A Sandra la risa
volvió a burbujearle en la garganta y la expelió a riesgo de quedar ahogada.
Lucho la miró y le dijo con voz queda:
-No te rías así
que te ponés demasiado linda…
Ella se tapó la
cara sin poder dominarse hasta que se pudo controlar. El hombre esperó con
paciencia y le dio las instrucciones finales:
-El anillo tiene
un seguro que tenés que deslizar para que funcione. Hay que apuntarlo a la cara
y preferiblemente a los ojos. El botón de la pulsera está al costado. Lo
apretás y expulsa la linterna hacia delante. Basta con que los electrodos se
pongan en contacto con el cuerpo para que se produzca una descarga que lo
atontará. ¿Entendido?
-Ssí… -silabeó
ella pugnando por no reír.
-Espero que nunca
tengas que usarlo, pero llevalos ahora para irte acostumbrando -pidió Luciano.-
Y ahora, muchacha reidora, ¿por qué no vamos a comer juntos antes de que
empieces a trabajar?
-¡De acuerdo!
-aceptó ella sin cuestionamientos.- Me voy a preparar.
Se metió en el
baño para peinar su cabellera y le advirtió a la imagen que le devolvía el
espejo que debía comportarse con decoro. Se puso seria y salió en busca de la
cartera. Al llegar a la calle Lucho ofreció ir en su auto pero ella se rehusó
porque necesitaba disponer del suyo.
-Entonces nos
encontramos en la parrilla de Santa Fe y Cafferata. ¿Te parece bien? -propuso
el hermano de Romi.
Sandra aceptó y
cada cual se dirigió a su coche. Ya instalados en el restaurante, Luciano
abordó el tema que le interesaba:
-¿Qué tal si te
acompaño en esta primera experiencia?
-¿Qué? Ni loca…
Sólo se trata de cuidar dos chicos y si no soy capaz de eso, más vale que
olvide el negocio.
-No son dos
chicos comunes -afirmó el hombre.- Los conozco porque tenemos a cargo el
control y planificación de siembra de los campos de su familia. Suelen ponerse
pesados.
-¡Vamos, Lucho!
Tienen once años…
-Está bien… -hizo
un gesto conciliador.- Pero si me necesitás no tenés más que llamarme, ¿de
acuerdo?
-De acuerdo
-manifestó ella para cerrar la discusión. Después preguntó:- ¿Y vos no trabajás
hoy?
-No. Papá me dio
permiso -sonrió. Observó la parte superior del blusón y formuló en tono
interesado:- ¿Cómo está tu hombro?
-Bien. Hoy me
hicieron una curación y está cicatrizando sin problema. Por cierto agradecele a
tu padre el apoyo a nuestro emprendimiento. Aunque esta noche lo voy a llamar
por teléfono para darle las gracias.
-Se lo diré
-aseguró Lucho, para plantear seguidamente:- Entonces quedamos que si no
aparece otro trabajo este fin de semana me acompañás a Arancibia ¿verdad?
Sandra lo miró
perpleja. Había olvidado la invitación del joven y su aceptación renuente. Sos un verdadero perro de presa, pensó halagada.
Él tenía una manera de sitiarla que no denunciaba sus verdaderas intenciones.
La inofensiva invitación encubría aspiraciones no declaradas que esperaban su
momento para revelarse. Su instinto femenino intuía la peligrosidad de estar a
solas con él, situación que le provocaba una inconfesable atracción. Lo dejaría
librado al azar.
-Ya te dije -le
respondió.- Si no se presenta ningún compromiso.
Luciano asintió
con un gesto de complacencia. Mientras daban cuenta del almuerzo rellenaron los
huecos del tiempo en que no se habían visto. Sandra, sentada frente a una de
las ventanas, vio el arribo de varios coches de línea que se dirigían a la
estación. Miró su reloj y exclamó con inquietud:
-¡Son las tres
menos cuarto! Debo estar en la plataforma 42 a las tres.
Luciano hizo una
seña al mesero para que trajera la cuenta. Cinco minutos después se despedían
en la puerta.
-Acordate -dijo
él.
-Sí -dijo ella.-
Esta noche tendrás noticias mías. Chau y gracias, Luciano -y cruzó hacia la
estación de colectivos.
El hombre la
siguió con la vista hasta que cruzó el paso peatonal para ingresar en la zona
de estacionamiento.
Sandra se ubicó
junto al público que aguardaba el descenso de pasajeros. Sentía una ligera
excitación ante la nueva tarea. Reconoció a la mujer por los dos niños de igual
fisonomía y con idénticas gafas de sol que se emparejaron con ella. Se adelantó
para presentarse:
-¿Señora de Páez?
Mi nombre es Sandra, de la Agencia Sus
Amigas -dijo tendiéndole la mano.
Su clienta debía
rondar los cuarenta años y estaba vestida y maquillada con elegancia. Estrechó
su diestra mientras la estudiaba sin disimulo:
-Creí que iban a
mandar a una mujer más madura -dijo. Se dirigió a los chicos:- Ya escucharon
las indicaciones que les dí en el ómnibus. No hagan renegar a la señora y
podrán asistir al estreno de la última de Harry Potter. -A continuación le
ordenó a Sandra:- Busquemos su coche así nos ponemos de acuerdo mientras me
lleva al Club Alemán.
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