jueves, 17 de noviembre de 2011

AGENCIA DE ACOMPAÑANTES - 24


El resto de las amigas acordó encontrarse a las siete de la tarde del día siguiente. Se dio un largo baño y, mientras se le secaba el pelo, preparó unos bocados para cenar. Sacó la cuenta de que últimamente había compartido varias comidas con Luciano y echó de menos su placentera compañía. Dejó limpia la cocina y cepilló su cabello delante del tocador. Estudió su rostro y detuvo la mirada en los labios. Los entreabrió como no se había permitido ante el beso del hombre y se conmovió ante la audacia de su pensamiento que le reprochaba el rígido control de sus deseos. ¿Y qué? se rebeló. Quiero que me bese a solas, no en medio de una galería de compras. Bueno, ya lo había confesado. Le gustaba este Lucho que iba descubriendo ante las distintas alternativas que habían aparecido últimamente. No el sobre protector convencido de las incapacidades femeninas, sino un varón sensible capaz de cobijarla en momentos de angustia o de ofrecer su colaboración cuando lo necesitara. Pero bajo estos atributos ansiaba conocer al hombre apasionado que le ayudara a descubrir los goces del sexo. Sus experiencias poco satisfactorias sofocaron su libido hasta preguntarse si alguna vez lograría la plenitud de la que hablaban los tratados amatorios. Todo a su debido tiempo, concluyó. Tras el último cepillado puso el reloj y se acostó. El timbre del despertador le anunció la llegada del nuevo día. Preparó el desayuno y salió a las ocho y media para la casa de Miguel. Su alumno de los miércoles vivía en un edificio señorial ubicado en pleno centro de la ciudad. Estacionó el auto en las cocheras del subsuelo y subió al sexto piso en el ascensor privado. Como siempre, Miguel la esperaba con una bandeja de facturas y el servicio de café ya preparado en la mesita baja. El ritual consistía en la insistencia de él en que probara las facturas, su negativa hasta comer una y la posterior  degustación de un pocillo de café acompañado de amable charla. Después, ella le recordaba gentilmente el motivo de su encuentro. Esa mañana su alumno le tenía una sorpresa:
-Mi querida Sandra, nunca más oportuno el negocio que ha montado con sus amigas. Este viernes vendrá a visitarme mi hermano para pasar el fin de semana en casa. Y llega con entradas para asistir a la apertura de gala del ciclo de óperas del Círculo. Ya sabe cuánto detesto la ópera, así que pensé que Jorge no se ofendería si en lugar de mi compañía disfrutara el espectáculo con alguna bella jovencita. ¡Está contratada!
-Será un placer, Miguel. Sólo tiene que hablar con su hermano y pedirle que se comunique con nosotras para acordar los horarios.
-Me saca un peso de encima, querida. Y ahora dígame, ¿sigue la acampada en Plaza Pringles?
Estuvieron hablando de temas de actualidad hasta las nueve y media momento en que dio comienzo la clase de computación. Sandra se despidió a las once y decidió transmitirles el nuevo trabajo a sus socias en la reunión de la tarde. Aprovechó para hacer algunas compras en el centro y a las doce retiró el auto de la cochera de Miguel. Pasó por el supermercado para almorzar y completar sus víveres. Ayer, a esa hora, estaba comiendo con Luciano. Evocó la figura del joven con nostalgia y pensó en que se había aficionado a su compañía. ¿Adónde estaría? Un impulso que tildó de descabellado la acometió: llamarlo por teléfono. Lo sacó del bolso y lo colocó sobre la mesa. Lo estuvo mirando un rato como si fuera una alimaña peligrosa. Después, contra todo pensamiento racional, buscó el número de Lucho.
-Hola, princesa -surgió el saludo después de un tiempo que le pareció eterno.
-Hola -dijo casi con timidez.- Quería saber cómo estabas.
-En este momento, en la gloria. ¿Debo presumir que vos también me extrañabas? -preguntó con voz acariciante.
-Bueno. Estaba comiendo y me acordé de vos. Ya que te has preocupado tanto por mí, pensé retribuirte -dijo con displicencia.
Luciano rió en voz baja. Estaba visto que su chica era un hueso duro de roer, pero esa llamada era un regalo inesperado que lo conectaba a la esperanza.
-¿Y qué estás comiendo que te acordaste de mí?
-Una ensalada.
-Por cierto que yo te alimento mejor, así que podrás resarcirte en la cena ¿querés?
-No. Hoy tenemos una reunión de trabajo en casa porque apareció un nuevo cliente -anunció con presunción.- Y Romi se queda a dormir a la noche.
-Afortunada hermana mía… -entonó Lucho. Después insistió:- ¿Quedamos para mañana a la noche?
Sandra vaciló. Tenía la sensación de que estaba precipitando los acontecimientos. Pero si yo quiero verlo. Esto es simple matemática: los dos queremos vernos. Además, ¿qué riesgo implica comer juntos?
-Está bien. Salvo que se presente algún impedimento… -se cubrió.
-Lo entenderé -dijo él con serenidad.- Pero si la suerte está de mi lado, todo indica que no va a ver inconvenientes. ¿Adónde te gustaría ir?
A terminar el baile de la otra noche.
-Dejame pensarlo. Mañana te digo. ¿Adónde estás ahora? -preguntó con curiosidad.
-En Diamante.
-¿Y qué estás haciendo?
-Un estudio de suelos para recuperar terrenos anegados -explicó con voz risueña.- Pero no te voy a aburrir con detalles porque hay otros trabajos más atractivos.
-¿Cómo el monte de frutales? -rió Sandra.
-Vos lo dijiste. Y espero otro golpe de suerte para el fin de semana así me acompañás a Arancibia.
-Te vas a aburrir de verme tan seguido.
-¿Qué apostamos? -el tono de Lucho era retador.
Esta charla se está poniendo demasiado personal.
-Nada. Y ahora corto porque mi teléfono está sin batería. Chau, Luciano.
-Chau, querida.
El hombre cerró el celular con ilusión. La llamada de Sandra lo había tomado desprevenido y como suceso tenía una lectura implícita que hablaba de un interés mutuo.
-¿A que adivino con quién hablabas? -el tono de Rafael era socarrón.
-Y ella me llamó -dijo Lucho con cara de satisfacción.
-Me pareció escuchar que mencionabas Arancibia.
-Mejor decí que no te perdiste una palabra de lo que hablaba -apreció su hijo con ironía.
-No hacía falta oírte porque tu cara de tonto hablaba por vos. Pero te voy a adelantar una noticia que me reservaba para el almuerzo. Sabés que tenemos un fin de semana largo por el feriado del viernes y que el del martes que viene lo pasan al lunes… -hizo una pausa para que Lucho lo asimilara.- Cuando estabas recorriendo el terreno recibí un mensaje de Leonor. El sábado cumple setenta y nueve años y nos invita en familia a festejarlo.
-¿En familia?
Rafael abrió la netbook, buscó el mensaje y lo leyó:
-“Querido Rafael: me place invitarlo a compartir con su familia y sus futuros integrantes los agasajos organizados para festejar mi cumpleaños número setenta y nueve, ya que llegar a esta edad merece celebrarlo en presencia de los mejores amigos. Los espero desde el viernes a la mañana y serán mis huéspedes hasta el lunes. Cuento con su inestimable presencia. Suya: Leonor.”
Lucho emitió un silbido agudo.
-Parece que va tirar la casa por la ventana. ¿Y quiénes se supone que son los futuros integrantes? -preguntó en tono de burla.
-Si te dedicás, ya sabés cuál será tu aporte. Porque si en cuatro días no la conquistás, olvidate de ella -dijo su padre en tono inequívoco.- Además pensé en invitar a Mike para que disfrute de una verdadera fiesta campestre.
-La que va a disfrutar será tu hija -carcajeó Lucho. Se compuso:- Te voy a decir, viejo, que aparte de no tener en cuenta los feriados contaba pasar con Sandra sábado y domingo. Pero esta ocasión parece llovida del cielo. Si de mí depende, volverás con grado de suegro a Rosario.
-Estoy seguro, patán. Terminemos el trabajo así vamos a comer algo y de paso anoticio a tu madre y a Romina de la fiesta. Las mujeres no me perdonarían que les avisara sin tiempo para inspeccionar el guardarropa.
-Dale, papá. Y recomendale a Romi que se asegure de cualquier manera que Sandra acepte la invitación.
Rafael puso los brazos en jarra, observó el gesto ansioso de Luciano y meneó la cabeza.
-¿Sabés que nunca te ví tan timorato? No vas a ganar esta batalla si ya tenés miedo a perderla. El hijo que conozco no aceptaría un no por respuesta y cargaría a esa muchacha en el auto para llevarla a Arancibia.
-Y el padre que yo conozco se convertiría en un cavernícola para animar a su pusilánime hijo -declaró Lucho vuelto en sí y dándole un estrecho abrazo a su risueño progenitor.

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