domingo, 27 de noviembre de 2011

ENTRE CAPÍTULOS - Relatos breves


AMANECERES - 5 (final)
Mi piel se erizó al contacto de la fresca brisa marina y, antes de que pudiera extrañar a mi conquistador, su cálido cuerpo me abrigó del frío.
-Buen día, mi amor -susurró en mi oreja.- ¿De modo que pensabas contemplar este amanecer especial sin mí?
Giré entre sus brazos para recibir un beso interminable y cuando pude respirar me justifiqué:
-No quería despertarte…
Nos sonreímos y nos sentamos en el sillón del balcón. Cuando el sol se alzó sobre el horizonte rozó mi sien con los labios:
-¿Qué hacemos ahora, mi pequeña demoledora?
-Desayunar -dije.- Me muero de hambre.
-No me refería a eso. ¿Qué hacemos de ahora en más? -reiteró enmarcando mi rostro entre sus manos.
Me inquietó su mirada trascendente tan distinta a la apasionada de la noche anterior. Entendí que hablaba acerca de los dos; de lo pasado, el presente y el porvenir. Yo tenía claramente definido mi futuro adonde él no estaba siquiera intuido. Aparté los ojos y me apoyé contra su hombro.
-No quiero presionarte, Luci, pero yo sueño con que no te vayas y tenerte en mi casa. Que seas mi mujer no tiene por qué cambiar tus proyectos; al contrario, seré tu mejor aliado -afirmó con seriedad.
-¿Tu mujer? -balbucí sobresaltada por el alcance de su propuesta.
-¡Sí! ¡Mi mujer! ¡Mía! -se exaltó y me abrazó con ferocidad.- No quiero tenerte de vez en cuando sino todas las noches de mi vida, para hacerte el amor, para verte a mi lado, para sentirme completo.
Enterré mi cabeza en su pecho tumultuoso confundida por mis sentimientos contradictorios. Lo amaba, pero la convivencia con un hombre estaba tan lejana en mi mente joven, aún no preparada para romper con los lazos originarios, que me llené de angustia y rompí en sollozos ante su consternación.
-¡Luci! ¡No, nena! ¡No llores, mi amor! No me hagas sentir un cretino… Decime qué te ofendió.
Cuando mi llanto se calmó, le dije con voz temblona:
-No estoy ofendida, estoy asustada.
-¿De mí? -exclamó afligido.- Si mi único deseo es hacerte feliz.- Besó mis párpados y mi rostro inflamado.- Contame que te asusta.
-Irme de casa. No terminar el secundario. No graduarme en leyes. -Las palabras se disparaban sin solución de continuidad.- No ser la mujer que buscás… -terminé casi sin voz.
Me separó apenas para que leyera en su mirada tierna  y su rostro solemne la autenticidad de su declaración:
-Lo que vivimos anoche es excepcional, y lo es, porque nos amamos. Tal vez tendría que haber interpretado tu falta de experiencia y tus cortos años, pero me dejé arrastrar por lo que me inspirás. No voy a forzarte a tomar ninguna decisión extemporánea porque puedo esperar el tiempo que precisés. Cuando estés lista, me encontrarás donde me busques.
El alegato de Lorenzo obró como un haz sobre mi conciencia revelando la esencia de mi femineidad. Quería alcanzar los objetivos elegidos pero por sobre todo lo quería a él. La mujer que le devolvió la mirada no dudaba de los sentimientos que nos habían impulsado a recrear la infinita unión de la especie. Me reí liberada de falsas creencias y le eché los brazos al cuello. Él sonrió entre alegre y sorprendido pero no dudó en besarme. Después preguntó esperanzado:
-¿Ésto significa que me aceptás?
-Esto significa que te quiero y que te prohíbo que vuelvas a insinuar mi corta edad o falta de experiencia -dije enfadada.
-¡Te lo prometo! -respondió con una carcajada.- Y ahora nos vamos a ocupar de tu hambre, ¿eh?
-Primero voy a llamar a Betiana. Buscaremos una excusa para no preocupar a mis padres por mi ausencia. -Tomé el celular rogando que mi hermana lo escuchara.
-¡Hola, cachirula! ¿Qué tal el intercambio de microbios? -preguntó eufórica.
-¡Sublime! -le dije mirándolo a Lorenzo.
-Sos una desfachatada. Pero les hice un favor. Pa, ma y Abu están informados que después de bailar se iban a ver amanecer y después a desayunar. Eso sí, para sostener este embuste les dije que vendrían a almorzar. ¿Qué tal?
-Te debo una, hermana -exclamé aliviada.
-Ya sabés como retribuirme -me recordó.
-No me olvido. Nos vemos al mediodía -saludé riendo.
-¿Todo arreglado? -indagó Lorenzo.
Le conté la iniciativa de Betiana y esbozó una sonrisa dudosa.
-Es una explicación políticamente correcta, pero no creo que tus padres ni Eugenia se la traguen. ¿Te importa?
-No si vos estás conmigo -dije confiada.
-Siempre -aseguró ratificando lo dicho con un beso.- Vamos a vestirnos para salir a desayunar.
Nos duchamos y media hora después dejábamos el departamento. Una ausencia me hizo preguntar:
-¿Y Otto?
-Se lo dejé a papá por el fin de semana.
Me sonreí. ¿Significaba que había pensado en algún momento traerme a su casa? Se lo pregunté:
-¿Creíste que me iba a molestar?
Lorenzo me abrazó y antes de darme un beso dijo:
-Chica lista, sí. Aunque no lo tenía planeado para tan pronto, eran tantas las ganas de tenerte conmigo que me dejé llevar por mi delirio y quise que nada interfiriera.
La puerta del ascensor se abrió mientras nos estábamos besando. Hubo un carraspeo seguido de un saludo:
-Buen día, Lorenzo -dijo una voz cordial.
Nos separamos y quedamos frente a un hombre maduro de aspecto bonachón que nos sonreía desde el interior del elevador.
-¡Hola, doctor! -contestó Lorenzo con una sonrisa.- Luci, te presento al doctor Ramírez; doctor, ella es mi novia Luci.
Me estiró la mano con gesto afable y opinó mientras la estrechaba:
-Estoy encantado de conocerte, Luci. No sé de dónde te ha sacado este muchacho, pero debo reconocer que ha hecho un buen trabajo.
-Es la nieta de Eugenia, doc. Y la he acaparado antes de que otro se me adelante -afirmó Lorenzo pasando el brazo sobre mi hombro.
-Sabía que eras avispado -rió el hombre mientras entrábamos al ascensor.
Charlamos con él y nos despedimos en la planta baja. Caminamos por la arena hasta la confitería, desayunamos, y a las once le pedí que fuéramos a casa de la abuela. Quería verla a ella a solas, porque sabía que mi familia estaría en la playa hasta el mediodía. Estaba sentada en su mecedora de la galería y nos recibió con alegría. Le dimos un beso y ella le pidió a Lorenzo que trajera vasos y un refresco de la cocina.
-Abu -le dije ni bien quedamos las dos- estoy enamorada y he participado del mejor intercambio de microbios que pudiera soñar.
Eugenia se rió con ganas y me abrazó fuerte. Me acarició la cabeza y me preguntó:
-¿Es Lorenzo el hombre que esperabas?
-Es el hombre que quiero, el que me hizo vivir una experiencia insospechada y con el que puedo compartir mucho más que un momento de pasión -dije con arrebato.
La aparición del nombrado suspendió la confidencia. Colocó la bandeja sobre la mesita y sirvió una copa para cada uno. Se sentó a mi lado, me atrajo contra él y apoyó sus labios contra mi frente.
-Veo que has avanzado con mi nieta -señaló la abuela.- ¿Qué intenciones tenés con ella?
-¡Abu! -exclamé molesta.
-Shh… -me acalló Lorenzo.- Las mejores para los dos, Eugenia. Quiero que sea mi mujer y que no se vaya de Cangrejales.
-¿Ella está de acuerdo? -continuó con la interpelación.
-¿Estás de acuerdo? -preguntó él tomándome de la barbilla para mirarme a los ojos.
Sonreí y busqué su boca para sellar mi consentimiento. Cuando nos separamos Abu nos miraba complacida, mis padres perplejos, y Betiana burlona. Lorenzo se hizo cargo de las explicaciones y, antes de que nos sentáramos a compartir el almuerzo, mi familia empezó a digerir la contingencia de que la más pequeña abandonara el nido.
El sol está tibio esta mañana de mayo. Estoy sentada en la silla de Abu cumpliendo el reposo impuesto por el médico. El riesgo lo tomé yo y no me quejo; mejor dicho, no nos quejamos. Vislumbro el rostro de Lorenzo flotando sobre el mío antes de que se aproxime con un beso. Da la vuelta a la mecedora y se acomoda a mis pies. Me acaricia el vientre redondeado y pregunta con una sonrisa:
-¿Cómo están mis amores?
-Esperando la orden de Ramírez para pasear por la playa -contesto acariciando su mejilla.
Él atrapa mi mano y la lleva a sus labios. Después nos quedamos en silencio contemplando las olas que mansamente rozan la arena.
Nos casamos en marzo y de inmediato tuve una pérdida que puso en riesgo la gestación. De modo que me indicaron inmovilidad para consolidar mi preñez. Nos instalamos en casa de Eugenia para que no estuviera sola cuando Lorenzo se ausentaba por el trabajo. Yo estoy preparando mi último año libre con la ilusión de concurrir el próximo a la Facultad. Betiana nos visita con frecuencia y es mi mejor colaboradora para el estudio. Está muy cambiada desde que conoció al ingeniero que trabaja en el frigorífico de mi suegro, y espero que su relación prospere y se instale en Cangrejales. Lorenzo vendió el departamento y compró la casa lindera con la de Abu. Ahora la están arreglando y aguardamos a que esté pronta para recibir al bebé. Miro al hombre al que acepté unir mi vida y siento que mi existencia no tiene fronteras.

2 comentarios:

una virgo lunática dijo...

Hola Carmen, me ha gustado mucho tu relato, una bella historia con un final feliz.

Saludos desde España.

Carmen dijo...

Querida Rosa: es una maravillosa sorpresa tu comentario y huelga decir cuánto me alegro de que estés por aquí. Te mando un fortísimo abrazo y todo mi cariño.