-¡Dios mío!
-exclamó la joven tratando de restañar la herida con un puñado de servilletas
mientras algunos curiosos se acercaban a la mesa.
Lo fue limpiando
con delicadeza para no hacerle daño y a medida que enjugaba la sangre escuchó
algunas risitas de los mirones.
-Tiene dos chicos
bromistas, señora -dijo uno.- Se deben haber gastado toda la salsa.
Sandra olió el
tufo dulzón apenas acercó las servilletas a su nariz. Miró indignada a los
mocosos que se reían:
-¿Cómo se
atreven? ¿Y qué le hicieron a ese pobre animal para que saliera corriendo?
-Era un perro
sucio que no tenía por qué estar molestando. Le dí una patada, nomás -dijo uno
de los insensibles monstruitos.
-¿Saben qué?
-explotó la muchacha.- ¡No sé ni me interesa saber el por qué son tan
maleducados, pero están suspendidos! No van a ir al cine.
-¡Mi papá te va a
demandar! -gritó Bruno o Diego.- ¡Pagó las entradas al doble!
-Y ustedes
tendrán doble castigo cuando se entere de su conducta -dijo inflexible.
Mientras los
gemelos cuchicheaban la ganó el desaliento. ¿Por qué se había tropezado con
estas criaturas? No había logrado establecer el mínimo de comunicación. Debía
ser su culpa, su escasa práctica en el trato con niños. Algo pesado y blando
aterrizó en su hombro. Giró la cabeza y no pudo contener el alarido ante la
peor araña que había visto en su vida. Ganada por el pánico no prestó atención
a uno de los mellizos que hurgó en su cartera hasta encontrar las entradas y
las guardó en un bolsillo. Una camarera golpeó con su servilleta al arácnido
para desprenderlo del hombro y después lo pisoteó con saña. Sandra, asqueada,
apartó la vista de la masacre.
-¡Es de goma!
-exclamó la empleada.- ¡Es una araña de silicona!
Los gemelos
exhibían una expresión de triunfo en sus rostros mirando a la joven encargada
de su custodia. Ella se les aproximó con gesto destemplado y ambos corrieron
hacia la escalera que subía hasta la planta alta. Sandra, abatida, se sentó y
buscó el celular.
-Lucho -dijo-.
Vení antes de que electrocute a uno y rocíe con gas pimienta al otro.
-Ya voy -escuchó
su voz transmitiéndole seguridad.- ¿Adónde estás?
-En el patio de
comidas, cerca de la escalera.
El hombre llegó
casi al instante, como si hubiera estado alerta al llamado.
-Salieron
corriendo para la planta alta. Ya no tengo energías para perseguirlos -dijo
ella con un gesto de impotencia.
Luciano estudió
el rostro sombrío de la muchacha y trató de tranquilizarla:
-Recuperate
mientras voy a buscarlos. Después me contás, ¿querés?
La joven asintió.
Con la llegada del hermano de Romi sentía que las cosas se enderezarían. Los
revoltosos miraban desde lo alto al joven que subía hacia ellos. Sandra observó
que les hablaba y se sacaban las gafas de mala gana. Después el trío bajó.
-¿Por qué no nos
dijiste que eras la novia de Lucho? -acusó uno.
Ella no respondió
porque les estaba escrutando los ojos. Uno los tenía negros y el otro celestes.
¡Por eso no se sacaban los anteojos! Era lo único que los distinguía.
-Te presento a
Bruno -dijo el hombre empujando hacia ella al de pupilas oscuras.- Comprenderás
lo obvio de su nombre.
Ella, respaldada
por la presencia masculina, le tendió la mano y sonrió:
-Hola, Bruno.
Encantada de conocerte.
El chico se la
estrechó con seriedad. Después le tocó el turno a Diego que imitó a su hermano.
-Bien -dijo
Lucho.- ¿Cuáles son los planes hasta las siete?
-¡Queremos ver la
peli de Harry y ella no nos deja! -denunciaron a coro.
-Sus razones
tendrá -argumentó Luciano.- ¿Se lo pregunto o me lo dicen ustedes?
-No tiene sentido
del humor -se defendió Bruno.- Le hicimos algunas bromas.
-Del estilo de
ustedes -aseguró el joven.- Como no quiero desautorizar a Sandra, dejaré que
ella tome la decisión final. Querida, ¿creés que se merecen otra oportunidad?
Los chicos la
miraban expectantes. ¡Por fin parecen humanos!, pensó ella al punto de
suscitarle lástima. ¿Pero por qué habían arriesgado un plan que tanto les
interesaba por hacer bromas pesadas? Sin decir una palabra tomó el bolso y
buscó las entradas. Frunció el ceño al no encontrarlas y antes de que rebuscara
en la cartera, Diego se las tendió.
-¡No te tocamos
ninguna otra cosa! -le dijo.- Queríamos las invitaciones.
Sandra se las
pasó a Lucho junto con un billete de cien pesos, e indicó:
-Por mí estará
bien lo que decidas.
Él se enfrentó a
los mellizos y expresó con voz tranquila:
-Van a entrar al
cine, se sentarán para ver la película sin provocar desórdenes mientras Sandra
y yo tomamos un café tranquilos; si no, les daré vuelta el culo de una patada y
adiós a Bonny y Clyde. Aquí los esperamos cuando termine la función.
¿Entendido? -Los mocosos movieron la cabeza afirmativamente y tomaron lo que
les estiraba Lucho.- Y ahora ¡largo! -ordenó.
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