miércoles, 27 de junio de 2012

AMIGOS Y AMANTES - XXII


Lena se despertó y contempló a Ivi que dormía profundamente. Las alternativas de la noche anterior la despabilaron del todo. Bajó de la cama cuidando de no despertar a su hija y se vistió a la luz del velador. Su reloj indicaba las diez de la mañana. Después de pasar por el baño, salió en busca de Gael. Lo encontró en la cocina tomando un café.
—¡Buen día, Lena! —se acercó a besarla—. ¿Dormiste bien?
—Como si no tuviera problemas —declaró con una sonrisa—. Después del café que me vas a convidar, voy a despertar a Ivi. Dormía tan tranquila que pensé en dejarla un rato más.
—Me parece bien. Vas a tener un desayuno completo: café con leche y medialunas.
—Gracias, Gael. Por todo. Por tu comprensión y tus atenciones.
—Que retribuyen escasamente lo que me brindaste por años —dijo él—. ¿Qué planes tienen para hoy?
—Compras en Patio Bullrich.
—Las alcanzo y cuando terminen las paso a buscar. El almuerzo corre por mi cuenta. ¿Se van a quedar hasta mañana? —preguntó esperanzado.
—No sé. Todo depende de Ivi. La golpeó fuerte el encuentro de anoche y presumo que para aliviarse le falta una charla con su padre.
—Vos lo estás tomando con mucha entereza. ¿Debo preocuparme por un derrumbe?
También a ella la había admirado su serena aceptación de la nueva realidad. La pregunta de Gael propició el análisis:
—Hace tiempo que sospechaba que a Julio le pasaba algo. Estaba evasivo, se preocupaba menos por las actividades de sus hijos y, esencialmente, entre nosotros se había instalado una progresiva apatía. Yo lo atribuía al poco tiempo que pasábamos juntos y a sus crecientes obligaciones que lo devolvían a casa para recuperarse del cansancio acumulado. —Hizo una pausa—. Pero lo cierto es que también caí en esa espiral descendente como si el enfriamiento de nuestra relación fuera normal cuando yo —acentuó— a mis cincuenta y tres años, todavía sueño con amar y ser amada. —Lo miró como temiendo ser reprobada pero en los ojos del joven leyó un tácito acuerdo que la animó a seguir—. Entonces me pregunto: ¿en qué momento se fueron entibiando mis sentimientos? ¿Por qué frente a la evidencia  del desgaste no pude encarar una charla con Julio? Sospecho que era más fácil ese silencio cómplice que hacerme cargo de que algo se había deteriorado en nuestra pareja —se quedó absorta, como intentando aprehender el significado de su discurso.
—Entonces me quedo tranquilo por vos. Tus palabras indican que hace tiempo venís elaborando el duelo —La tomó de las manos y se las apretó cálidamente—: Mejor así, Lena. El episodio de anoche te libera de la pesada mochila de la culpa y mengua el proceder de Julio. Y esto lo digo porque con el tiempo, cualquiera sea el rumbo que tomen sus vidas, podrán disfrutar de lo más valioso que dejó su relación: los buenos momentos y los hijos.
Lena escuchó al muchacho devenido en hombre que había prohijado, y su discurso terminó por esclarecer los cuestionamientos que había intentado sofocar durante tanto tiempo. Respondió a la presión de sus manos y le confió el motivo de su preocupación:
—Aunque lo de Julio no sea más que una relación circunstancial yo no lo puedo disculpar, Gael. Así que debo asumir que desde ahora soy una mujer separada y la repercusión que va a tener sobre mis hijos. Creo que a los varones mayores les será más fácil de sobrellevar, pero me temo que Ivi y Jordi serán los más afectados.
El médico asintió. Para Ivi sería un duro golpe porque conocía la debilidad que la muchacha tenía por su padre. En cuanto a Jordi, el chico lo procesaría más rápido porque ya se le habían revelado los conflictos de sus progenitores. Deberían abocarse a Ivana. Como convocada por su pensamiento, la joven hizo su aparición en la cocina. Con el cabello mojado por la ducha reciente se acercó a Lena y la abrazó. Después se enfrentó al hombre cuya mirada desbordaba los sentimientos que la muchacha le provocaba:
—Gael —dijo contrita— parece que mi karma es pedirte perdón —por un momento se abandonó al reclamo de las pupilas masculinas y a su sonrisa consoladora—. Soy una desagradecida y ninguna circunstancia disculpa mi comportamiento. ¿Querrás seguir siendo mi amigo? —rogó con una expresión tan sentida que disparó la emoción del varón al cosmos.
La absolución la recibió entre los brazos del conmovido Gael que no prolongó el acercamiento porque no confiaba en su moderación. Lena asistió al acto de contrición de su hija y a la respuesta del muchacho que la separó de su cuerpo depositando un beso en su frente. ¿Cómo es posible que no se dé cuenta de lo que la ama este hombre?, se preguntó. El enajenamiento de Gael era tan transparente que no concebía el despiste de su hija. Presintió que el amante se impondría al amigo y esta intuición la regocijó. Era el vínculo que Ivana necesitaba para superar el luto por la ruptura de sus padres. Gael le alcanzó a la joven un pocillo humeante y la bandeja con las facturas. Tan pronto terminó de desayunar, las llevó hasta la galería por donde las pasaría a buscar cuando lo llamaran. A la una Ivana terminó sus compras y le avisó a Gael que se habían desocupado.
—No puedo seguir fingiendo que me olvidé del fiasco de anoche —le dijo a su madre mientras esperaban—. No sé cuándo podré enfrentar a papá. Y vos, ¿vas a hablar con él?
—Cuando sea el momento —dijo Lena—. Es mejor dejar enfriar las cosas.
—¿Se van a separar? —preguntó Ivi temerosa.
—Te vas a tener que acostumbrar a la idea, querida —contestó la mujer dulcemente.
—Treinta años, mamá… ¿Qué significamos vos y nosotros en la vida de papá? —susurró.
—Ustedes, todo. ¡Siempre! —Subrayó su madre—. Él y yo nos unimos por amor y nos aventuramos a construir juntos una familia que permanecerá aunque nos separemos. A veces -no siempre, Ivi- las circunstancias en lugar de acrecentar los sentimientos, los desgastan. Esto nos pasó a tu padre y a mí. Sólo que yo recién lo puedo ver ahora y él buscó, tal vez deliberadamente o por accidente, el paliativo en una nueva relación.
—¿Lo disculpás? —reprochó dolida.
—No quiero juzgarlo. A pesar de su engaño es un buen hombre y bastante castigo tendrá con la conciencia de no haber actuado con honradez. Por eso quiero dejar transcurrir un tiempo, ¿entendés?
La llegada de Gael impidió que Ivana siguiera cuestionando a su madre. Después de guardar las bolsas en el baúl del auto, las llevó a almorzar a un restaurante de Puerto Madero. Las mujeres se asombraron del crecimiento del exclusivo barrio extendido sobre la costa del Río de La Plata y del lujo de la casa de comidas.
—Esto te va a costar un ojo de la cara —le dijo Lena al muchacho.
—Nada es demasiado para mis chicas —declaró él con una sonrisa radiante.
La conversación versó sobre cualquier tema que no incluyera el incidente nocturno. Gael insistió:
—Quédense cuanto quieran. Mañana a la tarde dispondrán del departamento para ustedes solas.
—Quiero volver a casa —manifestó Ivi—. Ya tuve bastante de Buenos Aires.
Ninguno la contradijo. Estaban por abandonar el restaurante cuando sonó el celular de Lena. Le echó una mirada y les dijo a los jóvenes:
—Es Julio. Discúlpenme un momento —se levantó y caminó hacia la entrada.
La chica se puso tensa mientras seguía con la vista las gesticulaciones de su madre. —¿Vos creés que lo va a perdonar? —le dijo a su acompañante con acento esperanzado.
Gael no contestó y ella apartó los ojos de Lena para interrogarlo con la mirada. En el rostro compasivo del médico leyó la respuesta tan temida.
—Soy una ilusa, ¿eh? —su afirmación sonó tan desmoralizada que él, en silencio, cobijó entre sus manos la que ella tenía sobre la mesa.
—Creí que mi familia era indestructible —continuó Ivi— y ahora sus pilares se derrumban. ¿Es éste siempre el destino del amor?
—No, nena —aseguró él—. Estás conmocionada por la situación de tus padres, pero seguramente conocés parejas que se sostienen y afianzan con el correr de los años. Cuando hayas superado esta crisis vas a comprobar que nada se destruyó de tu familia.
Lena volvió a la mesa y encontró a su hija apesadumbrada y a Gael pendiente de la muchacha.
—Me voy a encontrar con Julio —informó al dúo—. Estaré de vuelta antes de las seis para que podamos tomar el ómnibus de las siete.
—¿No dijiste que era mejor esperar un tiempo? —le recordó la joven.
—Sí, Ivi —respondió su madre—. Pero estaba tan afligido que no pude negarme. ¿Estarás bien?
Ella no contestó, pero Lena buscó la respuesta en los ojos serenos del médico que le transmitieron la confianza de que se ocuparía de su hija. Tomó su abrigo y Gael le ayudó a ponérselo.
—Te llevamos —le dijo—. ¿Vamos Ivi? —se dirigió a la muchacha que permanecía sentada.
—Yo no voy a ningún lado —contestó contrariada y cruzándose de brazos.
Lena vaciló. Gael largó una carcajada que le valió una mirada furibunda de Ivi. Se inclinó sobre ella y le dijo en voz baja y sin perder la sonrisa:
—Me encantaría que te mantengas en tus trece porque me daré el gusto de cargarte hasta el auto.
Su tono fue tan categórico que no daba lugar a la intransigencia. Ivana se levantó con animosidad y no permitió que el hombre la asistiera para colocarse el abrigo. Él, todavía sonriente, escoltó a las damas hasta el coche. Dejó a Lena en la puerta del Regency y volvió a su departamento como chofer de Ivi que se negó a ocupar el asiento del acompañante. Cuando está enojada se pone tan adorable que me la comería a besos. Algún día no voy a poder contenerme. ¿La tendré alguna vez rendida en mis brazos? ¡Será un día glorioso, corazón! Estacionó el auto en la cochera, bajó y se dirigió al ascensor para subir a su piso. Ivana, ceñuda, lo siguió. El médico accionó el control remoto desde la puerta del elevador para cerrar el coche y le hizo un ademán galante para que ingresara a la caja cuando se abrió la puerta. Ella viajó mirando el techo eludiendo la burlona mirada de Gael. Esperó, con la misma actitud, a que él franqueara la entrada y se instaló en el sillón del estar sin quitarse el abrigo y con la cartera colgando del hombro. Su amigo entró al cuarto de baño y al regresar observó:
—¿Por qué no te ponés cómoda? Con la calefacción y tan emponchada vas a terminar con urticaria.
—Dejame en paz —le contestó.
Él se encogió de hombros y pasó a la cocina. Volvió poco después con una bandeja y dos pocillos de café que depositó en la mesa baja. Ivana estaba con las mejillas echando fuego.
—¡Suficiente, mula! — exhortó Gael—. Sacate el abrigo o…
—¡Qué! —desafió ella—. ¿Me lo pensás sacar vos?
Lo que quiero hacer es desnudarte -cruzó por la mente del hombre-, pero se limitó a decir:
—No seas pendenciera que ya no tenemos edad para eso. No me dejaste terminar. Aquí hace veintiséis grados y afuera dos bajo cero. ¿Querés terminar enferma?
¿Qué me pasa? Perdí la cordura. Pero él vive desafiándome. No tuvo sensibilidad cuando me negué a estar tan cerca del traidor de papá. Tiene razón. Me estoy portando como una pendeja. ¿Tendré que disculparme de nuevo?
—No me pidas perdón pero alivianate —dijo el médico como si hubiera escuchado su monólogo.
Ivana se despojó del tapado y tomó la taza de café que le estiraba su anfitrión.
-¿Mejor? —preguntó él.
—Mejor —asintió ella con una sonrisa.
Lena, como había prometido, regresó a las seis. No hubo preguntas ni confidencias. Gael las llevó a la estación y la próxima vez que Ivi lo vio fue en Inglaterra.

jueves, 21 de junio de 2012

AMIGOS Y AMANTES - XXI


Los tres varones acompañaron a la madre y a la hermana a la estación. Todavía estaban agitando las manos cuando el ómnibus dio la vuelta y los perdieron de vista. Ivana se acomodó la almohada bajo la nuca y le avisó a Lena que trataría de dormir. La mujer asintió y se sumió en inquietantes planteos durante todo el viaje. Había aceptado la propuesta de Ivi de no informar del paseo a Julio, pero dudaba de que éste lo tomara de buen grado. Nunca había mezclado el trabajo con su familia y, a decir verdad, esta era la primera visita que Lena le haría en la casa central de la empresa. Hasta pensó en encarar, lejos de su hogar, la charla de sinceramiento que tanto la acuciaba. Su febril cuestionamiento no le permitió descansar hasta que arribaron a Retiro. Despertó a Ivana y bajaron en la estación terminal a las diez de la noche. Después de pasar por el baño adonde atendieron las necesidades fisiológicas y recompusieron su peinado y maquillaje, se detuvieron a tomar un café a pedido de Ivi:
—Todavía es temprano mami, y necesito despabilarme. En taxi nos llevará poco tiempo llegar al hotel de papá.
Poco antes de las once de la noche entraban al Regency, alojamiento que Julio tenía asignado por la empresa. Antes de dirigirse al mostrador de recepción, Ivana escudriñó el restaurante del hotel. Al no ver a su padre en ninguna mesa, se encaminó con Lena para preguntar por él.
—Buenas noches —saludó la mujer al conserje—. ¿Podría avisarle a Julio Rodríguez que lo esperan en la recepción?
El hombre dirigió la vista hacia el tablero que tenía a su espalda. Tomó el teléfono y marcó el doscientos dos. Tras una espera prudencial, dijo:
—No contesta nadie. Posiblemente haya salido a cenar. ¿Quieren dejarle algún recado?
—No, —dijo Lena—. Lo esperaremos.
—Mientras tanto —precisó la hija, —¿podremos comer en el restaurante?
—Sí, señorita. Es de acceso libre.
Se ubicaron en una mesa desde donde dominaban la puerta de ingreso al hotel. Mientras aguardaban ser atendidas hicieron planes para el día siguiente:
—Primero iremos al Patio —dijo Ivana—. Allí está todo lo que quiero comprar. Después podremos dar un paseo, recorrer librerías y combinar el almuerzo con papá ¿qué te parece?
—Que transitás por la cuarta dimensión —rió Lena—. Me conformo con que terminés tus compras durante la mañana. Cuando salgamos de la Galería, programaremos el tiempo restante.
Un camarero se acercó con el menú y esperó a que eligieran los platos y la bebida. Ambas estaban distendidas y disfrutaron de la cena en medio de una charla amena adonde no faltó la preocupación materna de cómo se las estarían arreglando los varones.
—¡Mamá! Siempre lo mismo —exclamó Ivi—. Estarán festejando que tienen la casa para ellos solos. Aunque te cueste creerlo, para los vagos es un jolgorio no depender de los horarios de rutina.
Después del postre pidieron café porque la espera se estiraba. A la una de la mañana, Julio ingresó en el hotel y salió definitivamente de la vida de Lena. Ante la mirada aturdida de madre e hija el hombre, sin advertir su presencia, se acercó al mostrador para pedir la llave de su habitación. Lo acompañaba una mujer joven a la cual rodeaba con su brazo. Ivana hizo el ademán de incorporarse pero la firme mano de su madre se lo impidió.
—Esperá —le ordenó con un tono tan autoritario que la muchacha obedeció sin resistir.
Como en una pesadilla, vieron a Julio dirigirse al ascensor sin dejar de abrazar a su acompañante. La puerta del elevador que los ocultó al cerrarse, las sacudió de su parálisis.
—Escuchame, Ivana —dijo Lena—. Quiero que me esperes aquí mientras yo subo a la habitación de tu padre. No voy a provocar ningún escándalo, vos me conocés. Pero voy a transmitirle mi opinión acerca de su conducta y volver con tu tarjeta.
—No vas a ir sola —contestó la joven con fiereza—. Este asunto también me incumbe a mí como su hija.
—Estás demasiado alterada y no quiero que te expongas a una situación que te lastime.
—Me voy a controlar, mamá. Lo que no entiendo es tu falta de reacción.
—Porque ignorás los indicios que denunciaban que a tu padre le era cada vez más pesado quedarse en casa. Su silencio decía más que sus palabras y yo no quise comprender. Pero lo que no imaginaba era su deslealtad —confesó dolorida.
—¡Ay, mamita! ¿Cómo se puede desmoronar el mundo en un minuto? Vos no te merecés ésto.
—Hubiera pasado la semana que viene porque ya estaba decidida a hablar con él —dijo con calma. Apretó la mano de su hija y manifestó—: No te voy a obligar a que te quedes, pero te comprometo a no intervenir.
—De acuerdo, mamá —aceptó la muchacha.
Pagaron la cuenta y subieron al segundo piso por el ascensor del restaurante. Lena no vaciló ante la puerta de la habitación doscientos dos. Golpeó con firmeza y no respondió a la pregunta de Julio quien poco después se asomó al pasillo.
—¿Podemos pasar? —preguntó la mujer a su atónito marido.
Él se hizo a un lado y su mujer e hija ingresaron a la antesala del cuarto. Quedaron enfrentadas a la joven que Julio poco antes abrazara. Se había despojado del abrigo y las botas que seguramente estarían en el dormitorio. Lena siguió dominando la situación:
—¿No nos presentás? —le demandó al consternado hombre.
—María Gracia —dijo con voz estrangulada—. Lena, mi mujer, y mi hija Ivana.
Ninguna extendió la mano para responder a la introducción. La hija estudió a la rival de su madre y esbozó un gesto de sarcasmo.
—Quiero hablar con vos. En privado —enfatizó la esposa, mientras su hija se acomodaba en un sillón ignorando abiertamente a María Gracia.
Julio la condujo al dormitorio donde quedaron enfrentados sin hablarse. La mirada de su mujer lo abrumó, tal era el reproche que revelaba.
—Lena, te juro que yo no quería…
—No es momento para disculparte —lo interrumpió—. Quiero la tarjeta que gestionaste para Ivi, si tus obligaciones te permitieron hacer el trámite —subrayó.
Él, con gesto dolido, sacó la billetera del saco y le extendió el plástico sin hablar. La mujer lo revisó antes de guardarlo en su bolso y, antes de salir, le dijo con tono tranquilo:
—¿Sabés? Me había impuesto hablar con vos apenas regresaras. Tus ausencias y silencios expresaban un cambio que, por mucho que me negara a reconocer, se hacía cada vez más ostensible. Me defraudaste, porque puedo entender que ya no me ames, pero no que me engañes —no esperó respuesta para abandonar el dormitorio.
—Vamos, hija —se dirigió a la joven que no se había movido del sillón.
Ivana se levantó y sin echar una sola mirada a su padre ni a su pareja, siguió a Lena fuera de la suite.
La conmoción las silenció hasta abordar la calle adonde se impuso la necesidad de buscar alojamiento.
—A menos que conozcas otro hotel —dijo Lena— tendremos que molestarlo a Gael.
—En este momento no recuerdo siquiera mi nombre —confesó la chica—. Será mejor llegarnos hasta su departamento.
Caminaron hasta la parada de taxis y poco después estaban frente al edificio donde habitaba el médico. Ivana se demoró presionando el timbre y se volvió desalentada hacia su madre:
—No contesta nadie. O no está o tiene el sueño muy pesado.
—Tenés las llaves. Entremos porque no soporto más este viento helado. Si todavía no llegó, lo esperaremos. Pero a cubierto y sentadas —decidió la mujer.
Ivi franqueó el ingreso al inmueble y tomaron el ascensor hasta el octavo piso. Antes de abrir la puerta del departamento, volvió a tocar el timbre. Sin respuesta, insertó la llave en la cerradura y entraron al confort de una sala calefaccionada. Buscaba un interruptor cuando la habitación se iluminó sin su participación revelando la figura alerta de Gael. La primera en reaccionar fue Lena:
—¡Gael! Disculpanos la intrusión pero nos cansamos de tocar y no contestaste… —se excusó la mujer.
—¡Lena, Ivi! —exclamó sorprendido—. El timbre no funciona. ¿Qué hacen en Buenos Aires y a esta hora?
Ivana se volvió a enfrentar al torso desnudo de un Gael sin dudas ofuscado. Lo miraba olvidada por un momento del suceso que las había llevado hasta su vivienda, cuando se entreabrió la puerta a espaldas del médico:
—¿Qué pasa, querido? —preguntó una voz femenina.
—Nada —contestó—. Pasen a la cocina, por favor —les dijo a sus visitantes.
Lo siguieron hasta una reducida estancia adonde desplegó una mesa adosada a la pared y acercó dos taburetes.
—Lena, en los estantes vas a encontrar todo para hacer café. Enseguida estoy con ustedes —indicó abandonando el lugar.
—Le cortamos la inspiración —ironizó Ivana—. ¿En qué fase estaría?
-¡Ivi! —regañó su madre—. Otro, en su lugar, no hubiera ocultado su disgusto. No cualquiera recibe visitas que invaden su domicilio y a una hora inapropiada.
—Te recuerdo que vos lo propusiste —le contestó enfadada.
Como un alud la arrasó la evidencia de la infidelidad de su padre. La congoja por su madre acrecentaba su decepción como hija, y las lágrimas que había logrado contener afloraron independientes de su voluntad. Se agazapó sobre el piso con un quejido de animal herido y se abandonó a la pena. Cuando Gael volvió a la cocina encontró a Lena agachada junto a su hija tratando de calmar los sollozos que la sacudían. Tomó a la mujer por los hombros y la incorporó con suavidad. Ocupó su lugar tratando de consolar a Ivana que lo rechazó con violencia:
—¡Dejame, no me toqués! ¡Ustedes son todos una mierda! —gritó sin dejar de llorar.
Gael, confundido, miró a Lena quien le hizo un gesto de disculpa.
—Ivi —dijo el médico con firmeza—. Si no te levantás del piso, te levanto yo. La cocina no tiene calefacción y te vas a pescar un enfriamiento.
Ella lo empujó y, cubriéndose el rostro inflamado, se incorporó, caminó hacia la sala y se desplomó en un sillón. Él la observó un instante y se volvió hacia Lena:
—¿Qué la puso en esta condición?
La mujer le relató el aciago encuentro que terminó en busca del refugio de su departamento.
—¿Y vos cómo estás? —le preguntó preocupado.
—Por ahora bien. Cuando asimile la situación, seguro berrearé como Ivi —dijo con una sonrisa descolorida.
—Andá con ella porque a mí no me permite acercarme. Ya les alcanzo el café — propuso.
Ivana estaba compuesta cuando Gael depositó la bandeja sobre la mesa ratona. Levantó un pocillo y se lo ofreció. Ella lo aceptó rehuyendo la mirada. Los tres bebieron la infusión en silencio hasta que el dueño de casa manifestó:
—Las invito a descansar. Supongo que estarán agotadas después de tantas horas sin dormir. Les preparé el dormitorio.
—Yo me quedo acá —declaró la muchacha.
—Como no puedo dormir con tu mamá, encantado si querés compartir el sillón conmigo —dijo el médico.
—¿Cambiaste las sábanas? —preguntó ella belicosa.
—¡Ivi! —exclamó Lena enojada.
—La cama está de estreno para ustedes —aseguró entre divertido y perplejo.
Ella levantó el bolso y enfiló hacia la puerta de la alcoba.
—Menos mal que la conocés —le dijo Lena a Gael antes de seguirla—. Algunas veces me desquician sus impertinencias.
—Tu muchachita desconcierta a cualquiera —aseguró él riendo—. Tratá de descansar —dijo abrazándola con cariño.
—Gracias, querido. Esta hubiera sido una noche negra sin tu presencia. Hasta mañana —se despidió.
Me quedé con las ganas de estrecharla entre los brazos. ¿Qué quiso decir con que todos somos una mierda? Julio lo es, por no haber sido franco con Lena. ¿Y por qué yo lo soy para ella? ¿Porque me encontró encamado con una mujer? ¿Sonó a desengaño? Sí que la fastidiaste, Gael. Pero era a vos, Ivi, a la que quería tener en mi cama. ¿Se puso celosa? Ojala. Con estos cuestionamientos acomodó su humanidad en el sillón y se dispuso a dormir.
Lena entró al dormitorio y encontró acostada a su hija. Se sentó al borde de la cama y le despejó el pelo de las sienes.
—¿Qué te pasa con Gael? Lo trataste de forma desconsiderada.
—No hice más que asegurarme de no dormir entre sábanas sucias —dijo apretando los labios.
—No te reconozco, hijita. Él es lo suficientemente maduro como para darse cuenta del detalle que vos le imputás. Y si así no hubiera sido, lo podíamos solucionar nosotras —miró el rostro enfurruñado.— ¿O…? —Dejó la pregunta en suspenso.
—O nada. Metete en la cama, mamacita. Y consolémonos mutuamente —le estiró los brazos amorosamente.
Lena le dio un beso y pasó al baño antes de ponerse el camisón. Ivana se sumergió en las sensaciones que el día le había deparado.
Por un momento sentí que había perdido a mi padre y a mi amigo. ¿Amigo? ¿Por qué me dolió tanto que estuviera cogiendo con una mina? ¿Porque yo quería estar en su lugar? A ver si Marisol tiene razón. No. Lo de papá me desequilibró. Pero te odié, Gael. Y punto. Debo concentrarme en mamá, que es la que está sufriendo.
Lena se deslizó a su lado e Ivi la abrazó con fuerza hasta que el cansancio las transportó al territorio del sueño.

viernes, 15 de junio de 2012

AMIGOS Y AMANTES - XX


Ivana, teniendo en cuenta su compromiso del miércoles y el viaje del jueves, decidió proponerle a Jordi que almorzaran juntos. Caminaron por el Parque Independencia y al mediodía se ubicaron en la confitería del Lago. Delante de dos tostados de jamón y queso, orientó la conversación hacia las habilidades de su hermano.
—¿Lo extrañás a Gael?
—Sí. Me había acostumbrado a los encuentros. Buenos Aires está muy lejos para hacer contacto con él.
—¿Aquí podías hacerlo? —se interesó Ivi.
—Con todos. Todavía no sé a que distancia funciona mi antena –rió.
—Ya lo averiguarás —dijo su hermana con convicción—. Estuve tan ocupada estudiando que no hablamos más de los descubrimientos que hicieron con las prácticas.
—Aprendí a interpretar muchas imágenes comparando con las de Gael. Él me fue relatando que sentía o pensaba cuando iban cambiando. Y comprobé que existe un patrón que identifica pensamientos similares —le confió.
—Emm… —carraspeó Ivana—. ¿Me darías un ejemplo?
—Bueno —dijo su hermano con sonrisa pícara—. Cuando algo le gusta la cabeza se le llena de paisajes coloridos.
—¿Cuándo le gusta cualquier cosa?
—Depende. ¿Qué querés saber? —la miró con ojos divertidos.
—En realidad, nada —se turbó cuando visualizó la figura de Gael en la cama de su hermano. Intranquila, preguntó—: ¿Ves algo en mi cerebro ahora?
—Un espacio brumoso. Algo te confunde —afirmó.
¡Vaya con vos, hermanito! Menos mal que tu percepción transforma las imágenes en paisajes porque si no, estaría frita. ¿Y a mí qué me pasa? La culpa la tiene él. Querer hacerse el seductor conmigo ue soy mayor y lo conozco desde gurí. Aunque ahora no se parece a un gurí precisamente. Somos ridículos los dos. Él por creer que puede conquistarme y yo por pensarlo siquiera.
—Bueno, dejá de escarbar en mi cabeza y hablemos de vos —casi ordenó.
—Vos me lo pediste —dijo Jordi mansamente.
—Sí, cariño. Disculpame. Pero yo pretendía saber cómo te sentías con todas estas exploraciones. A veces me arrepiento de haberte propuesto la consulta con Gael.
—Fue la mejor ocurrencia tuya —garantizó su hermano—. Si no hubiera sido por él, hoy estaría realmente mal. Me ayudó a entender lo que veo y por qué. Y cuando conozca el alcance de esta capacidad, podré manejarla como cualquiera que tenga una habilidad especial.
Ivana reflexionó en silencio el razonamiento de Jordi. En escaso tiempo había adquirido una madurez de pensamiento y palabra que la llenaba de nostalgia por el hermanito devenido en este nuevo adolescente. ¿Cambiarían sus sentimientos al influjo de esta transformación?
—No te aflijas, Mavi —dijo como si hubiese escuchado lo que pensaba—. Muchas cosas pueden cambiar en mí, pero jamás el amor que te tengo.
Al escuchar la explícita declaración de Jordi, se le llenaron los ojos de lágrimas. Le abrió los brazos y el muchachito se levantó de un salto para estrecharla con fuerza. No era ya mamá Ivana la que consolaba al pequeño, sino un jovencito amoroso confortando a su amada hermana.
—Tiraste la silla… —murmuró Ivi aún debilitada por la descarga afectiva.
Jordi largó una carcajada, la besó y enderezó la silla para sentarse. La contempló sonriente hasta que Ivana recuperó el dominio.
—Hablemos del viaje —dijo—. ¿Pensaste qué te gustaría conocer?
—Liverpool, el museo de cera, Stonehenge y el Big Ben. Había hecho una lista de veinte lugares pero Gael me dijo que la redujera porque los tests llevarían tiempo. Así que me prometió que por lo menos conocería esos cuatro lugares. Y a vos, ¿adónde te gustaría ir?
—A mí… —entonó—, aparte de lo que nombraste: New Forest, las cuevas de Wookey, la calle Oxford, el castillo de Bodiam y, ya que estamos delirando, Irlanda.
—Gael te podría llevar mientras a mí me hacen los estudios —opinó Jordi.
—Gael hace bastante pagándonos los pasajes y ahorrándonos la estadía. Sería un abuso pretender que se haga cargo de mis gustos.
—A él le encantaría —aseguró su hermano.
—Por mí no se va a enterar, y prometeme que vos no se lo vas a decir —exigió Ivana.
—¡Bueno, bueno! —rió Jordi—. Te prometo que ninguna palabra saldrá de mi boca.
Ella estiró el puño con el pulgar hacia arriba y su hermano la imitó. Los chocaron y unieron los dedos. Era su privada manera de sellar un acuerdo.
—Hecho —dijo la muchacha—. ¿Qué querés que te traiga de Buenos Aires?
—Nada. Prefiero que me compres algo en Inglaterra.
La joven asintió. Después de comer volvieron caminando y en tanto Ivi se ponía al día con la lectura, Jordi acompañó a Lena a comprar los pasajes.
—¡No lo vas a creer! —exclamó la mujer cuando regresaron—. Tuve que sacar los boletos para el miércoles porque los de fin de semana están agotados.
—Entonces le voy a avisar a María Sol que nos encontremos por la mañana —dijo Ivana.
—Será mejor. Porque el único horario que conseguí fue a las seis de la tarde en un coche de refuerzo. Vamos a tener que pasar una noche en Buenos Aires.
—Seguro que papá nos acomodará en su hotel —argumentó la hija, despreocupada—. O Gael en su departamento. Algún sillón tendrá en el living.
Durante la cena les anunciaron a los hombres el cambio de planes para que pudieran hacerse cargo de la casa y de Jordi.
—¡Y después protestan de la supremacía masculina! —clamó Jotacé—. Las damas se van de paseo y abandonan a los sufridos varones a su suerte.
Ivana le hizo una mueca irreverente que provocó la risa de los otros comensales tras lo cual Lena abundó en recomendaciones para cuando se ausentaran.
—Mamá, andá tranquila que ya somos mayorcitos —señaló Diego—. La casa y Jordi quedan en buenas manos.
Después de comer, Ivi les dijo a sus hermanos:
—Como mamá y yo estamos cansadas, nos retiramos y les damos la oportunidad de ejercitarse para cuando estén solos. Háganse cargo de la limpieza, por favor —y tomó a su madre del brazo para empujarla hacia la escalera.
Mientras subían, escucharon la risotada de Diego y las protestas de Julio César. La cocina estaba impecable cuando se levantaron a la mañana, y el café recién hecho indicaba que los varones habían desayunado temprano.
—¿Ves? —manifestó Ivana—. Hay que dejarles espacio a los muchachos. —Se sirvió el café y puso a tostar dos rodajas de pan.
—Quedamos en almorzar juntas con María Sol —le dijo a su madre—. Pienso volver temprano para preparar un bolso con el camisón y una muda de ropa ya que tendremos que pernoctar en Buenos Aires.
—Yo haré otro tanto después que deje preparado algunos platos para los chicos. Podremos tomar una siesta porque que Diego nos llevará a la estación.
—De acuerdo, ma. Sentate que ya están las tostadas.
Ivi salió después del desayuno para cumplir con varios trámites y a las once y media se encontró en el centro con su amiga. Se instalaron en un restaurante de los alrededores y se pusieron al día con sus cosas personales.
—¡Ay, cómo te envidio! Viajar con todos los parciales aprobados y ¡a Inglaterra! —enfatizó María Sol—. No se le puede pedir más a la vida… —suspiró.
Ivana rió del tono nostálgico de Marisol. Habían establecido una amistad de esas que se dan espontáneamente. “Cuestión de piel” había dicho la rubia en una oportunidad. Lo cierto es que sincronizaban estudiando juntas, tenían intereses comunes, se confiaban penas y anhelos y, aunque María Sol le llevaba siete años, por su aspecto y vivacidad no desmerecía al lado de Ivi.
—Tal vez lejos del entorno cotidiano puedas descifrar los sentimientos contradictorios que tenés por Gael —consideró Marisol a continuación.
Ivana hizo un gesto de contrariedad. Había desahogado con su amiga la incertidumbre que le provocaba la conducta del hombre y ahora ella ponía en tela de juicio sus sensaciones.
—No se trata de interpretarme a mí —aclaró—, sino de lo extraño de su comportamiento. Porque yo no puedo verlo más que como amigo. Y que recuerde, nada hice para que se imaginara otra cosa.
—Ivi, no depende de tu conducta el prisma con el que te mire un hombre. Pero mala amiga sería si no te reviviera que su comportamiento te causó una que otra cosquilla…
—¡Porque me tomó desprevenida! —se defendió.
—¿Cómo cuando lo viste con el torso desnudo…?
—Parecés el abogado del diablo. Me arrepiento de haberte hecho algunas confidencias.
—Si lo tomás así… soy la voz de tu conciencia —susurró María Sol divertida—. Te impactó valorarlo como hombre y te asustó que te demandara como tal. ¿Te preguntaste por qué?
—Esto me pasa por darle argumentos al adversario —se burló Ivana—. He aquí a la futura leguleya transformada en sicóloga.
—¡Ja! Que conste que me basé en la confesión de la imputada —dijo su amiga sin arredrarse. Y recuperando la seriedad—: No seas porfiada. Tenés que sincerarte con vos misma para poder evaluar las actitudes de Gael. Creo que merece la pena.
Ivana ladeó la cabeza y contempló a Marisol con afecto. No dudaba que sus palabras la exhortaban a incursionar por el territorio de su intimidad. La propuesta de su amiga era coherente. Sólo allí encontraría respuesta a las inquietudes que la desasosegaban.

domingo, 10 de junio de 2012

AMIGOS Y AMANTES - XIX


El domingo a la mañana Julio le comunicó a Lena que debería quedarse unos días más en Buenos Aires para reemplazar al gerente zonal. Ella le refirió el pedido de Ivi y él se comprometió a gestionarle una tarjeta. Su hija bajó a desayunar temprano y escuchó con calma el anuncio del retraso paterno. Su mente estaba puesta en la materia que rendiría al día siguiente. Estudió toda la mañana, almorzó frugalmente y se confinó en su dormitorio hasta la hora de la cena.
—¿Estás preparada para mañana? —se interesó Diego mientras comían.
—Sí. Espero liberarme de la facultad hasta agosto.
—¿Le preguntás a la olfachona si estudió? Es como preguntar si después del lunes viene el martes —rió Jotacé—. Mañana la nena aparece con un diez.
—Gracias por tu confianza —dijo su hermana—. Pero no esperes más de un nueve.
Lena escuchaba con satisfacción el intercambio afectuoso de sus hijos que la apartaba de los interrogantes que se venía planteando desde la comunicación matutina. Esa noche, para dormir, recurrió a un ansiolítico que la dejó aturdida hasta las nueve de la mañana. Desayunó con Jordi reprochándose no haber despedido a Ivana antes de que se fuera a rendir.
—No te amargués, mami, que a Ivi le irá bien —dijo el chico.
—No lo dudo, pero hoy era un día tan especial para ella…
Su angustia se alivió a las once cuando apareció Ivana resplandeciente.
—¡Un diez como pronosticó Jotacé! —gritó abrazando a su madre y a su hermano y girando con ellos.
—¡Yo sabía! —dijo su hermano satisfecho cuando entre risas se sentaron en los sillones de la sala.
—Mamá, hoy no cocinás. Les propongo una caminata por el parque Urquiza y después terminamos en el boliche de Silvia.
—Nena… ¿Y si los vuelven a asaltar?
—Ahora tienen vigilancia y alarma. Además hace más de una semana que nos invitó a pasar. Y vamos de día.
—¡Vamos, mami! —pidió Jordi—. No va a pasar nada malo.
Lena se dejó convencer por sus hijos y media hora después iniciaban el paseo. Al mediodía desembocaron en la confitería del parque. Silvia reconoció a las mujeres apenas entraron y se adelantó a recibirlas.
—¡Ivana! ¡Qué alegría verlas! —Besó a la joven y a su madre—. Es un placer tenerlas por acá, señora. ¿Y este jovencito? —se interesó.
—Es Jordi, mi hijo. Y yo soy Lena —aclaró la mujer—. ¿Cómo está tu marido?
—Bien. En cuanto se desocupe de la cocina vendrá a saludarlos. Ahora acomódense y les tomaré el pedido.
Jordi se decidió por una hamburguesa completa con papas fritas y las mujeres la eligieron al plato acompañada de ensalada. Después de comer, Silvia y Mario se sentaron un rato en la mesa para charlar con ellos.
—Las esperábamos con el doctor —dijo Mario—. Quería agradecerle los cuidados que nos prodigó.
—No está en Rosario y vuelve dentro de un mes. Pero lo traeremos cuando regrese —aseguró Ivi.
A las tres de la tarde decidieron pegar la vuelta. El matrimonio se rehusó a cobrarles el almuerzo en prueba de reconocimiento. Lena consintió con una condición:
—Esta vez agradecemos la deferencia, pero si quieren que volvamos nos tratarán como a cualquier cliente.
—Prometido, Lena —dijo Silvia con una sonrisa—. No queremos privarnos de sus visitas.
El viaje de regreso les sirvió para hacer la digestión y madre e hija tomaron una siesta mientras Jordi miraba una película en la tele. A las cinco y media, mientras merendaban, llegaron Diego y Yamila. Se agregaron al grupo y los invitaron a una función de cine. Lena se rehusó alegando dolor de cabeza e Ivana tampoco aceptó por no dejar sola a su madre. Una hora después la pareja se marchó con Jordi.
—¿Por qué no fuiste? Ahora no importa si volvés tarde.
—Porque te dije que hoy no vas a cocinar. Vamos a festejar mi último examen a un restaurante que te va a gustar.
—No sé, nena. En serio me duele la cabeza —adujo su madre con desgano.
—Te tomás una aspirina, te metés un rato en la bañera para relajarte y a las nueve nos vamos —la abrazó un rato y cuando la soltó, dijo—: ¡Mirá que te doy tiempo!
Ivana se duchó y se aprontó con celeridad. Intuía que no debía permitir que a su madre la ganara la apatía. A las ocho pasó por su habitación. Lena estaba tendida en la cama envuelta en la bata de baño y con el cabello húmedo desparramado en la almohada.
—Qué bonito, ¿no? ¿Así vas a celebrar mi esfuerzo? —le reprochó con gesto desencantado.
—¡Ya me iba a cambiar, hija! —dijo la mujer saltando del lecho.
Ivi se quedó en la puerta cruzada de brazos observando cómo su madre escogía la ropa del placar. Cuando se desprendió de la bata para ponerse la ropa interior exhibió su cuerpo firme y armónico. La hija intervino ante su indecisión:
—Ponete el conjunto blanco y negro.
Lena lo descolgó y se calzó la pollera y el suéter con faldón. Cepilló su melena y se maquilló. Completó su indumentaria con un tapado blanco y largo. Ivi se puso a su lado y sonrió a la imagen de su madre reflejada en el espejo:
—Cualquiera diría que somos hermanas, ¿eh, mamita linda?
La mujer le dio un empujón cariñoso y la instó:
—Terminá de arreglarte porque se van a hacer las nueve.
Poco después subían al auto de Julio rumbo a The factory. Ivana le relató brevemente cómo había conocido el restaurante y que el dueño era amigo de Gael.
—Lo que no sé es si Alec habla castellano, porque nos entendimos en inglés —le aclaró a su madre que no dominaba ese idioma.
—Es lo de menos —dijo Lena—. Para la presentación servirás de intérprete y después no creo que tengamos mucho que charlar.
Wilson se acercó a la mesa en cuanto fueron acomodadas por el maître:
—Señorita Ivana, no esperaba el placer de disfrutar tan pronto de su visita —expresó con su impecable acento británico mientras se inclinaba para besarla en la mejilla—. ¿Y esta encantadora dama?
—Es mi mamá —dijo devolviendo el saludo—. Y no sabe hablar en inglés.
—Señora —articuló Alec en comprensible español—, me honra con su presencia —y estiró la mano para tomar la de la mujer y besársela galantemente.
La madre de Ivi no pudo contener la risa ante el gesto inusual, y atinó a decir para justificar su arranque:
—Lena. Por favor, llámeme Lena.
Alec asintió pensando que la mujercita que había elegido Gael seguramente conservaría por mucho tiempo su belleza atendiendo al prototipo de la madre. Él había enviudado hacía diez años y, a la postre, estaba convencido de que ninguna mujer podría reemplazar a la que fuera su compañera. A los sesenta y cinco años no había perdido el interés por el sexo, pero lo satisfacía con eventuales conquistas que nunca faltaban. Sus ojos se detuvieron en el rostro de Lena que reflejaba una triste melancolía. Le hubiese gustado ahondar en los sentimientos de la atractiva mujer, pero no debía olvidar que tenía dueño. No vaciló en responder a su pedido:
—Muy bien. Lena. Las dejo para que saboreen sus platos.
—Alec es un hombre encantador —afirmó Ivi cuando quedaron solas—. Y sería un buen candidato, ¿no te parece?
—¡Pero si podría ser tu padre! —se escandalizó la mujer en voz baja.
—Para vos, mami —rió la joven—. Si no estuvieras casada, apuesto a que trataría de conquistarte por la forma en que te miró.
—Sos una novelera. Pero como tu padre siga más en Buenos Aires que en Rosario, pronto tendré la sensación de que no tengo marido —señaló contrariada.
—De eso te quería hablar. La semana pasada pensé en viajar no sólo para pedirle el préstamo sino para completar mi guardarropa en Patio Bullrich. Sabrás que al comienzo de cada temporada hay ofertas de la anterior casi al cincuenta por ciento del costo. Y en Inglaterra hace calor… —cuchicheó en tono conspirativo.
—¿Y cuándo pensás ir? Para avisarle a tu papá —aclaró Lena.
—Pensamos. Porque vamos a ir juntas y sin aviso así le damos una sorpresa y no nos aborta el paseo —precisó complacida.
—¿Te parece? Se fastidiará por distraerlo de sus compromisos.
—No tiene por qué, mamá. Entregarme la tarjeta no le llevará más de un minuto y las que saldrán a recorrer somos vos y yo. Si viajamos el miércoles… —Se quedó pensando—. No, no. Tengo un compromiso con María Sol. Mejor el jueves. Salimos a las siete de la mañana y volvemos a las siete de la tarde. Ni siquiera tenemos que parar en un hotel. Saludamos a papá, recorremos el centro, almorzamos juntas y seguimos el paseo de compras. A las once de la noche estamos de vuelta. ¿Qué decís? —demandó ansiosa.
—Que ya me agotaste con tu itinerario virtual —sonrió—. No me parece tan descabellado… —agregó luego.
—¡No lo es! —afirmó su hija animada por el consenso materno—. Los chicos podrán hacerse cargo de Jordi y nosotras la pasaremos en grande.
Lena pareció reanimarse con el proyecto. Después de regalarse con un postre, Alec se acercó a la mesa con una botella de champaña.
—No aceptaré una negativa —dijo en tono admonitorio—. Esta botella estaba esperando una gran ocasión.
—Pues entonces no la desperdiciemos —indicó la mujer con aplomo—. Siempre que usted nos acompañe.
A Wilson le gustaba cada vez más la madre de Ivana. Se sentó a la mesa y de inmediato el mozo repartió las copas y escanció la bebida en cada una. Alec levantó la suya y brindó:
—Nada más que conocer a dos bellas mujeres justifica que un hombre cambie de patria. Por que siempre pueda disfrutar de vuestra compañía. ¡Salud!
Las bellas rieron y chocaron las copas. A partir de ese momento Wilson desplegó una conversación tan amena que atrapó a madre e hija hasta las tres de la mañana cuando sólo ellos quedaban en el restaurante. El timbre del celular de Ivana los interrumpió:
—Es Diego —informó Ivana—. Hola, Diego. Sí. Estamos bien y ya volvemos a casa. Quedate tranquilo. ¡Chau! Era mi hermano —le explicó a Wilson—. Está desacostumbrado a que trasnochemos.
—Sí —dijo el hombre—. El tiempo ha volado. Cierro el negocio y las llevo.
—Gracias, Alec. Pero vinimos en auto —explicó Ivana.
—Igual esperaremos a que cierre el local —intervino Lena.
Él asintió complacido de regalarse con su presencia un instante más. Puso llave al privado y las guió hasta la puerta adonde protegió la entrada al establecimiento con dos cerrojos y una reja de seguridad. Después las acompañó hasta la cochera y las despidió con un reclamo:
—No me priven de vuestra presencia por mucho tiempo. ¿Prometido?
Ivana asintió y lo besó en la mejilla antes de acomodarse frente al volante. Lena le tendió la mano que esta vez Alec demoró en soltar. La presencia masculina le produjo una inquietud olvidada. Desasió su diestra sin palabras y Wilson abrió la puerta del acompañante para que entrara. Al cerrarla, sus miradas se encontraron.
—Gracias por todas sus atenciones —dijo Lena reconocida.
Él sonrió y les hizo un gesto de despedida antes de voltearse hasta su auto. Ivana arrancó y enfiló hacia su hogar. Con prudencia, cruzó con semáforos en rojo para evitar ser asaltada en las esquinas. Abrió el portón automático de la cochera después de verificar que no hubiese nadie merodeando por los alrededores y bajaron del coche cuando la compuerta se cerró. Diego y Jotacé las esperaban en la sala.
—¿Adónde fueron? —dijeron casi a coro.
—A levantar giles —contestó Ivana con descaro.
—Con esa pinta me lo creo —apreció Julio César—. A ver, mamita, date una vueltita —dijo tomándola de la mano.
Lena rió y giró con donaire. Diego las miraba risueño.
—Ivi me llevó a conocer un restaurante de comidas inglesas —explicó la madre—. Fuimos a celebrar el diez que sacó en el examen.
-¿Que te dije? ¿Qué te dije? —repitió Jotacé envanecido antes de abrazar a su hermana.
El mayor le dio un beso sonoro antes de reprenderlas:
—Está muy bien que salgan a festejar, pero volver a la madrugada es demasiado riesgoso.
—Pero aquí estamos y enteritas —minimizó su hermana—. ¿Qué les parece si vamos a dormir? Me caigo de sueño.
De común acuerdo, los cuatro subieron a sus dormitorios.