Ivana se arrimó a
la mujer del cantinero para tranquilizarla:
—Acabo de hablar
con un amigo que es médico. Está cerca y podrá revisarlos.
—Gracias —murmuró
la joven—. De no ser por vos quién sabe qué me hubieran hecho…
Ella se encogió
de hombros.
—Gracias a la
llegada del patrullero, dirás. Lo mío acababa en desastre —se estremeció—. Voy
a avisarle a los canas que viene mi amigo, no sea que lo tomen por un
delincuente —le explicó a la mujer.
Caminó hasta
donde estaban los policías y se dirigió al de mayor edad:
—Agente, en
cualquier momento llegan un amigo y mi hermano a buscarnos. ¿Me puede decir por
qué tarda tanto la ambulancia? Ese hombre necesita atención médica.
—Ya la reclamamos
—dijo con impaciencia.
—Y mientras tanto
los ciudadanos sufren las consecuencias de su demora. ¿Se da cuenta de que ya
no podemos salir tranquilos a la calle, de que no estamos seguros en ningún
lugar? Me asombra de que hayan aparecido tan a tiempo —expresó enojada.
—En vez de
quejarse tendría que agradecer que estuviéramos recorriendo la zona y
escucháramos la alarma —espetó el uniformado.
—¿La alarma? —se
sorprendió la joven—. Aquí no sonó ninguna alarma.
—¿Y cómo cree que
llegamos?
El impetuoso
ingreso de Gael y Jordi clausuró la discusión. El jovencito corrió hacia su
hermana y la abrazó con fuerza. Gael, con el maletín en la mano, se acercó a
Lena:
—¿Cómo están?
¿Están heridas? —demandó pasándole un brazo por los hombros.
—Nosotras no
—intervino Ivi—. Pero hay dos golpeados —señaló a la pareja.
El médico se
acercó para examinarlos y atendió al hombre en primer lugar. Con un apósito
paró la hemorragia y después desinfectó y vendó la herida de la mujer.
—Hay que
suturarlo —anunció a los policías—. ¿La asistencia está en camino?
—Ya la
reclamamos, doctor —repitió el guardia en tono respetuoso.
Gael vaciló un
momento, después le notificó:
—Los voy a llevar
en mi auto hasta el hospital de emergencias. Anule el llamado.
—Sí, doctor —se
dirigió a los presentes—: se pueden retirar. Mañana se los citará en la
comisaría.
Ivana cerró el
negocio con la llave que le entregó la propietaria mientras Gael y Lena
ayudaban a la pareja a acomodarse en el vehículo. Después de que los atendieran
en la guardia del hospital y asegurarse de que los familiares estaban en
camino, se despidieron de los pacientes.
—¡Esperá!
—exclamó la mujer tomando la mano de Ivi—. Mi nombre es Silvia. ¿Cómo te
llamás?
—Ivana —sonrió.
—Les debemos una
grande. Vengan a visitarnos que serán nuestros invitados —y aclaró—: la próxima
tendremos alarma y seguridad privada.
—De acuerdo
—contestó la muchacha, condolida.
Llegaron a la
casa adonde aún no habían regresado los varones. Lena titubeó antes de abrir la
puerta:
—Gael —dijo—: ¿te
quedarías hasta que vengan Diego y Jotacé?
—¡Ma!
—interrumpió la hija—: que Gael ya hizo demasiado por nosotras.
—Será un gusto
—la contrarió él que no deseaba perderla de vista tan pronto.
—Gracias, hijo
—respondió la mujer, aliviada.
Ivana anunció que
se iría a bañar mientras su mamá preparaba la cena, y Jordi invitó al médico
para presenciar una final de tenis. Después de comer pasaron a la sala adonde
Lena relató con detalles el apremio sufrido. Se le quebró la voz al recordar el
disparo fallido.
—Mamucha me
cubrió con su cuerpo por si volvían a tirarme —aportó Ivi sentada al lado de su
madre—. Todo un gesto maternal, ¿eh? —se inclinó para besarla.
A Gael lo sofocó
el pensamiento de cubrirla con su cuerpo y, para guardar las formas, recurrió a
una pregunta:
—¿Qué te pasó por
la cabeza para correr ese riesgo?
—Nada y todo.
Cinco minutos antes era una muchacha común charlando amigablemente con su madre
y cinco minutos después una mujer sometida a la violencia de unos inadaptados.
—Se levantó alterada—. El instinto de conservación me privó de reaccionar
cuando golpearon al hombre, pero cuando agredieron a la mujer, no pude más. Fue
tan fácil morir porque tu agresor no vaciló en dispararte... —dijo aturdida—.
En una fracción de segundos te esfumás con todos tus proyectos —Se cubrió la
cara con las manos.
Gael saltó del
sofá y la cercó en un abrazo de oso.
—Ivi… Ivi…
—murmuró junto a su oído—: éste es el mundo en el que debemos vivir, chiquita.
Deploro lo que pasó, pero esta experiencia no tiene que desanimar a la muchacha
obstinada que conozco —prolongó el fuerte abrazo hasta que sintió que se relajaba.
Aflojó el apretón y le descubrió el rostro—. A ver, Ivana Rodríguez —exigió
mientras le mantenía levantado el mentón para que lo mirara a los ojos—:
Asomate que te quiero ver.
Jordi observaba
la escena con tranquilidad. Su hermana no necesitaba más que la presencia de su
amigo para desarticular todas las inseguridades que le causara el incidente.
Lena, asistiendo al conjuro del joven para expulsar los fantasmas del miedo que
acosaban a su hija, vislumbró un futuro adonde Ivana encontraría en Gael al
hombre que la conmovería. La escuchó reír mientras lo empujaba para apartarse.
—Gracias por tu
sesión de terapia, pero que conste que sólo me estaba desahogando. Si hubieras
esperado un poco, chico impaciente, te habrías ahorrado la perorata —dijo con
insolencia.
—Me dejás
tranquilo —señaló él con placidez—. Seguís tan maleducada como siempre.
Ivi le hizo una
mueca y propuso al trío:
—¿Quieren
escuchar un poco de música?
-¡Sí! –gritó
Jordi con entusiasmo.
Sin evaluar más
respuestas, seleccionó Rapsodia en blue de Gershwin. Se recostó en el sillón
pequeño y entornó los ojos para concentrarse en la melodía. Como eslabones de
una cadena, Gael estaba pendiente de Ivana, Lena de Gael y Jordi de todos. Un
aire de nostalgia flotó sobre las facciones de la joven que se fueron realzando
a medida que avanzaba el concierto. El médico la observaba compenetrándose del
semblante sensible y sin ocultar sus emociones a los ojos de la madre ni el
hermano. Lena reconoció en el rostro suspendido del joven la pasión hasta ahora
inadvertida y anheló que su hija le correspondiera; y Jordi siguió aprendiendo
el significado de las imágenes que se agitaban en el cerebro de los mayores:
Ivi, Gael y su madre eran las verdaderas notas de esa sinfonía.
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