Gael se despertó
a las siete de la mañana, se vistió y bajó en silencio con la intención de no
despertar a los durmientes. Lena lo atajó en la puerta de la cocina adonde ya
tenía preparado el desayuno.
—¡Buen día! No
pensarás que te vas a ir sin desayunar…
—¡Buen día, Lena!
Creí que necesitaban descansar después de semejante aventura.
—Yo dormí bien
sabiendo que no estábamos solos —dijo la mujer agradecida.— Servite lo que
gustés.
El médico se
acomodó en la barra y vertió café con un chorro de leche en el pocillo. Untó
una tostada con manteca y mermelada y los degustó pausadamente.
—¿Y Julio? –se
interesó.
—Vuelve la semana
que viene. Tiene que solucionar algunos problemas en la oficina. Para ser
franca, pensé que ahora que los chicos son grandes dispondríamos de más tiempo
para nosotros, pero este trabajo lo retiene cada vez más tiempo fuera de casa —dijo
pesarosa.
—Ya los resolverá
—la consoló. Sacó el celular y le notificó:— Voy a llamar al hospital para
saber si le dieron el alta a la pareja agredida.
La madre de Ivi
se sirvió otro café mientras Gael se comunicaba.
—Anoche mismo se
retiraron —participó al terminar la comunicación. Y agregó:— Me voy ya porque
tengo que hacer un estudio. Mañana los paso a buscar a las ocho. ¿Te parece
bien?
—Perfecto. Gracias
por quedarte, Gael —se acercó para despedirlo con un beso.
—Ya sabés que por
mi segunda madre hago cualquier cosa —él la rodeó con un brazo y la besó en la
frente.
Salieron
sonriendo hasta la calle adonde se toparon con Diego y Jotacé que volvían de Roldán.
—¡Doctor! —Julio
César estiró la palma de la mano abierta para chocarla con la de Gael—. Espero
que tu presencia no esté relacionada con tu profesión…
Diego lo palmeó
en el brazo y lo miró con inquietud.
—Tranquilos,
muchachos —les contestó calmoso—. Todo está en orden. Me espera un paciente,
pero si tienen tiempo los invito con el aperitivo en el bar de enfrente.
Los hermanos
asintieron y entraron a la casa con su madre. Lena les sirvió un café y los
puso al tanto del atraco sufrido y del gesto solidario de Gael.
—¡Ya me parecía
que algo pasaba cuando llamaste! —dijo Diego—. Tendrías que haberme contado la
verdad.
—Hijo, estaban
demasiado lejos para esperar que vinieran a buscarnos y no tenía sentido
intranquilizarlos —señaló su madre—. Lo que sí les pido, es que nos acompañen a
la comisaría cuando nos citen.
—Dalo por
descontado, mamá. Me voy a dar una ducha y a cambiar para estar listo.
Cuando los
jóvenes bajaron, Ivi y Jordi estaban desayunando. Ambos abrazaron a sus
hermanos y Jotacé amonestó a Ivana:
—¡Mujer loca!
¿Cómo se te ocurrió exponerte sin pensar en tu familia?
—¡No pasó nada…!
Además súper mamá acudió en mi rescate —añadió restándole dramatismo al suceso.
Diego la miró con
gravedad. La imagen de su entrañable hermana derribada por un disparo mortal,
se le hacía intolerable. Jordi, para aliviarlo, mencionó la intervención del
médico:
—¡Gael las fue a
buscar, curó al hombre y a la mujer lastimados, nos trajo a casa y la
tranquilizó a Ivi!
—¡Ooo...…! —exclamó
Jotacé — ¿y se puede saber cómo?
—La abrazó —declaró
Jordi.
—Qué hombre
inescrupuloso… —masculló Julio César con una risita.
—Mamá, ¿se puede
saber de dónde sacaste a este tarado? —reaccionó Ivana irritada.
El timbre del
teléfono eximió la respuesta de Lena. Las requerían de la comisaría para firmar
una declaración. Se presentaron escoltadas por Diego y Jotacé, y después de
concluir el trámite los varones las dejaron en el centro adonde se encontrarían
con Jordi para almorzar. Ellos se separaron para responder a la invitación de
Gael.
Diego manejaba
ensimismado, pero la apreciación de su hermano no lo sorprendió:
—Parece que el
medicucho está empezando a embestir…
—Sabrás que está
enamorado de Ivi.
—Creo que la
única que lo ignora es ella. A mí me cabe la idea de que sean pareja, ¿y a vos?
—Totalmente.
Aunque le espera una tarea titánica: correrse del lugar de amigo para ser
considerado como hombre. Así que te agradecerá que no la chicanees con tus
sarcasmos.
—¡Trataré,
trataré! —rió Jotacé—. No me perdonaría poner piedras en el camino de sir Gael.
Diego hizo una
mueca y no perseveró con el tema. Su amigo los estaba esperando en el bar y
suplieron el almuerzo por un abundante refrigerio. No pudieron soslayar el
ataque sufrido por madre e hija. Para los hermanos, el médico había respondido a
la llamada de Ivi y al reclamo materno de compañía, omitiendo la intervención
de Jordi. Julio César no pudo evitar un comentario deliberado:
—Jordi dijo que
tuviste que confortar a Ivana…
Gael lo miró con
una sonrisa apacible y se tomó tiempo para contestar:
—¿Acaso no fuiste
vos el que me aconsejó que la avanzara rápido?
Jotacé largó una
carcajada ante la mirada consternada de Diego.
—¡No era para que
te lo tomaras tan a pecho! Pero contame por qué necesitó tu consuelo.
—Porque se
derrumbó cuando tomó conciencia de que podría haber muerto. Sólo ayudé a que
saliera del marasmo —precisó Gael con voz grave y pausada. Después, para
despejar de pensamientos sombríos a sus amigos—: Mañana me llevo a Jordi y a
las muchachas a Temaikén.
—¡Ja! –rió Julio
César—. ¿Mamá no deja sola a su bebé?
—Si alguna vez
pudieras cerrar esa bocota… —amonestó Diego.
—Dejalo, de otro
modo no sería Jotacé —dispensó el médico—. Saldremos a las ocho y me propongo
retenerlos tanto como pueda —dijo con una sonrisa traviesa.
—Derrapaste con
el idioma, hermano. En singular y femenino se dice retenerla —precisó Jotacé.
El rostro de Gael
se iluminó con una risa espontánea ante la enmienda de su amigo quien atajaba
riendo el puñetazo fraterno. Fueron tres hombres unidos por la conciencia de la
pasión de uno y la aceptación de los otros dos.
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