jueves, 10 de noviembre de 2011

AGENCIA DE ACOMPAÑANTES - 22


Los gemelos salieron de estampida rumbo a la sala.
-¿Así pensás domesticar a tus hijos? -preguntó Sandra risueña.
-Los nuestros serán bien educados -contestó él con desenfado. Y al ver el gesto de protesta de la joven se apresuró a aclarar:- ¡Era una broma!
-Parece que las bromas están al orden del día. ¿Cómo llegaste tan rápido y por qué mencionaste a Boni y Clyde?
-A lo primero, te tenía ubicada y estacioné cerca. A lo segundo, son dos póneys que les regalé para el último cumpleaños. Los adoran y es el arma más efectiva para coaccionarlos -sonrió e hizo un gesto de disculpa.- ¿Qué querés? Dentro de poco las amenazas de poco servirán con estos delincuentes. Pero ahora contame qué te hicieron.
-Me da vergüenza -declaró con un mohín.- Y más, que haya tenido que pedirte auxilio.
-No a mí, chiquita -dijo él con voz tierna.- Te lo quise evitar.
Sandra rehuyó la mirada del hombre que le provocaba una suerte de desamparo que buscaba la fortaleza viril. Las expresiones cariñosas de Luciano eran cada vez más explícitas y hasta encontraba natural que les hubiera dicho a los chicos que era su novia, o las veces que la había llamado “querida”, o esa chanza de los hijos comunes. De lo que era conciente era de la frecuencia de los encuentros y de que esa contingencia no le disgustaba. Tomó aire y le relató escuetamente desde que los recibió en la estación hasta el episodio de la araña.
-¡Es el único bicho que me espanta! -declaró.- Como si lo hubiesen sabido…
-Al noventa por ciento de las personas les impresiona -la consoló.- ¿Lo olvidamos con un café y un trozo de torta?
-¡Ahora sí que tengo hambre! -aceptó.- Quiero una porción de la torta más repugnante que haya.
Luciano rió y llamó a la camarera. Poco después Sandra se deleitaba con un pastel de mouse de chocolate y él, mirándola comer. A pesar de las desventuras sufridas por la chica se congratulaba por los salvajes mellizos que les habían permitido reunirse. Retomaron las confidencias del mediodía y, como entonces, la joven consultó el reloj.
-Son casi las siete -dijo.- ¿No convendría ir a buscarlos?
-Quedate tranquila. Estos trastornados van a volver, ya sea por los póneys o por la madre, que es más trastornada que ellos.
Como si los hubieran invocado, vieron correr los mellizos hacia ellos. Tenían aspecto alborozado y cada uno agitaba el rollo de un afiche gigante. Se sentaron y contaron sin solución de continuidad:
-¡La peli fue súper!
-¡Nos dieron un póster a cada uno!
-¡Yo lo voy a poner en la puerta del placar!
-¡Y yo en la puerta del dormitorio!
-¡Los cagamos a los de Santo Domingo!
Lucho consideró oportuno intervenir:
-¡Eh, muchachito! Que hay una dama presente.
-Quise decir que les ganamos a todos los compañeros de la escuela porque ninguno consiguió invitación -rectificó Diego.
-Es hora de ir a buscar a su mamá -dijo Sandra.- ¿Quieren tomar algo antes de salir?
-No. Compramos pororó y coca en el cine -informó Bruno. Y agregó con seriedad:- Con Diego queríamos disculparnos por las bromas. Fuiste buena al dejarnos ver la peli. Cuando volvamos a Rosario le diremos a mami que te vuelva a contratar -la miró esperanzado.- Y prometemos portarnos bien -enfatizó buscando una respuesta positiva.
Luciano se pasó la mano por la boca para ocultar una sonrisa. Esperó la contestación de la muchacha que reaccionó a su gesto con una mirada de reconvención. Después se dirigió a los hermanos:
-Tengo que reconocer que me han matado de susto, así que me deben un buen descanso con sus bromas. Si vuelven a Rosario no es fijo que yo los acompañe, porque trabajo en una agencia que tiene varios empleados. Pero seguramente estarán conformes con cualquiera -aclaró pensando que se los endosaría a alguna de sus socias.
-¡Vamos a pedir que seas vos! -aseguró Diego con fervor.
-Bueno -aceptó ella- se verá en su momento. Y ahora partamos. -Se levantó de la mesa y le dijo a Luciano que la había imitado:- Gracias, Lucho. Te debo varias me temo.
Él la traspasó con la mirada al tiempo que se inclinaba hacia ella susurrando:
-Los melli están esperando una despedida de novios…
Sandra comprobó que el hombre no le mentía. Bruno y Diego estaban pendientes de ellos. ¿Qué hacer?, se preguntó. Sostener la farsa conducía a un beso; evitarlo, implicaba desmentir la declaración de Lucho. ¿La seguirían respetando en tal caso? ¿Qué era menos peligroso? Aún debía cargarlos en su auto, ir a buscar a la madre y trasladarlos a la Terminal. Este pensamiento la decidió. Levantó la cabeza y presentó su perfil balbuceando:
-Está bien. Pero sólo un beso de mentira.

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