domingo, 6 de noviembre de 2011

AGENCIA DE ACOMPAÑANTES - 20


Ella asintió y los guió hasta el estacionamiento. Antes de que arrancaran, la mujer abrió su cartera y le entregó tres invitaciones:
-Aquí tiene las entradas para las salas del complejo Alto Rosario. Según se comporten, verán o no la película. ¡Ah! Y también unos pesos para que tomen un refrigerio y les compre algo que se les antoje -le tendió cuatro billetes de cien pesos.- Puede gastarlo. Cuando me venga a buscar arreglaremos sus honorarios. Si tiene alguna duda pregunte por el camino. Sandra puso el coche en marcha luchando contra la sensación de desagrado que le provocaba la mujer. Es un empleo, se dijo, y no es necesario simpatizar con tus clientes. Tenía razón quien dijo que hay que desafectivizar el trabajo. Estacionó delante del club y su clienta se bajó haciendo las últimas recomendaciones a los niños. Una vez que se perdió tras la puerta, la joven se volvió hacia los gemelos:
-Bueno, chicos, -dijo con una sonrisa- ¿quién de ustedes es Bruno?
-¡Yo! -dijeron al unísono.
-¡Ah…! ¿Y quién es Diego?
-¡Yo! -volvieron a contestar.
Sandra miró a los dos pelirrubios con el mismo corte de pelo y renegó de la detestable costumbre de vestir a los gemelos con las mismas prendas. ¿Cómo los reconocería su madre? Se tranquilizó pensando que ya descubriría un detalle que los diferenciara.
-¿Quién quiere pasarse adelante? -preguntó.
Se cruzaron de brazos y no contestaron.
-De acuerdo -expresó ella.- Vamos a ir directamente al Alto Rosario y allí podrán pasear y comer algo hasta que comience la película. ¿Qué les parece?
Doble encogimiento de hombros. Sandra intuyó que la tarea no sería fácil. Había trabajado como celadora los primeros años de su carrera y las relaciones con los chicos de la edad de los mellizos se le daban con naturalidad. Claro que habían pasado varios años y no eran iguales las condiciones de enseñanza en una gran ciudad que en una pequeña localidad rural. Ya vería la manera de romper el hielo. Entró a la playa del Shopping y estacionó cerca de la entrada. Indicó a sus mudos pasajeros que bajaran y seguida por ellos ingresó al complejo. Los dejó caminar sin hacerles ninguna sugerencia esperando que ellos delataran su interés por algún negocio o actividad.
-Queremos ir a la librería -dijo Bruno o Diego.
-La Araucana está al final de este corredor -contestó la joven sorprendida por la elección. Era un lugar donde tenerlos a la vista y que ella también disfrutaría.
Entraron al local y ambos se dirigieron a la sección de libros para adolescentes. Cuando los vio hojear varios ejemplares y elegir uno con el cual se sentaron en un sillón, se dedicó a recorrer mesas y leer contratapas. Unos gritos masculinos la sacaron de su abstracción. Vio salir corriendo a los mellizos perseguidos por un empleado. Se precipitó tras ellos voceando sus nombres mientras no dejaba de sonar la alarma del negocio. Un guardia de seguridad atajó al chico que llevaba el libro y lo arrastró de un brazo hacia el negocio.
-¡Bruno! ¡Diego! -gritó Sandra acercándose al guardia.- ¿Qué hacen? -y dirigiéndose al hombre:- Estos chicos están a mi cargo. Suéltelo.
-Se acaban de robar un libro -dijo el empleado jadeando por la corrida.
-Si están a su cargo, señora, es mejor que los vigile -expresó el guardia sin soltar al niño.
-Déjelos por mi cuenta -replicó altiva. Se dirigió a los mellizos:- Volvamos a la librería a pagar lo que se llevaron.
-Pero es que no lo queremos… -dijo el que tenía las manos libres.
-Lo mismo lo compraremos ya que han cometido una falta -le respondió con firmeza.
El grupo, seguido por la mirada de los paseantes, entró al negocio donde Sandra abonó el libro que le costó la mitad del dinero que le había dejado la mujer. Abandonó el lugar seguida por los hoscos muchachos y las recomendaciones del vigilante. Miró la hora. Faltaba una hora y cuarto para el comienzo de la película.
-Vayamos a comer algo -decidió.
Se sentaron en una mesa ubicada en el patio de comidas. Intentó una charla con los niños:
-Si no querían el libro -dijo- ¿por qué se lo llevaron?
-¡Era una broma! Para divertirnos… Lo hubieras devuelto y listo -alegó Bruno o Diego con suficiencia.
-¿Ustedes no saben que a éso se lo llama robar? Podrían haberlos detenido y llevado a la cárcel.
-Somos menores y el abogado de papá dice que los menores no van a la cárcel.
-Lo mismo es un delito -insistió la joven.- La falta de castigo no es una excusa para que se porten mal. Si de ahora en más se comportan, no le mencionaré a su madre el incidente de la librería. Y si mal no recuerdo -agregó en tono admonitorio- de su buena conducta depende que vean la película. Y ahora, ¿qué quieren comer?
-Un tostado con mucho Ketchup -dijo uno en nombre de los dos.
Sandra pidió un tostado y gaseosas sólo para los chicos. A ella se le habían quitado las ganas de comer. Pensó en la advertencia de Lucho y reconoció que los gemelos eran pesados. Un perro flacucho estaba merodeando entre las mesas. Cuando se acercó vio que los niños se miraban. Uno de ellos le estiró la mano con un trozo de sándwich y gritó al tiempo que el animal huía con un quejido:
-¡Me mordió! ¡Me mordió! -y agitó su mano cubierta de sangre.

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