viernes, 7 de septiembre de 2012

AMIGOS Y AMANTES - XXXVI


Bree franqueó el dormitorio que había preparado para sus invitados e hizo un gesto abarcador con el brazo para exhibirlo delante de Ivana. La chica vaciló ante la puerta abierta que exponía un juego de dormitorio de madera maciza con una recia cama matrimonial en el centro. La ventana de paneles rectangulares estaba adornada con delicadas cortinas recogidas a los costados y una puerta de madera con un cristal translúcido indicaba la existencia de un baño. La habitación era amplia y los muebles de madera la dotaban de calidez. La mujer miró significativamente a Ivi y le preguntó sin preámbulos:
—¿Es la primera vez que vas a dormir con Gael?
Ivana respiró con hondura y se sentó al borde de la cama. No le molestó la interpelación de Bree, sino el sofoco que le había producido:
—Sí. Pero no es mi primera experiencia sexual —aclaró como si tuviera que dar explicaciones.
La mujer se sentó junto a ella y le tomó las manos. Ivi la miró con desánimo.
—¡Oh, querida…! No era mi intención mortificarte —dijo en tono bondadoso.
—Creerás que soy una mojigata, pero la relación con Gael me llena de incertidumbre.
—¿Lo amas? —preguntó Bree con seriedad.
—¡Sí! —respondió con ardor.
—¿Lo deseas?
—Más que a nada.
La mujer asintió. Después de una pausa, declaró:
—Entonces, niña, los dos son como piezas contiguas de un rompecabezas, porque no he visto hombre más deslumbrado que Gael. ¿Qué incertidumbre puede caber a una mujer amada?
—Las propias de la inseguridad. Hemos sido amigos y confidentes tanto tiempo que tengo miedo de quedarme paralizada cuando estemos a solas.
Bree la miró con una sonrisilla burlona.
—Pues déjalo hacer a él. No dudo que semejante varón despertará tus más bajos instintos.
—¡Bree! —rió Ivi escandalizada.
—Jovencita, soy vieja pero mis sentidos los tengo intactos. Y un hombre tan atractivo como el doctor no le es indiferente ni a una setentona como yo.
—Aunque no esté bien decirlo, me alegro de que hayas nacido antes —dijo Ivana risueña—. Porque si tuvieras digamos… treinta años menos, yo no tendría chance con Gael.
—Lo dudo, Ivi —suspiró Bree—. Se bebe los vientos por ti. —Se levantó y abrió un cajón de la cómoda. Sacó un estuche y regresó junto a la joven—. Me gustaría que aceptaras estos aros que pertenecieron a mi abuela —dijo abriendo la caja.
Ivana miró los hermosos pendientes que semejaban a tres espirales unidas al centro por un triángulo.
—¡Oh, Bree, son bellísimos! Pero no me siento con derecho a recibir una joya de tu familia.
—Después que te relate su historia, consentirás —aseguró la mujer—. Mira, entre los celtas hay una tradición que afirma que los aros que adornan a la novia el día de su boda se convertirán en su amuleto de buena suerte. Debía lucirlos cuando me casé con Colin, pero él sin saber que yo había heredado estos pendientes, me regaló los que decidí usar. Ante el desencanto de mi madre, prometí que los llevaría mi hija. Dos años después, me extirparon el útero a consecuencia de un quiste maligno. Salvé mi vida pero no pude tener hijos —dijo con melancolía—. Tenía veintitrés años, Ivi, y mi mayor pesar fue no darle descendencia a Colin.
—Cuánto lo siento, Bree… —se condolió la joven.
—Pues verás, no hay mal que por bien no venga. Mi joven compañero tuvo entereza por ambos y me sostuvo hasta que pude superar el duelo de mi imposibilidad. Son éstas las circunstancias en que los hombres demuestran la fibra de las que están hechos, Ivi. Como tu Gael, cuando nos auxilió sin conocernos.
—Ah, sí… Es muy propio de él —reconoció la muchacha.
—¿Entiendes por qué deseo que el compromiso que asumí con mi madre se realice a través de ti? Porque si hubiese tenido una hija ambicionaría que encontrara una pareja del mismo cuño de su padre.
Ivana contempló el semblante ilusionado de la mujer y se inclinó para abrazarla.
—Será un honor usarlos, Bree —declaró al separarse.
—Toma —se los extendió— y póntelos ya.
La joven se acercó al espejo de la cómoda, se colocó los aros y se levantó el pelo para lucirlos. La dueña de casa buscó una hebilla para mantener la cabellera en alto y la miró complacida.
—Colin deducirá el significado de estos pendientes —conjeturó Ivi.
—Y Gael también —corroboró Bree—. Conoce nuestras tradiciones. Es una manera sutil de expresarle lo que esperas de vuestra relación —le sonrió—. Si estás lista, bajemos. Los varones se estarán preguntando en qué andamos.
El médico fue el primero en advertirlas. Se acercó a la escalera y les tendió las manos. Su mirada quedó suspendida del rostro de la muchacha con una expresión de éxtasis despojado de palabras.
—Si me devuelves la mano, hijo, podré ir a preparar la comida —la voz risueña de Bree lo sacudió de su arrobamiento.
Gael hizo oír esa risa profunda que seducía a Ivi y apretó con cariño la mano de la mujer antes de soltarla. Impulsó a la joven más cerca de su cuerpo y recorrió con delicadeza el contorno de su cara.
—Estás demasiado encantadora esta noche, Ivana Rodríguez. El pelo recogido te sienta bien —le dijo en voz baja. Jugueteó con los pendientes—. Un trisquel… —murmuró para sí—. ¿Cuándo los compraste?
—Me los regaló Bree —señaló ella.
—¡Ah… qué detalle! —manifestó Gael—. ¿Te explicó su significado?
—¿Lo tienen? —preguntó con aire candoroso.
—Representan el pasado, el presente y el futuro —describió él; y agregó enredándola en su mirada—: Y un buen augurio para la novia.
Ivi no hizo ningún comentario y desvió los ojos hacia el matrimonio que se atareaba en la cocina.
—¿Te parece que vayamos a darles una mano? —le dijo.
Gael asintió con una sonrisa divertida y la cercó por la cintura para escoltarla hacia  sus anfitriones.
—¡Venimos a ayudar! —anunció la muchacha.
—Están en vuestra casa —declaró Bree—. En ese armario encontrarán mantel y vajilla. Pongan el blanco bordado que está en el primer cajón.
La joven lo sacó y lo extendieron sobre la mesa. El médico le fue alcanzando las copas y el resto de la cristalería. A las ocho y media estaban degustando los platos que Bree había preparado. Después del postre, se acomodaron en los cómodos sillones de la galería para tomar una copa. La noche lucía inusualmente estrellada y el aroma de las enredaderas enardecía los sentidos de Ivana plenamente conciente del roce de su cuerpo contra el del hombre sentado a su lado. La charla amena se fue espaciando hasta envolverlos en un silencio acogedor que fue interrumpido por un sonoro ronquido de Colin.
—¡Oh… qué barbaridad! —exclamó Bree—. ¿Qué pensarán de nuestra hospitalidad?
—Shhh… —susurró Gael—. Que hemos abusado de vuestro tiempo. Déjalo dormir que es hora de retirarnos a descansar, ¿no te parece, querida? —le preguntó a Ivi.
Ella asintió con una sonrisa. Se levantó y besó a la mujer.
—Gracias por todas vuestras atenciones —le dijo en voz baja—. Que duerman bien.
—Que seas muy feliz… —le respondió en el mismo tono.
Ivi le dedicó una sonrisa traviesa y se alejó para que Gael la saludara.
—Esa muchacha merece todo tu amor y consideración —cuchicheó Bree.
—Para eso he vivido, querida amiga —aseveró él dándole un beso—. ¿Te parece que te ayude con Colin?
—¡Faltaría más! Lo voy a dejar dormir un rato y después le daré un par de sacudones para llevarlo a la cama. Vayan tranquilos —los despidió.
—Hasta mañana, entonces.
Bree los observó hasta que se perdieron en el interior de la casa. Luego dijo con placidez:
—Ya puedes dejar de fingir, viejo ladino.
—Tenía que darle una mano al muchacho —rió Colin abrazándola—. ¿No te traen a la memoria nuestra noche de bodas?
—Quién pudiera volver a vivirla… —suspiró ella.
—No te prometo que será igual, pero haré lo posible, ¿quieres?
Ella lo besó por toda respuesta.

domingo, 2 de septiembre de 2012

AMIGOS Y AMANTES - XXXV


Ivana volvió a revisar su cartera bajo la mirada atenta de Gael. Estaba sentada al lado de la ventanilla y todavía no habían dado la orden de ajustarse los cinturones. Una expresión de desánimo se reflejó en sus facciones.
—¿Qué buscás?
—Los tranquilizantes —suspiró.
Él la miró interrogante.
—Tengo miedo de volar —dijo contrariada.
—¡Ah…! ¿Y cómo no lo dijiste antes?
—No tenía por qué preocupar a Jordi con mis aprensiones. Me tomé una pastilla y listo. Pero las debo haber dejado en otro bolso … —se quejó.
Gael le pasó un brazo por los hombros y la acercó a él.
—Te prometo que vamos a llegar sanos y salvos —murmuró junto a su oído—. La vida tiene una deuda conmigo que no puede ignorar.
La muchacha cerró los ojos y abandonó su cabeza sobre el pecho del hombre que había formulado tan definitiva declaración. Presintió que se refería a la consumación de su amor y un cosquilleo de excitación le corrió desde la garganta hasta el vientre. Se quedó apoyada sobre él hasta que llegó el aviso de abrochar los cinturones. Después, volvió a reclinarse contra su costado.
—Si te vas a salvar, más vale que no me separe de vos —declaró sugerente.
Él la estrechó complacido y puso un beso en su frente. Mientras duró el viaje le espantó el miedo hablándole de los lugares a recorrer sin conjeturar que su actitud abatía las últimas defensas de la muchacha. Después de cumplimentar los trámites de desembarco y recuperar los bolsos se unieron al matrimonio O’Ryan que los esperaba en el ingreso al aeropuerto. La joven contempló con una sonrisa a los disímiles integrantes de la pareja. La mujer, baja y delgada aparentaba unos sesenta años, y el hombre, alto y robusto, unos setenta. La alegría que manifestaron al recibir a Gael la extendieron a Ivi. Colin la tomó de las manos mientras la observaba con satisfacción:
—Debo reconocer que nuestro querido doctor además de sus virtudes humanas tiene muy buen gusto, jovencita.
Gael se deleitó con el sonrojo que tiñó las mejillas de su chica, expresión que no pasó desapercibida para Bree.
—¡Bueno, hombre! No avergüences a nuestra invitada que no querrá volver —dijo la mujer con fingido enojo.
Ivana rió más distendida por la intervención de Bree y medió en defensa de Colin:
—No lo retes por su galantería, por favor. Será un motivo más para venir a visitarlos.
—¿Ves? ¿Ves, Bree? Todo un encanto, ya decía yo —exclamó el hombre con jactancia.
La mujer lo tomó del brazo y lo exhortó:
—Ahora lo mejor que puedes hacer es trasladar a nuestros invitados a casa para que puedan refrescarse antes de la cena.
Los jóvenes, emparejados, observaban divertidos a sus anfitriones.
—Estamos listos —declaró Gael cargando su bolso y el de Ivana.
Entre comentarios risueños buscaron el auto en el estacionamiento y salieron para la casa de los O’Ryan. Gael, sentado junto a Ivi, le pasó un brazo sobre los hombros y la acercó a su cuerpo. Ni siquiera se volvió para mirarla por no sucumbir a la pasión que mantenía controlada desde que la volvió a ver. Ella descansó tan relajada contra su flanco que el hombre se permitió soñar con la inminencia del amor consumado. El ingreso al predio de los O’Ryan a través de un túnel vegetal, que arrancó exclamaciones de admiración a Ivana, lo sustrajo de su desvarío. Bajaron del vehículo asediados por una docena de perros algunos de los cuales se disputaban sus caricias y otros, más desconfiados, los olisqueaban para reconocerlos.
—¡Oh, Ivi! —dijo Bree—. Espero que no te asusten, todos son mansos.
—¡De ninguna manera! —aseguró—. No veía la hora de conocerlos.
—¿Gael te contó? —preguntó Colin complacido.
—Sí —asintió levantando en brazos a un cachorro que se había prendido de su falda—. Y fue un atractivo más para conocer Irlanda.
—¿Quieres acompañarme? —le dijo Bree mientras se adelantaba para abrir la puerta de la casa.
Ella la siguió mientras prodigaba palabras cariñosas al pequeño can.
—Espero que no agote su caudal amoroso con el perro —rió Colin.
—Todavía no recibí trato tan especial —confesó Gael con gesto humorístico.
El hombre se lo quedó mirando entre sorprendido y formal.
—¿De modo que puede ser vuestra luna de miel? —preguntó.
—Bien lo has dicho. Puede ser.
—Entonces no me queda más remedio que aceptar que mi Bree tiene alguna percepción especial —afirmó—. Tú me llamaste ayer, pero el lunes ella me dijo: “Colin, debemos mudar nuestro dormitorio a la planta baja”. “¿Por qué?”, le pregunté extrañado. “No sé. Estaremos más cerca de los perros… algo así”, contestó sin mucha precisión. Y ya sabes que cuando ella pide algo yo no le discuto mucho porque la quiero y, además, no serviría de nada. Así que ahí mismo me hizo comprar muebles nuevos, bajamos las cosas personales y hace cuatro días que dormimos abajo —miró a Gael intencionado—. Eso significa, querido muchacho, que podéis retozar libremente por toda la planta alta sin que oídos indiscretos os perturben.
—Gracias por el augurio —sonrió Gael—. Me ha llevado quince años convencer a esta jovencita de que puedo ser su amante y aún no se lo he podido demostrar.
—Amigo —observó Colin— es la primera vez que escucho de un cortejo tan largo. ¿Qué pruebas has tenido que superar en el camino?
—La de desterrar al amigo para situar al hombre. Y te aseguro que me lo ha hecho difícil.
O’Ryan contempló el rostro conmovido del joven y se acercó para palmearlo con afecto:
—Gael, me precio de ser un buen observador y lejos de mi ánimo está inspirarte falsas expectativas, pero he visto como te mira esta muchacha. Lo demás depende de la sutileza de tu acercamiento. Porque apostaría a que es una incurable romántica.
—Lo es, a pesar de su carácter obstinado. Pero es tanto lo que la amo, Colin, que su satisfacción coronará mi placer —declaró Gael con vehemencia.
Permanecieron en amigable silencio hasta que el arrebato del muchacho se apaciguó.
—Entremos, Gael, que las damas suelen ser muy suspicaces —dijo el irlandés.
El médico lo escoltó con una sonrisa. Las luces del interior estaban encendidas pero ni Ivi ni Bree estaban a la vista.
—Seguramente estarán recorriendo la casa. Vamos a tomar un trago —propuso el anfitrión.
Se acomodaron en la sala para degustar las bebidas mientras esperaban a las mujeres.