jueves, 31 de mayo de 2012

AMIGOS Y AMANTES - XVII


A las seis y cuarto pegaron la vuelta. Gael, con la expectativa puesta en la salida con Ivana, se arriesgó en la ruta más de lo que la prudencia aconsejaba y, a las nueve y media, dejaba a sus pasajeros a la puerta de su casa. A las diez y media ya estaba listo para ir a buscar a su amiga. Suponiendo que su familia estaba cenando, estacionó frente al domicilio y la esperó en el auto. A las once y cinco apareció la joven envuelta en un abrigo largo. Con paso decidido se acercó al vehículo, abrió la puerta del acompañante y se instaló al lado del conductor.
—Hola, Gael —saludó rozando la mejilla del hombre con sus labios.
—Hola —respondió él inclinándose y devolviendo el beso.
Ivi se reclinó contra el asiento y esperó a que él arrancara sin preguntarle adonde irían. Se sentía relajada en compañía de su amigo y estaba segura de que ya tenía el lugar elegido. Por contener su ansiedad, no habló durante el trayecto. Gael entró en una playa de estacionamiento céntrica y le aclaró que debían caminar media cuadra.
—Te voy a llevar a conocer el restaurante de un amigo. Se llama The factory.
—¿Preparan comidas típicas de Inglaterra?
—Como especialidad. Pero tienen platos internacionales.
—¡Yo quiero probar el shepherd's pie y de postre, trifle! –reclamó Ivi con gesto de niña caprichosa, lo que desató la risa de Gael.
—¿Tal vez quieras entrar a la cocina y seleccionar tus platos ahí? –dijo sin dejar de reír y acomodándole la mano sobre su antebrazo.
—¡No! Porque entraría en un estado de indecisión que me impediría elegir. Me quedo con lo que pensé.
Un maître les abrió la puerta y los saludó con deferencia:
—¡Bienvenidos! ¿Me permiten sus abrigos? –preguntó.
Gael se despojó del suyo y ayudó a Ivana a quitarse el tapado. Le estiró la prenda al camarero sin mirarlo porque sus ojos estaban detenidos en la figura de la muchacha que lucía un corto y ajustado vestido negro. Sus piernas, cubiertas por medias semitransparentes del mismo color, concluían en unos altísimos zapatos con plataforma. El pelo recogido destacaba sus armoniosas facciones y toda ella era un compendio de gracia.
—¿Vamos? –le dijo a su encandilado acompañante girando hacia el maître que los esperaba para guiarlos.
El recatado escote delantero no anunciaba la espalda desnuda hasta la cintura sólo cruzada por dos breteles. Gael caminó tras ella admirando la dorada textura de su piel y tratando de recuperar el dominio ante esa mujer que se le había revelado recientemente. Antes de que el empleado los acomodara en una mesa, un hombre maduro se les acercó:
—¡Gael! Es un gusto verte, amigo –dijo en inglés y tendiéndole la mano.
—Hola, Alec –le contestó en el mismo idioma a sabiendas de que la joven lo entendía perfectamente.— Ivi, te presento a Alec Wilson, dueño de este restaurante. Ivana es una amiga —completó la introducción.
Wilson la contempló con mirada apreciativa y le tendió la mano sonriendo abiertamente.
—Es un placer, Ivi —declaró.— Tu presencia engalana mi salón.
Ella rió ante el cumplido y estrechó su mano.
—Gracias. Me sorprende que sirvan comidas a esta hora —observó.
—Nos hemos adaptado al horario de vuestro país —expresó Wilson— aunque todavía no mi estómago —sonrió. A continuación:— Jorge los acompañará hasta su mesa y les tomará el pedido. Espero que disfruten los platos.
Mientras esperaban la comida, el mozo les alcanzó una copa de jerez y unos bocaditos con champiñones.
—Soy toda oídos, Gael —dijo Ivana al límite de su paciencia.
—No hay mucho que decir, Ivi —principió el médico.— Jordi percibió las mismas imágenes que en la ciudad y no hubo ningún hecho notable que exigiera la interacción.
Ella lo miró con los labios entreabiertos por la sorpresa.
—¿Y para eso se tomaron tanto tiempo? Me lo hubieras podido decir sin necesidad de salir a cenar.
—¿Y privarme de una cita con una hermosa muchacha? —respondió suavemente.
—¿Qué? —dijo ofensiva.— ¿Te estás haciendo el seductor?
Gael suspiró y la miró con tolerancia. Con voz calmosa replicó:
—Tendría que estar acostumbrado a sufrir tus ofensas, pero no dejan de sorprenderme. Si no fueras la hermana de mis amigos, no te salvarías de unos azotes.
—Y vos de una patada en las bolas —dijo indignada.
A Gael la risa le burbujeó en los ojos y la garganta. Ivi, ofuscada, hizo ademán de levantarse. Él la tomó por la muñeca y la inmovilizó.
—Más vale que me sueltes —lo desafió.
—Ivi, Ivi, escuchame. No vamos a transformar una chanza en una pelea. Te pido perdón si te sentiste ofendida por mis palabras que no tenían nada de agraviante.
—Me hiciste creer todo el tiempo que Jordi había mostrado nuevas habilidades —dijo mohína y rehuyéndole la mirada.
—Lo único que recuerdo es a una muchacha vehemente pidiéndome vernos a solas para que le contara sobre el hermano —recapituló su amigo.— ¿Por qué habría de negarme a disfrutar de tu compañía? Vamos —exhortó levantando con suavidad su barbilla y buscándole los ojos —¿te vas a perder una buena comida? Te doy mi palabra de mantenerme mudo como un pez para no importunarte —prometió con una chispa de humor en las pupilas.
—Serías muy aburrido —opinó ella, desvanecida la sensación de enojo— así que te relevo de tu compromiso.
Él la miró aliviado por su cambio de humor. La aparición del camarero, que dispuso los platos sobre la mesa, los mantuvo en silencio degustando el menú elegido. Antes de que les trajeran el postre, Gael retomó la propuesta del viaje:
—Yo viajo en dos semanas, Ivi, y espero que puedas organizarte para venir con Jordi la última quincena de junio. ¿Harás lo posible?
—Tengo que hablar con los profesores para que me habiliten mesas antes de la fecha prevista, pero creo que no va a haber problema. Lo que me mortifica es que tengas que hacerte cargo de los pasajes y la estadía. Sabés que no puedo colaborar con nada ahora que no trabajo.
—Pensá que es por el bien de Jordi y, si te deja más tranquila, será una deuda a devolver cuando ejerzas como abogada —propuso su amigo.
—Es un trato —sonrió ella estirando la mano que se perdió en la del hombre.
Gael sostuvo la suave extremidad con una expresión tan complacida que la perturbó. Recuperó su mano y eludió la intensa mirada de su acompañante con la inquietante sensación de estar frente a un extraño. Absortos como estaban el uno del otro sólo repararon en la presencia de Wilson cuando estuvo junto a ellos.
—Si me permiten, quisiera compartir una copa de champaña con ustedes.
Gael lo invitó a sentarse con un gesto amigable. El camarero, que lo secundaba, descorchó la botella y escanció la bebida. Amenizaron los brindis con una entretenida charla al cabo de la cual Wilson, entonado y más familiarizado con Ivana, le dijo a Gael:
—Cuando los vi entrar pensé: por fin este muchacho ha encontrado a su pareja. Pero me desconcertaste al presentarme a Ivi como amiga. ¿Es que aquí amiga es sinónimo de novia?
Ivana, azorada, se largó a reír e intentó explicar su relación:
-Gael y yo somos amigos desde hace quince años. Por otra parte, yo soy mayor que él.
—Yo hubiera dicho lo contrario —dijo el hombre evaluándolos.
—Lo que quiere decir Ivi –terció Gael- es que cuando ella cumpla ochenta años yo sólo tendré setenta y ocho.
—¿Es la edad lo que los separa? —preguntó Wilson divertido.
—Nada nos une o nos separa —recalcó ella—. Es que somos amigos y nada más.
—¡Ah…! —exclamó Alec como si comprendiera—. Perdón por mi equívoco, entonces. —Se levantó y le pidió a la joven—: ¿Me disculpas si lo retengo un momento? Quiero entregarle una correspondencia para su padre.
—Vayan, nomás —aceptó ella con una sonrisa.
Gael fue detrás de Wilson quien lo hizo pasar a su despacho. Alec era el mejor amigo de su padre y casi un pariente de la familia. Lo frecuentaba cada vez que viajaba a Inglaterra y establecieron un estrecho contacto desde su radicación en Argentina. No bien cerró la puerta, sacó un sobre del escritorio y se lo entregó.
—Esto es para Bob —aclaró. Y agregó entusiasmado—: Muchacho, ahora entiendo por que no te volviste con tus padres. Ivi es un encanto. Lo que no comprendo es qué esperáis para formalizar.
El médico sonrió al contestar:
—Ivana no me admite más que en calidad de amigo. Espero que en Inglaterra pueda considerarme como pretendiente.
—¿Viajarán juntos?
—No. Pero debo completar unos controles neurológicos a su hermano menor y los mejores profesionales están en Londres. Es mi carta de triunfo porque sé que ella no permitirá que Jordi viaje solo —dijo satisfecho.
—Entiendo —sonrió Wilson—. La sacas de su terreno y la llevas al tuyo. ¿Qué te garantiza que te verá con otros ojos?
—Yo. La abordaré sin el halo de la presencia familiar que trastorna cualquier acercamiento. Estoy seguro de que al menos me dará de baja como hermano sustituto.
 —Suerte, entonces —dijo el hombre dándole un abrazo—. Es hora de que vuelvas junto a tu amiga antes de que se impaciente.
Gael asintió. Regresó a la mesa y poco después decidieron dar por terminada la cena. Llamó al camarero para pagar y éste le transmitió que su cuenta estaba saldada.
—Este Wilson… —murmuró Gael meneando la cabeza. Dirigiéndose a Ivi—: ¿Vamos a despedirnos?
Ella asintió y se acercaron a la oficina de Alec quien salió a saludarlos.
—Espero verlos a menudo por esta casa —le dijo a la joven plantándole un beso en la mejilla.
—Cuente con ello —sonrió Ivi devolviendo el saludo.
Estrechó la mano de Gael y lo exhortó:
—No te pierdas. Confío en veros antes de que partas.
—Haré lo posible —convino—. Y gracias por la invitación.
En la entrada, el maître los esperaba con sus abrigos. Al médico le temblaron las manos cuando rozó la espalda de la muchacha al ayudarla a ponerse el tapado. Viajaron en cómodo silencio hasta la casa de Ivi y, cuando se despidieron, ella se volvió hacia Gael:
—Gracias por haber evitado que arruinara esta noche. La pasé muy bien —se estiró para besarlo en la mejilla.
Él, después de hacer lo propio, la tomó por los hombros. Su mirada ahondó en los ojos de Ivi provocándole una inquietante turbación.
—Si no te conociera, estaríamos ambos lamentando la noche perdida —dijo con tono reposado—. Fue la mejor salida de mis últimos tiempos y aunque no sea para hablar de Jordi, podríamos repetirla.
Por un momento, Ivana sintió que la imagen de su amigo se desdoblaba para dar paso a un hombre que la requería como mujer. No me hagas esto, inglecito. Sos mi mejor amigo y no quiero perderte. Se ladeó hacia la puerta del auto y la abrió, hurtándose de las manos de Gael y su propuesta.
—Es mejor que busques otra compañía —declaró mientras bajaba—. Estaré muy ocupada de ahora en adelante. Buenas noches.
Corrió hacia la puerta de su casa y entró sin mirar atrás. Él suspiró con resignación y volvió a su departamento con la sensación de haber retrocedido en sus aspiraciones.

viernes, 25 de mayo de 2012

AMIGOS Y AMANTES - XVI


Después de adquirir los nuevos celulares para reponer los robados, Ivana y Lena pasaron a buscar a Jordi por el local de video juegos. Estaban a pocas cuadras de la costa, por lo que almorzaron en un restaurante con vista al río. Volvieron a las tres de la tarde y, mientras el chico se instalaba con sus hermanos a mirar un partido de fútbol, las mujeres se retiraron a descansar. Lena, a solas en su dormitorio, intentó comunicarse con Julio pero su teléfono parecía estar fuera de servicio. Le dejó un mensaje de voz advirtiéndole del cambio de numeración. Una intensa desazón la perturbó impidiéndole dormir. Sentía que su marido estaba cada vez más lejos de ella y de su casa. A las cinco bajó después de ímprobos esfuerzos por conciliar el sueño. Bebió un café y media hora después la despertó a Ivana.
—¡Qué cara, mami! ¿No descansaste?
Lena evaluó la posibilidad de comentar con Ivi su inquietud, pero la desechó por no mortificarla considerando el percance pasado.
—No mucho —sonrió desvaídamente—. ¿Vas a salir esta noche?
—No. Podemos comer temprano y ver una película, ¿qué te parece?
—Buena idea. ¿Me acompañás a regar las plantas?
Subieron a la terraza que había diseñado Julio César mientras cursaba la carrera de arquitectura. Había transformado el amplio espacio en un vergel donde convivían enredaderas y distintas especies de plantas ornamentales y floridas. Un quincho totalmente equipado y de considerables dimensiones le proporcionaba a la familia un lugar de esparcimiento y de encuentro los fines de semana. Encendieron los faroles y, mientras su madre recorría los setos con la manguera, Ivana cayó en la cuenta de que el último asado lo habían comido en verano. Su papá estaba tan exigido con el trabajo que rehuía cocinar los fines de semana. Y Diego y Jotacé siempre tenían algún compromiso. Observó la dedicación de Lena delante de cada planta y una oscura intuición de angustia la sacudió. Se acercó a su mamá y en silencio la ayudó a desmalezar los arbustos. Cuando terminaron, eran más de las siete. Diego anunció que salía con Yamila, y Jotacé con Arturo y Ronaldo. Ellas cenaron con Jordi a las nueve y a las diez se acomodaron en la sala para ver una película. Esa noche Lena tomó un ansiolítico y, por asociación, pudieron descansar ella y su hijo menor.
Gael tocó timbre a las ocho y cuarto. El cielo nublado las sorprendió al compararlo con el atardecer límpido del día anterior. Lena e Ivana volvieron a la casa en busca de ropa de mayor abrigo, pilotos y paraguas, y a las ocho y media salían para Escobar. La lluvia se desató a mitad de camino por lo que el médico propuso un alto para tomar algo caliente y esperar a que mejorara el tiempo. Se detuvieron en un parador y poco después degustaban chocolate con churros.
—¿A qué fue idea de Jordi? —adivinó Ivi.
Su hermano rió mientras saboreaba el chocolate caliente. Ella miró el cielo encapotado a través de los cristales de la ventana y preguntó:
—¿Iremos igual aunque llueva?
Su amigo, que no estaba dispuesto a privarse de su compañía por el mal tiempo, respondió con seguridad:
—No creo que el temporal dure todo el día; además hay muchos lugares para recorrer a cubierto. Iremos.
—Estoy de acuerdo —intervino Lena—. Ya hicimos más de la mitad del camino y a lo mejor llegamos sin lluvia.
A las doce, bajo los paraguas, ingresaron al parque temático. Decidieron almorzar en una parrilla con la esperanza de que amainara la lluvia. Antes de que terminaran de comer, el aguacero se transformó en fina llovizna. Cuando abandonaron el restaurante, Lena se sorprendió ante la porfía de Ivi de elegir un itinerario distinto al de los varones, pero no dudó en acompañarla. Visitaron el acuario, asistieron a la proyección de cine 360º, admiraron distintas especies de aves, recorrieron la chacra adonde Ivana se extasió alimentando terneros y aves de granja, y Lena se dejó seducir por la extensa huerta. De tanto en tanto avistaban a Jordi y Gael, momento en que la hija proponía un lugar que los alejaba del dúo. A las cuatro y media de la tarde y después de haber alternado con murciélagos, lémures, suricatas, pumas, canguros y otros animales ignotos, Lena se declaró en rebeldía y exigió merendar. Ivana la guió hasta una confitería adonde eligieron una porción de torta casera que acompañaron con café.
—¿Me querés decir por qué te escapás cada vez que nos cruzamos con Gael? Creí que veníamos a una excursión de cuatro.
—Eso no significa que recorramos el parque del brazo. Además no me escapo de nadie. Ellos tenían otros intereses. Será más divertido cuando nos juntemos a intercambiar impresiones —dijo despreocupada.
—¿Y adónde se supone que nos vamos a juntar? —preguntó la madre.
—Presumo que me mandará un mensaje —se quedó callada—. ¡Ay, mami! No le dí el número de teléfono nuevo.
—Llamalo vos, entonces.
—No me acuerdo de memoria —dijo contrariada.
Lena suspiró y miró hacia el exterior. Gruesos nubarrones empañaban la poca claridad del ocaso. Un trueno distante presagió un temporal.
—Tendremos que buscar el auto en el estacionamiento y esperarlos allí —discurrió la mujer.
—Caminaremos un poco más. Si no los encontramos, esperaremos en la entrada bajo techo. A las seis terminan las actividades.
Se marcharon de la confitería a las cinco. Las primeras gotas las golpearon anticipando la baja temperatura. Las luces del parque se habían encendido para disipar la oscuridad. El viento les impedía usar los paraguas y los impermeables no evitaban que el agua se filtrara. Lena extendió el brazo para frenar la marcha de su hija:
—¡Ivi! Nos estamos empapando. Volvamos a la entrada.
La joven no se opuso porque estaba aterida. Antes de retroceder, vibró su celular.
—¡Gael! —gritó para hacerse escuchar sobre el ulular del viento—: ¿Adónde están?
—Buscándolas. ¿Por dónde andan?
—Yendo hacia el ingreso. Los esperamos ahí.
Cuando se refugiaron de la lluvia, Lena señaló:
—¿No era que no le habías dado el número a Gael?
—Así es. Nunca se lo dí —señaló un sillón—: ¿Nos sentamos?
Se quitaron los impermeables y se acomodaron para aguardar a los muchachos. En el hall el movimiento de visitantes era continuo. La mayoría abandonaba las instalaciones y otros hacían sus compras de último momento.
—Esta vez no disfruté del paseo como cuando era chica —dijo Ivana—. Los animales estarán bien cuidados, pero esto no es más que un cautiverio de lujo. Me dio mucha tristeza.
—Es cierto lo que decís. Pero con tanto daño al ecosistema, hasta los que están aquí hubieran desaparecido —opinó Lena.
Jordi y el médico no demoraron más de cinco minutos en llegar. El chico abrazó a las mujeres y le pidió a su madre comprar un recuerdo. Cuando Ivi quedó a solas con Gael, lo apremió:
—Tenemos que vernos sin testigos. Quiero detalles del paseo con Jordi —y cambiando de tema—: ¿Cómo supiste mi nuevo teléfono? No alcancé a dártelo.
El hombre sonrió ante la ráfaga de palabras disparadas por la joven. Respondió a su pregunta:
—Jordi memorizó tu número y el de Lena. Ya los tengo ingresados. Con respecto a tu propuesta, podríamos ir a cenar cuando lleguemos a Rosario —ofreció, encantado de la posibilidad de un encuentro más intimista.
—¿A qué hora estaremos de vuelta?
—No antes de las diez si la tormenta persiste.
La observó hacer un mohín de contrariedad que le confería a su rostro el talante de la niña voluntariosa que lo había cautivado. Esperó la conclusión de la muchacha.
—Bueno —dijo por fin—. Si llegamos a laz diez, dame una hora para cambiarme. ¿Te parece?
—Tomate el tiempo que quieras. Cuando estés lista, me llamás.
—A las once te estaré esperando en la puerta —insistió.
Él rió francamente ante la tozudez de la chica. Y ella, tomando conciencia de su conducta, lo imitó.

viernes, 18 de mayo de 2012

AMIGOS Y AMANTES - XV


Gael se despertó a las siete de la mañana, se vistió y bajó en silencio con la intención de no despertar a los durmientes. Lena lo atajó en la puerta de la cocina adonde ya tenía preparado el desayuno.
—¡Buen día! No pensarás que te vas a ir sin desayunar…
—¡Buen día, Lena! Creí que necesitaban descansar después de semejante aventura.
—Yo dormí bien sabiendo que no estábamos solos —dijo la mujer agradecida.— Servite lo que gustés.
El médico se acomodó en la barra y vertió café con un chorro de leche en el pocillo. Untó una tostada con manteca y mermelada y los degustó pausadamente.
—¿Y Julio? –se interesó.
—Vuelve la semana que viene. Tiene que solucionar algunos problemas en la oficina. Para ser franca, pensé que ahora que los chicos son grandes dispondríamos de más tiempo para nosotros, pero este trabajo lo retiene cada vez más tiempo fuera de casa —dijo pesarosa.
—Ya los resolverá —la consoló. Sacó el celular y le notificó:— Voy a llamar al hospital para saber si le dieron el alta a la pareja agredida.
La madre de Ivi se sirvió otro café mientras Gael se comunicaba.
—Anoche mismo se retiraron —participó al terminar la comunicación. Y agregó:— Me voy ya porque tengo que hacer un estudio. Mañana los paso a buscar a las ocho. ¿Te parece bien?
—Perfecto. Gracias por quedarte, Gael —se acercó para despedirlo con un beso.
—Ya sabés que por mi segunda madre hago cualquier cosa —él la rodeó con un brazo y la besó en la frente.
Salieron sonriendo hasta la calle adonde se toparon con Diego y Jotacé que volvían de Roldán.
—¡Doctor! —Julio César estiró la palma de la mano abierta para chocarla con la de Gael—. Espero que tu presencia no esté relacionada con tu profesión…
Diego lo palmeó en el brazo y lo miró con inquietud.
—Tranquilos, muchachos —les contestó calmoso—. Todo está en orden. Me espera un paciente, pero si tienen tiempo los invito con el aperitivo en el bar de enfrente.
Los hermanos asintieron y entraron a la casa con su madre. Lena les sirvió un café y los puso al tanto del atraco sufrido y del gesto solidario de Gael.
—¡Ya me parecía que algo pasaba cuando llamaste! —dijo Diego—. Tendrías que haberme contado la verdad.
—Hijo, estaban demasiado lejos para esperar que vinieran a buscarnos y no tenía sentido intranquilizarlos —señaló su madre—. Lo que sí les pido, es que nos acompañen a la comisaría cuando nos citen.
—Dalo por descontado, mamá. Me voy a dar una ducha y a cambiar para estar listo.
Cuando los jóvenes bajaron, Ivi y Jordi estaban desayunando. Ambos abrazaron a sus hermanos y Jotacé amonestó a Ivana:
—¡Mujer loca! ¿Cómo se te ocurrió exponerte sin pensar en tu familia?
—¡No pasó nada…! Además súper mamá acudió en mi rescate —añadió restándole dramatismo al suceso.
Diego la miró con gravedad. La imagen de su entrañable hermana derribada por un disparo mortal, se le hacía intolerable. Jordi, para aliviarlo, mencionó la intervención del médico:
—¡Gael las fue a buscar, curó al hombre y a la mujer lastimados, nos trajo a casa y la tranquilizó a Ivi!
—¡Ooo...…! —exclamó Jotacé — ¿y se puede saber cómo?
—La abrazó —declaró Jordi.
—Qué hombre inescrupuloso… —masculló Julio César con una risita.
—Mamá, ¿se puede saber de dónde sacaste a este tarado? —reaccionó Ivana irritada.
El timbre del teléfono eximió la respuesta de Lena. Las requerían de la comisaría para firmar una declaración. Se presentaron escoltadas por Diego y Jotacé, y después de concluir el trámite los varones las dejaron en el centro adonde se encontrarían con Jordi para almorzar. Ellos se separaron para responder a la invitación de Gael.
Diego manejaba ensimismado, pero la apreciación de su hermano no lo sorprendió:
—Parece que el medicucho está empezando a embestir…
—Sabrás que está enamorado de Ivi.
—Creo que la única que lo ignora es ella. A mí me cabe la idea de que sean pareja, ¿y a vos?
—Totalmente. Aunque le espera una tarea titánica: correrse del lugar de amigo para ser considerado como hombre. Así que te agradecerá que no la chicanees con tus sarcasmos.
—¡Trataré, trataré! —rió Jotacé—. No me perdonaría poner piedras en el camino de sir Gael.
Diego hizo una mueca y no perseveró con el tema. Su amigo los estaba esperando en el bar y suplieron el almuerzo por un abundante refrigerio. No pudieron soslayar el ataque sufrido por madre e hija. Para los hermanos, el médico había respondido a la llamada de Ivi y al reclamo materno de compañía, omitiendo la intervención de Jordi. Julio César no pudo evitar un comentario deliberado:
—Jordi dijo que tuviste que confortar a Ivana…
Gael lo miró con una sonrisa apacible y se tomó tiempo para contestar:
—¿Acaso no fuiste vos el que me aconsejó que la avanzara rápido?
Jotacé largó una carcajada ante la mirada consternada de Diego.
—¡No era para que te lo tomaras tan a pecho! Pero contame por qué necesitó tu consuelo.
—Porque se derrumbó cuando tomó conciencia de que podría haber muerto. Sólo ayudé a que saliera del marasmo —precisó Gael con voz grave y pausada. Después, para despejar de pensamientos sombríos a sus amigos—: Mañana me llevo a Jordi y a las muchachas a Temaikén.
—¡Ja! –rió Julio César—. ¿Mamá no deja sola a su bebé?
—Si alguna vez pudieras cerrar esa bocota… —amonestó Diego.
—Dejalo, de otro modo no sería Jotacé —dispensó el médico—. Saldremos a las ocho y me propongo retenerlos tanto como pueda —dijo con una sonrisa traviesa.
—Derrapaste con el idioma, hermano. En singular y femenino se dice retenerla —precisó Jotacé.
El rostro de Gael se iluminó con una risa espontánea ante la enmienda de su amigo quien atajaba riendo el puñetazo fraterno. Fueron tres hombres unidos por la conciencia de la pasión de uno y la aceptación de los otros dos.

domingo, 13 de mayo de 2012

AMIGOS Y AMANTES - XIV


Lena atendió el teléfono cerca de las doce y le transmitió al grupo que Diego y Julio César se quedaban a pasar la noche en Roldán. Su gesto de inquietud motivó la reacción de Gael:
—Si te deja más tranquila me quedo a dormir como en los viejos tiempos, ¿querés?
—¡Sos un ángel! —exclamó Lena—. No me hubiera atrevido a pedírtelo. Ocupá el dormitorio de los chicos. —Les propuso—: ¿Vamos a acostarnos? Estoy molida.
—Vamos, mami —asintió Ivana apagando el equipo de música.
En tanto las mujeres terminaban de ordenar la cocina, Jordi y Gael subieron a la planta alta. Cuando ellas lo hicieron, ambos se habían acostado. Ivi se despidió de Lena y entró a su cuarto. Frunció el ceño y volvió a salir para golpear suavemente la puerta del dormitorio de sus hermanos mayores.
—¡Adelante! —autorizó su amigo.
Abrió la puerta y lo encontró acostado en la cama de Diego. Se había incorporado y mostraba el torso desnudo. Por un momento lo calibró como mujer y admiró la musculatura que exhibía el hombre. Él la miró sin pronunciar palabra hasta que ella reaccionó:
—Gael —dijo acercándose al lecho—, no voy a poder dormir si no me aclarás cómo llegaron tan oportunamente Jordi y vos.
Su amigo palmeó el borde de la cama invitándola a sentarse. Ella experimentó, por primera vez, un confuso nerviosismo al estar en situación tan intimista con el joven. ¡Pero si dormimos mil veces juntos cuando íbamos de campamento! ¡Y yo siempre me arrimaba a él para evitar las bromas pesadas de mis hermanos! Dominó su emoción y le dirigió una mirada interrogante.
—Estaba tratando de interpretar el encefalograma que le practicaba a Jordi, cuando sus ondas cerebrales entraron en estado de paroxismo. Se arrancó los electrodos y gritó que estabas en peligro. A pesar de su alteración me explicó con claridad adonde estabas y me pidió que fuéramos a buscarte.
—¿Adónde estaba…? –interrumpió ella—. ¿Cómo podía saberlo?
—Sé paciente –pidió el médico.— Bajamos corriendo y me fue guiando hacia el parque Urquiza. En el camino vimos un patrullero estacionado y a los policías que lo ocupaban, charlando. Me hizo detener y de pronto, así como te cuento, los agentes subieron al auto, pusieron la sirena y salieron como alma que lleva el diablo. –Calló un instante como si quisiera ordenar su pensamiento—. Cuando arranqué, los había perdido de vista. Hubiéramos llegado antes si un camión de los que transportan volquetes para obras no se hubiera puesto a maniobrar media cuadra adelante parando la circulación. Estaba por bajar para obligar al conductor que se apartara, cuando Jordi me dijo que ya había llegado la policía. Mientras esperábamos que se reanudara el tránsito recibí tu llamado.
—Estoy asustada, Gael. ¿Jordi tiene poderes sobrehumanos? —articuló con voz temblorosa.
—Digamos que tiene un patrón mental distinto al de una persona común. Presenta una actividad de onda cerebral atípica que le permite captar la energía de otros  cerebros. Aparenta una especie de sinestesia cerebral desconocida hasta ahora.
—¿Puede leer nuestro pensamiento?
—Por medio de imágenes reconocidas por él. Es un muchacho superdotado, Ivi. Una verdadera mutación de la especie.
Ella se estremeció y, como si tuviera frío, se abrazó a sí misma. Gael estiró el brazo para acariciarle la cabeza.
—Ivi, lo de Jordi no debe preocuparte. Si confiás en mí, estaré a su lado para ayudarle a comprender las características de su talento. Él aprende rápido y está consustanciado con su capacidad. Lo positivo es que no le causó ningún trauma porque siempre lo asumió espontáneamente.
—Es que no quiero que lo vean como un fenómeno… —se lamentó la hermana.
—¡No será así! –afirmó el médico—. Después que termine de evaluarlo quiero que venga conmigo a Inglaterra. Allí hay una organización que se especializa en jóvenes que tienen un cociente intelectual relevante. El director es amigo mío y completará con tests los estudios que le estoy haciendo.
—¿Llevarte a Jordi? ¡Ni loco! —reaccionó Ivana irguiéndose.
—Por eso —sonrió Gael —pensé en que podrías acompañarnos.
—Vos te vas el mes que viene y, aunque tuviera los medios, tengo que rendir tres parciales —alegó la joven.
—Pero después tenés el receso de invierno, y tal vez en lugar de dos semanas podés tomarte tres. Pensalo. Los pasajes corren por mi cuenta y la estadía será en casa de mis padres, de modo que no tendrás ningún gasto.
—¿Estás seguro de que será en beneficio de Jordi? —preguntó ella después de un momento.
—Absolutamente. Debe integrarse a un medio que le facilite el manejo de sus habilidades. Si él puede hacerlo a conciencia, su vida será tan normal como la de cualquiera.
—No sé… —dudó Ivana.— Debería coordinar tantas cosas…
—Yo sé que podrás —aseveró Gael— así que poné a trabajar esa cabecita y dejá lo demás a mi cargo.
Ella hizo ademán de levantarse y se volvió a sentar porque aún le quedaban varios interrogantes:
—Los policías hablaron de una alarma, pero yo no escuché ninguna. Además, la dueña del local declaró que la iban a instalar. —Lo miró perpleja.
—Fue una elaboración de Jordi. Lo charlamos mientras esperábamos que se despejara la calle. Se dio cuenta de que no íbamos a llegar a tiempo y proyectó la imagen sonora de la alarma hacia los agentes además de la ubicación del lugar —explicó el hombre con naturalidad.
—Y me lo decís tan tranquilo… —reprochó ella.
—Vas a tener que acostumbrarte a esto y mucho más, mi querida —declaró Gael con ternura.
—Lo vas a cuidar, ¿verdad? —su reclamo estaba henchido de inquietud.
—Como si fuera de mi sangre —garantizó, y su mirada no dejaba espacio para la duda.
Ivana se incorporó. Antes de irse formuló la última pregunta:
—El viaje a Temaikén, ¿está relacionado con la valoración de Jordi?
—Sí. Estará en contacto con animales insertos en su hábitat natural. Ambos queremos investigar el grado de acción que pueda ejercer sobre ellos.
—Bueno. Menos mal que viene mamá, porque ustedes me iban a marginar como siempre —dijo con aire de fastidio.
—¿Viene Lena? ¡Fantástico! —declaró su amigo.— Me preocupaba dejarte deambular sola por el parque mientras Jordi y yo nos dedicábamos a indagar este proceso.
—¿Y quién los necesita? —observó con altanería—. Me las hubiera arreglado muy bien sola.
Gael le prodigó una mirada que la turbó. Se volvió hacia la puerta y escuchó su voz burlona:
—¿Te vas sin darme el beso de las buenas noches?
—Ya te lo va a dar tu mamá cuando vayas a Inglaterra —le contestó sin dar la vuelta—. ¡Qué duermas bien!
Él, acodado sobre la cama, la vio desaparecer al cerrarse la puerta. Sonrió cada vez más seguro de lo que sentía por la díscola muchacha. Por lo pronto, no desaprovecharía ninguna oportunidad de frecuentarla. Y cuando estuvieran en su país natal, confiaba en conquistarla. Se durmió deseándola entre sus brazos.

miércoles, 9 de mayo de 2012

AMIGOS Y AMANTES - XIII


Ivana se arrimó a la mujer del cantinero para tranquilizarla:
—Acabo de hablar con un amigo que es médico. Está cerca y podrá revisarlos.
—Gracias —murmuró la joven—. De no ser por vos quién sabe qué me hubieran hecho…
Ella se encogió de hombros.
—Gracias a la llegada del patrullero, dirás. Lo mío acababa en desastre —se estremeció—. Voy a avisarle a los canas que viene mi amigo, no sea que lo tomen por un delincuente —le explicó a la mujer.
Caminó hasta donde estaban los policías y se dirigió al de mayor edad:
—Agente, en cualquier momento llegan un amigo y mi hermano a buscarnos. ¿Me puede decir por qué tarda tanto la ambulancia? Ese hombre necesita atención médica.
—Ya la reclamamos —dijo con impaciencia.
—Y mientras tanto los ciudadanos sufren las consecuencias de su demora. ¿Se da cuenta de que ya no podemos salir tranquilos a la calle, de que no estamos seguros en ningún lugar? Me asombra de que hayan aparecido tan a tiempo —expresó enojada.
—En vez de quejarse tendría que agradecer que estuviéramos recorriendo la zona y escucháramos la alarma —espetó el uniformado.
—¿La alarma? —se sorprendió la joven—. Aquí no sonó ninguna alarma.
—¿Y cómo cree que llegamos?
El impetuoso ingreso de Gael y Jordi clausuró la discusión. El jovencito corrió hacia su hermana y la abrazó con fuerza. Gael, con el maletín en la mano, se acercó a Lena:
—¿Cómo están? ¿Están heridas? —demandó pasándole un brazo por los hombros.
—Nosotras no —intervino Ivi—. Pero hay dos golpeados —señaló a la pareja.
El médico se acercó para examinarlos y atendió al hombre en primer lugar. Con un apósito paró la hemorragia y después desinfectó y vendó la herida de la mujer.
—Hay que suturarlo —anunció a los policías—. ¿La asistencia está en camino?
—Ya la reclamamos, doctor —repitió el guardia en tono respetuoso.
Gael vaciló un momento, después le notificó:
—Los voy a llevar en mi auto hasta el hospital de emergencias. Anule el llamado.
—Sí, doctor —se dirigió a los presentes—: se pueden retirar. Mañana se los citará en la comisaría.
Ivana cerró el negocio con la llave que le entregó la propietaria mientras Gael y Lena ayudaban a la pareja a acomodarse en el vehículo. Después de que los atendieran en la guardia del hospital y asegurarse de que los familiares estaban en camino, se despidieron de los pacientes.
—¡Esperá! —exclamó la mujer tomando la mano de Ivi—. Mi nombre es Silvia. ¿Cómo te llamás?
—Ivana —sonrió.
—Les debemos una grande. Vengan a visitarnos que serán nuestros invitados —y aclaró—: la próxima tendremos alarma y seguridad privada.
—De acuerdo —contestó la muchacha, condolida.
Llegaron a la casa adonde aún no habían regresado los varones. Lena titubeó antes de abrir la puerta:
—Gael —dijo—: ¿te quedarías hasta que vengan Diego y Jotacé?
—¡Ma! —interrumpió la hija—: que Gael ya hizo demasiado por nosotras.
—Será un gusto —la contrarió él que no deseaba perderla de vista tan pronto.
—Gracias, hijo —respondió la mujer, aliviada.
Ivana anunció que se iría a bañar mientras su mamá preparaba la cena, y Jordi invitó al médico para presenciar una final de tenis. Después de comer pasaron a la sala adonde Lena relató con detalles el apremio sufrido. Se le quebró la voz al recordar el disparo fallido.
—Mamucha me cubrió con su cuerpo por si volvían a tirarme —aportó Ivi sentada al lado de su madre—. Todo un gesto maternal, ¿eh? —se inclinó para besarla.
A Gael lo sofocó el pensamiento de cubrirla con su cuerpo y, para guardar las formas, recurrió a una pregunta:
—¿Qué te pasó por la cabeza para correr ese riesgo?
—Nada y todo. Cinco minutos antes era una muchacha común charlando amigablemente con su madre y cinco minutos después una mujer sometida a la violencia de unos inadaptados. —Se levantó alterada—. El instinto de conservación me privó de reaccionar cuando golpearon al hombre, pero cuando agredieron a la mujer, no pude más. Fue tan fácil morir porque tu agresor no vaciló en dispararte... —dijo aturdida—. En una fracción de segundos te esfumás con todos tus proyectos —Se cubrió la cara con las manos.
Gael saltó del sofá y la cercó en un abrazo de oso.
—Ivi… Ivi… —murmuró junto a su oído—: éste es el mundo en el que debemos vivir, chiquita. Deploro lo que pasó, pero esta experiencia no tiene que desanimar a la muchacha obstinada que conozco —prolongó el fuerte abrazo hasta que sintió que se relajaba. Aflojó el apretón y le descubrió el rostro—. A ver, Ivana Rodríguez —exigió mientras le mantenía levantado el mentón para que lo mirara a los ojos—: Asomate que te quiero ver.
Jordi observaba la escena con tranquilidad. Su hermana no necesitaba más que la presencia de su amigo para desarticular todas las inseguridades que le causara el incidente. Lena, asistiendo al conjuro del joven para expulsar los fantasmas del miedo que acosaban a su hija, vislumbró un futuro adonde Ivana encontraría en Gael al hombre que la conmovería. La escuchó reír mientras lo empujaba para apartarse.
—Gracias por tu sesión de terapia, pero que conste que sólo me estaba desahogando. Si hubieras esperado un poco, chico impaciente, te habrías ahorrado la perorata —dijo con insolencia.
—Me dejás tranquilo —señaló él con placidez—. Seguís tan maleducada como siempre.
Ivi le hizo una mueca y propuso al trío:
—¿Quieren escuchar un poco de música?
-¡Sí! –gritó Jordi con entusiasmo.
Sin evaluar más respuestas, seleccionó Rapsodia en blue de Gershwin. Se recostó en el sillón pequeño y entornó los ojos para concentrarse en la melodía. Como eslabones de una cadena, Gael estaba pendiente de Ivana, Lena de Gael y Jordi de todos. Un aire de nostalgia flotó sobre las facciones de la joven que se fueron realzando a medida que avanzaba el concierto. El médico la observaba compenetrándose del semblante sensible y sin ocultar sus emociones a los ojos de la madre ni el hermano. Lena reconoció en el rostro suspendido del joven la pasión hasta ahora inadvertida y anheló que su hija le correspondiera; y Jordi siguió aprendiendo el significado de las imágenes que se agitaban en el cerebro de los mayores: Ivi, Gael y su madre eran las verdaderas notas de esa sinfonía.

jueves, 3 de mayo de 2012

AMIGOS Y AMANTES - XII


Entre mediados de otoño y principiando el invierno, Gael examinó a Jordi meticulosamente. Ivana, concentrada en regularizar varias materias, descansó en su amigo la inquietud que le provocaba la singularidad de su hermano. Se había convertido en una compañera asidua de Lena y compartían juntas algunos pasatiempos como la jardinería y caminatas.
—A papá cada vez le insume más tiempo la sucursal de Buenos Aires —observó mientras recorrían el circuito de Parque Urquiza.
—Sí. Esta vez se queda una semana más porque renunció el encargado administrativo y debe buscar un reemplazo. Ya que no tenés clase por el paro, pensé en que podríamos ir este fin de semana y darle una sorpresa.
—¡Ay, mami…! —se lamentó Ivi.— Le prometí a Jordi llevarlo a Temaikén. ¿Por qué no venís con nosotros?
—Ya tendrás los pasajes comprados…
—No… Vamos en el auto de Gael. ¡Vení! —la instó.
—Sí… Me gusta el programa. Además la única vez que fui era cuando Jordi tenía cinco años. ¿Tu hermano lo propuso? —preguntó con una curiosidad no exenta de intuición.
—No —dijo Ivana—. Gael nos invitó porque no conocía la reserva.
Completaron las tres vueltas en silencio y se detuvieron a beber agua mineral. A la joven le asombraba la percepción materna porque la excursión la había sugerido el médico para ampliar el examen de su paciente.
—¿Qué es de la vida de Gael? ¿Tiene novia? —averiguó Lena.
—No sé, mamá. Nunca le pregunté. Si querés saber de él a nivel profesional, puedo informarte.
—Supongo que será excelente con lo responsable que es —opinó su mamá—. Imaginate qué hubiera hecho otro adolescente al quedarse solo en otro país y sin la presencia de sus mayores…
—Se quedó a estudiar.
—Eso lo dicen muchos y después se dedican a la farra. Está bien que él se integró a nuestra familia como un hijo más… y creo que entre todos le dimos la contención que necesitaba, pero todavía no comprendo cómo sus padres pudieron abandonarlo.
—Porque sos chapada a la antigua. No lo abandonaron, respetaron su elección y lo sostuvieron económicamente. Además viajan cada tanto para verlo y él también se hace sus escapadas a Inglaterra. Si no entendí mal, en julio se va por todo el mes.
Lena no la cuestionó, pero su gesto renuente lo decía todo. Prosiguió sus apreciaciones sobre el estado civil de Gael:
—Es raro que no tenga novia. Es atractivo, inteligente, afectuoso y comprometido con sus principios. Además ya tiene veintiséis años. La edad que tenía tu papá cuando nos conocimos.
—No todos siguen su ejemplo. ¿Te olvidás de que yo tengo veintiocho?
—A tu edad, ya te tenía a vos y a Diego. Si pensás tener hijos, no esperes demasiado. Es tarea para gente joven.
—Mamá… Ni siquiera tengo candidato. Además tengo muchos proyectos entre los que precisamente no cabe criar niños.
—Serías una buena madre, hija. Harto lo demostraste con tu hermanito. Y el mismo interrogante me asalta cuando comparo tu soledad con la de Gael: ¿por qué dos hermosos ejemplares de la raza humana no encuentran una pareja para sentirse realizados?
—Porque tu idea de la realización no coincide con nuestras prioridades. Quiero recibirme, mamá, y te voy a decir que si aparece alguien que me conmueva no lo voy a rechazar de puro obstinada, pero tiene que reunir un buen puñado de condiciones.
Lena sonrió imaginando a Ivana presentándole un cuestionario al hombre que quisiera relacionarse con ella para estudiarlo luego con minuciosidad. Pero soslayaba el componente instintivo de la atracción. Todavía tenía Ivi catorce años cuando ella quedó embarazada de Jordi y poco habían hablado de su sexualidad naciente. Después, las demandas giraron alrededor de la salud del niño. Cuando Jordi se estabilizó, Ivana cumplía diecinueve años y ya guardaba los anticonceptivos en el cajón de la mesita de luz.
—Hay algo de lo que nunca hablamos, porque ya era tarde cuando pude dirigir mi atención hacia vos —dijo la mujer sirviéndose el resto de agua mineral—. Y tiene que ver con el sexo. Puedo inferir algunos requisitos que le exigirías a tu pareja como ser honradez, inteligencia, buen carácter, respeto por el otro, etcétera, etcétera. ¿Pero qué lugar ocupa el amor entre estos requerimientos?
—Mamá, el sexo se puede disfrutar estando o no enamorada. Basta que alguien te atraiga y tengas algo en común. Mis experiencias fueron pocas, algunas satisfactorias y otras intrascendentes, de esas que te preguntás cuando terminan ¿qué hago yo acá? Por lo tanto archivé este aspecto hasta que la ocasión lo merezca. No me va a matar, mami. Además, ahora que me sobra el tiempo, estoy pendiente de mi carrera y del mayor acercamiento a mi familia. Eso se llama sublimar, ¿sabés? —explicó con un dejo de suficiencia.
—Ya lo sé, sabelotodo. También tomé algunas clases de sicología. Pero mejor que sublimar es dirigir la pulsión sexual hacia el hombre que ames. Te garantizo que no hay experiencia más gratificante —atestiguó Lena.
—Y he aquí a madre e hija incursionando por el tema tabú de la sociedad victoriana —rió Ivana.- Ya ves que nunca es tarde, mamita. Te puedo garantizar que no soy frígida ni que detesto al sexo opuesto, pero la ansiedad de comer el fruto prohibido ya me la quité. Ahora espero la manzana más deliciosa que pueda ofrecerme el árbol de la vida. ¿Te quedarás tranquila? —le acarició el rostro con ternura.
—Me sacás un peso de encima, querida —declaró Lena—. Siempre me mortificó el pensamiento de no haber podido tener con mi única hija la charla típica entre mujeres. —Miró a su alrededor y comentó—: se está haciendo tarde. Deberíamos salir más temprano. ¿Adónde está el mozo?
—Vamos a pagar adentro —dijo Ivi levantándose—. Hace rato que no lo veo.
Las mujeres caminaron hasta el bar atravesando la línea sombría de los árboles; tan abstraídas habían estado en la conversación que no advirtieron que la luz y los paseantes menguaban. Ivana no tuvo tiempo de retroceder. Un encapuchado la tomó del brazo y la hizo ingresar al local trastabillando. Su madre arremetió contra el hombre para liberarla y fue empujada con rudeza contra el dependiente que las había atendido y que estaba con los brazos alzados.
—¡Contra la pared, todos! —gritó el delincuente que tenía un arma en la mano—. ¡Vos también! —dijo soltando a la muchacha.
Ivana obedeció y se puso junto a Lena. Le apretó el brazo esperando calmar el temblor de su madre. Desde esa posición observó que los ladrones eran tres y dos estaban armados manteniendo amenazadas a varias personas. Si nos hubiéramos ido sin pagar la cuenta esto no estaría pasando. ¿Qué digo? Nunca lo hubiéramos hecho. ¿Y ahora? Estos tipos parecen drogados. Y nosotras no tenemos nada de valor más que unos pesos para pagar la consumición…
-La plata, el celular y todo lo que tengas –el de capucha le apoyó el revolver en la cabeza mientras el cómplice desarmado mantenía abierta una bolsa.
Lena emitió un gemido y ella, sin moverse, le pidió:
—Tranquila, mamá… Por favor. —Sacó el cambio de su bolsillo y lo arrojó al bolso—. No tenemos más que esto entre las dos. Y salimos sin celulares ni alhajas.
—Ya voy a ver qué hago con ustedes, turra. Y cuidá a la veterana para que no se coma un confite —intimó pasando al siguiente.
Ivana no necesitó un intérprete para entender que el asaltante advertía que no se resistieran. Los vio recorrer la fila y encañonar a uno por uno para amedrentarlos. Al llegar al último lo obligó a pasar detrás del mostrador.
—Abrí la caja y pasame la guita. ¡Guarda con apretar cualquier botón!
El hombre, nervioso, encajó la llave en la cerradura y tiró de una manija para hacer deslizar la bandeja de la registradora. Sacó billetes y monedas y los puso en la bolsa que sostenía el otro individuo.
—¡La guita grande que tenés aparte, también! —vociferó el encapuchado.
—¡Esto es todo! ¡Lo juro! El negocio se movió poco… —el golpe propinado con el arma le hizo sangrar la boca y le arrancó un alarido de dolor.
-¡Callate, marica! Sabemos que la plata grande la escondés. A ver… ¿Adónde está tu mina? —¡Ahí! —señaló a una mujer que su cómplice apartó de la fila. Cuando la tuvo al lado le puso el arma en el estómago—: Si no la querés boleta, decí donde escondés la guita.
La mujer lloraba aterrada balbuciendo que no la mataran. El que la sostenía le dio un puñetazo para que se callara y ella quedó gimoteando en el piso. Ivana no pudo soportar tanto atropello. Con el rostro congestionado por la ira, lo increpó al de la capucha:
-¡Sos un cobarde! ¡No es de hombres golpear a una mujer indefensa! ¿Acaso no tenés madre o hermana o pareja? —se atropelló con las palabras.
El sujeto volteó para mirarla, levantó el arma e hizo fuego. Lena se arrojó al piso y arrastró a su hija con ella. El estampido las ensordeció y creyeron escuchar muy a lo lejos una sirena policial. La reacción de los maleantes les confirmó la suposición: salieron de estampida llevándose la bolsa y el encapuchado, en represalia, efectuó varios disparos antes de desaparecer tras la puerta. Siguiendo el ejemplo de la mujer, los demás cautivos habían hecho cuerpo a tierra a partir del primer fogonazo por lo que nadie resultó herido. Ivana apartó a su madre que la había cubierto con el cuerpo al tiempo que dos uniformados ingresaban al bar.
—¡Mamá! ¿Estás bien? —se inclinó sobre ella.
—¡Sí! ¿Y vos? —preguntó Lena conmocionada.
La chica asintió. Se levantó izando a su madre con ella y miró a su alrededor tratando de salir de su aturdimiento. Salvo el dueño del bar y su mujer, los demás estaban de pie. Se acercó a los caídos que estaban concientes, pero advirtió que el hombre sangraba profusamente.
-¡Llamen a una ambulancia! —exigió a los policías.
-Ya lo hicimos, señorita. Mientras tanto vamos a tomar nota de sus identidades —dijo uno.
Después de dar sus datos de filiación, Lena se acercó al teléfono que estaba sobre la barra y llamó a Diego. Cuando colgó, le comunicó a Ivi:
—Tus hermanos están en Roldán. No los quise inquietar pero no quiero volver a casa ni en taxi ni en remís. Estoy paranoica, sí —declaró antes de que su hija se lo hiciera notar—. Llamalo a Gael.
Ella no protestó. El incidente había mellado esa frágil seguridad en la que había transitado hasta el presente. Marcó el número de su amigo y se dio a conocer:
—Estamos en camino, Ivi —escuchó del otro lado.
—¿Estamos? —balbuceó.
—Con Jordi. Estamos a diez cuadras —repitió—. ¿Están bien?
—Sí —dijo, y colgó.
¿Acaso Jordi…?