Bree franqueó el dormitorio que
había preparado para sus invitados e hizo un gesto abarcador con el brazo para
exhibirlo delante de Ivana. La chica vaciló ante la puerta abierta que exponía
un juego de dormitorio de madera maciza con una recia cama matrimonial en el
centro. La ventana de paneles rectangulares estaba adornada con delicadas
cortinas recogidas a los costados y una puerta de madera con un cristal
translúcido indicaba la existencia de un baño. La habitación era amplia y los
muebles de madera la dotaban de calidez. La mujer miró significativamente a Ivi
y le preguntó sin preámbulos:
—¿Es la primera vez que vas a dormir
con Gael?
Ivana respiró con hondura y se
sentó al borde de la cama. No le molestó la interpelación de Bree, sino el
sofoco que le había producido:
—Sí. Pero no es mi primera
experiencia sexual —aclaró como si tuviera que dar explicaciones.
La mujer se sentó junto a ella y le
tomó las manos. Ivi la miró con desánimo.
—¡Oh, querida…! No era mi intención
mortificarte —dijo en tono bondadoso.
—Creerás que soy una mojigata, pero
la relación con Gael me llena de incertidumbre.
—¿Lo amas? —preguntó Bree con
seriedad.
—¡Sí! —respondió con ardor.
—¿Lo deseas?
—Más que a nada.
La mujer asintió. Después de una
pausa, declaró:
—Entonces, niña, los dos son como
piezas contiguas de un rompecabezas, porque no he visto hombre más deslumbrado
que Gael. ¿Qué incertidumbre puede caber a una mujer amada?
—Las propias de la inseguridad.
Hemos sido amigos y confidentes tanto tiempo que tengo miedo de quedarme
paralizada cuando estemos a solas.
Bree la miró con una sonrisilla
burlona.
—Pues déjalo hacer a él. No dudo
que semejante varón despertará tus más bajos instintos.
—¡Bree! —rió Ivi escandalizada.
—Jovencita, soy vieja pero mis
sentidos los tengo intactos. Y un hombre tan atractivo como el doctor no le es
indiferente ni a una setentona como yo.
—Aunque no esté bien decirlo, me
alegro de que hayas nacido antes —dijo Ivana risueña—. Porque si tuvieras
digamos… treinta años menos, yo no tendría chance con Gael.
—Lo dudo, Ivi —suspiró Bree—. Se
bebe los vientos por ti. —Se levantó y abrió un cajón de la cómoda. Sacó un
estuche y regresó junto a la joven—. Me gustaría que aceptaras estos aros que
pertenecieron a mi abuela —dijo abriendo la caja.
Ivana miró los hermosos pendientes
que semejaban a tres espirales unidas al centro por un triángulo.
—¡Oh, Bree, son bellísimos! Pero no
me siento con derecho a recibir una joya de tu familia.
—Después que te relate su historia,
consentirás —aseguró la mujer—. Mira, entre los celtas hay una tradición que
afirma que los aros que adornan a la novia el día de su boda se convertirán en
su amuleto de buena suerte. Debía lucirlos cuando me casé con Colin, pero él
sin saber que yo había heredado estos pendientes, me regaló los que decidí
usar. Ante el desencanto de mi madre, prometí que los llevaría mi hija. Dos
años después, me extirparon el útero a consecuencia de un quiste maligno. Salvé
mi vida pero no pude tener hijos —dijo con melancolía—. Tenía veintitrés años,
Ivi, y mi mayor pesar fue no darle descendencia a Colin.
—Cuánto lo siento, Bree… —se
condolió la joven.
—Pues verás, no hay mal que por
bien no venga. Mi joven compañero tuvo entereza por ambos y me sostuvo hasta
que pude superar el duelo de mi imposibilidad. Son éstas las circunstancias en
que los hombres demuestran la fibra de las que están hechos, Ivi. Como tu Gael,
cuando nos auxilió sin conocernos.
—Ah, sí… Es muy propio de él
—reconoció la muchacha.
—¿Entiendes por qué deseo que el
compromiso que asumí con mi madre se realice a través de ti? Porque si hubiese
tenido una hija ambicionaría que encontrara una pareja del mismo cuño de su
padre.
Ivana contempló el semblante
ilusionado de la mujer y se inclinó para abrazarla.
—Será un honor usarlos, Bree
—declaró al separarse.
—Toma —se los extendió— y póntelos
ya.
La joven se acercó al espejo de la
cómoda, se colocó los aros y se levantó el pelo para lucirlos. La dueña de casa
buscó una hebilla para mantener la cabellera en alto y la miró complacida.
—Colin deducirá el significado de
estos pendientes —conjeturó Ivi.
—Y Gael también —corroboró Bree—.
Conoce nuestras tradiciones. Es una manera sutil de expresarle lo que esperas
de vuestra relación —le sonrió—. Si estás lista, bajemos. Los varones se
estarán preguntando en qué andamos.
El médico fue el primero en
advertirlas. Se acercó a la escalera y les tendió las manos. Su mirada quedó
suspendida del rostro de la muchacha con una expresión de éxtasis despojado de
palabras.
—Si me devuelves la mano, hijo,
podré ir a preparar la comida —la voz risueña de Bree lo sacudió de su
arrobamiento.
Gael hizo oír esa risa profunda que
seducía a Ivi y apretó con cariño la mano de la mujer antes de soltarla.
Impulsó a la joven más cerca de su cuerpo y recorrió con delicadeza el contorno
de su cara.
—Estás demasiado encantadora esta
noche, Ivana Rodríguez. El pelo recogido te sienta bien —le dijo en voz baja.
Jugueteó con los pendientes—. Un trisquel… —murmuró para sí—. ¿Cuándo los
compraste?
—Me los regaló Bree —señaló ella.
—¡Ah… qué detalle! —manifestó
Gael—. ¿Te explicó su significado?
—¿Lo tienen? —preguntó con aire
candoroso.
—Representan el pasado, el presente
y el futuro —describió él; y agregó enredándola en su mirada—: Y un buen
augurio para la novia.
Ivi no hizo ningún comentario y
desvió los ojos hacia el matrimonio que se atareaba en la cocina.
—¿Te parece que vayamos a darles
una mano? —le dijo.
Gael asintió con una sonrisa
divertida y la cercó por la cintura para escoltarla hacia sus anfitriones.
—¡Venimos a ayudar! —anunció la
muchacha.
—Están en vuestra casa —declaró
Bree—. En ese armario encontrarán mantel y vajilla. Pongan el blanco bordado
que está en el primer cajón.
La joven lo sacó y lo extendieron
sobre la mesa. El médico le fue alcanzando las copas y el resto de la
cristalería. A las ocho y media estaban degustando los platos que Bree había
preparado. Después del postre, se acomodaron en los cómodos sillones de la
galería para tomar una copa. La noche lucía inusualmente estrellada y el aroma
de las enredaderas enardecía los sentidos de Ivana plenamente conciente del
roce de su cuerpo contra el del hombre sentado a su lado. La charla amena se
fue espaciando hasta envolverlos en un silencio acogedor que fue interrumpido
por un sonoro ronquido de Colin.
—¡Oh… qué barbaridad! —exclamó
Bree—. ¿Qué pensarán de nuestra hospitalidad?
—Shhh… —susurró Gael—. Que hemos
abusado de vuestro tiempo. Déjalo dormir que es hora de retirarnos a descansar,
¿no te parece, querida? —le preguntó a Ivi.
Ella asintió con una sonrisa. Se
levantó y besó a la mujer.
—Gracias por todas vuestras
atenciones —le dijo en voz baja—. Que duerman bien.
—Que seas muy feliz… —le respondió
en el mismo tono.
Ivi le dedicó una sonrisa traviesa
y se alejó para que Gael la saludara.
—Esa muchacha merece todo tu amor y
consideración —cuchicheó Bree.
—Para eso he vivido, querida amiga
—aseveró él dándole un beso—. ¿Te parece que te ayude con Colin?
—¡Faltaría más! Lo voy a dejar
dormir un rato y después le daré un par de sacudones para llevarlo a la cama. Vayan
tranquilos —los despidió.
—Hasta mañana, entonces.
Bree los observó hasta que se
perdieron en el interior de la casa. Luego dijo con placidez:
—Ya puedes dejar de fingir, viejo
ladino.
—Tenía que darle una mano al
muchacho —rió Colin abrazándola—. ¿No te traen a la memoria nuestra noche de
bodas?
—Quién pudiera volver a vivirla…
—suspiró ella.
—No te prometo que será igual, pero
haré lo posible, ¿quieres?
Ella lo besó por toda respuesta.