es la mujer que amo.

-¿Que amás? ¿Y te diste cuenta en tres días? -su tono era de incredulidad.

-Es más tiempo que el que nos tomó enamorarnos, ¿te acordás? Y ahora tengo varias décadas más -afirmó calmoso.

-Ese es otro punto. ¿Te das cuenta que es menor que nuestro hijo? -su tono sonaba admonitorio.

-Ya lo pensé. Pero me importa un pito -declaró campante.

Diana se sentó y quedaron enfrentados. Le puso las manos sobre los hombros y buscó sus ojos:

-Estás realmente enamorado -dijo después de interpretar su mirada.

-Sí, muchacha. Y no voy a malograr este prodigio.

-¿Sabés? Si te hubiera imaginado así a los cincuenta, todavía estaríamos juntos -manifestó sin ambigüedad.

René sintió que las palabras de Diana no eran intrascendentes. Tal vez en otra circunstancia hubieran cicatrizado la herida que Celina había borrado. No conocía la piel de la muchacha ni el sabor de su boca ni los accidentes de su cuerpo, pero en su imaginación no eran comparables a ninguna experiencia vivida. Eso no se lo podía revelar a la mujer que acababa de confesarle un anhelo imaginario. Se levantó de la cama y la besó suavemente en los labios. Ella comprendió que era la despedida definitiva a la aspiración que mantuvo enmascarada durante treinta años.

Apenas quedó sola se levantó y se preparó para la llegada de Walter. Pensó que su pareja no merecía que ella ocupara su atención con otro hombre, aunque fuera su ex marido. Su amor y apoyo incondicionales la habían ayudado a recuperar a su hijo y gozar del encanto de su nieto. No estaba dispuesta a destruir este presente por una falacia de su pensamiento. Que René gozara con su Celina mientras no la privaran de frecuentar la estancia. Se arregló cuidadosamente y se instaló en el cuarto de fumar para esperar a su marido. Rayén apareció al rato para ofrecerle un café.

-¿Adonde está Andrés? -preguntó ansiosa de ver a su nieto.

-Se fue con todos los chicos a buscar a Celina.

-¿Y adónde está Celina? -se interesó.

-Se fue al arroyo con su amiga -contestó Rayén.

Diana hizo un gesto de asentimiento y se volvió hacia los amplios ventanales para observar la entrada. Distinguió el auto de Walter y se levantó para salir. En la galería se encontró con René y se sonrieron amistosamente. Walter detuvo el coche y fue recibido por su mujer con un amoroso beso. Teniéndola por la cintura, estrechó la mano de René.

-¡Hola, camarada! La voy a mandar más a menudo. Se ve que el aire de campo la vigoriza -dijo alegremente.

-Mi casa es tu casa.

-¿Y adónde está mi nieto? -preguntó Walter.

-Con la Mujer Maravilla -se le escapó a Diana.

René subrayó deliberadamente:

-¿Con Celina?

-En el arroyo. Me lo acaba de decir Rayén -respondió velozmente.

Su ex marido sacudió la cabeza y sonrió divertido. Le pidió:

-Ayudalo a Walter a instalarse mientras yo voy a buscarlos.

-Seguro. No te demores -agregó, con una sonrisa candorosa que sólo engatusó a su esposo.

René hizo un gesto de despedida y enfiló hacia el camino que conducía al arroyo. Antes de llegar escuchó los gritos y la risa de los niños y el ladrido de Ronco. Cuando los divisó, se paró junto a un árbol para disfrutar del espectáculo que brindaban las jóvenes chapoteando con los chicos mientras el perro, ladrando, iba y venía por la orilla. Se habían dividido en dos bandos capitaneados por cada una de las amigas. Celina y Sofía sostenían sendos tachos donde los chicos arrojaban guijarros que más de una vez rebotaban sobre las cabecillas. Ambas se habían arremangado los pantalones para ubicarse en el medio del curso de agua y festejaban cada vez que un miembro de su pandilla acertaba en el recipiente. El hombre decidió intervenir para que el fresco del ocaso no enfermara al grupo alborotador:

-¡Hola a todos! -gritó para hacerse escuchar.

Ronco fue el primero en reaccionar, corriendo hacia su amo. Andrés lo siguió y luego los chicos mayores. Las amigas, con el sol de frente, hicieron una visera con sus manos hasta reconocerlo.

-Llegó tu abuelo Walter -informó René a su nieto.

-¿Me trajo el equipo de buceo? -preguntó esperanzado.

-Andá a ver -propuso René.

Andrés salió desbocado con los mayores pegados a sus talones. René se concentró en las amigas. Mientras salían del agua, los más chiquitos seguían tirándoles piedritas. La primera en llegar a la orilla fue Celina que alzó en sus brazos a una gurrumina mapuche y le hizo cosquillas para que soltara los proyectiles. Las dos terminaron en el suelo entre risas. Sofía buscó sus zapatillas y sacudió los pies para que se le secaran mientras los más pequeños la imitaban. René se agachó para quedar a la altura de Celina y se quedó embelesado admirando su rostro, sonrojado por un sol que se empecinaba en resaltar las pecas y arrancar reflejos al pelo alborotado. La mujer hizo un gesto retador ante el franco escrutinio:

-Me veo como la bruja del arroyo, ¿no?

La expresión de René obvió cualquier comentario.

-¿Los habitantes de la gran ciudad se bañan vestidos? -preguntó al terminar el examen.

-Sí. Especialmente cuando un perro te disputa el tacho -replicó divertida.

-¡Ah, desdichado Ronco! Descubrieron tu debilidad -exageró René.

-No fue difícil. Lo salpiqué para apartarlo y salió disparado. Pensé que no le gustaba el agua.

-No le gusta. Es hidrofóbico -le explicó.

-¡Pobrecito! ¿Le habré causado un ataque de pánico? -se lamentó la joven.

-Ya se le va a pasar. ¡Ronco! -llamó.

El perro se acercó como una flecha. René le palmeó la cabeza y Celina, contrita, estiró la mano en ofrenda de paz. Ronco la aceptó con un lengüetazo, movió la cola y apoyó la cabeza en los muslos de la joven. Ella, radiante, alzó la vista para compartir con René la satisfacción del perdón, y quedó cautiva de la abisal mirada.

-¿A qué se debe este atropello? -la burlona voz de Sofía los devolvió a la realidad.

René se incorporó, tendió la mano para ayudar a Celina y la levantó junto con Ayelén que se le había prendido al cuello.

-A que no puedo vivir sin verlas -replicó el hombre con una sonrisa.

Sofía dijo para sus adentros: “a que no podés vivir sin Celina, dirás”. Le alcanzó las zapatillas a su amiga que estaba arremangándose prolijamente los pantalones y procedió a reunir a los niños que habían sido plantados por los mayores. Las dos acallaron las protestas con la promesa de volver otro día.

-¿Por qué Andrés se fue tan rápido? -quiso saber Celina.

-Porque llegó el marido de Diana -dijo René.

-Debe quererlo mucho…

-Lo quiere. Tanto como el regalo que le prometió -aseveró con jovialidad.

-Estás difamando a tu nieto -criticó Sofía.

-¡Dios me libre! Es el chico menos interesado que conozco… -rió el abuelo.

Los tres caminaban de buen humor, vigilando que los pequeños no se apartaran del grupo. Divisaron la casa en la última vuelta del camino. Diana y Walter estaban instalados bajo la galería principal, atendidos por la incansable Rayén. Los chicos no estaban a al vista.

-¿No tendrás una entrada de servicio? -gimió Sofía sintiéndose impresentable. ¡Cómo detestaba a la acicalada y bella Diana!

-Ya la pasamos... -contestó René entre dientes.

Celina y Sofía se atusaron las melenas para sentirse más decorosas. Al llegar a la mesa Walter se levantó y sin titubear se acercó a Celina.

-¡Nuestro ángel de la guarda! ¡Venga a mis brazos! -la joven quedó sofocada contra el pecho corpulento.

Se separaron entre risas testimoniando que una corriente de simpatía se había establecido entre ellos. Fue un abrazo consolador que le hizo evocar a su padre perdido.

-Espero que nos regales por un tiempo tu deliciosa presencia -observó Walter cariñosamente.

-Sí -contestó Celina- pero será más deliciosa después que tome un buen baño.

El marido de Diana rió sonoramente. ¡Esa joven le agradaba! Dirigió su atención a la amiga para no ser descortés. ¡No con una mujer bonita!

-La bella Sofía. Mi mujer se quedó corta con la descripción -le dijo lisonjeramente mientras la besaba en la mejilla.

-No lo creo. Estoy segura de que exageró -aseveró la muchacha con una imitación de sonrisa.

Ante el cariz que podía tomar la conversación, intervino Celina:

-Mejor nos vamos a duchar y después bajamos.

-¡Buena idea! -aprobó René.

Se despidieron y al entrar en la casa, se toparon con una extraña anguila de dos patas armada con un arpón.

-¡Alto! -dijo el anfibio- ¡no deben transitar por mis dominios! -y las amenazó con el arpón.

-¡Socorro! -clamó Sofía cayendo al piso en cámara lenta para regocijo del batracio negro.

Celina se abalanzó sobre el animal acuático y mientras le arrancaba los ojos de un tirón, le hizo cosquillas debajo de los brazos hasta escuchar sus gritos de clemencia. La barahúnda concitó la presencia de Rayén y otros colaboradores de la casa. Las amigas corrieron hacia la escalera dejando al novato buceador boqueando para recuperarse del tormento y con las antiparras colgadas del cuello.

Abrieron la puerta de la habitación jadeando de la risa. Andresito les había proporcionado una distensión lúdica que les restituía el buen humor. Mientras Sofía revisaba su porción de guardarropa, Celina se duchó. Se vistió con una solera blanca y zapatos al tono que provocaron la aprobación de su amiga. Sofía había elegido un conjunto de falda y musculosa verde, su color preferido. Terminaron el arreglo sin prisa y bajaron a reunirse con quienes las esperaban.

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