Ivana volvió a revisar su cartera bajo la mirada
atenta de Gael. Estaba sentada al lado de la ventanilla y todavía no habían
dado la orden de ajustarse los cinturones. Una expresión de desánimo se reflejó
en sus facciones.
—¿Qué buscás?
—Los tranquilizantes —suspiró.
Él la miró interrogante.
—Tengo miedo de volar —dijo contrariada.
—¡Ah…! ¿Y cómo no lo dijiste antes?
—No tenía por qué preocupar a Jordi con mis
aprensiones. Me tomé una pastilla y listo. Pero las debo haber dejado en otro
bolso … —se quejó.
Gael le pasó un brazo por los hombros y la acercó a
él.
—Te prometo que vamos a llegar sanos y salvos —murmuró
junto a su oído—. La vida tiene una deuda conmigo que no puede ignorar.
La muchacha cerró los ojos y abandonó su cabeza sobre
el pecho del hombre que había formulado tan definitiva declaración. Presintió
que se refería a la consumación de su amor y un cosquilleo de excitación le
corrió desde la garganta hasta el vientre. Se quedó apoyada sobre él hasta que
llegó el aviso de abrochar los cinturones. Después, volvió a reclinarse contra
su costado.
—Si te vas a salvar, más vale que no me separe de vos
—declaró sugerente.
Él la estrechó complacido y puso un beso en su frente.
Mientras duró el viaje le espantó el miedo hablándole de los lugares a recorrer
sin conjeturar que su actitud abatía las últimas defensas de la muchacha.
Después de cumplimentar los trámites de desembarco y recuperar los bolsos se
unieron al matrimonio O’Ryan que los esperaba en el ingreso al aeropuerto. La
joven contempló con una sonrisa a los disímiles integrantes de la pareja. La
mujer, baja y delgada aparentaba unos sesenta años, y el hombre, alto y
robusto, unos setenta. La alegría que manifestaron al recibir a Gael la
extendieron a Ivi. Colin la tomó de las manos mientras la observaba con
satisfacción:
—Debo reconocer que nuestro querido doctor además de
sus virtudes humanas tiene muy buen gusto, jovencita.
Gael se deleitó con el sonrojo que tiñó las mejillas
de su chica, expresión que no pasó desapercibida para Bree.
—¡Bueno, hombre! No avergüences a nuestra invitada que
no querrá volver —dijo la mujer con fingido enojo.
Ivana rió más distendida por la intervención de Bree y
medió en defensa de Colin:
—No lo retes por su galantería, por favor. Será un
motivo más para venir a visitarlos.
—¿Ves? ¿Ves, Bree? Todo un encanto, ya decía yo
—exclamó el hombre con jactancia.
La mujer lo tomó del brazo y lo exhortó:
—Ahora lo mejor que puedes hacer es trasladar a
nuestros invitados a casa para que puedan refrescarse antes de la cena.
Los jóvenes, emparejados, observaban divertidos a sus
anfitriones.
—Estamos listos —declaró Gael cargando su bolso y el
de Ivana.
Entre comentarios risueños buscaron el auto en el
estacionamiento y salieron para la casa de los O’Ryan. Gael, sentado junto a
Ivi, le pasó un brazo sobre los hombros y la acercó a su cuerpo. Ni siquiera se
volvió para mirarla por no sucumbir a la pasión que mantenía controlada desde
que la volvió a ver. Ella descansó tan relajada contra su flanco que el hombre
se permitió soñar con la inminencia del amor consumado. El ingreso al predio de
los O’Ryan a través de un túnel vegetal, que arrancó exclamaciones de
admiración a Ivana, lo sustrajo de su desvarío. Bajaron del vehículo asediados
por una docena de perros algunos de los cuales se disputaban sus caricias y
otros, más desconfiados, los olisqueaban para reconocerlos.
—¡Oh, Ivi! —dijo Bree—. Espero que no te asusten,
todos son mansos.
—¡De ninguna manera! —aseguró—. No veía la hora de
conocerlos.
—¿Gael te contó? —preguntó Colin complacido.
—Sí —asintió levantando en brazos a un cachorro que se
había prendido de su falda—. Y fue un atractivo más para conocer Irlanda.
—¿Quieres acompañarme? —le dijo Bree mientras se
adelantaba para abrir la puerta de la casa.
Ella la siguió mientras prodigaba palabras cariñosas
al pequeño can.
—Espero que no agote su caudal amoroso con el perro
—rió Colin.
—Todavía no recibí trato tan especial —confesó Gael
con gesto humorístico.
El hombre se lo quedó mirando entre sorprendido y
formal.
—¿De modo que puede ser vuestra luna de miel?
—preguntó.
—Bien lo has dicho. Puede ser.
—Entonces no me queda más remedio que aceptar que mi
Bree tiene alguna percepción especial —afirmó—. Tú me llamaste ayer, pero el
lunes ella me dijo: “Colin, debemos mudar nuestro dormitorio a la planta baja”.
“¿Por qué?”, le pregunté extrañado. “No sé. Estaremos más cerca de los perros…
algo así”, contestó sin mucha precisión. Y ya sabes que cuando ella pide algo
yo no le discuto mucho porque la quiero y, además, no serviría de nada. Así que
ahí mismo me hizo comprar muebles nuevos, bajamos las cosas personales y hace
cuatro días que dormimos abajo —miró a Gael intencionado—. Eso significa,
querido muchacho, que podéis retozar libremente por toda la planta alta sin que
oídos indiscretos os perturben.
—Gracias por el augurio —sonrió Gael—. Me ha llevado
quince años convencer a esta jovencita de que puedo ser su amante y aún no se
lo he podido demostrar.
—Amigo —observó Colin— es la primera vez que escucho
de un cortejo tan largo. ¿Qué pruebas has tenido que superar en el camino?
—La de desterrar al amigo para situar al hombre. Y te
aseguro que me lo ha hecho difícil.
O’Ryan contempló el rostro conmovido del joven y se
acercó para palmearlo con afecto:
—Gael, me precio de ser un buen observador y lejos de
mi ánimo está inspirarte falsas expectativas, pero he visto como te mira esta
muchacha. Lo demás depende de la sutileza de tu acercamiento. Porque apostaría
a que es una incurable romántica.
—Lo es, a pesar de su carácter obstinado. Pero es
tanto lo que la amo, Colin, que su satisfacción coronará mi placer —declaró
Gael con vehemencia.
Permanecieron en amigable silencio hasta que el
arrebato del muchacho se apaciguó.
—Entremos, Gael, que las damas suelen ser muy
suspicaces —dijo el irlandés.
El médico lo escoltó con una sonrisa. Las luces del
interior estaban encendidas pero ni Ivi ni Bree estaban a la vista.
—Seguramente estarán recorriendo la casa. Vamos a
tomar un trago —propuso el anfitrión.
Se acomodaron en la sala para degustar las bebidas
mientras esperaban a las mujeres.
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