Lena se despertó
y contempló a Ivi que dormía profundamente. Las alternativas de la noche
anterior la despabilaron del todo. Bajó de la cama cuidando de no despertar a
su hija y se vistió a la luz del velador. Su reloj indicaba las diez de la
mañana. Después de pasar por el baño, salió en busca de Gael. Lo encontró en la
cocina tomando un café.
—¡Buen día, Lena!
—se acercó a besarla—. ¿Dormiste bien?
—Como si no
tuviera problemas —declaró con una sonrisa—. Después del café que me vas a
convidar, voy a despertar a Ivi. Dormía tan tranquila que pensé en dejarla un
rato más.
—Me parece bien.
Vas a tener un desayuno completo: café con leche y medialunas.
—Gracias, Gael.
Por todo. Por tu comprensión y tus atenciones.
—Que retribuyen
escasamente lo que me brindaste por años —dijo él—. ¿Qué planes tienen para
hoy?
—Compras en Patio
Bullrich.
—Las alcanzo y
cuando terminen las paso a buscar. El almuerzo corre por mi cuenta. ¿Se van a
quedar hasta mañana? —preguntó esperanzado.
—No sé. Todo
depende de Ivi. La golpeó fuerte el encuentro de anoche y presumo que para
aliviarse le falta una charla con su padre.
—Vos lo estás
tomando con mucha entereza. ¿Debo preocuparme por un derrumbe?
También a ella la
había admirado su serena aceptación de la nueva realidad. La pregunta de Gael
propició el análisis:
—Hace tiempo que
sospechaba que a Julio le pasaba algo. Estaba evasivo, se preocupaba menos por
las actividades de sus hijos y, esencialmente, entre nosotros se había
instalado una progresiva apatía. Yo lo atribuía al poco tiempo que pasábamos
juntos y a sus crecientes obligaciones que lo devolvían a casa para recuperarse
del cansancio acumulado. —Hizo una pausa—. Pero lo cierto es que también caí en
esa espiral descendente como si el enfriamiento de nuestra relación fuera
normal cuando yo —acentuó— a mis
cincuenta y tres años, todavía sueño con amar y ser amada. —Lo miró como
temiendo ser reprobada pero en los ojos del joven leyó un tácito acuerdo que la
animó a seguir—. Entonces me pregunto: ¿en qué momento se fueron entibiando mis
sentimientos? ¿Por qué frente a la evidencia
del desgaste no pude encarar una charla con Julio? Sospecho que era más
fácil ese silencio cómplice que hacerme cargo de que algo se había deteriorado
en nuestra pareja —se quedó absorta, como intentando aprehender el significado
de su discurso.
—Entonces me
quedo tranquilo por vos. Tus palabras indican que hace tiempo venís elaborando
el duelo —La tomó de las manos y se las apretó cálidamente—: Mejor así, Lena.
El episodio de anoche te libera de la pesada mochila de la culpa y mengua el
proceder de Julio. Y esto lo digo porque con el tiempo, cualquiera sea el rumbo
que tomen sus vidas, podrán disfrutar de lo más valioso que dejó su relación:
los buenos momentos y los hijos.
Lena escuchó al
muchacho devenido en hombre que había prohijado, y su discurso terminó por
esclarecer los cuestionamientos que había intentado sofocar durante tanto
tiempo. Respondió a la presión de sus manos y le confió el motivo de su
preocupación:
—Aunque lo de
Julio no sea más que una relación circunstancial yo no lo puedo disculpar,
Gael. Así que debo asumir que desde ahora soy una mujer separada y la
repercusión que va a tener sobre mis hijos. Creo que a los varones mayores les
será más fácil de sobrellevar, pero me temo que Ivi y Jordi serán los más
afectados.
El médico
asintió. Para Ivi sería un duro golpe porque conocía la debilidad que la
muchacha tenía por su padre. En cuanto a Jordi, el chico lo procesaría más
rápido porque ya se le habían revelado los conflictos de sus progenitores.
Deberían abocarse a Ivana. Como convocada por su pensamiento, la joven hizo su
aparición en la cocina. Con el cabello mojado por la ducha reciente se acercó a
Lena y la abrazó. Después se enfrentó al hombre cuya mirada desbordaba los
sentimientos que la muchacha le provocaba:
—Gael —dijo
contrita— parece que mi karma es pedirte perdón —por un momento se abandonó al
reclamo de las pupilas masculinas y a su sonrisa consoladora—. Soy una
desagradecida y ninguna circunstancia disculpa mi comportamiento. ¿Querrás
seguir siendo mi amigo? —rogó con una expresión tan sentida que disparó la
emoción del varón al cosmos.
La absolución la
recibió entre los brazos del conmovido Gael que no prolongó el acercamiento
porque no confiaba en su moderación. Lena asistió al acto de contrición de su
hija y a la respuesta del muchacho que la separó de su cuerpo depositando un
beso en su frente. ¿Cómo es posible que no se dé cuenta de lo que la ama este
hombre?, se preguntó. El enajenamiento de Gael era tan transparente que no
concebía el despiste de su hija. Presintió que el amante se impondría al amigo
y esta intuición la regocijó. Era el vínculo que Ivana necesitaba para superar
el luto por la ruptura de sus padres. Gael le alcanzó a la joven un pocillo
humeante y la bandeja con las facturas. Tan pronto terminó de desayunar, las
llevó hasta la galería por donde las pasaría a buscar cuando lo llamaran. A la
una Ivana terminó sus compras y le avisó a Gael que se habían desocupado.
—No puedo seguir
fingiendo que me olvidé del fiasco de anoche —le dijo a su madre mientras
esperaban—. No sé cuándo podré enfrentar a papá. Y vos, ¿vas a hablar con él?
—Cuando sea el
momento —dijo Lena—. Es mejor dejar enfriar las cosas.
—¿Se van a
separar? —preguntó Ivi temerosa.
—Te vas a tener
que acostumbrar a la idea, querida —contestó la mujer dulcemente.
—Treinta años,
mamá… ¿Qué significamos vos y nosotros en la vida de papá? —susurró.
—Ustedes, todo.
¡Siempre! —Subrayó su madre—. Él y yo nos unimos por amor y nos aventuramos a
construir juntos una familia que permanecerá aunque nos separemos. A veces -no
siempre, Ivi- las circunstancias en lugar de acrecentar los sentimientos, los
desgastan. Esto nos pasó a tu padre y a mí. Sólo que yo recién lo puedo ver
ahora y él buscó, tal vez deliberadamente o por accidente, el paliativo en una
nueva relación.
—¿Lo disculpás?
—reprochó dolida.
—No quiero
juzgarlo. A pesar de su engaño es un buen hombre y bastante castigo tendrá con
la conciencia de no haber actuado con honradez. Por eso quiero dejar
transcurrir un tiempo, ¿entendés?
La llegada de
Gael impidió que Ivana siguiera cuestionando a su madre. Después de guardar las
bolsas en el baúl del auto, las llevó a almorzar a un restaurante de Puerto
Madero. Las mujeres se asombraron del crecimiento del exclusivo barrio
extendido sobre la costa del Río de La
Plata y del lujo de la casa de comidas.
—Esto te va a
costar un ojo de la cara —le dijo Lena al muchacho.
—Nada es
demasiado para mis chicas —declaró él con una sonrisa radiante.
La conversación
versó sobre cualquier tema que no incluyera el incidente nocturno. Gael
insistió:
—Quédense cuanto
quieran. Mañana a la tarde dispondrán del departamento para ustedes solas.
—Quiero volver a
casa —manifestó Ivi—. Ya tuve bastante de Buenos Aires.
Ninguno la contradijo.
Estaban por abandonar el restaurante cuando sonó el celular de Lena. Le echó
una mirada y les dijo a los jóvenes:
—Es Julio.
Discúlpenme un momento —se levantó y caminó hacia la entrada.
La chica se puso
tensa mientras seguía con la vista las gesticulaciones de su madre. —¿Vos creés
que lo va a perdonar? —le dijo a su acompañante con acento esperanzado.
Gael no contestó
y ella apartó los ojos de Lena para interrogarlo con la mirada. En el rostro
compasivo del médico leyó la respuesta tan temida.
—Soy una ilusa,
¿eh? —su afirmación sonó tan desmoralizada que él, en silencio, cobijó entre
sus manos la que ella tenía sobre la mesa.
—Creí que mi
familia era indestructible —continuó Ivi— y ahora sus pilares se derrumban. ¿Es
éste siempre el destino del amor?
—No, nena
—aseguró él—. Estás conmocionada por la situación de tus padres, pero
seguramente conocés parejas que se sostienen y afianzan con el correr de los
años. Cuando hayas superado esta crisis vas a comprobar que nada se destruyó de
tu familia.
Lena volvió a la
mesa y encontró a su hija apesadumbrada y a Gael pendiente de la muchacha.
—Me voy a
encontrar con Julio —informó al dúo—. Estaré de vuelta antes de las seis para
que podamos tomar el ómnibus de las siete.
—¿No dijiste que
era mejor esperar un tiempo? —le recordó la joven.
—Sí, Ivi
—respondió su madre—. Pero estaba tan afligido que no pude negarme. ¿Estarás
bien?
Ella no contestó,
pero Lena buscó la respuesta en los ojos serenos del médico que le
transmitieron la confianza de que se ocuparía de su hija. Tomó su abrigo y Gael
le ayudó a ponérselo.
—Te llevamos —le
dijo—. ¿Vamos Ivi? —se dirigió a la muchacha que permanecía sentada.
—Yo no voy a
ningún lado —contestó contrariada y cruzándose de brazos.
Lena vaciló. Gael
largó una carcajada que le valió una mirada furibunda de Ivi. Se inclinó sobre
ella y le dijo en voz baja y sin perder la sonrisa:
—Me encantaría
que te mantengas en tus trece porque me daré el gusto de cargarte hasta el
auto.
Su tono fue tan
categórico que no daba lugar a la intransigencia. Ivana se levantó con
animosidad y no permitió que el hombre la asistiera para colocarse el abrigo.
Él, todavía sonriente, escoltó a las damas hasta el coche. Dejó a Lena en la
puerta del Regency y volvió a su departamento como chofer de Ivi que se negó a
ocupar el asiento del acompañante. Cuando
está enojada se pone tan adorable que me la comería a besos. Algún día no voy a
poder contenerme. ¿La tendré alguna vez rendida en mis brazos? ¡Será un día
glorioso, corazón! Estacionó el auto en la cochera, bajó y se dirigió al
ascensor para subir a su piso. Ivana, ceñuda, lo siguió. El médico accionó el
control remoto desde la puerta del elevador para cerrar el coche y le hizo un
ademán galante para que ingresara a la caja cuando se abrió la puerta. Ella
viajó mirando el techo eludiendo la burlona mirada de Gael. Esperó, con la
misma actitud, a que él franqueara la entrada y se instaló en el sillón del
estar sin quitarse el abrigo y con la cartera colgando del hombro. Su amigo
entró al cuarto de baño y al regresar observó:
—¿Por qué no te
ponés cómoda? Con la calefacción y tan emponchada vas a terminar con urticaria.
—Dejame en paz
—le contestó.
Él se encogió de
hombros y pasó a la cocina. Volvió poco después con una bandeja y dos pocillos
de café que depositó en la mesa baja. Ivana estaba con las mejillas echando
fuego.
—¡Suficiente,
mula! — exhortó Gael—. Sacate el abrigo o…
—¡Qué! —desafió
ella—. ¿Me lo pensás sacar vos?
Lo que quiero hacer es desnudarte -cruzó por la
mente del hombre-, pero se limitó a decir:
—No seas
pendenciera que ya no tenemos edad para eso. No me dejaste terminar. Aquí hace
veintiséis grados y afuera dos bajo cero. ¿Querés terminar enferma?
¿Qué me pasa? Perdí la cordura. Pero él vive
desafiándome. No tuvo sensibilidad cuando me negué a estar tan cerca del
traidor de papá. Tiene razón. Me estoy portando como una pendeja. ¿Tendré que
disculparme de nuevo?
—No me pidas
perdón pero alivianate —dijo el médico como si hubiera escuchado su monólogo.
Ivana se despojó
del tapado y tomó la taza de café que le estiraba su anfitrión.
-¿Mejor?
—preguntó él.
—Mejor —asintió
ella con una sonrisa.
Lena, como había
prometido, regresó a las seis. No hubo preguntas ni confidencias. Gael las
llevó a la estación y la próxima vez que Ivi lo vio fue en Inglaterra.