Ivana, teniendo
en cuenta su compromiso del miércoles y el viaje del jueves, decidió proponerle
a Jordi que almorzaran juntos.
Caminaron por el Parque Independencia y al mediodía se ubicaron en la
confitería del Lago. Delante de dos tostados de jamón y queso, orientó la
conversación hacia las habilidades de su hermano.
—¿Lo extrañás a
Gael?
—Sí. Me había
acostumbrado a los encuentros. Buenos Aires está muy lejos para hacer contacto
con él.
—¿Aquí podías
hacerlo? —se interesó Ivi.
—Con todos.
Todavía no sé a que distancia funciona mi antena –rió.
—Ya lo
averiguarás —dijo su hermana con convicción—. Estuve tan ocupada estudiando que
no hablamos más de los descubrimientos que hicieron con las prácticas.
—Aprendí a interpretar
muchas imágenes comparando con las de Gael. Él me fue relatando que sentía o
pensaba cuando iban cambiando. Y comprobé que existe un patrón que identifica
pensamientos similares —le confió.
—Emm… —carraspeó
Ivana—. ¿Me darías un ejemplo?
—Bueno —dijo su
hermano con sonrisa pícara—. Cuando algo le gusta la cabeza se le llena de
paisajes coloridos.
—¿Cuándo le gusta
cualquier cosa?
—Depende. ¿Qué
querés saber? —la miró con ojos divertidos.
—En realidad,
nada —se turbó cuando visualizó la figura de Gael en la cama de su hermano.
Intranquila, preguntó—: ¿Ves algo en mi cerebro ahora?
—Un espacio
brumoso. Algo te confunde —afirmó.
¡Vaya con vos, hermanito! Menos mal que tu percepción
transforma las imágenes en paisajes porque si no, estaría frita. ¿Y a mí qué me
pasa? La culpa la tiene él. Querer hacerse el seductor conmigo ue soy mayor y
lo conozco desde gurí. Aunque ahora no se parece a un gurí precisamente. Somos
ridículos los dos. Él por creer que puede conquistarme y yo por pensarlo
siquiera.
—Bueno, dejá de
escarbar en mi cabeza y hablemos de vos —casi ordenó.
—Vos me lo
pediste —dijo Jordi mansamente.
—Sí, cariño.
Disculpame. Pero yo pretendía saber cómo te sentías con todas estas
exploraciones. A veces me arrepiento de haberte propuesto la consulta con Gael.
—Fue la mejor
ocurrencia tuya —garantizó su hermano—. Si no hubiera sido por él, hoy estaría
realmente mal. Me ayudó a entender lo que veo y por qué. Y cuando conozca el
alcance de esta capacidad, podré manejarla como cualquiera que tenga una
habilidad especial.
Ivana reflexionó
en silencio el razonamiento de Jordi. En escaso tiempo había adquirido una
madurez de pensamiento y palabra que la llenaba de nostalgia por el hermanito
devenido en este nuevo adolescente. ¿Cambiarían sus sentimientos al influjo de
esta transformación?
—No te aflijas,
Mavi —dijo como si hubiese escuchado lo que pensaba—. Muchas cosas pueden
cambiar en mí, pero jamás el amor que te tengo.
Al escuchar la
explícita declaración de Jordi, se le llenaron los ojos de lágrimas. Le abrió
los brazos y el muchachito se levantó de un salto para estrecharla con fuerza.
No era ya mamá Ivana la que consolaba al pequeño, sino un jovencito amoroso
confortando a su amada hermana.
—Tiraste la
silla… —murmuró Ivi aún debilitada por la descarga afectiva.
Jordi largó una
carcajada, la besó y enderezó la silla para sentarse. La contempló sonriente
hasta que Ivana recuperó el dominio.
—Hablemos del
viaje —dijo—. ¿Pensaste qué te gustaría conocer?
—Liverpool, el
museo de cera, Stonehenge y el Big Ben.
Había hecho una lista de veinte lugares pero Gael me dijo que la redujera
porque los tests llevarían tiempo. Así que me prometió que por lo menos
conocería esos cuatro lugares. Y a vos, ¿adónde te gustaría ir?
—A mí… —entonó—, aparte de lo que nombraste: New Forest, las cuevas de
Wookey, la calle Oxford, el castillo de Bodiam y, ya que estamos delirando,
Irlanda.
—Gael te podría llevar mientras a mí me hacen los estudios —opinó Jordi.
—Gael hace bastante pagándonos los pasajes y ahorrándonos la estadía.
Sería un abuso pretender que se haga cargo de mis gustos.
—A él le
encantaría —aseguró su hermano.
—Por mí no se va
a enterar, y prometeme que vos no se lo vas a decir —exigió Ivana.
—¡Bueno, bueno!
—rió Jordi—. Te prometo que ninguna palabra saldrá de mi boca.
Ella estiró el
puño con el pulgar hacia arriba y su hermano la imitó. Los chocaron y unieron
los dedos. Era su privada manera de sellar un acuerdo.
—Hecho —dijo la
muchacha—. ¿Qué querés que te traiga de Buenos Aires?
—Nada. Prefiero
que me compres algo en Inglaterra.
La joven asintió.
Después de comer volvieron caminando y en tanto Ivi se ponía al día con la
lectura, Jordi acompañó a Lena a comprar los pasajes.
—¡No lo vas a
creer! —exclamó la mujer cuando regresaron—. Tuve que sacar los boletos para el
miércoles porque los de fin de semana están agotados.
—Entonces le voy
a avisar a María Sol que nos encontremos por la mañana —dijo Ivana.
—Será mejor.
Porque el único horario que conseguí fue a las seis de la tarde en un coche de
refuerzo. Vamos a tener que pasar una noche en Buenos Aires.
—Seguro que papá
nos acomodará en su hotel —argumentó la hija, despreocupada—. O Gael en su
departamento. Algún sillón tendrá en el living.
Durante la cena
les anunciaron a los hombres el cambio de planes para que pudieran hacerse
cargo de la casa y de Jordi.
—¡Y después
protestan de la supremacía masculina! —clamó Jotacé—. Las damas se van de paseo
y abandonan a los sufridos varones a su suerte.
Ivana le hizo una
mueca irreverente que provocó la risa de los otros comensales tras lo cual Lena
abundó en recomendaciones para cuando se ausentaran.
—Mamá, andá
tranquila que ya somos mayorcitos —señaló Diego—. La casa y Jordi quedan en
buenas manos.
Después de comer,
Ivi les dijo a sus hermanos:
—Como mamá y yo
estamos cansadas, nos retiramos y les damos la oportunidad de ejercitarse para
cuando estén solos. Háganse cargo de la limpieza, por favor —y tomó a su madre
del brazo para empujarla hacia la escalera.
Mientras subían,
escucharon la risotada de Diego y las protestas de Julio César. La cocina
estaba impecable cuando se levantaron a la mañana, y el café recién hecho
indicaba que los varones habían desayunado temprano.
—¿Ves? —manifestó
Ivana—. Hay que dejarles espacio a los muchachos. —Se sirvió el café y puso a
tostar dos rodajas de pan.
—Quedamos en
almorzar juntas con María Sol —le dijo a su madre—. Pienso volver temprano para
preparar un bolso con el camisón y una muda de ropa ya que tendremos que
pernoctar en Buenos Aires.
—Yo haré otro
tanto después que deje preparado algunos platos para los chicos. Podremos tomar
una siesta porque que Diego nos llevará a la estación.
—De acuerdo, ma.
Sentate que ya están las tostadas.
Ivi salió después
del desayuno para cumplir con varios trámites y a las once y media se encontró
en el centro con su amiga. Se instalaron en un restaurante de los alrededores y
se pusieron al día con sus cosas personales.
—¡Ay, cómo te
envidio! Viajar con todos los parciales aprobados y ¡a Inglaterra! —enfatizó
María Sol—. No se le puede pedir más a la vida… —suspiró.
Ivana rió del
tono nostálgico de Marisol. Habían establecido una amistad de esas que se dan
espontáneamente. “Cuestión de piel” había dicho la rubia en una oportunidad. Lo
cierto es que sincronizaban estudiando juntas, tenían intereses comunes, se
confiaban penas y anhelos y, aunque María Sol le llevaba siete años, por su
aspecto y vivacidad no desmerecía al lado de Ivi.
—Tal vez lejos
del entorno cotidiano puedas descifrar los sentimientos contradictorios que
tenés por Gael —consideró Marisol a continuación.
Ivana hizo un
gesto de contrariedad. Había desahogado con su amiga la incertidumbre que le
provocaba la conducta del hombre y ahora ella ponía en tela de juicio sus
sensaciones.
—No se trata de
interpretarme a mí —aclaró—, sino de lo extraño de su comportamiento. Porque yo
no puedo verlo más que como amigo. Y que recuerde, nada hice para que se
imaginara otra cosa.
—Ivi, no depende
de tu conducta el prisma con el que te mire un hombre. Pero mala amiga sería si
no te reviviera que su comportamiento
te causó una que otra cosquilla…
—¡Porque me tomó
desprevenida! —se defendió.
—¿Cómo cuando lo
viste con el torso desnudo…?
—Parecés el
abogado del diablo. Me arrepiento de haberte hecho algunas confidencias.
—Si lo tomás así…
soy la voz de tu conciencia —susurró María Sol divertida—. Te impactó valorarlo
como hombre y te asustó que te demandara como tal. ¿Te preguntaste por qué?
—Esto me pasa por
darle argumentos al adversario —se burló Ivana—. He aquí a la futura leguleya
transformada en sicóloga.
—¡Ja! Que conste
que me basé en la confesión de la imputada —dijo su amiga sin arredrarse. Y
recuperando la seriedad—: No seas porfiada. Tenés que sincerarte con vos misma
para poder evaluar las actitudes de Gael. Creo que merece la pena.
Ivana ladeó la
cabeza y contempló a Marisol con afecto. No dudaba que sus palabras la
exhortaban a incursionar por el territorio de su intimidad. La propuesta de su
amiga era coherente. Sólo allí encontraría respuesta a las inquietudes que la
desasosegaban.
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