miércoles, 6 de junio de 2012

AMIGOS Y AMANTES - XVIII


Julio volvió el lunes. Lena lo notó distante y lacónico, condición que pasó desapercibida para sus hijos sumidos en el fárrago de sus actividades. Ivana se concentró en preparar las materias que quería aprobar y conseguir el permiso para rendirlas anticipadamente. Jotacé se había instalado en Funes para supervisar la construcción del chalet proyectado para un amigo y Diego, a punto de convivir con Yamila, dedicaba sus horas libres a ordenar su nueva morada. Jordi, en tanto, se encontró toda la semana con Gael y avanzó en la comprensión y manejo de sus habilidades. Formó un sólido nexo de afecto con el médico y, con su consentimiento, logró desentrañar el patrón de las distintas emociones que captaba en las ondas cerebrales de Gael comparando las imágenes percibidas con el relato del hombre. También comprobó que no le era posible modificar esos registros cuando el receptor era conciente de su capacidad. Esta insuficiencia de su talento los unió en la elipsis compartida, tanto como la admiración del chico por la templanza con que Gael manejaba su pasión por Ivi. Su hermana dejó de acompañarlo a las reuniones y hasta de indagar en los resultados de los exámenes como si hubiera perdido todo interés. Pero él sabía que la sola mención del nombre de su amigo la poblaba de paisajes oscilantes como las de un espejismo. No se sintió autorizado para compartirlo con Gael y postergó su comprensión hasta poder juzgarlos por él mismo. Su mayor preocupación era la crisis que atravesaban sus padres donde pudo intervenir para mitigar, al menos, la angustia que les impedía descansar. Una llamada a mitad de semana adelantó el regreso de Julio a Buenos Aires. Ivana, que contaba con solicitar a su padre un préstamo para viajar a Inglaterra, descubrió la mañana del jueves que había partido a primera hora. Al mediodía, le dijo a su madre:
—El sábado voy a visitar a papá a Buenos Aires. Con las restricciones que hay, quiero pedirle con tiempo que me preste unos dólares para el viaje.
—No creo que sea necesario, Ivi. Tenemos una cuenta conjunta de la que podrá disponer sin problema. Y el lunes o martes a más tardar, estará de regreso.
—Si estás segura me alivia, porque el lunes tengo que rendir la tercera materia.
—Segura, querida —afirmó. Después—: ¿Revisaste tu pasaporte y el de Jordi?
—Sí, mami. Todo está en orden.
—No te noto muy ilusionada con el viaje. ¡Será tu primera incursión por Europa! —se entusiasmó Lena.
—El lunes que viene, cuando rinda la última materia, voy a empezar a soñar —declaró su hija—. Hasta entonces, mente clara y fría. —Sonrió—: Después, mami, te volverás loca con mis ocurrencias. Sobre todo cuando empiece a elegir la ropa. ¿Te acordás cuando viajé a Cuba? ¡Si me arrepentí de no seguir tus consejos…! —evocó riendo con ganas.
Lena la imitó, porque tenía presente la agobiada figura de su hija acarreando dos valijas y varios bolsos para la estadía de una semana. Cuando volvió del viaje confesó que su recuerdo más nítido era el de trasladar el equipaje de un hotel a otro, ya que pararon en cuatro ciudades distintas.
—Y no escarmentaste cuando fuiste a Brasil —dijo su madre divertida.
—Pero fue más descansado porque estuvimos varios días en cada lugar —recordó ella—. Bueno, ma, la charla está muy linda pero tengo que seguir estudiando. La continuaremos en el próximo corte —se levantó, le dio un beso y subió a su dormitorio.
La mujer quedó a solas embargada por ese hormigueo de inquietud que últimamente la asaltaba cuando Julio se ausentaba. La sospecha de que buscaba alejarse de su casa con la excusa del trabajo era cada vez más concreta. Ella estaba en una etapa de la vida donde más lo necesitaba ahora que la mayoría de sus hijos habían logrado su libre albedrío. Hasta Jordi se manejaba de manera tan independiente que sólo lo veía en las comidas obligatorias. Había llenado tanto su tiempo con la familia que se había alejado de amigas e intereses que podrían llenar este vacío existencial que la angustiaba. Tenía que enfrentar una charla con su marido aunque los fantasmas del abandono que la acosaban se materializaran. La campanilla del portero eléctrico interrumpió su meditación. Era Mónica, la empleada doméstica que colaboraba con la limpieza tres veces por semana y que excepcionalmente venía a la tarde. La hizo pasar, le dio algunas indicaciones especiales y, después de avisar a Ivana, subió al auto y salió para el supermercado. La compra quincenal le insumió más de dos horas y regresó a las cinco de la tarde consternada por el aumento de los precios y la manifiesta ausencia de los productos que consumía habitualmente. Otro ciclo que se repite, pensó desalentada. Vivía en un país pródigo malversado sistemáticamente por sus gobernantes. La brecha entre los sectores de la sociedad era cada vez más profunda, y la clase a la cual pertenecía estaba en riesgo de caer en esa sima provocada por la ambición desmedida de quienes estaban de turno en el poder. Descargó las bolsas del baúl y las acomodó con ayuda de Mónica. A las cinco y media subió a llamar a Ivi y Jordi para que merendaran.
—¿Hoy no te encontrás con Gael? —preguntó la joven al niño.
—Suspendimos porque se va a Buenos Aires.
—Pero si viaja la semana que viene… —dijo la chica desconcertada.
—Sí. Pero se va un poco antes —repitió su hermano. Volviéndose hacia su madre—: Esta noche viene a despedirse.
—¡A buena hora me lo decís! ¿Y si teníamos algún compromiso?
—Pero no lo tienen. Ivi se queda estudiando y vos le hacés compañía —argumentó Jordi con suficiencia.
Lena se miró en las pupilas risueñas de su hijo y coincidió con su apreciación.
—Entonces será el momento de enterarme a qué vienen tantos encuentros entre los dos —señaló.
Ivana se tensó. No creía conveniente descubrir ante su madre las habilidades de Jordi hasta, al menos, profundizar su estudio. Mientras buscaba una respuesta creíble, su hermano se adelantó:
—Voy a practicar conversación para estar afinado cuando llegue a Inglaterra —dijo ufano.
Las mujeres rieron por distintos motivos: Ivi por la rápida reacción del chico y Lena por el talante presumido de la declaración.
-¡Ah, mi Jordi…! Vas a ser todo un lord –dijo abrazándolo.
El muchacho respondió a la caricia y por sobre el hombro materno le hizo un guiño a su hermana. Terminaron de merendar y ambos subieron a continuar con sus tareas. Ivana plantó sus libros a las ocho, se dio una ducha y se enfundó en un vestido color natural de mangas largas y falda corta. Se miró al espejo y quedó conforme con su apariencia. Se calzó con zapatos de taco alto y se maquilló levemente. Cuando bajó saludó a sus hermanos que estaban en la sala con Jordi y se dirigió a la cocina para ayudar a su madre.
—¡Ivi! —exclamó su mamá—. Me pregunto por qué dejaste de usar vestidos. Te sientan tan bien…
—Porque los pantalones son más cómodos —contestó—. ¿En qué puedo ayudarte?
—En la cocina, nada. Acomodá la mesa con un lugar más. No te olvides que Gael viene a despedirse.
-¡Ah, cierto…! —dijo ella como si lo hubiera olvidado, y procedió a ordenar la vajilla que dispondría sobre la mesa.
—Che, ¿qué me cuentan de la onda que curte Ivi últimamente? —preguntó Jotacé a sus hermanos.
—Que está muy linda —dijo el menor.
—Sí —opinó Diego—. Me gustaría que alguien pudiera verla ahora…
—Gael viene a despedirse esta noche —comentó Jordi como adivinando el pensamiento de Diego.
—¡Jaja! —rió Julio César—. Ni que junior te hubiera leído la mente.
—Más vale que te acuerdes de tu promesa —amenazó el hermano mayor.
—Seré un duque —enfatizó Jotacé sin perder la sonrisa.
El timbre interrumpió la charla fraterna. Lena, desde la cocina, pidió que atendieran la puerta. Jordi se levantó y corrió a cumplir la orden. Entró de inmediato acompañado por Gael. Los muchachos se levantaron para saludarlo con un abrazo.
—¡Hermano! —acentuó Jotacé—. El pequeño dijo que te venías a despedir. ¿Ya te vas para tu patria?
—La semana que viene. Mañana hago mi primera parada en Buenos Aires.
—¿Vas a asistir al congreso de neurología? —preguntó Diego.
—Una de las tantas cosas —asintió el médico—. Voy a pasar a saludar a las mujeres —anunció, maniobrando hacia la cocina.
Al pasar frente al comedor se detuvo en la puerta. En silencio admiró a la causante de su exaltación. Ivi caminaba con donaire alrededor de la mesa distribuyendo la cristalería sin reparar en el hombre que la observaba. Él, antes de ser advertido, tuvo tiempo de impregnarse con su imagen. Ella lo vislumbró cuando levantó los ojos hacia el modular que contenía las copas. La mirada de su amigo semejó a un torbellino que amenazaba arrastrarla hacia la evidencia de que los viejos sentimientos se habían transformado. Ocultó su turbación con un comentario banal:
—¿Ahora se te da por espiar antes de saludar? —dijo acercándose para besarlo en la mejilla.
—Hola, Ivi —acertó a decir Gael—. No censures mi buen gusto.
—Mamá está en la cocina —le indicó para impedir cualquier intento de aclarar sus palabras.
El médico sonrió, le tironeó un mechón de cabello y buscó a Lena. La mujer estaba acomodando en una fuente la comida recién sacada del horno.
—¡Hola, Lena! —la besó con cariño y agregó—: esto huele deliciosamente.
—¡Gracias, querido! Espero que sepa igual —dijo sonriendo—. Avisale a los chicos que pueden pasar al comedor.
Después de la cena se acomodaron en la sala para tomar un café. Ivana y Lena los acompañaron al concluir la limpieza de la cocina.
—Te vas con mucha anticipación —observó la joven.
—Aprovecho para asistir al congreso y ordenar algunos asuntos —llevó la mano al bolsillo de su saco y le tendió a Ivi un sobre y un llavero—: te dejo los pasajes, la dirección de mi departamento y copia de las llaves por si quieren pernoctar con Jordi la noche previa al viaje.
—¡Ah, gracias! —dijo ella—. Tenía pensado ir un día antes a Buenos Aires.
Tras una charla amena Gael se retiró despidiendo a Ivana y Jordi hasta dentro de dos semanas y al resto hasta su regreso. Lena pasó por la habitación de Ivi antes de acostarse. Su hija estaba con el camisón puesto y a punto de meterse en la cama.
—¿No fue un gesto generoso el de Gael? —manifestó la mujer.
—Teniendo en cuenta que me ahorra un gasto, sí —coincidió la chica.
—No seas así. Él no le daría la llave a cualquiera.
—Yo no dije eso. Pero si tuviera un departamento desocupado también se lo habría ofrecido.
—Últimamente te estás comportando en forma desconsiderada con Gael. ¿Pasó algo entre los dos?
—¿Qué habría de pasar? —dijo molesta—. No tengo por qué reverenciarlo por unas llaves.
—Me refiero al modo con que lo tratás. En verdad, te tiene mucha paciencia. No debería decírtelo conociendo tu terquedad, pero…
—¡Entonces no lo digas! —la interrumpió Ivi—. No sea que te arrepientas.
Lena miró a su hermosa y obstinada muchacha y se largó a reír. Se jugaba la cabeza por que alguna especie de sentimiento la estaba ligando a Gael y sus desplantes eran la manera de combatirlo. Sin más palabras abrazó a su hija y le deseó buenas noches.

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