viernes, 18 de mayo de 2012

AMIGOS Y AMANTES - XV


Gael se despertó a las siete de la mañana, se vistió y bajó en silencio con la intención de no despertar a los durmientes. Lena lo atajó en la puerta de la cocina adonde ya tenía preparado el desayuno.
—¡Buen día! No pensarás que te vas a ir sin desayunar…
—¡Buen día, Lena! Creí que necesitaban descansar después de semejante aventura.
—Yo dormí bien sabiendo que no estábamos solos —dijo la mujer agradecida.— Servite lo que gustés.
El médico se acomodó en la barra y vertió café con un chorro de leche en el pocillo. Untó una tostada con manteca y mermelada y los degustó pausadamente.
—¿Y Julio? –se interesó.
—Vuelve la semana que viene. Tiene que solucionar algunos problemas en la oficina. Para ser franca, pensé que ahora que los chicos son grandes dispondríamos de más tiempo para nosotros, pero este trabajo lo retiene cada vez más tiempo fuera de casa —dijo pesarosa.
—Ya los resolverá —la consoló. Sacó el celular y le notificó:— Voy a llamar al hospital para saber si le dieron el alta a la pareja agredida.
La madre de Ivi se sirvió otro café mientras Gael se comunicaba.
—Anoche mismo se retiraron —participó al terminar la comunicación. Y agregó:— Me voy ya porque tengo que hacer un estudio. Mañana los paso a buscar a las ocho. ¿Te parece bien?
—Perfecto. Gracias por quedarte, Gael —se acercó para despedirlo con un beso.
—Ya sabés que por mi segunda madre hago cualquier cosa —él la rodeó con un brazo y la besó en la frente.
Salieron sonriendo hasta la calle adonde se toparon con Diego y Jotacé que volvían de Roldán.
—¡Doctor! —Julio César estiró la palma de la mano abierta para chocarla con la de Gael—. Espero que tu presencia no esté relacionada con tu profesión…
Diego lo palmeó en el brazo y lo miró con inquietud.
—Tranquilos, muchachos —les contestó calmoso—. Todo está en orden. Me espera un paciente, pero si tienen tiempo los invito con el aperitivo en el bar de enfrente.
Los hermanos asintieron y entraron a la casa con su madre. Lena les sirvió un café y los puso al tanto del atraco sufrido y del gesto solidario de Gael.
—¡Ya me parecía que algo pasaba cuando llamaste! —dijo Diego—. Tendrías que haberme contado la verdad.
—Hijo, estaban demasiado lejos para esperar que vinieran a buscarnos y no tenía sentido intranquilizarlos —señaló su madre—. Lo que sí les pido, es que nos acompañen a la comisaría cuando nos citen.
—Dalo por descontado, mamá. Me voy a dar una ducha y a cambiar para estar listo.
Cuando los jóvenes bajaron, Ivi y Jordi estaban desayunando. Ambos abrazaron a sus hermanos y Jotacé amonestó a Ivana:
—¡Mujer loca! ¿Cómo se te ocurrió exponerte sin pensar en tu familia?
—¡No pasó nada…! Además súper mamá acudió en mi rescate —añadió restándole dramatismo al suceso.
Diego la miró con gravedad. La imagen de su entrañable hermana derribada por un disparo mortal, se le hacía intolerable. Jordi, para aliviarlo, mencionó la intervención del médico:
—¡Gael las fue a buscar, curó al hombre y a la mujer lastimados, nos trajo a casa y la tranquilizó a Ivi!
—¡Ooo...…! —exclamó Jotacé — ¿y se puede saber cómo?
—La abrazó —declaró Jordi.
—Qué hombre inescrupuloso… —masculló Julio César con una risita.
—Mamá, ¿se puede saber de dónde sacaste a este tarado? —reaccionó Ivana irritada.
El timbre del teléfono eximió la respuesta de Lena. Las requerían de la comisaría para firmar una declaración. Se presentaron escoltadas por Diego y Jotacé, y después de concluir el trámite los varones las dejaron en el centro adonde se encontrarían con Jordi para almorzar. Ellos se separaron para responder a la invitación de Gael.
Diego manejaba ensimismado, pero la apreciación de su hermano no lo sorprendió:
—Parece que el medicucho está empezando a embestir…
—Sabrás que está enamorado de Ivi.
—Creo que la única que lo ignora es ella. A mí me cabe la idea de que sean pareja, ¿y a vos?
—Totalmente. Aunque le espera una tarea titánica: correrse del lugar de amigo para ser considerado como hombre. Así que te agradecerá que no la chicanees con tus sarcasmos.
—¡Trataré, trataré! —rió Jotacé—. No me perdonaría poner piedras en el camino de sir Gael.
Diego hizo una mueca y no perseveró con el tema. Su amigo los estaba esperando en el bar y suplieron el almuerzo por un abundante refrigerio. No pudieron soslayar el ataque sufrido por madre e hija. Para los hermanos, el médico había respondido a la llamada de Ivi y al reclamo materno de compañía, omitiendo la intervención de Jordi. Julio César no pudo evitar un comentario deliberado:
—Jordi dijo que tuviste que confortar a Ivana…
Gael lo miró con una sonrisa apacible y se tomó tiempo para contestar:
—¿Acaso no fuiste vos el que me aconsejó que la avanzara rápido?
Jotacé largó una carcajada ante la mirada consternada de Diego.
—¡No era para que te lo tomaras tan a pecho! Pero contame por qué necesitó tu consuelo.
—Porque se derrumbó cuando tomó conciencia de que podría haber muerto. Sólo ayudé a que saliera del marasmo —precisó Gael con voz grave y pausada. Después, para despejar de pensamientos sombríos a sus amigos—: Mañana me llevo a Jordi y a las muchachas a Temaikén.
—¡Ja! –rió Julio César—. ¿Mamá no deja sola a su bebé?
—Si alguna vez pudieras cerrar esa bocota… —amonestó Diego.
—Dejalo, de otro modo no sería Jotacé —dispensó el médico—. Saldremos a las ocho y me propongo retenerlos tanto como pueda —dijo con una sonrisa traviesa.
—Derrapaste con el idioma, hermano. En singular y femenino se dice retenerla —precisó Jotacé.
El rostro de Gael se iluminó con una risa espontánea ante la enmienda de su amigo quien atajaba riendo el puñetazo fraterno. Fueron tres hombres unidos por la conciencia de la pasión de uno y la aceptación de los otros dos.

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