Los gemelos
salieron de estampida rumbo a la sala.
-¿Así pensás
domesticar a tus hijos? -preguntó Sandra risueña.
-Los nuestros
serán bien educados -contestó él con desenfado. Y al ver el gesto de protesta
de la joven se apresuró a aclarar:- ¡Era una broma!
-Parece que las
bromas están al orden del día. ¿Cómo llegaste tan rápido y por qué mencionaste
a Boni y Clyde?
-A lo primero, te
tenía ubicada y estacioné cerca. A lo segundo, son dos póneys que les regalé
para el último cumpleaños. Los adoran y es el arma más efectiva para
coaccionarlos -sonrió e hizo un gesto de disculpa.- ¿Qué querés? Dentro de poco
las amenazas de poco servirán con estos delincuentes. Pero ahora contame qué te
hicieron.
-Me da vergüenza
-declaró con un mohín.- Y más, que haya tenido que pedirte auxilio.
-No a mí,
chiquita -dijo él con voz tierna.- Te lo quise evitar.
Sandra rehuyó la
mirada del hombre que le provocaba una suerte de desamparo que buscaba la
fortaleza viril. Las expresiones cariñosas de Luciano eran cada vez más
explícitas y hasta encontraba natural que les hubiera dicho a los chicos que
era su novia, o las veces que la había llamado “querida”, o esa chanza de los
hijos comunes. De lo que era conciente era de la frecuencia de los encuentros y
de que esa contingencia no le disgustaba. Tomó aire y le relató escuetamente
desde que los recibió en la estación hasta el episodio de la araña.
-¡Es el único
bicho que me espanta! -declaró.- Como si lo hubiesen sabido…
-Al noventa por
ciento de las personas les impresiona -la consoló.- ¿Lo olvidamos con un café y
un trozo de torta?
-¡Ahora sí que
tengo hambre! -aceptó.- Quiero una porción de la torta más repugnante que haya.
Luciano rió y
llamó a la camarera. Poco después Sandra se deleitaba con un pastel de mouse de
chocolate y él, mirándola comer. A pesar de las desventuras sufridas por la
chica se congratulaba por los salvajes mellizos que les habían permitido
reunirse. Retomaron las confidencias del mediodía y, como entonces, la joven
consultó el reloj.
-Son casi las
siete -dijo.- ¿No convendría ir a buscarlos?
-Quedate
tranquila. Estos trastornados van a volver, ya sea por los póneys o por la
madre, que es más trastornada que ellos.
Como si los
hubieran invocado, vieron correr los mellizos hacia ellos. Tenían aspecto
alborozado y cada uno agitaba el rollo de un afiche gigante. Se sentaron y
contaron sin solución de continuidad:
-¡La peli fue
súper!
-¡Nos dieron un
póster a cada uno!
-¡Yo lo voy a
poner en la puerta del placar!
-¡Y yo en la
puerta del dormitorio!
-¡Los cagamos a
los de Santo Domingo!
Lucho consideró
oportuno intervenir:
-¡Eh, muchachito!
Que hay una dama presente.
-Quise decir que
les ganamos a todos los compañeros de la escuela porque ninguno consiguió
invitación -rectificó Diego.
-Es hora de ir a
buscar a su mamá -dijo Sandra.- ¿Quieren tomar algo antes de salir?
-No. Compramos
pororó y coca en el cine -informó Bruno. Y agregó con seriedad:- Con Diego
queríamos disculparnos por las bromas. Fuiste buena al dejarnos ver la peli.
Cuando volvamos a Rosario le diremos a mami que te vuelva a contratar -la miró
esperanzado.- Y prometemos portarnos bien -enfatizó buscando una respuesta
positiva.
Luciano se pasó la
mano por la boca para ocultar una sonrisa. Esperó la contestación de la
muchacha que reaccionó a su gesto con una mirada de reconvención. Después se
dirigió a los hermanos:
-Tengo que
reconocer que me han matado de susto, así que me deben un buen descanso con sus
bromas. Si vuelven a Rosario no es fijo que yo los acompañe, porque trabajo en
una agencia que tiene varios empleados. Pero seguramente estarán conformes con
cualquiera -aclaró pensando que se los endosaría a alguna de sus socias.
-¡Vamos a pedir
que seas vos! -aseguró Diego con fervor.
-Bueno -aceptó
ella- se verá en su momento. Y ahora partamos. -Se levantó de la mesa y le dijo
a Luciano que la había imitado:- Gracias, Lucho. Te debo varias me temo.
Él la traspasó
con la mirada al tiempo que se inclinaba hacia ella susurrando:
-Los melli están
esperando una despedida de novios…
Sandra comprobó
que el hombre no le mentía. Bruno y Diego estaban pendientes de ellos. ¿Qué
hacer?, se preguntó. Sostener la farsa conducía a un beso; evitarlo, implicaba
desmentir la declaración de Lucho. ¿La seguirían respetando en tal caso? ¿Qué
era menos peligroso? Aún debía cargarlos en su auto, ir a buscar a la madre y
trasladarlos a la Terminal. Este
pensamiento la decidió. Levantó la cabeza y presentó su perfil balbuceando:
-Está bien. Pero
sólo un beso de mentira.
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