martes, 29 de noviembre de 2011

AGENCIA DE ACOMPAÑANTES - 27


Las jóvenes se levantaron a las ocho menos cuarto. Una desayunó con tostadas y café con leche y la otra tomó un café para completar su ingesta mañanera en compañía de Mike. Antes de las ocho y media estaban en la puerta del edificio.
-Entonces nos encontramos a las tres en el Portal -recordó Romina mientras subía al auto de Michael.
Sandra hizo un gesto de asentimiento y fue a buscar su vehículo a la cochera. Trató de concentrarse en el trabajo pero su mente convergía en el recuerdo de Luciano y las divagaciones de su amiga. A las once dio por finalizada la clase y un hormigueo de excitación la recorrió al pensar que era su última obligación laboral de la semana. Se preparó un almuerzo ligero y después se dio una ducha. Mientras se secaba el pelo recibió la llamada de Lucho:
-Hola -saludó con satisfacción contenida- ¿adónde estás?
-Haciendo un alto para el almuerzo antes de pegar la vuelta. ¿Ya comiste?
-Sí.
-¿Y cuáles son tus planes?
-Encontrarme con Romi a las tres en el Portal.
-¿Qué van a comprar?
-¿Por qué comprar? Podríamos ir a pasear.
-Mm… Las mujeres no van a pasear a un Shopping -la risa grave del hombre arrulló sus oídos.
-Me voy a comprar un vestido para el cumple. ¿Satisfecho?
-Ah… Yo estoy satisfecho de verte vestida con lo que sea -le dijo en voz baja. Hizo una pausa para recuperarse y cambió el tema:- Esta noche te paso a buscar a las ocho y media. Mañana tenemos que salir a las seis para llegar a Arancibia antes del mediodía. ¿Te parece bien?
-Me parece estupendo. Corto porque está entrando una llamada. Nos vemos, Luciano. -Enredada en la charla con Abril, se perdió la despedida del hombre.
-Nos vemos, mi amor - manifestó Lucho al aparato sin interlocutor.
-¿Tanto hemos avanzado? -se interesó su padre.
-No, ya había colgado -le contestó riendo- así que me saqué las ganas.
-Estás demasiado tranquilo para una situación sin desenlace.
-Lo tendrá, papá, pero mi chica necesita ser cortejada. Cada vez que nos vemos  la siento un poco más cerca y cuando la tenga en mis brazos será porque lo desea tanto como yo.
-En mi época no éramos tan considerados para ir a los bifes. No creo que te cueste nada convencerla de que sos el hombre indicado. Mirá que por confiado al mejor cazador se le escapa la liebre…
-Sos un dechado de sabiduría, pa -le dijo largando la carcajada- pero te estás contradiciendo. Ayer no dudabas de mi idoneidad y hoy la impaciencia te obnubila. ¿Así la atropellaste a mamá?
-En realidad, ella me atropelló a mí. Por eso te lo advierto -lo aconsejó.- A punto estuve de perderla por andar con tantos miramientos. Así que una noche en que la llevaba de vuelta a su casa, me preguntó sin rodeos qué tipo de relación pretendía; que si no era para casarme ella tenía otro candidato.
-¡Mamá Luisa! -exclamó Lucho.- ¿Y qué le contestaste?
-Que no se atreviera a pensar siquiera en el fulano. Y ahí mismo le pedí que se casara conmigo -dijo Rafael.
-Mirá vos... No sólo nos trajo al mundo sino que eligió con quien. Una genia, mamá.
-¡Si ellas nos eligen, hombre! Podrás desplegar todo tu encanto pero si no fuiste detectado por ese mecanismo extraordinario, todo lo que hagas será vano.
-Lo tendré en cuenta, papá -asintió Lucho con seriedad.- Y ahora terminemos de comer, no sea que llegue tarde a la cita.
Rafael amagó golpearlo con el puño y su hijo lo esquivó riendo. Poco después se encaminaban hacia Rosario adonde Sandra ya salía para encontrarse con Romina.
-Vamos a la boutique de Jean Paul Gautier -le dijo apenas se vieron.
-Me estás hablando de alta costura. No voy a invertir en un vestido cuando todavía no terminé de pagar el auto.
-Te digo que vayamos. Acaban de instalarse y deben querer promocionar el local. ¡Tienen una ropa hermosa!
-Así ha de costar. Prefiero ir a Rosa y Canela. Tienen cosas lindas y a buen precio.
-Después -insistió Romi.- Quiero conocer ese lugar y esta es una ocasión única. Dame el gusto ¿si?
Sandra se encogió de hombros y la siguió. Después de todo, se dijo, probarse alguna prenda no obligaba a comprar. El negocio estaba en la planta alta, montado con detalles decorativos que lo distinguían de los demás locales. Empujaron la puerta de cristal y fueron atendidas por una obsequiosa empleada. Impuesta de lo que buscaban las jóvenes, les pidió que la siguieran a la trastienda. Sobre un maniquí estaba presentado un vestido largo color violeta cuya falda se abría al costado para exhibir parte de la pierna y con un bretel de flores bordadas un tono más suave cruzando desde el hombro a un pecho. Las amigas lo miraron embelesadas. Sandra fue la primera en reaccionar. Abrió la boca con la intención de preguntar el precio:
-¿Cuánto…? -alcanzó a decir antes de que Romina le apretara el brazo y la interrumpiera.
-Es precioso y seguro que a mi amiga le quedará muy bien. Se lo medirá -dijo sin dejar de presionarle el brazo.
La empleada asintió y lo retiró del exhibidor. Le indicó una puerta a Sandra para que entrara a probárselo. Romina la siguió al vestidor.
-¡Estás loca! Este vestido debe costar una fortuna -gimió Sandra.
-No importa. Por unos minutos te verás como una diosa -argumentó Romi sentándose en un sillón tapizado de pana bordó.
Su amiga movió la cabeza resignada y se sacó la ropa para probarse el vestido.
-Sin corpiño… -indicó Romina.- Tiene los hombros descubiertos. -La observó hasta que le quedó perfectamente calzado. Abrió una bolsa de compras y sacó un par de sandalias de taco alto compuesta por tres tiritas de piedras.- Ponete éstas -le dijo- son el complemento adecuado.
Sandra sonrió resignada. Se miró en el espejo y se asombró de la imagen que le devolvía. Su amiga se levantó y le soltó el pelo que tenía recogido con una hebilla. Las dos estuvieron admirando a la bella joven que las observaba desde el cristal.
-Me siento como La Cenicienta -rió Sandra- cinco minutos antes de que la carroza se convierta en calabaza -hizo ademán de sacarse el atuendo.
-¡No, no, no! -exclamó Romi.- Antes le mostraremos a la empleada.- Se asomó a la trastienda y le hizo una seña a la mujer para que entrara.
-¿No le queda perfecto? -le preguntó.
La empleada asintió. Sandra, que se sentía sumergida en una situación incongruente, volvió a la realidad con una pregunta:
-¿Cuánto cuesta el vestido?
-Cinco mil dólares -respondió la aludida.- Es un modelo exclusivo y le aseguro que no encontrará por este precio nada mejor.
-Seguramente -dijo Sandra.- Porque busco algo que no salga más de mil pesos que es lo mucho que puedo pagar. Si me permite, me voy a poner la ropa que traje.
-¡Esperá! -mandó su amiga. Se dirigió a la empleada:- ¿Qué opina de llamar al señor Gautier?
La mujer observó la soberbia estampa de la modelo y, después de una breve vacilación, hizo un gesto de asentimiento y salió del probador bajo la mirada complacida de Romina.
-¿Me querés decir a qué viene esta conspiración? -explotó Sandra.
-A que tenés la posibilidad de comprar el vestido por lo que puedas pagar. Es una política de la casa cuando una creación se adapta perfectamente a una persona que no puede cubrir su precio. Pero si te lo decía antes, no hubieras entrado, ¿no es cierto?
-Lo cierto es que nunca hubiera pensado que mi mejor amiga me expusiera al ridículo -declaró Sandra.- Aunque esté fuera de mis posibilidades semejante erogación, no me hubiera prestado a esta absurda prueba.
-¡Ahora dame vos un voto de confianza! -rogó su amiga.- Si hubiera dudado un momento del resultado no te habría propuesto venir.
Jean Paul Gautier encontró a una joven de porte altanero que realzaba la prenda que lucía. La midió de pies a cabeza, como quien evalúa una obra de arte mientras ella parecía desafiarlo con la mirada.
-Este modelo ha sido hecho para usted -dijo por fin.
-Es magnífico, pero yo no puedo pagarlo aunque me lo diera en cien cuotas -le aclaró esperando que no insistiera demasiado en hacer la venta.
-¿Y cuánto estaría dispuesta a pagar? -preguntó el hombre.
-Nada que pueda interesarle -dijo con una leve sonrisa. Vio llegar a otro masculino con una cámara fotográfica y levantarla apuntando hacia ella:- ¡Un momento! -exclamó- no puede sacarme una foto sin mi consentimiento.
El fotógrafo dudó y miró al dueño del local.
-Por lo visto usted ignora nuestro procedimiento, mademoiselle -explicó Gautier.- Esta instantánea es para nuestro archivo ya que se ha hecho acreedora, según nuestros cánones, a la propiedad de este modelo original. Si lo acepta, usted se lleva el vestido y nosotros lo justificamos con la fotografía.
-¡Sandra, esta oportunidad es única! -intervino Romina.- El señor te hace una oferta inestimable que está dentro de las reglas de su negocio.
-Pero yo no puedo aceptarla. Lo que puedo pagar es irrisorio comparado con su precio.
-Usted debe pagar un precio de buena fe -dijo Gautier.- Lo que estaba dispuesta a gastar hoy en su prenda.
-No más de mil pesos y en cuotas -declaró segura de que el hombre se le reiría en la cara.
-Perfecto -dijo contrariando su convicción.- ¿Ahora nos permite tomarle algunas fotos?
Sandra interrogó a Romi con la mirada. Su amiga asintió con vehemencia.
-Si es una operación lícita, está bien -consintió la joven.
El poseedor de la cámara le tomó una serie de instantáneas y se retiró de la trastienda. Gautier le comunicó que la esperaba en el local y salió tras el fotógrafo. Sandra se quitó el vestido y volvió a colocarse las prendas con las que había llegado. Mientras la empleada se hacía cargo de la indumentaria para acomodarla en una caja, buscó a Romina con la vista. Supuso que se había adelantado y pasó al salón principal adonde la esperaba el dueño que había instruido a la cajera sobre el monto y la forma de pago. Vio a su amiga charlando con el fotógrafo y cuando tuvo la bolsa con la compra en su poder, fue a buscarla. Se despidieron de Gautier y los empleados y entraron a una confitería para tomar un café y charlar.

domingo, 27 de noviembre de 2011

ENTRE CAPÍTULOS - Relatos breves


AMANECERES - 5 (final)
Mi piel se erizó al contacto de la fresca brisa marina y, antes de que pudiera extrañar a mi conquistador, su cálido cuerpo me abrigó del frío.
-Buen día, mi amor -susurró en mi oreja.- ¿De modo que pensabas contemplar este amanecer especial sin mí?
Giré entre sus brazos para recibir un beso interminable y cuando pude respirar me justifiqué:
-No quería despertarte…
Nos sonreímos y nos sentamos en el sillón del balcón. Cuando el sol se alzó sobre el horizonte rozó mi sien con los labios:
-¿Qué hacemos ahora, mi pequeña demoledora?
-Desayunar -dije.- Me muero de hambre.
-No me refería a eso. ¿Qué hacemos de ahora en más? -reiteró enmarcando mi rostro entre sus manos.
Me inquietó su mirada trascendente tan distinta a la apasionada de la noche anterior. Entendí que hablaba acerca de los dos; de lo pasado, el presente y el porvenir. Yo tenía claramente definido mi futuro adonde él no estaba siquiera intuido. Aparté los ojos y me apoyé contra su hombro.
-No quiero presionarte, Luci, pero yo sueño con que no te vayas y tenerte en mi casa. Que seas mi mujer no tiene por qué cambiar tus proyectos; al contrario, seré tu mejor aliado -afirmó con seriedad.
-¿Tu mujer? -balbucí sobresaltada por el alcance de su propuesta.
-¡Sí! ¡Mi mujer! ¡Mía! -se exaltó y me abrazó con ferocidad.- No quiero tenerte de vez en cuando sino todas las noches de mi vida, para hacerte el amor, para verte a mi lado, para sentirme completo.
Enterré mi cabeza en su pecho tumultuoso confundida por mis sentimientos contradictorios. Lo amaba, pero la convivencia con un hombre estaba tan lejana en mi mente joven, aún no preparada para romper con los lazos originarios, que me llené de angustia y rompí en sollozos ante su consternación.
-¡Luci! ¡No, nena! ¡No llores, mi amor! No me hagas sentir un cretino… Decime qué te ofendió.
Cuando mi llanto se calmó, le dije con voz temblona:
-No estoy ofendida, estoy asustada.
-¿De mí? -exclamó afligido.- Si mi único deseo es hacerte feliz.- Besó mis párpados y mi rostro inflamado.- Contame que te asusta.
-Irme de casa. No terminar el secundario. No graduarme en leyes. -Las palabras se disparaban sin solución de continuidad.- No ser la mujer que buscás… -terminé casi sin voz.
Me separó apenas para que leyera en su mirada tierna  y su rostro solemne la autenticidad de su declaración:
-Lo que vivimos anoche es excepcional, y lo es, porque nos amamos. Tal vez tendría que haber interpretado tu falta de experiencia y tus cortos años, pero me dejé arrastrar por lo que me inspirás. No voy a forzarte a tomar ninguna decisión extemporánea porque puedo esperar el tiempo que precisés. Cuando estés lista, me encontrarás donde me busques.
El alegato de Lorenzo obró como un haz sobre mi conciencia revelando la esencia de mi femineidad. Quería alcanzar los objetivos elegidos pero por sobre todo lo quería a él. La mujer que le devolvió la mirada no dudaba de los sentimientos que nos habían impulsado a recrear la infinita unión de la especie. Me reí liberada de falsas creencias y le eché los brazos al cuello. Él sonrió entre alegre y sorprendido pero no dudó en besarme. Después preguntó esperanzado:
-¿Ésto significa que me aceptás?
-Esto significa que te quiero y que te prohíbo que vuelvas a insinuar mi corta edad o falta de experiencia -dije enfadada.
-¡Te lo prometo! -respondió con una carcajada.- Y ahora nos vamos a ocupar de tu hambre, ¿eh?
-Primero voy a llamar a Betiana. Buscaremos una excusa para no preocupar a mis padres por mi ausencia. -Tomé el celular rogando que mi hermana lo escuchara.
-¡Hola, cachirula! ¿Qué tal el intercambio de microbios? -preguntó eufórica.
-¡Sublime! -le dije mirándolo a Lorenzo.
-Sos una desfachatada. Pero les hice un favor. Pa, ma y Abu están informados que después de bailar se iban a ver amanecer y después a desayunar. Eso sí, para sostener este embuste les dije que vendrían a almorzar. ¿Qué tal?
-Te debo una, hermana -exclamé aliviada.
-Ya sabés como retribuirme -me recordó.
-No me olvido. Nos vemos al mediodía -saludé riendo.
-¿Todo arreglado? -indagó Lorenzo.
Le conté la iniciativa de Betiana y esbozó una sonrisa dudosa.
-Es una explicación políticamente correcta, pero no creo que tus padres ni Eugenia se la traguen. ¿Te importa?
-No si vos estás conmigo -dije confiada.
-Siempre -aseguró ratificando lo dicho con un beso.- Vamos a vestirnos para salir a desayunar.
Nos duchamos y media hora después dejábamos el departamento. Una ausencia me hizo preguntar:
-¿Y Otto?
-Se lo dejé a papá por el fin de semana.
Me sonreí. ¿Significaba que había pensado en algún momento traerme a su casa? Se lo pregunté:
-¿Creíste que me iba a molestar?
Lorenzo me abrazó y antes de darme un beso dijo:
-Chica lista, sí. Aunque no lo tenía planeado para tan pronto, eran tantas las ganas de tenerte conmigo que me dejé llevar por mi delirio y quise que nada interfiriera.
La puerta del ascensor se abrió mientras nos estábamos besando. Hubo un carraspeo seguido de un saludo:
-Buen día, Lorenzo -dijo una voz cordial.
Nos separamos y quedamos frente a un hombre maduro de aspecto bonachón que nos sonreía desde el interior del elevador.
-¡Hola, doctor! -contestó Lorenzo con una sonrisa.- Luci, te presento al doctor Ramírez; doctor, ella es mi novia Luci.
Me estiró la mano con gesto afable y opinó mientras la estrechaba:
-Estoy encantado de conocerte, Luci. No sé de dónde te ha sacado este muchacho, pero debo reconocer que ha hecho un buen trabajo.
-Es la nieta de Eugenia, doc. Y la he acaparado antes de que otro se me adelante -afirmó Lorenzo pasando el brazo sobre mi hombro.
-Sabía que eras avispado -rió el hombre mientras entrábamos al ascensor.
Charlamos con él y nos despedimos en la planta baja. Caminamos por la arena hasta la confitería, desayunamos, y a las once le pedí que fuéramos a casa de la abuela. Quería verla a ella a solas, porque sabía que mi familia estaría en la playa hasta el mediodía. Estaba sentada en su mecedora de la galería y nos recibió con alegría. Le dimos un beso y ella le pidió a Lorenzo que trajera vasos y un refresco de la cocina.
-Abu -le dije ni bien quedamos las dos- estoy enamorada y he participado del mejor intercambio de microbios que pudiera soñar.
Eugenia se rió con ganas y me abrazó fuerte. Me acarició la cabeza y me preguntó:
-¿Es Lorenzo el hombre que esperabas?
-Es el hombre que quiero, el que me hizo vivir una experiencia insospechada y con el que puedo compartir mucho más que un momento de pasión -dije con arrebato.
La aparición del nombrado suspendió la confidencia. Colocó la bandeja sobre la mesita y sirvió una copa para cada uno. Se sentó a mi lado, me atrajo contra él y apoyó sus labios contra mi frente.
-Veo que has avanzado con mi nieta -señaló la abuela.- ¿Qué intenciones tenés con ella?
-¡Abu! -exclamé molesta.
-Shh… -me acalló Lorenzo.- Las mejores para los dos, Eugenia. Quiero que sea mi mujer y que no se vaya de Cangrejales.
-¿Ella está de acuerdo? -continuó con la interpelación.
-¿Estás de acuerdo? -preguntó él tomándome de la barbilla para mirarme a los ojos.
Sonreí y busqué su boca para sellar mi consentimiento. Cuando nos separamos Abu nos miraba complacida, mis padres perplejos, y Betiana burlona. Lorenzo se hizo cargo de las explicaciones y, antes de que nos sentáramos a compartir el almuerzo, mi familia empezó a digerir la contingencia de que la más pequeña abandonara el nido.
El sol está tibio esta mañana de mayo. Estoy sentada en la silla de Abu cumpliendo el reposo impuesto por el médico. El riesgo lo tomé yo y no me quejo; mejor dicho, no nos quejamos. Vislumbro el rostro de Lorenzo flotando sobre el mío antes de que se aproxime con un beso. Da la vuelta a la mecedora y se acomoda a mis pies. Me acaricia el vientre redondeado y pregunta con una sonrisa:
-¿Cómo están mis amores?
-Esperando la orden de Ramírez para pasear por la playa -contesto acariciando su mejilla.
Él atrapa mi mano y la lleva a sus labios. Después nos quedamos en silencio contemplando las olas que mansamente rozan la arena.
Nos casamos en marzo y de inmediato tuve una pérdida que puso en riesgo la gestación. De modo que me indicaron inmovilidad para consolidar mi preñez. Nos instalamos en casa de Eugenia para que no estuviera sola cuando Lorenzo se ausentaba por el trabajo. Yo estoy preparando mi último año libre con la ilusión de concurrir el próximo a la Facultad. Betiana nos visita con frecuencia y es mi mejor colaboradora para el estudio. Está muy cambiada desde que conoció al ingeniero que trabaja en el frigorífico de mi suegro, y espero que su relación prospere y se instale en Cangrejales. Lorenzo vendió el departamento y compró la casa lindera con la de Abu. Ahora la están arreglando y aguardamos a que esté pronta para recibir al bebé. Miro al hombre al que acepté unir mi vida y siento que mi existencia no tiene fronteras.

jueves, 24 de noviembre de 2011

AGENCIA DE ACOMPAÑANTES - 26


-Si me das un voto de confianza -dijo Sandra no bien estuvieron a solas- preparo la cena.
-¡Adelante! Después yo lavo los platos -aceptó Romi.- Y ahora, me retiro al comedor a charlar con Mike.
-Por lo que yo entiendo de inglés, bien podés hacerlo aquí -bromeó su amiga mientras Romina salía.
Condimentó unas pechugas de pollo y las puso al horno con cebollas, papas y pimientos. Después dejó preparada una ensalada de lechuga y tomate y pasó al comedor adonde Romi todavía hablaba con su pretendiente. Preparó la mesa y encendió el reproductor de CD. La música melódica le disparó el recuerdo de Luciano. Mañana a la noche cenarán juntos y después compartirán cuatro días. Si pudiera ser tan espontánea como Romi... Lo conoció a Michael, le gustó y no se hizo ningún cuestionamiento. ¿Adónde iré a parar yo como soy? Que porque es el hermano de mi amiga, que porque tengo miedo a una desilusión, que…
-¡Listo! -dijo Romina.- Ya arreglé con Mike para que pase a buscarme mañana por la mañana. Y ahora, la novedad de la que ayer te mofabas: me pidió que me fuera con él a Nueva York.
Sandra estudió el rostro satisfecho de Romi antes de declarar:
-No me extraña, se lo nota enamorado. Pero vos, ¿qué querés?
-Que se quede aquí. Le dije que aún no estoy preparada para alejarme de mi familia y espero que con el tiempo Mike piense seriamente en instalarse en nuestro país. Yo lo amo, Sandra, pero la idea de alejarme de mis raíces me aterra. Él pareció entenderlo, así que veremos cómo opera la distancia en nuestra relación.
-Es una decisión valiente, amiga, pero si realmente se quieren no debería afectarlos como pareja.
-Yo pienso lo mismo y estoy dispuesta a correr el riesgo. Peor sería que tuviera que volverme si el sostén de nuestro vínculo sólo está en la relación física -se acercó a Sandra y la tomó de las manos:- Sos la única que conoce esta oferta y me alegra coincidir con tu opinión. Por ahora, como no va a haber cambios, no lo voy a compartir con nadie más.
-Lloraría a moco tendido si te vas tan lejos pero si tu realización amorosa está en Nueva York, trataría de visitarte lo más seguido posible -dijo Sandra abrazándola.
Las muchachas se separaron en medio de risas y terminaron de acomodar la mesa. Romina encargó helado como postre mientras su amiga sacaba la comida del horno y condimentaba las verduras. A las diez y media daban cuenta de la cena y a las once y media se prepararon para acostarse. La anfitriona se sentó en la cama de su invitada para intercambiar los últimos comentarios de la noche:
-Mañana me tengo que ir a las ocho y media -le aclaró.- Si Mike viene más tarde te dejo un duplicado de las llaves.
-No hará falta. También él me pasa a buscar a esa hora. -Con acento entusiasmado:- ¡Creo que nos esperan cuatro días fantásticos! Mamá fue una vez a conocer la estancia y volvió maravillada. Dijo que la casona es enorme, antigua y bien conservada. Está en el centro de un predio rodeado de árboles, en contacto con la cuña boscosa santafesina. Una gran parte del campo está destinado a la explotación agrícola y otra al pastoreo de ganado. Tiene un corral con caballos y una especial predilección por su monte de frutales.
-¿El que diseñó Lucho? -se le escapó a Sandra.
-Ah… ¿Te contó esa parte de su vida? -preguntó Romi interesada.
-A decir verdad, hace varios días me invitó a conocerlo este fin de semana. Claro que parece que no sabía lo del cumpleaños.
-¡Ajá! Y se lo tenían bien guardado… -rió su amiga.
-¡No seas tonta! Yo ni siquiera le había dicho que sí -dijo Sandra molesta.
-No te enojes conmigo, por favor… -dramatizó Romina.- Este es uno de los trabajos que más enorgullece a mi hermano y a pesar de ello nunca logré que me lo mostrara. Viniendo de él, consideralo como una galantería.
-¡Qué palabra más anticuada! -exclamó Sandra aflojando la risa.- ¿La reflotaste con Mike?
-Es un hermoso vocablo -dijo Romina con petulancia.- Y habla de atenciones e intenciones de hombres bien inspirados. -Miró a su amiga con cariño:- A nosotras nos faltaba esa experiencia y creeme, cuando la vivas te vas a acordar de mis palabras.
-¿Nunca te galanteó un hombre?
-Hasta que me llevó a la cama. Pero con Michael el galanteo es permanente: cuando me ve, cuando se despide, antes y después de hacer el amor. Te juro que te levanta la autoestima hasta el infinito y despierta tus más ignorados apetitos sensuales.
-¡Guau! En cualquier momento te lo arrebato… -declaró Sandra con gesto provocativo.
-¡Probá con el tuyo, desfachatada! -replicó Romi con una carcajada. Y para que su amiga no hiciera deducciones suspicaces, continuó proyectando el imaginario fin de semana:- Podremos cabalgar, comer asado con cuero, ver una doma de potros y reunirnos de noche alrededor del fogón para tocar la guitarra y contar cuentos de aparecidos.
-Sos una trastornada. Lo más probable es que llueva todo el fin de semana y tengamos que encerrarnos entre cuatro paredes -dijo Sandra con voz lúgubre.
-¡Eso es lo que me gusta de vos! Tu insuperable optimismo - palmoteó Romina.- En tal caso Mike y yo no tendremos más alternativa que encerrarnos para hacer el amor. Y vos, ¿cómo te vas a distraer? ¿Jugando a las cartas?
La dueña de casa, estimulada por la maliciosa sonrisa de su amiga, le contestó con desparpajo:
-Ya me las ingeniaré. Seguro que no faltará un gaucho salvaje para que me entretenga. -Miró la hora y se levantó de un salto.- ¡Me voy a dormir! Mañana tengo un alumno a quien fastidia la impuntualidad -le dio un beso a Romina y se fue a su dormitorio. Desde el pasillo escuchó las socarronas palabras de su amiga:
-¿Así que un gaucho salvaje…? ¡Jajaja!

martes, 22 de noviembre de 2011

ENTRE CAPÍTULOS - Relatos breves


AMANECERES - 4
Sus labios rozaron los míos suavemente y mi boca se entreabrió emancipada de mi voluntad. Profundizó el beso aniquilando todos mis escrúpulos acerca del intercambio de microbios. Su lengua exploró y acarició el interior de mi boca y la mía se convirtió en el espejo de la suya. Me separé intentando recuperar el aliento. Él aflojó el abrazo y me observó con inquietud.
-¡Luci, Luci…! -suplicó.- No te asustes. He deseado tanto besarte que no me pude dominar. Pero te prometo que a partir de ahora haré nada más que lo que quieras. ¿Está bien?
Yo no estaba asustada por él sino por la vehemencia con que deseaba que me siguiera besando.
-Quiero bailar -le dije sin responder a su pregunta.
Se levantó y me llevó de la mano a la sala. Seleccionó varios discos de música lenta y me enlazó por la cintura. A conciencia, fui derribando barreras. Mis brazos se cruzaron detrás de su cuello y dejé que mis ojos fueran capturados por los suyos. Me fue arrimando a su cuerpo hasta quedar amoldados el uno al otro. Atrapados en un oleaje de sensualidad, volvimos a besarnos sin control.
-¡Luci…! -gimió.- Si no te vas ahora, te haré el amor.
¿Irme? ¡Si para eso he venido! grité por dentro. Me aferré a él esperando que perdiera la sensatez. Suspendió la danza para enajenarse en un beso y apretar mis glúteos contra su ostensible erección. Como yo no lo soltaba, me alzó en andas y me llevó hasta el dormitorio. Intentó descargarme en la cama pero yo estaba pegada a él como una lapa.
-¡Soltame, pulpito! -jadeó divertido.- Que no me voy a escapar.
La risa me aflojó los brazos y caí sobre el lecho. Lorenzo se inclinó para besarme con delicadeza y me fue desnudando con lentitud. Devoró con los ojos mi cuerpo trémulo y se quitó las prendas que lo cubrían para tenderse a mi lado. Sus brazos me atrajeron contra sí excitando cada partícula de mi piel y generando un intenso calor que creció desde mi garganta hasta el vértice de mi pubis. Gemí los besos y caricias que desparramó sobre mi cuerpo enardecido y me embriagué con las palabras apasionadas que intensificaban su incursión. Cuando su boca ascendió desde mi vientre hasta mis erizados pezones para inflamarlos con el roce de su lengua, grité de voluptuosidad. Al colocarse sobre mi cuerpo preparado para la consumación,  un rapto de pánico me hizo gimotear:
-Lorenzo… Yo no he…
-Lo sé, mi amor. Lo sé… -murmuró en mi oído.- Dejame guiarte… Relajate… Así… -sus dedos acariciaron el punto más sensible de mi clítoris incitando a mis piernas a separarse para consentir la penetración. Se incorporó a medias y abrió el cajón de la mesa de luz. Palpó su contenido y exhaló un gemido de impotencia:
-¡Esto no puede estar pasando…!
-¿Qué? -exclamé al borde del frenesí.
-No tengo preservativos… -se lamentó.
-¡No importa! -clamé.- No me dejes así…
-Es una locura, chiquita. Podrías quedar embarazada -dijo con los últimos vestigios de sensatez.
-Correré el riesgo… -murmuré anudando su cadera con mis piernas y atrayendo su miembro hacia el centro de mi hoguera.
Claudicó con un gruñido y se impulsó contenidamente hasta rematar el apareamiento. El dolor inicial me quitó el aliento hasta recuperar la percepción de su cuerpo ocupando el mío y del latido sordo de su pene albergado en mi vientre. La punzada se transformó en un suave ardor que rápidamente se transmitió a la zona de acoplamiento. Él se quedó inmóvil, con los brazos cruzados sobre mi dorso, sus labios resbalando desde mi cuello hasta mi oído musitando palabras que yo no oía concentrada en la creciente palpitación de mis entrañas. Moví mi cadera apremiada por alcanzar el éxtasis que presentía pero Lorenzo me sujetó:
-No cariño… No te muevas todavía o no podré contenerme. Quiero que goces igual que yo, que quieras sentirme dentro tuyo dándote placer… Te amo, Luci, y necesito que me ames -demandó con exaltación.
Yo sólo era conciente de que sin él me consumiría en mi fuego interior, de modo que obedecí con un quejido lastimero que mi amante acalló con un beso prolongado.
-Lorenzo… -supliqué desfallecida.- ¡Me estoy abrasando…!
Entonces él se hundió en mí cada vez más profundamente hasta que me precipité, con un grito, en una espiral de contracciones. Observó mi expresión al momento de la descarga hasta que su propio orgasmo lo abatió. Su bronca exclamación se mezcló con mis jadeos de placer que poco a poco se fueron aquietando como las convulsiones de nuestros cuerpos. No queríamos separarnos y nos miramos embobados por la experiencia compartida. Lorenzo bajó la cabeza y dejó un tierno beso en la punta de mi nariz.
-Criatura preciosa -dijo- me hiciste perder la moderación. Yo esperaba conquistarte antes de que terminaran tus vacaciones -rió.
Me acurruqué contra él y susurré en su oreja:
-Si estás arrepentido, volvamos atrás.
-¿Media hora atrás? ¡Volvamos! -aceptó burlón.
-Tres horas atrás… descarado -dije mohína.
-A ver… -calculó y contuvo mi intento de alejarme.- También -aprobó.- Me estabas proponiendo venir a mi casa… -me atenazó entre sus brazos y desgranó en mi oído:- ¿Cómo arrepentirme de haber entrado al paraíso? -Sus labios deambulaban por todo mi rostro y cuando besó la comisura de mi boca me arrancó una sonrisa. Me miró enternecido y recapituló:- Me enamoré de vos apenas te ví el primer amanecer. Cuando te encontré con Eugenia estaba planeando cómo localizarte. Y cuando te tuve en mis brazos por un fugaz momento supe que estaban hechos para encerrarte.
Lo miré embelesada y le eché los brazos al cuello. Abrió mis labios con suavidad y exploró con lentitud el interior de mi boca. Al rodar sobre la cama reparé en un rastro de sangre sobre la sábana.
-¡Lorenzo! Te eché a perder la sábana -dije sofocada.
-No hay cuidado, mi amor. Enseguida la cambio.- Me besó en la frente y me propuso:- ¿Querés darte una ducha mientras tanto?
Asentí y me levanté. Me indicó dónde estaba el baño. Abrí el grifo de agua caliente e inspeccioné mi nuevo cuerpo. Entre mis muslos se deslizaba suavemente el semen de mi amado y unas estrías rojas de mi extinto himen. Había empezado a enjabonarme cuando apareció Lorenzo y se metió bajo la ducha.
-¿Te duele? -preguntó afligido.
-Ya no -sonreí mientras aceptaba el cuidadoso toque de su mano en la sensible zona de mi entrepierna.
Me limpió con dulzura y pasó jabón por todo mi cuerpo que estaba despertando del relax post amoroso. Mientras yo me enjuagaba él terminó de bañarse. Se cubrió con un albornoz y me dio un toallón grande. Enrollé mi pelo en otra toalla y pasamos a la sala. Ocupamos el sillón del balcón y comí con ganas los dulces que puso sobre la mesa. El sonido de las olas golpeando las rocas parecía haberse intensificado. Lorenzo me mantenía apretada contra su flanco y por momentos se volvía a besarme y repetirme cuánto me amaba.
-¿Por qué sabías que era mi primera vez? -reaccioné tardíamente.
-Porque Eugenia me advirtió que sólo me acercara a vos si estaba seguro de quererte. No deseaba que tu primera experiencia amorosa te desilusionara. Con lo cual -dijo besando mi cabeza- me produjo una conmoción que podría haber terminado en impotencia.
-Te lo tenías merecido por haber hablado con mi abuela a mis espaldas. ¿Cómo se atrevió a revelarte cosas tan íntimas? -exclamé indignada.
-Porque te quiere bien y estaba segura de que yo te amaba. -Me giró hacia él:- Vamos, corazón, Eugenia no se merece tu enojo. Sos su más preciado tesoro. -Miró mi boca fruncida y la desarrugó a besos.- ¿Cumplí con su demanda? -murmuró apasionado.
-No me acuerdo… -suspiré contra su pecho. Escuché su risa grave mientras me levantaba en brazos y me llevaba al dormitorio.
Me quitó el toallón y se desprendió de su bata. Me bastó mirarlo para comprender que estaba preparado para otro avance amoroso. Reconoció como un experto mis zonas erógenas hasta hacerme gritar de excitación. Quería ser templada por el prodigioso instrumento de placer que arrancaba los más excelsos acordes de mi cuerpo. Entró en mí con la profundidad y el arrebato que había refrenado en el primer encuentro. Su discurso enronquecido por la pasión desbordó los límites de mi contención y me convulsioné contra él hasta alcanzar la cumbre del éxtasis. Lorenzo emitió un gemido gutural mientras aumentada la frecuencia de sus movimientos que culminaron en una onda de espasmos absorbida por mis pulsaciones finales. Cerré los ojos abrumada de goce y escuchando su respiración agitada que poco a poco se fue aquietando. Encerrada entre sus brazos, arrullada por sus besos y palabras amorosas, me dormí hasta el amanecer. Mis párpados se levantaron con pereza encandilados por los primeros rayos de sol. Me incorporé y alcancé el toallón que estaba al costado de la cama, me envolví en él y salí en silencio para no turbar su descanso.

domingo, 20 de noviembre de 2011

AGENCIA DE ACOMPAÑANTES - 25


Romina, para sorpresa de Sandra, tocó timbre a las cinco de la tarde. Apenas entraron al departamento le dijo:
-¡Sentate! ¡Te tengo una noticia sensacional! -y sin darle tiempo a preguntar:- ¡Estamos invitadas a una fiesta de la gran puta!
Sandra la miró divertida. Romi no acostumbraba a utilizar un lenguaje procaz, pero entendió que en este caso enfatizaba el carácter de la fiesta. No pudo interrogarla porque continuó:
-¡Es en Arancibia! La dueña del campo cumple años y dedica este fin de semana largo para festejar con amigos y parientes.
-¿Y yo qué tengo que ver si no entro en ninguna de esas categorías? -aprovechó para preguntar mientras Romina tomaba aire.
Aleccionada por su padre, contestó:
-Es que papá te considera como parte de la familia y pensó que te gustaría participar con nosotros de este evento. ¡Quiero que vengas, por favor! ¡Decí que sí! -exclamó Romi con exaltación.
-¡Bueno! Si me lo pedís así… ¿Pero no sería mejor que vaya Mike? -adujo con una sonrisa.
-¡También va! ¡Serán cuatro días espectaculares!
-¿Cuatro días? -repitió su amiga sobresaltada.- ¿Y adónde pararemos?
-En la estancia de Leonor que tiene como veinte habitaciones. Tendremos que llevar algún vestido de fiesta para el sábado. No sabés cuánto perseguí a Lucho para que me llevara a conocer la mansión, pero nunca me dio bola. Claro, como sólo soy su hermana… -se quejó.
-No rezongues. Que ahora tenés la oportunidad de conocerla. ¿Vestido de fiesta, dijiste? -Sandra se había quedado colgada del comentario anterior.- Mi ropa es de carácter informal…
-Mañana te acompaño a comprar algo al Portal -ofreció Romi. Su mirada se detuvo en el anillo y la pulsera que la dueña de casa había dejado sobre la mesa:- Qué pulsera rara… -dijo investigándola.
Sandra largó la risa y le refirió el aporte de Lucho.
-Bueno, bueno… Si se trata de protegerte no escatima ingenio -afirmó Romina.
-Me lo dio a mí porque me encargué del primer trabajo -aclaró su amiga.- Es para todas las que lo quieran usar -puntualizó.
-¿Y cómo te fue con el primer trabajo? -preguntó Romi haciendo caso omiso a las justificaciones de Sandra.
Ella suspiró. No podía ocultarle a su amiga las desventuras sufridas. La puso al tanto de la advertencia de Luciano, de su incredulidad, de las farsas de los mellizos y de cómo había recurrido a la ayuda de su hermano. Romina la escuchó con expresión neutra. Cuando terminó el relato, Sandra le dijo con estoicismo:
-Podés reírte todo lo quieras.
-No me voy a reír. Pero quiero que me contestes una pregunta que involucra a dos personas que amo sin pensar en que quiero inmiscuirme en tu vida -hizo una pausa hasta que su amiga hizo un gesto de aceptación:- ¿Vos sentís algo por Lucho?
Sandra reconoció en el rostro ansioso de Romina un interés desprovisto de cualquier otro sentimiento que no fuera el afecto. Podía sincerarse con su amiga:
-Me gusta, Romi. Y lo paso bien cuando estamos juntos. Pero me asusta la posibilidad de un fracaso más. ¡Y no con él, que es el hermano de mi mejor amiga! -dijo con pasión.
Romina la estrechó contra ella y declaró:
-¡Nunca! ¿Entendés? Nunca habrá malentendidos entre nosotras. Yo sería la mujer más dichosa del mundo si Lucho y vos formaran pareja, pero mis sentimientos no son más que una aspiración de deseo. Pero si en algo te atrae, me juego entera por mi hermano. Y no te voy a decir más, porque me basta con saber que no te es indiferente.
Permanecieron abrazadas hasta que Sandra la empujó con una risa.
-Soltame. Que si Mike nos ve pensará que somos tortis. Ayudame a preparar el mate.
Romina se sentía eufórica. Estaba convencida de que Lucho aventaría los fantasmas de la frustración que perseguían a su amiga y ahora, que tenía la custodia de sus declaraciones, se prometió guardar lealtad a los confidentes. En cuanto terminaron de acomodar la mesa del comedor, sonó el timbre. Sandra bajó y volvió a poco con el resto de las socias. Se saludaron alegremente y se sentaron esperando escuchar las novedades. Liliana se hizo cargo de la mateada mientras la dueña de casa, sin entrar en detalles, refería su primer trabajo, la contribución de Lucho a la seguridad y el anuncio de la segunda contratación.
-¿Quién se hará cargo? -finalizó.
-¿Cuántos años tiene el tal Jorge? -preguntó Abril.
-Como ochenta -contestó Sandra.
-¿Es soltero y sin compromisos? -insistió su socia.
-¿No pensarás…? -exclamó Margarita con cara de asco.
-Si lo es, yo tomo el trabajo -la miró a Sandra esperando la respuesta.
-Es viudo y creo que no anda noviando con nadie -le contestó.- Creo que será un buen partido para vos. En la primera estira la pata y te quedás con todos sus bienes.
-¡Aj! -expectoró Margarita.- ¿Cómo le podés proponer esa inmundicia?
-¿Y qué? Abril busca una rápida y suculenta salida a su situación financiera. Y Jorge puede ser su oportunidad -declaró con seriedad y después, sin poder contenerse, lanzó una carcajada.
El resto de las amigas, salvo Abril, la miraron con alivio.
-Desaceleren, chicas -dijo la contadora- que la idea de Sandra no es tan chocante. ¿Acaso Chaplin no tenía ochenta años cuando se casó con una mujer que podía ser su nieta?
-Sí, pero era un genio -aclaró Liliana.
-Yo no busco la genialidad, precisamente. Así que arreglado si ninguna se opone.
Le contestaron a coro su consentimiento en medio de bromas disparatadas a las que Abril no se dignó contestar. Margarita las participó de una posible clienta madre de un alumno de Coronda que deseaba conocer los centros de compra de Rosario. Las jóvenes se sentían entusiasmadas por el regular avance de su negocio. Sandra propuso que los primeros ingresos fueran depositados en una cuenta de ahorros y todas decidieron que estuviera a nombre suyo y de Romina por ser las artífices del proyecto. A las nueve se despidieron llevándose Abril las señas para contactarse con Miguel.