domingo, 2 de septiembre de 2012

AMIGOS Y AMANTES - XXXV


Ivana volvió a revisar su cartera bajo la mirada atenta de Gael. Estaba sentada al lado de la ventanilla y todavía no habían dado la orden de ajustarse los cinturones. Una expresión de desánimo se reflejó en sus facciones.
—¿Qué buscás?
—Los tranquilizantes —suspiró.
Él la miró interrogante.
—Tengo miedo de volar —dijo contrariada.
—¡Ah…! ¿Y cómo no lo dijiste antes?
—No tenía por qué preocupar a Jordi con mis aprensiones. Me tomé una pastilla y listo. Pero las debo haber dejado en otro bolso … —se quejó.
Gael le pasó un brazo por los hombros y la acercó a él.
—Te prometo que vamos a llegar sanos y salvos —murmuró junto a su oído—. La vida tiene una deuda conmigo que no puede ignorar.
La muchacha cerró los ojos y abandonó su cabeza sobre el pecho del hombre que había formulado tan definitiva declaración. Presintió que se refería a la consumación de su amor y un cosquilleo de excitación le corrió desde la garganta hasta el vientre. Se quedó apoyada sobre él hasta que llegó el aviso de abrochar los cinturones. Después, volvió a reclinarse contra su costado.
—Si te vas a salvar, más vale que no me separe de vos —declaró sugerente.
Él la estrechó complacido y puso un beso en su frente. Mientras duró el viaje le espantó el miedo hablándole de los lugares a recorrer sin conjeturar que su actitud abatía las últimas defensas de la muchacha. Después de cumplimentar los trámites de desembarco y recuperar los bolsos se unieron al matrimonio O’Ryan que los esperaba en el ingreso al aeropuerto. La joven contempló con una sonrisa a los disímiles integrantes de la pareja. La mujer, baja y delgada aparentaba unos sesenta años, y el hombre, alto y robusto, unos setenta. La alegría que manifestaron al recibir a Gael la extendieron a Ivi. Colin la tomó de las manos mientras la observaba con satisfacción:
—Debo reconocer que nuestro querido doctor además de sus virtudes humanas tiene muy buen gusto, jovencita.
Gael se deleitó con el sonrojo que tiñó las mejillas de su chica, expresión que no pasó desapercibida para Bree.
—¡Bueno, hombre! No avergüences a nuestra invitada que no querrá volver —dijo la mujer con fingido enojo.
Ivana rió más distendida por la intervención de Bree y medió en defensa de Colin:
—No lo retes por su galantería, por favor. Será un motivo más para venir a visitarlos.
—¿Ves? ¿Ves, Bree? Todo un encanto, ya decía yo —exclamó el hombre con jactancia.
La mujer lo tomó del brazo y lo exhortó:
—Ahora lo mejor que puedes hacer es trasladar a nuestros invitados a casa para que puedan refrescarse antes de la cena.
Los jóvenes, emparejados, observaban divertidos a sus anfitriones.
—Estamos listos —declaró Gael cargando su bolso y el de Ivana.
Entre comentarios risueños buscaron el auto en el estacionamiento y salieron para la casa de los O’Ryan. Gael, sentado junto a Ivi, le pasó un brazo sobre los hombros y la acercó a su cuerpo. Ni siquiera se volvió para mirarla por no sucumbir a la pasión que mantenía controlada desde que la volvió a ver. Ella descansó tan relajada contra su flanco que el hombre se permitió soñar con la inminencia del amor consumado. El ingreso al predio de los O’Ryan a través de un túnel vegetal, que arrancó exclamaciones de admiración a Ivana, lo sustrajo de su desvarío. Bajaron del vehículo asediados por una docena de perros algunos de los cuales se disputaban sus caricias y otros, más desconfiados, los olisqueaban para reconocerlos.
—¡Oh, Ivi! —dijo Bree—. Espero que no te asusten, todos son mansos.
—¡De ninguna manera! —aseguró—. No veía la hora de conocerlos.
—¿Gael te contó? —preguntó Colin complacido.
—Sí —asintió levantando en brazos a un cachorro que se había prendido de su falda—. Y fue un atractivo más para conocer Irlanda.
—¿Quieres acompañarme? —le dijo Bree mientras se adelantaba para abrir la puerta de la casa.
Ella la siguió mientras prodigaba palabras cariñosas al pequeño can.
—Espero que no agote su caudal amoroso con el perro —rió Colin.
—Todavía no recibí trato tan especial —confesó Gael con gesto humorístico.
El hombre se lo quedó mirando entre sorprendido y formal.
—¿De modo que puede ser vuestra luna de miel? —preguntó.
—Bien lo has dicho. Puede ser.
—Entonces no me queda más remedio que aceptar que mi Bree tiene alguna percepción especial —afirmó—. Tú me llamaste ayer, pero el lunes ella me dijo: “Colin, debemos mudar nuestro dormitorio a la planta baja”. “¿Por qué?”, le pregunté extrañado. “No sé. Estaremos más cerca de los perros… algo así”, contestó sin mucha precisión. Y ya sabes que cuando ella pide algo yo no le discuto mucho porque la quiero y, además, no serviría de nada. Así que ahí mismo me hizo comprar muebles nuevos, bajamos las cosas personales y hace cuatro días que dormimos abajo —miró a Gael intencionado—. Eso significa, querido muchacho, que podéis retozar libremente por toda la planta alta sin que oídos indiscretos os perturben.
—Gracias por el augurio —sonrió Gael—. Me ha llevado quince años convencer a esta jovencita de que puedo ser su amante y aún no se lo he podido demostrar.
—Amigo —observó Colin— es la primera vez que escucho de un cortejo tan largo. ¿Qué pruebas has tenido que superar en el camino?
—La de desterrar al amigo para situar al hombre. Y te aseguro que me lo ha hecho difícil.
O’Ryan contempló el rostro conmovido del joven y se acercó para palmearlo con afecto:
—Gael, me precio de ser un buen observador y lejos de mi ánimo está inspirarte falsas expectativas, pero he visto como te mira esta muchacha. Lo demás depende de la sutileza de tu acercamiento. Porque apostaría a que es una incurable romántica.
—Lo es, a pesar de su carácter obstinado. Pero es tanto lo que la amo, Colin, que su satisfacción coronará mi placer —declaró Gael con vehemencia.
Permanecieron en amigable silencio hasta que el arrebato del muchacho se apaciguó.
—Entremos, Gael, que las damas suelen ser muy suspicaces —dijo el irlandés.
El médico lo escoltó con una sonrisa. Las luces del interior estaban encendidas pero ni Ivi ni Bree estaban a la vista.
—Seguramente estarán recorriendo la casa. Vamos a tomar un trago —propuso el anfitrión.
Se acomodaron en la sala para degustar las bebidas mientras esperaban a las mujeres.

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