martes, 1 de noviembre de 2011

AGENCIA DE ACOMPAÑANTES - 18

-Parece un buen tipo. Vas a tener que prepararte. Si la relación prospera, se la llevará a su país.

Su padre hizo un gesto de resignación. Pensó en el hogar vacío de la presencia de sus hijos y un roce perceptible de angustia arañó su garganta. Lucho interpretó su gesto y lo animó:

-No es tan grave, pa. Si la extrañás mucho te hacés un viajecito o ella vendrá a visitarte. Además están las videoconferencias con las cuales podrás verla todos los días.

-Es que pensaba en que a los dos se les dio por enamorarse al mismo tiempo. Así que regulen la salida de casa para que nos vayamos acostumbrando -rezongó Rafael.

Luciano le apretó el brazo riendo y después se dedicaron a terminar la comida. Cuando llegaron a la casa las mujeres se habían acostado. Él puso el despertador a las siete de la mañana decidido a indagar a su hermana quién se haría cargo del contrato. A las siete y media bajó a desayunar con sus padres.

-¡Buen día a los dos! -saludó besando a Luisa y palmeando a su padre.

-Creí que te ibas a levantar más tarde ya que no vendrás conmigo -dijo Rafael.

-No quería que se me fuera Romi -contestó.

-En un momento bajará. Mike la pasará a buscar a las ocho para desayunar -informó su madre.

-El yanqui no afloja, ¿eh? -comentó Lucho.

-Es un señor. Anoche, para no dejarme sola, cenaron en casa y después vimos una película -presumió Luisa.

-De lo que no me cabe duda es de su astucia. Sabe con quién congraciarse -dijo Rafael riendo.

-¿Estaban calumniando a Mike? -terció Romina entrando a la cocina.- ¡Buenos días a todos! -exclamó con alegría y repartió besos. Lo abrazó a Lucho por la espalda y le comunicó:- Hombre desconfiado, ¡hoy se concreta nuestro primer trabajo! ¿Qué me decís, eh?

El hermano le apretó los brazos que le había cruzado sobre el pecho y preguntó:

-¿Y quién será la encargada de ejecutarlo?

-Sandra. Porque las demás no tenemos la tarde libre.

Rafael respondió a la mirada de su hijo levantando una ceja.

Sandra concurrió al sanatorio para la curación a primera hora de la mañana. El médico le cambió el vendaje por uno más pequeño y le anunció que la herida estaba en pleno proceso de cicatrización. Llegó a la casa de Torcuato a las nueve, ansiosa de que se hicieran las tres de la tarde. Había combinado con la señora de Páez recogerla en la Terminal junto a sus hijos. Las dos horas de clase se le hicieron interminables y se despidió a las once en punto. El único dato que tenía de los niños era que se llamaban Bruno y Diego y que tenían once años. Una edad bastante manejable, pensó. Encendió el celular cuando subió al auto y enseguida comenzó a sonar. ¡Era Luciano! Había ingresado su número el domingo cuando estaban en el restaurante. Devolvió la llamada y experimentó un agradable estremecimiento al escuchar su voz. Le explicó que lo desconectaba cuando estaba con algún alumno y aceptó que él fuera a su casa a entregarle unos objetos que formaban parte de su acuerdo de supervisión. Al mediodía bajó a recibirlo. Estaba vestida con una camisola roja de mangas largas elastizada en puños y escote. Los puños terminaban en voladitos y el escote dejaba al descubierto uno de sus hombros por donde asomaba un bretel rojo. Luciano la miró encandilado, conviniendo que ese atuendo combinado con unas calzas negras y ajustado a la breve cintura por una faja de cuero, la convertían en una deliciosa aparición. La tira roja que cruzaba el hombro destapado bastó para que la imaginara sólo cubierta con las prendas íntimas de color escarlata. Ella lo invitó a ingresar al departamento plenamente conciente de la presencia y la mirada masculina. Abrió la puerta y quedaron frente a frente. Se apartó turbada y le hizo un gesto para que tomara asiento.

-Te traje un microchip gps para que lo agregués al celular -dijo Lucho- además de esta linterna con descarga eléctrica y este anillo que lanza gas pimienta. -Colocó todo sobre la mesa.

Sandra abrió los ojos y la boca y no pudo contener una carcajada. Luciano la contempló con expresión risueña y esperó a que le pasara el ataque de hilaridad.

-Esto no es broma, señorita -dijo cuando ella paró de reír.- Te enseño cómo se usa cada dispositivo. Dame tu mano izquierda.

Ella obedeció y trató de no volver a reírse como antes. Luciano deslizó el anillo en su dedo anular con la gravedad de quien está adquiriendo un compromiso -al menos así lo imaginó la joven-. Después le subió la manga de la camisa y colocó la pulsera con la pequeña linterna hacia arriba, de modo que cuando volvió a cubrirla sólo se veía la ajorca. A continuación, quitó el celular de su funda, le adhirió el microchip y volvió a guardarlo. Sacó su blackberry y lo manipuló con un gesto de aprobación:

-Listo, ya te tengo ubicada -dijo satisfecho.

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