El resto de las
amigas acordó encontrarse a las siete de la tarde del día siguiente. Se dio un
largo baño y, mientras se le secaba el pelo, preparó unos bocados para cenar.
Sacó la cuenta de que últimamente había compartido varias comidas con Luciano y
echó de menos su placentera compañía. Dejó limpia la cocina y cepilló su
cabello delante del tocador. Estudió su rostro y detuvo la mirada en los
labios. Los entreabrió como no se había permitido ante el beso del hombre y se
conmovió ante la audacia de su pensamiento que le reprochaba el rígido control
de sus deseos. ¿Y qué? se rebeló. Quiero que me bese a solas, no en medio de
una galería de compras. Bueno, ya lo había confesado. Le gustaba este Lucho que
iba descubriendo ante las distintas alternativas que habían aparecido
últimamente. No el sobre protector convencido de las incapacidades femeninas,
sino un varón sensible capaz de cobijarla en momentos de angustia o de ofrecer
su colaboración cuando lo necesitara. Pero bajo estos atributos ansiaba conocer
al hombre apasionado que le ayudara a descubrir los goces del sexo. Sus
experiencias poco satisfactorias sofocaron su libido hasta preguntarse si
alguna vez lograría la plenitud de la que hablaban los tratados amatorios. Todo
a su debido tiempo, concluyó. Tras el último cepillado puso el reloj y se
acostó. El timbre del despertador le anunció la llegada del nuevo día. Preparó
el desayuno y salió a las ocho y media para la casa de Miguel. Su alumno de los
miércoles vivía en un edificio señorial ubicado en pleno centro de la ciudad.
Estacionó el auto en las cocheras del subsuelo y subió al sexto piso en el
ascensor privado. Como siempre, Miguel la esperaba con una bandeja de facturas
y el servicio de café ya preparado en la mesita baja. El ritual consistía en la
insistencia de él en que probara las facturas, su negativa hasta comer una y la
posterior degustación de un pocillo de
café acompañado de amable charla. Después, ella le recordaba gentilmente el
motivo de su encuentro. Esa mañana su alumno le tenía una sorpresa:
-Mi querida
Sandra, nunca más oportuno el negocio que ha montado con sus amigas. Este
viernes vendrá a visitarme mi hermano para pasar el fin de semana en casa. Y
llega con entradas para asistir a la apertura de gala del ciclo de óperas del
Círculo. Ya sabe cuánto detesto la ópera, así que pensé que Jorge no se
ofendería si en lugar de mi compañía disfrutara el espectáculo con alguna bella
jovencita. ¡Está contratada!
-Será un placer,
Miguel. Sólo tiene que hablar con su hermano y pedirle que se comunique con
nosotras para acordar los horarios.
-Me saca un peso
de encima, querida. Y ahora dígame, ¿sigue la acampada en Plaza Pringles?
Estuvieron
hablando de temas de actualidad hasta las nueve y media momento en que dio
comienzo la clase de computación. Sandra se despidió a las once y decidió
transmitirles el nuevo trabajo a sus socias en la reunión de la tarde.
Aprovechó para hacer algunas compras en el centro y a las doce retiró el auto
de la cochera de Miguel. Pasó por el supermercado para almorzar y completar sus
víveres. Ayer, a esa hora, estaba comiendo con Luciano. Evocó la figura del
joven con nostalgia y pensó en que se había aficionado a su compañía. ¿Adónde
estaría? Un impulso que tildó de descabellado la acometió: llamarlo por teléfono.
Lo sacó del bolso y lo colocó sobre la mesa. Lo estuvo mirando un rato como si
fuera una alimaña peligrosa. Después, contra todo pensamiento racional, buscó
el número de Lucho.
-Hola, princesa
-surgió el saludo después de un tiempo que le pareció eterno.
-Hola -dijo casi
con timidez.- Quería saber cómo estabas.
-En este momento,
en la gloria. ¿Debo presumir que vos también me extrañabas? -preguntó con voz
acariciante.
-Bueno. Estaba
comiendo y me acordé de vos. Ya que te has preocupado tanto por mí, pensé
retribuirte -dijo con displicencia.
Luciano rió en
voz baja. Estaba visto que su chica era un hueso duro de roer, pero esa llamada
era un regalo inesperado que lo conectaba a la esperanza.
-¿Y qué estás
comiendo que te acordaste de mí?
-Una ensalada.
-Por cierto que
yo te alimento mejor, así que podrás resarcirte en la cena ¿querés?
-No. Hoy tenemos
una reunión de trabajo en casa porque apareció un nuevo cliente -anunció con
presunción.- Y Romi se queda a dormir a la noche.
-Afortunada
hermana mía… -entonó Lucho. Después insistió:- ¿Quedamos para mañana a la
noche?
Sandra vaciló.
Tenía la sensación de que estaba precipitando los acontecimientos. Pero si yo quiero verlo. Esto es simple matemática: los dos queremos
vernos. Además, ¿qué riesgo implica comer juntos?
-Está bien. Salvo
que se presente algún impedimento… -se cubrió.
-Lo entenderé
-dijo él con serenidad.- Pero si la suerte está de mi lado, todo indica que no
va a ver inconvenientes. ¿Adónde te gustaría ir?
A terminar el baile de la otra noche.
-Dejame pensarlo.
Mañana te digo. ¿Adónde estás ahora? -preguntó con curiosidad.
-En Diamante.
-¿Y qué estás
haciendo?
-Un estudio de
suelos para recuperar terrenos anegados -explicó con voz risueña.- Pero no te
voy a aburrir con detalles porque hay otros trabajos más atractivos.
-¿Cómo el
monte de frutales? -rió Sandra.
-Vos lo dijiste.
Y espero otro golpe de suerte para el fin de semana así me acompañás a
Arancibia.
-Te vas a aburrir
de verme tan seguido.
-¿Qué apostamos?
-el tono de Lucho era retador.
Esta charla se está poniendo demasiado personal.
-Nada. Y ahora
corto porque mi teléfono está sin batería. Chau, Luciano.
-Chau, querida.
El hombre cerró
el celular con ilusión. La llamada de Sandra lo había tomado desprevenido y
como suceso tenía una lectura implícita que hablaba de un interés mutuo.
-¿A que adivino
con quién hablabas? -el tono de Rafael era socarrón.
-Y ella me llamó
-dijo Lucho con cara de satisfacción.
-Me pareció
escuchar que mencionabas Arancibia.
-Mejor decí que
no te perdiste una palabra de lo que hablaba -apreció su hijo con ironía.
-No hacía falta
oírte porque tu cara de tonto hablaba por vos. Pero te voy a adelantar una
noticia que me reservaba para el almuerzo. Sabés que tenemos un fin de semana
largo por el feriado del viernes y que el del martes que viene lo pasan al
lunes… -hizo una pausa para que Lucho lo asimilara.- Cuando estabas recorriendo
el terreno recibí un mensaje de Leonor. El sábado cumple setenta y nueve años y
nos invita en familia a festejarlo.
-¿En familia?
Rafael abrió la
netbook, buscó el mensaje y lo leyó:
-“Querido Rafael:
me place invitarlo a compartir con su familia y sus futuros integrantes los
agasajos organizados para festejar mi cumpleaños número setenta y nueve, ya que
llegar a esta edad merece celebrarlo en presencia de los mejores amigos. Los
espero desde el viernes a la mañana y serán mis huéspedes hasta el lunes.
Cuento con su inestimable presencia. Suya: Leonor.”
Lucho emitió un
silbido agudo.
-Parece que va
tirar la casa por la ventana. ¿Y quiénes se supone que son los futuros
integrantes? -preguntó en tono de burla.
-Si te dedicás,
ya sabés cuál será tu aporte. Porque si en cuatro días no la conquistás,
olvidate de ella -dijo su padre en tono inequívoco.- Además pensé en invitar a
Mike para que disfrute de una verdadera fiesta campestre.
-La que va a
disfrutar será tu hija -carcajeó Lucho. Se compuso:- Te voy a decir, viejo, que
aparte de no tener en cuenta los feriados contaba pasar con Sandra sábado y
domingo. Pero esta ocasión parece llovida del cielo. Si de mí depende, volverás
con grado de suegro a Rosario.
-Estoy seguro,
patán. Terminemos el trabajo así vamos a comer algo y de paso anoticio a tu
madre y a Romina de la fiesta. Las mujeres no me perdonarían que les avisara
sin tiempo para inspeccionar el guardarropa.
-Dale, papá. Y
recomendale a Romi que se asegure de cualquier manera que Sandra acepte la
invitación.
Rafael puso los
brazos en jarra, observó el gesto ansioso de Luciano y meneó la cabeza.
-¿Sabés que nunca
te ví tan timorato? No vas a ganar esta batalla si ya tenés miedo a perderla.
El hijo que conozco no aceptaría un no por respuesta y cargaría a esa muchacha
en el auto para llevarla a Arancibia.
-Y el padre que
yo conozco se convertiría en un cavernícola para animar a su pusilánime hijo
-declaró Lucho vuelto en sí y dándole un estrecho abrazo a su risueño
progenitor.
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