viernes, 15 de junio de 2012

AMIGOS Y AMANTES - XX


Ivana, teniendo en cuenta su compromiso del miércoles y el viaje del jueves, decidió proponerle a Jordi que almorzaran juntos. Caminaron por el Parque Independencia y al mediodía se ubicaron en la confitería del Lago. Delante de dos tostados de jamón y queso, orientó la conversación hacia las habilidades de su hermano.
—¿Lo extrañás a Gael?
—Sí. Me había acostumbrado a los encuentros. Buenos Aires está muy lejos para hacer contacto con él.
—¿Aquí podías hacerlo? —se interesó Ivi.
—Con todos. Todavía no sé a que distancia funciona mi antena –rió.
—Ya lo averiguarás —dijo su hermana con convicción—. Estuve tan ocupada estudiando que no hablamos más de los descubrimientos que hicieron con las prácticas.
—Aprendí a interpretar muchas imágenes comparando con las de Gael. Él me fue relatando que sentía o pensaba cuando iban cambiando. Y comprobé que existe un patrón que identifica pensamientos similares —le confió.
—Emm… —carraspeó Ivana—. ¿Me darías un ejemplo?
—Bueno —dijo su hermano con sonrisa pícara—. Cuando algo le gusta la cabeza se le llena de paisajes coloridos.
—¿Cuándo le gusta cualquier cosa?
—Depende. ¿Qué querés saber? —la miró con ojos divertidos.
—En realidad, nada —se turbó cuando visualizó la figura de Gael en la cama de su hermano. Intranquila, preguntó—: ¿Ves algo en mi cerebro ahora?
—Un espacio brumoso. Algo te confunde —afirmó.
¡Vaya con vos, hermanito! Menos mal que tu percepción transforma las imágenes en paisajes porque si no, estaría frita. ¿Y a mí qué me pasa? La culpa la tiene él. Querer hacerse el seductor conmigo ue soy mayor y lo conozco desde gurí. Aunque ahora no se parece a un gurí precisamente. Somos ridículos los dos. Él por creer que puede conquistarme y yo por pensarlo siquiera.
—Bueno, dejá de escarbar en mi cabeza y hablemos de vos —casi ordenó.
—Vos me lo pediste —dijo Jordi mansamente.
—Sí, cariño. Disculpame. Pero yo pretendía saber cómo te sentías con todas estas exploraciones. A veces me arrepiento de haberte propuesto la consulta con Gael.
—Fue la mejor ocurrencia tuya —garantizó su hermano—. Si no hubiera sido por él, hoy estaría realmente mal. Me ayudó a entender lo que veo y por qué. Y cuando conozca el alcance de esta capacidad, podré manejarla como cualquiera que tenga una habilidad especial.
Ivana reflexionó en silencio el razonamiento de Jordi. En escaso tiempo había adquirido una madurez de pensamiento y palabra que la llenaba de nostalgia por el hermanito devenido en este nuevo adolescente. ¿Cambiarían sus sentimientos al influjo de esta transformación?
—No te aflijas, Mavi —dijo como si hubiese escuchado lo que pensaba—. Muchas cosas pueden cambiar en mí, pero jamás el amor que te tengo.
Al escuchar la explícita declaración de Jordi, se le llenaron los ojos de lágrimas. Le abrió los brazos y el muchachito se levantó de un salto para estrecharla con fuerza. No era ya mamá Ivana la que consolaba al pequeño, sino un jovencito amoroso confortando a su amada hermana.
—Tiraste la silla… —murmuró Ivi aún debilitada por la descarga afectiva.
Jordi largó una carcajada, la besó y enderezó la silla para sentarse. La contempló sonriente hasta que Ivana recuperó el dominio.
—Hablemos del viaje —dijo—. ¿Pensaste qué te gustaría conocer?
—Liverpool, el museo de cera, Stonehenge y el Big Ben. Había hecho una lista de veinte lugares pero Gael me dijo que la redujera porque los tests llevarían tiempo. Así que me prometió que por lo menos conocería esos cuatro lugares. Y a vos, ¿adónde te gustaría ir?
—A mí… —entonó—, aparte de lo que nombraste: New Forest, las cuevas de Wookey, la calle Oxford, el castillo de Bodiam y, ya que estamos delirando, Irlanda.
—Gael te podría llevar mientras a mí me hacen los estudios —opinó Jordi.
—Gael hace bastante pagándonos los pasajes y ahorrándonos la estadía. Sería un abuso pretender que se haga cargo de mis gustos.
—A él le encantaría —aseguró su hermano.
—Por mí no se va a enterar, y prometeme que vos no se lo vas a decir —exigió Ivana.
—¡Bueno, bueno! —rió Jordi—. Te prometo que ninguna palabra saldrá de mi boca.
Ella estiró el puño con el pulgar hacia arriba y su hermano la imitó. Los chocaron y unieron los dedos. Era su privada manera de sellar un acuerdo.
—Hecho —dijo la muchacha—. ¿Qué querés que te traiga de Buenos Aires?
—Nada. Prefiero que me compres algo en Inglaterra.
La joven asintió. Después de comer volvieron caminando y en tanto Ivi se ponía al día con la lectura, Jordi acompañó a Lena a comprar los pasajes.
—¡No lo vas a creer! —exclamó la mujer cuando regresaron—. Tuve que sacar los boletos para el miércoles porque los de fin de semana están agotados.
—Entonces le voy a avisar a María Sol que nos encontremos por la mañana —dijo Ivana.
—Será mejor. Porque el único horario que conseguí fue a las seis de la tarde en un coche de refuerzo. Vamos a tener que pasar una noche en Buenos Aires.
—Seguro que papá nos acomodará en su hotel —argumentó la hija, despreocupada—. O Gael en su departamento. Algún sillón tendrá en el living.
Durante la cena les anunciaron a los hombres el cambio de planes para que pudieran hacerse cargo de la casa y de Jordi.
—¡Y después protestan de la supremacía masculina! —clamó Jotacé—. Las damas se van de paseo y abandonan a los sufridos varones a su suerte.
Ivana le hizo una mueca irreverente que provocó la risa de los otros comensales tras lo cual Lena abundó en recomendaciones para cuando se ausentaran.
—Mamá, andá tranquila que ya somos mayorcitos —señaló Diego—. La casa y Jordi quedan en buenas manos.
Después de comer, Ivi les dijo a sus hermanos:
—Como mamá y yo estamos cansadas, nos retiramos y les damos la oportunidad de ejercitarse para cuando estén solos. Háganse cargo de la limpieza, por favor —y tomó a su madre del brazo para empujarla hacia la escalera.
Mientras subían, escucharon la risotada de Diego y las protestas de Julio César. La cocina estaba impecable cuando se levantaron a la mañana, y el café recién hecho indicaba que los varones habían desayunado temprano.
—¿Ves? —manifestó Ivana—. Hay que dejarles espacio a los muchachos. —Se sirvió el café y puso a tostar dos rodajas de pan.
—Quedamos en almorzar juntas con María Sol —le dijo a su madre—. Pienso volver temprano para preparar un bolso con el camisón y una muda de ropa ya que tendremos que pernoctar en Buenos Aires.
—Yo haré otro tanto después que deje preparado algunos platos para los chicos. Podremos tomar una siesta porque que Diego nos llevará a la estación.
—De acuerdo, ma. Sentate que ya están las tostadas.
Ivi salió después del desayuno para cumplir con varios trámites y a las once y media se encontró en el centro con su amiga. Se instalaron en un restaurante de los alrededores y se pusieron al día con sus cosas personales.
—¡Ay, cómo te envidio! Viajar con todos los parciales aprobados y ¡a Inglaterra! —enfatizó María Sol—. No se le puede pedir más a la vida… —suspiró.
Ivana rió del tono nostálgico de Marisol. Habían establecido una amistad de esas que se dan espontáneamente. “Cuestión de piel” había dicho la rubia en una oportunidad. Lo cierto es que sincronizaban estudiando juntas, tenían intereses comunes, se confiaban penas y anhelos y, aunque María Sol le llevaba siete años, por su aspecto y vivacidad no desmerecía al lado de Ivi.
—Tal vez lejos del entorno cotidiano puedas descifrar los sentimientos contradictorios que tenés por Gael —consideró Marisol a continuación.
Ivana hizo un gesto de contrariedad. Había desahogado con su amiga la incertidumbre que le provocaba la conducta del hombre y ahora ella ponía en tela de juicio sus sensaciones.
—No se trata de interpretarme a mí —aclaró—, sino de lo extraño de su comportamiento. Porque yo no puedo verlo más que como amigo. Y que recuerde, nada hice para que se imaginara otra cosa.
—Ivi, no depende de tu conducta el prisma con el que te mire un hombre. Pero mala amiga sería si no te reviviera que su comportamiento te causó una que otra cosquilla…
—¡Porque me tomó desprevenida! —se defendió.
—¿Cómo cuando lo viste con el torso desnudo…?
—Parecés el abogado del diablo. Me arrepiento de haberte hecho algunas confidencias.
—Si lo tomás así… soy la voz de tu conciencia —susurró María Sol divertida—. Te impactó valorarlo como hombre y te asustó que te demandara como tal. ¿Te preguntaste por qué?
—Esto me pasa por darle argumentos al adversario —se burló Ivana—. He aquí a la futura leguleya transformada en sicóloga.
—¡Ja! Que conste que me basé en la confesión de la imputada —dijo su amiga sin arredrarse. Y recuperando la seriedad—: No seas porfiada. Tenés que sincerarte con vos misma para poder evaluar las actitudes de Gael. Creo que merece la pena.
Ivana ladeó la cabeza y contempló a Marisol con afecto. No dudaba que sus palabras la exhortaban a incursionar por el territorio de su intimidad. La propuesta de su amiga era coherente. Sólo allí encontraría respuesta a las inquietudes que la desasosegaban.

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