AMANECERES - 5 (final)
Mi piel se erizó al contacto de la fresca brisa
marina y, antes de que pudiera extrañar a mi conquistador, su cálido cuerpo me
abrigó del frío.
-Buen día, mi amor -susurró en mi oreja.- ¿De
modo que pensabas contemplar este amanecer especial sin mí?
Giré entre sus brazos para recibir un beso
interminable y cuando pude respirar me justifiqué:
-No quería despertarte…
Nos sonreímos y nos sentamos en el sillón del
balcón. Cuando el sol se alzó sobre el horizonte rozó mi sien con los labios:
-¿Qué hacemos ahora, mi pequeña demoledora?
-Desayunar -dije.- Me muero de hambre.
-No me refería a eso. ¿Qué hacemos de ahora en
más? -reiteró enmarcando mi rostro entre sus manos.
Me inquietó su mirada trascendente tan distinta
a la apasionada de la noche anterior. Entendí que hablaba acerca de los dos; de
lo pasado, el presente y el porvenir. Yo tenía claramente definido mi futuro
adonde él no estaba siquiera intuido. Aparté los ojos y me apoyé contra su
hombro.
-No quiero presionarte, Luci, pero yo sueño con
que no te vayas y tenerte en mi casa. Que seas mi mujer no tiene por qué
cambiar tus proyectos; al contrario, seré tu mejor aliado -afirmó con seriedad.
-¿Tu mujer? -balbucí sobresaltada por el
alcance de su propuesta.
-¡Sí! ¡Mi mujer! ¡Mía! -se exaltó y me abrazó
con ferocidad.- No quiero tenerte de vez en cuando sino todas las noches de mi
vida, para hacerte el amor, para verte a mi lado, para sentirme completo.
Enterré mi cabeza en su pecho tumultuoso
confundida por mis sentimientos contradictorios. Lo amaba, pero la convivencia
con un hombre estaba tan lejana en mi mente joven, aún no preparada para romper
con los lazos originarios, que me llené de angustia y rompí en sollozos ante su
consternación.
-¡Luci! ¡No, nena! ¡No llores, mi amor! No me hagas
sentir un cretino… Decime qué te ofendió.
Cuando mi llanto se calmó, le dije con voz
temblona:
-No estoy ofendida, estoy asustada.
-¿De mí? -exclamó afligido.- Si mi único deseo
es hacerte feliz.- Besó mis párpados y mi rostro inflamado.- Contame que te
asusta.
-Irme de casa. No terminar el secundario. No
graduarme en leyes. -Las palabras se disparaban sin solución de continuidad.-
No ser la mujer que buscás… -terminé casi sin voz.
Me separó apenas para que leyera en su mirada
tierna y su rostro solemne la
autenticidad de su declaración:
-Lo que vivimos anoche es excepcional, y lo es,
porque nos amamos. Tal vez tendría que haber interpretado tu falta de
experiencia y tus cortos años, pero me dejé arrastrar por lo que me inspirás.
No voy a forzarte a tomar ninguna decisión extemporánea porque puedo esperar el
tiempo que precisés. Cuando estés lista, me encontrarás donde me busques.
El alegato de Lorenzo obró como un haz sobre mi
conciencia revelando la esencia de mi femineidad. Quería alcanzar los objetivos
elegidos pero por sobre todo lo quería a él. La mujer que le devolvió la mirada
no dudaba de los sentimientos que nos habían impulsado a recrear la infinita
unión de la especie. Me reí liberada de falsas creencias y le eché los brazos
al cuello. Él sonrió entre alegre y sorprendido pero no dudó en besarme.
Después preguntó esperanzado:
-¿Ésto significa que me aceptás?
-Esto significa que te quiero y que te prohíbo
que vuelvas a insinuar mi corta edad o falta de experiencia -dije enfadada.
-¡Te lo prometo! -respondió con una carcajada.-
Y ahora nos vamos a ocupar de tu hambre, ¿eh?
-Primero voy a llamar a Betiana. Buscaremos una
excusa para no preocupar a mis padres por mi ausencia. -Tomé el celular rogando
que mi hermana lo escuchara.
-¡Hola, cachirula! ¿Qué tal el intercambio de
microbios? -preguntó eufórica.
-¡Sublime! -le dije mirándolo a Lorenzo.
-Sos una desfachatada. Pero les hice un favor.
Pa, ma y Abu están informados que después de bailar se iban a ver amanecer y
después a desayunar. Eso sí, para sostener este embuste les dije que vendrían a
almorzar. ¿Qué tal?
-Te debo una, hermana -exclamé aliviada.
-Ya sabés como retribuirme -me recordó.
-No me olvido. Nos vemos al mediodía -saludé
riendo.
-¿Todo arreglado? -indagó Lorenzo.
Le conté la iniciativa de Betiana y esbozó una
sonrisa dudosa.
-Es una explicación políticamente correcta,
pero no creo que tus padres ni Eugenia se la traguen. ¿Te importa?
-No si vos estás conmigo -dije confiada.
-Siempre -aseguró ratificando lo dicho con un
beso.- Vamos a vestirnos para salir a desayunar.
Nos duchamos y media hora después dejábamos el
departamento. Una ausencia me hizo preguntar:
-¿Y Otto?
-Se lo dejé a papá por el fin de semana.
Me sonreí. ¿Significaba que había pensado en
algún momento traerme a su casa? Se lo pregunté:
-¿Creíste que me iba a molestar?
Lorenzo me abrazó y antes de darme un beso
dijo:
-Chica lista, sí. Aunque no lo tenía planeado
para tan pronto, eran tantas las ganas de tenerte conmigo que me dejé llevar
por mi delirio y quise que nada interfiriera.
La puerta del ascensor se abrió mientras nos
estábamos besando. Hubo un carraspeo seguido de un saludo:
-Buen día, Lorenzo -dijo una voz cordial.
Nos separamos y quedamos frente a un hombre
maduro de aspecto bonachón que nos sonreía desde el interior del elevador.
-¡Hola, doctor! -contestó Lorenzo con una
sonrisa.- Luci, te presento al doctor Ramírez; doctor, ella es mi novia Luci.
Me estiró la mano con gesto afable y opinó
mientras la estrechaba:
-Estoy encantado de conocerte, Luci. No sé de
dónde te ha sacado este muchacho, pero debo reconocer que ha hecho un buen
trabajo.
-Es la nieta de Eugenia, doc. Y la he acaparado
antes de que otro se me adelante -afirmó Lorenzo pasando el brazo sobre mi
hombro.
-Sabía que eras avispado -rió el hombre mientras
entrábamos al ascensor.
Charlamos con él y nos despedimos en la planta
baja. Caminamos por la arena hasta la confitería, desayunamos, y a las once le
pedí que fuéramos a casa de la abuela. Quería verla a ella a solas, porque
sabía que mi familia estaría en la playa hasta el mediodía. Estaba sentada en
su mecedora de la galería y nos recibió con alegría. Le dimos un beso y ella le
pidió a Lorenzo que trajera vasos y un refresco de la cocina.
-Abu -le dije ni bien quedamos las dos- estoy
enamorada y he participado del mejor intercambio de microbios que pudiera
soñar.
Eugenia se rió con ganas y me abrazó fuerte. Me
acarició la cabeza y me preguntó:
-¿Es Lorenzo el hombre que esperabas?
-Es el hombre que quiero, el que me hizo vivir
una experiencia insospechada y con el que puedo compartir mucho más que un
momento de pasión -dije con arrebato.
La aparición del nombrado suspendió la
confidencia. Colocó la bandeja sobre la mesita y sirvió una copa para cada uno.
Se sentó a mi lado, me atrajo contra él y apoyó sus labios contra mi frente.
-Veo que has avanzado con mi nieta -señaló la abuela.-
¿Qué intenciones tenés con ella?
-¡Abu! -exclamé molesta.
-Shh… -me acalló Lorenzo.- Las mejores para los
dos, Eugenia. Quiero que sea mi mujer y que no se vaya de Cangrejales.
-¿Ella está de acuerdo? -continuó con la interpelación.
-¿Estás de acuerdo? -preguntó él tomándome de
la barbilla para mirarme a los ojos.
Sonreí y busqué su boca para sellar mi consentimiento.
Cuando nos separamos Abu nos miraba complacida, mis padres perplejos, y Betiana
burlona. Lorenzo se hizo cargo de las explicaciones y, antes de que nos
sentáramos a compartir el almuerzo, mi familia empezó a digerir la contingencia
de que la más pequeña abandonara el nido.
El sol está tibio esta mañana de mayo. Estoy
sentada en la silla de Abu cumpliendo el reposo impuesto por el médico. El
riesgo lo tomé yo y no me quejo; mejor dicho, no nos quejamos. Vislumbro el
rostro de Lorenzo flotando sobre el mío antes de que se aproxime con un beso.
Da la vuelta a la mecedora y se acomoda a mis pies. Me acaricia el vientre
redondeado y pregunta con una sonrisa:
-¿Cómo están mis amores?
-Esperando la orden de Ramírez para pasear por
la playa -contesto acariciando su mejilla.
Él atrapa mi mano y la lleva a sus labios. Después
nos quedamos en silencio contemplando las olas que mansamente rozan la arena.
Nos casamos en marzo y de inmediato tuve una
pérdida que puso en riesgo la gestación. De modo que me indicaron inmovilidad
para consolidar mi preñez. Nos instalamos en casa de Eugenia para que no
estuviera sola cuando Lorenzo se ausentaba por el trabajo. Yo estoy preparando
mi último año libre con la ilusión de concurrir el próximo a la Facultad. Betiana
nos visita con frecuencia y es mi mejor colaboradora para el estudio. Está muy
cambiada desde que conoció al ingeniero que trabaja en el frigorífico de mi
suegro, y espero que su relación prospere y se instale en Cangrejales. Lorenzo
vendió el departamento y compró la casa lindera con la de Abu. Ahora la están
arreglando y aguardamos a que esté pronta para recibir al bebé. Miro al hombre
al que acepté unir mi vida y siento que mi existencia no tiene fronteras.
2 comentarios:
Hola Carmen, me ha gustado mucho tu relato, una bella historia con un final feliz.
Saludos desde España.
Querida Rosa: es una maravillosa sorpresa tu comentario y huelga decir cuánto me alegro de que estés por aquí. Te mando un fortísimo abrazo y todo mi cariño.
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