miércoles, 27 de junio de 2012

AMIGOS Y AMANTES - XXII


Lena se despertó y contempló a Ivi que dormía profundamente. Las alternativas de la noche anterior la despabilaron del todo. Bajó de la cama cuidando de no despertar a su hija y se vistió a la luz del velador. Su reloj indicaba las diez de la mañana. Después de pasar por el baño, salió en busca de Gael. Lo encontró en la cocina tomando un café.
—¡Buen día, Lena! —se acercó a besarla—. ¿Dormiste bien?
—Como si no tuviera problemas —declaró con una sonrisa—. Después del café que me vas a convidar, voy a despertar a Ivi. Dormía tan tranquila que pensé en dejarla un rato más.
—Me parece bien. Vas a tener un desayuno completo: café con leche y medialunas.
—Gracias, Gael. Por todo. Por tu comprensión y tus atenciones.
—Que retribuyen escasamente lo que me brindaste por años —dijo él—. ¿Qué planes tienen para hoy?
—Compras en Patio Bullrich.
—Las alcanzo y cuando terminen las paso a buscar. El almuerzo corre por mi cuenta. ¿Se van a quedar hasta mañana? —preguntó esperanzado.
—No sé. Todo depende de Ivi. La golpeó fuerte el encuentro de anoche y presumo que para aliviarse le falta una charla con su padre.
—Vos lo estás tomando con mucha entereza. ¿Debo preocuparme por un derrumbe?
También a ella la había admirado su serena aceptación de la nueva realidad. La pregunta de Gael propició el análisis:
—Hace tiempo que sospechaba que a Julio le pasaba algo. Estaba evasivo, se preocupaba menos por las actividades de sus hijos y, esencialmente, entre nosotros se había instalado una progresiva apatía. Yo lo atribuía al poco tiempo que pasábamos juntos y a sus crecientes obligaciones que lo devolvían a casa para recuperarse del cansancio acumulado. —Hizo una pausa—. Pero lo cierto es que también caí en esa espiral descendente como si el enfriamiento de nuestra relación fuera normal cuando yo —acentuó— a mis cincuenta y tres años, todavía sueño con amar y ser amada. —Lo miró como temiendo ser reprobada pero en los ojos del joven leyó un tácito acuerdo que la animó a seguir—. Entonces me pregunto: ¿en qué momento se fueron entibiando mis sentimientos? ¿Por qué frente a la evidencia  del desgaste no pude encarar una charla con Julio? Sospecho que era más fácil ese silencio cómplice que hacerme cargo de que algo se había deteriorado en nuestra pareja —se quedó absorta, como intentando aprehender el significado de su discurso.
—Entonces me quedo tranquilo por vos. Tus palabras indican que hace tiempo venís elaborando el duelo —La tomó de las manos y se las apretó cálidamente—: Mejor así, Lena. El episodio de anoche te libera de la pesada mochila de la culpa y mengua el proceder de Julio. Y esto lo digo porque con el tiempo, cualquiera sea el rumbo que tomen sus vidas, podrán disfrutar de lo más valioso que dejó su relación: los buenos momentos y los hijos.
Lena escuchó al muchacho devenido en hombre que había prohijado, y su discurso terminó por esclarecer los cuestionamientos que había intentado sofocar durante tanto tiempo. Respondió a la presión de sus manos y le confió el motivo de su preocupación:
—Aunque lo de Julio no sea más que una relación circunstancial yo no lo puedo disculpar, Gael. Así que debo asumir que desde ahora soy una mujer separada y la repercusión que va a tener sobre mis hijos. Creo que a los varones mayores les será más fácil de sobrellevar, pero me temo que Ivi y Jordi serán los más afectados.
El médico asintió. Para Ivi sería un duro golpe porque conocía la debilidad que la muchacha tenía por su padre. En cuanto a Jordi, el chico lo procesaría más rápido porque ya se le habían revelado los conflictos de sus progenitores. Deberían abocarse a Ivana. Como convocada por su pensamiento, la joven hizo su aparición en la cocina. Con el cabello mojado por la ducha reciente se acercó a Lena y la abrazó. Después se enfrentó al hombre cuya mirada desbordaba los sentimientos que la muchacha le provocaba:
—Gael —dijo contrita— parece que mi karma es pedirte perdón —por un momento se abandonó al reclamo de las pupilas masculinas y a su sonrisa consoladora—. Soy una desagradecida y ninguna circunstancia disculpa mi comportamiento. ¿Querrás seguir siendo mi amigo? —rogó con una expresión tan sentida que disparó la emoción del varón al cosmos.
La absolución la recibió entre los brazos del conmovido Gael que no prolongó el acercamiento porque no confiaba en su moderación. Lena asistió al acto de contrición de su hija y a la respuesta del muchacho que la separó de su cuerpo depositando un beso en su frente. ¿Cómo es posible que no se dé cuenta de lo que la ama este hombre?, se preguntó. El enajenamiento de Gael era tan transparente que no concebía el despiste de su hija. Presintió que el amante se impondría al amigo y esta intuición la regocijó. Era el vínculo que Ivana necesitaba para superar el luto por la ruptura de sus padres. Gael le alcanzó a la joven un pocillo humeante y la bandeja con las facturas. Tan pronto terminó de desayunar, las llevó hasta la galería por donde las pasaría a buscar cuando lo llamaran. A la una Ivana terminó sus compras y le avisó a Gael que se habían desocupado.
—No puedo seguir fingiendo que me olvidé del fiasco de anoche —le dijo a su madre mientras esperaban—. No sé cuándo podré enfrentar a papá. Y vos, ¿vas a hablar con él?
—Cuando sea el momento —dijo Lena—. Es mejor dejar enfriar las cosas.
—¿Se van a separar? —preguntó Ivi temerosa.
—Te vas a tener que acostumbrar a la idea, querida —contestó la mujer dulcemente.
—Treinta años, mamá… ¿Qué significamos vos y nosotros en la vida de papá? —susurró.
—Ustedes, todo. ¡Siempre! —Subrayó su madre—. Él y yo nos unimos por amor y nos aventuramos a construir juntos una familia que permanecerá aunque nos separemos. A veces -no siempre, Ivi- las circunstancias en lugar de acrecentar los sentimientos, los desgastan. Esto nos pasó a tu padre y a mí. Sólo que yo recién lo puedo ver ahora y él buscó, tal vez deliberadamente o por accidente, el paliativo en una nueva relación.
—¿Lo disculpás? —reprochó dolida.
—No quiero juzgarlo. A pesar de su engaño es un buen hombre y bastante castigo tendrá con la conciencia de no haber actuado con honradez. Por eso quiero dejar transcurrir un tiempo, ¿entendés?
La llegada de Gael impidió que Ivana siguiera cuestionando a su madre. Después de guardar las bolsas en el baúl del auto, las llevó a almorzar a un restaurante de Puerto Madero. Las mujeres se asombraron del crecimiento del exclusivo barrio extendido sobre la costa del Río de La Plata y del lujo de la casa de comidas.
—Esto te va a costar un ojo de la cara —le dijo Lena al muchacho.
—Nada es demasiado para mis chicas —declaró él con una sonrisa radiante.
La conversación versó sobre cualquier tema que no incluyera el incidente nocturno. Gael insistió:
—Quédense cuanto quieran. Mañana a la tarde dispondrán del departamento para ustedes solas.
—Quiero volver a casa —manifestó Ivi—. Ya tuve bastante de Buenos Aires.
Ninguno la contradijo. Estaban por abandonar el restaurante cuando sonó el celular de Lena. Le echó una mirada y les dijo a los jóvenes:
—Es Julio. Discúlpenme un momento —se levantó y caminó hacia la entrada.
La chica se puso tensa mientras seguía con la vista las gesticulaciones de su madre. —¿Vos creés que lo va a perdonar? —le dijo a su acompañante con acento esperanzado.
Gael no contestó y ella apartó los ojos de Lena para interrogarlo con la mirada. En el rostro compasivo del médico leyó la respuesta tan temida.
—Soy una ilusa, ¿eh? —su afirmación sonó tan desmoralizada que él, en silencio, cobijó entre sus manos la que ella tenía sobre la mesa.
—Creí que mi familia era indestructible —continuó Ivi— y ahora sus pilares se derrumban. ¿Es éste siempre el destino del amor?
—No, nena —aseguró él—. Estás conmocionada por la situación de tus padres, pero seguramente conocés parejas que se sostienen y afianzan con el correr de los años. Cuando hayas superado esta crisis vas a comprobar que nada se destruyó de tu familia.
Lena volvió a la mesa y encontró a su hija apesadumbrada y a Gael pendiente de la muchacha.
—Me voy a encontrar con Julio —informó al dúo—. Estaré de vuelta antes de las seis para que podamos tomar el ómnibus de las siete.
—¿No dijiste que era mejor esperar un tiempo? —le recordó la joven.
—Sí, Ivi —respondió su madre—. Pero estaba tan afligido que no pude negarme. ¿Estarás bien?
Ella no contestó, pero Lena buscó la respuesta en los ojos serenos del médico que le transmitieron la confianza de que se ocuparía de su hija. Tomó su abrigo y Gael le ayudó a ponérselo.
—Te llevamos —le dijo—. ¿Vamos Ivi? —se dirigió a la muchacha que permanecía sentada.
—Yo no voy a ningún lado —contestó contrariada y cruzándose de brazos.
Lena vaciló. Gael largó una carcajada que le valió una mirada furibunda de Ivi. Se inclinó sobre ella y le dijo en voz baja y sin perder la sonrisa:
—Me encantaría que te mantengas en tus trece porque me daré el gusto de cargarte hasta el auto.
Su tono fue tan categórico que no daba lugar a la intransigencia. Ivana se levantó con animosidad y no permitió que el hombre la asistiera para colocarse el abrigo. Él, todavía sonriente, escoltó a las damas hasta el coche. Dejó a Lena en la puerta del Regency y volvió a su departamento como chofer de Ivi que se negó a ocupar el asiento del acompañante. Cuando está enojada se pone tan adorable que me la comería a besos. Algún día no voy a poder contenerme. ¿La tendré alguna vez rendida en mis brazos? ¡Será un día glorioso, corazón! Estacionó el auto en la cochera, bajó y se dirigió al ascensor para subir a su piso. Ivana, ceñuda, lo siguió. El médico accionó el control remoto desde la puerta del elevador para cerrar el coche y le hizo un ademán galante para que ingresara a la caja cuando se abrió la puerta. Ella viajó mirando el techo eludiendo la burlona mirada de Gael. Esperó, con la misma actitud, a que él franqueara la entrada y se instaló en el sillón del estar sin quitarse el abrigo y con la cartera colgando del hombro. Su amigo entró al cuarto de baño y al regresar observó:
—¿Por qué no te ponés cómoda? Con la calefacción y tan emponchada vas a terminar con urticaria.
—Dejame en paz —le contestó.
Él se encogió de hombros y pasó a la cocina. Volvió poco después con una bandeja y dos pocillos de café que depositó en la mesa baja. Ivana estaba con las mejillas echando fuego.
—¡Suficiente, mula! — exhortó Gael—. Sacate el abrigo o…
—¡Qué! —desafió ella—. ¿Me lo pensás sacar vos?
Lo que quiero hacer es desnudarte -cruzó por la mente del hombre-, pero se limitó a decir:
—No seas pendenciera que ya no tenemos edad para eso. No me dejaste terminar. Aquí hace veintiséis grados y afuera dos bajo cero. ¿Querés terminar enferma?
¿Qué me pasa? Perdí la cordura. Pero él vive desafiándome. No tuvo sensibilidad cuando me negué a estar tan cerca del traidor de papá. Tiene razón. Me estoy portando como una pendeja. ¿Tendré que disculparme de nuevo?
—No me pidas perdón pero alivianate —dijo el médico como si hubiera escuchado su monólogo.
Ivana se despojó del tapado y tomó la taza de café que le estiraba su anfitrión.
-¿Mejor? —preguntó él.
—Mejor —asintió ella con una sonrisa.
Lena, como había prometido, regresó a las seis. No hubo preguntas ni confidencias. Gael las llevó a la estación y la próxima vez que Ivi lo vio fue en Inglaterra.

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