Ella asintió y
los guió hasta el estacionamiento. Antes de que arrancaran, la mujer abrió su
cartera y le entregó tres invitaciones:
-Aquí tiene las entradas para las salas del complejo Alto Rosario. Según se comporten, verán o no la película. ¡Ah! Y también unos pesos para que tomen un refrigerio y les compre algo que se les antoje -le tendió cuatro billetes de cien pesos.- Puede gastarlo. Cuando me venga a buscar arreglaremos sus honorarios. Si tiene alguna duda pregunte por el camino. Sandra puso el coche en marcha luchando contra la sensación de desagrado que le provocaba la mujer. Es un empleo, se dijo, y no es necesario simpatizar con tus clientes. Tenía razón quien dijo que hay que desafectivizar el trabajo. Estacionó delante del club y su clienta se bajó haciendo las últimas recomendaciones a los niños. Una vez que se perdió tras la puerta, la joven se volvió hacia los gemelos:
-Aquí tiene las entradas para las salas del complejo Alto Rosario. Según se comporten, verán o no la película. ¡Ah! Y también unos pesos para que tomen un refrigerio y les compre algo que se les antoje -le tendió cuatro billetes de cien pesos.- Puede gastarlo. Cuando me venga a buscar arreglaremos sus honorarios. Si tiene alguna duda pregunte por el camino. Sandra puso el coche en marcha luchando contra la sensación de desagrado que le provocaba la mujer. Es un empleo, se dijo, y no es necesario simpatizar con tus clientes. Tenía razón quien dijo que hay que desafectivizar el trabajo. Estacionó delante del club y su clienta se bajó haciendo las últimas recomendaciones a los niños. Una vez que se perdió tras la puerta, la joven se volvió hacia los gemelos:
-Bueno, chicos,
-dijo con una sonrisa- ¿quién de ustedes es Bruno?
-¡Yo! -dijeron al
unísono.
-¡Ah…! ¿Y quién
es Diego?
-¡Yo! -volvieron
a contestar.
Sandra miró a los
dos pelirrubios con el mismo corte de pelo y renegó de la detestable costumbre
de vestir a los gemelos con las mismas prendas. ¿Cómo los reconocería su madre?
Se tranquilizó pensando que ya descubriría un detalle que los diferenciara.
-¿Quién quiere
pasarse adelante? -preguntó.
Se cruzaron de
brazos y no contestaron.
-De acuerdo
-expresó ella.- Vamos a ir directamente al Alto Rosario y allí podrán pasear y
comer algo hasta que comience la película. ¿Qué les parece?
Doble
encogimiento de hombros. Sandra intuyó que la tarea no sería fácil. Había
trabajado como celadora los primeros años de su carrera y las relaciones con
los chicos de la edad de los mellizos se le daban con naturalidad. Claro que
habían pasado varios años y no eran iguales las condiciones de enseñanza en una
gran ciudad que en una pequeña localidad rural. Ya vería la manera de romper el
hielo. Entró a la playa del Shopping y estacionó cerca de la entrada. Indicó a
sus mudos pasajeros que bajaran y seguida por ellos ingresó al complejo. Los
dejó caminar sin hacerles ninguna sugerencia esperando que ellos delataran su
interés por algún negocio o actividad.
-Queremos ir a la
librería -dijo Bruno o Diego.
-La Araucana está al final de
este corredor -contestó la joven sorprendida por la elección. Era un lugar
donde tenerlos a la vista y que ella también disfrutaría.
Entraron al local
y ambos se dirigieron a la sección de libros para adolescentes. Cuando los vio
hojear varios ejemplares y elegir uno con el cual se sentaron en un sillón, se
dedicó a recorrer mesas y leer contratapas. Unos gritos masculinos la sacaron
de su abstracción. Vio salir corriendo a los mellizos perseguidos por un
empleado. Se precipitó tras ellos voceando sus nombres mientras no dejaba de
sonar la alarma del negocio. Un guardia de seguridad atajó al chico que llevaba
el libro y lo arrastró de un brazo hacia el negocio.
-¡Bruno! ¡Diego!
-gritó Sandra acercándose al guardia.- ¿Qué hacen? -y dirigiéndose al hombre:-
Estos chicos están a mi cargo. Suéltelo.
-Se acaban de
robar un libro -dijo el empleado jadeando por la corrida.
-Si están a su
cargo, señora, es mejor que los vigile -expresó el guardia sin soltar al niño.
-Déjelos por mi
cuenta -replicó altiva. Se dirigió a los mellizos:- Volvamos a la librería a
pagar lo que se llevaron.
-Pero es que no
lo queremos… -dijo el que tenía las manos libres.
-Lo mismo lo
compraremos ya que han cometido una falta -le respondió con firmeza.
El grupo, seguido
por la mirada de los paseantes, entró al negocio donde Sandra abonó el libro
que le costó la mitad del dinero que le había dejado la mujer. Abandonó el
lugar seguida por los hoscos muchachos y las recomendaciones del vigilante.
Miró la hora. Faltaba una hora y cuarto para el comienzo de la película.
-Vayamos a comer
algo -decidió.
Se sentaron en
una mesa ubicada en el patio de comidas. Intentó una charla con los niños:
-Si no querían el
libro -dijo- ¿por qué se lo llevaron?
-¡Era una broma!
Para divertirnos… Lo hubieras devuelto y listo -alegó Bruno o Diego con
suficiencia.
-¿Ustedes no
saben que a éso se lo llama robar? Podrían haberlos detenido y llevado a la
cárcel.
-Somos menores y
el abogado de papá dice que los menores no van a la cárcel.
-Lo mismo es un
delito -insistió la joven.- La falta de castigo no es una excusa para que se
porten mal. Si de ahora en más se comportan, no le mencionaré a su madre el
incidente de la librería. Y si mal no recuerdo -agregó en tono admonitorio- de
su buena conducta depende que vean la película. Y ahora, ¿qué quieren comer?
-Un tostado con
mucho Ketchup -dijo uno en nombre de los dos.
Sandra pidió un
tostado y gaseosas sólo para los chicos. A ella se le habían quitado las ganas
de comer. Pensó en la advertencia de Lucho y reconoció que los gemelos eran
pesados. Un perro flacucho estaba merodeando entre las mesas. Cuando se acercó
vio que los niños se miraban. Uno de ellos le estiró la mano con un trozo de
sándwich y gritó al tiempo que el animal huía con un quejido:
-¡Me mordió! ¡Me
mordió! -y agitó su mano cubierta de sangre.
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