Los tres varones
acompañaron a la madre y a la hermana a la estación. Todavía estaban agitando
las manos cuando el ómnibus dio la vuelta y los perdieron de vista. Ivana se
acomodó la almohada bajo la nuca y le avisó a Lena que trataría de dormir. La
mujer asintió y se sumió en inquietantes planteos durante todo el viaje. Había
aceptado la propuesta de Ivi de no informar del paseo a Julio, pero dudaba de
que éste lo tomara de buen grado. Nunca había mezclado el trabajo con su
familia y, a decir verdad, esta era la primera visita que Lena le haría en la
casa central de la empresa. Hasta pensó en encarar, lejos de su hogar, la
charla de sinceramiento que tanto la acuciaba. Su febril cuestionamiento no le
permitió descansar hasta que arribaron a Retiro. Despertó a Ivana y bajaron en
la estación terminal a las diez de la noche. Después de pasar por el baño
adonde atendieron las necesidades fisiológicas y recompusieron su peinado y
maquillaje, se detuvieron a tomar un café a pedido de Ivi:
—Todavía es
temprano mami, y necesito despabilarme. En taxi nos llevará poco tiempo llegar
al hotel de papá.
Poco antes de las
once de la noche entraban al Regency, alojamiento que Julio tenía asignado por
la empresa. Antes de dirigirse al mostrador de recepción, Ivana escudriñó el
restaurante del hotel. Al no ver a su padre en ninguna mesa, se encaminó con
Lena para preguntar por él.
—Buenas noches
—saludó la mujer al conserje—. ¿Podría avisarle a Julio Rodríguez que lo
esperan en la recepción?
El hombre dirigió
la vista hacia el tablero que tenía a su espalda. Tomó el teléfono y marcó el
doscientos dos. Tras una espera prudencial, dijo:
—No contesta
nadie. Posiblemente haya salido a cenar. ¿Quieren dejarle algún recado?
—No, —dijo Lena—.
Lo esperaremos.
—Mientras tanto
—precisó la hija, —¿podremos comer en el restaurante?
—Sí, señorita. Es
de acceso libre.
Se ubicaron en
una mesa desde donde dominaban la puerta de ingreso al hotel. Mientras aguardaban
ser atendidas hicieron planes para el día siguiente:
—Primero iremos
al Patio —dijo Ivana—. Allí está todo lo que quiero comprar. Después podremos
dar un paseo, recorrer librerías y combinar el almuerzo con papá ¿qué te
parece?
—Que transitás
por la cuarta dimensión —rió Lena—. Me conformo con que terminés tus compras
durante la mañana. Cuando salgamos de la Galería , programaremos el tiempo restante.
Un camarero se
acercó con el menú y esperó a que eligieran los platos y la bebida. Ambas
estaban distendidas y disfrutaron de la cena en medio de una charla amena
adonde no faltó la preocupación materna de cómo se las estarían arreglando los
varones.
—¡Mamá! Siempre
lo mismo —exclamó Ivi—. Estarán festejando que tienen la casa para ellos solos.
Aunque te cueste creerlo, para los vagos es un jolgorio no depender de los
horarios de rutina.
Después del
postre pidieron café porque la espera se estiraba. A la una de la mañana, Julio
ingresó en el hotel y salió definitivamente de la vida de Lena. Ante la mirada
aturdida de madre e hija el hombre, sin advertir su presencia, se acercó al
mostrador para pedir la llave de su habitación. Lo acompañaba una mujer joven a
la cual rodeaba con su brazo. Ivana hizo el ademán de incorporarse pero la
firme mano de su madre se lo impidió.
—Esperá —le
ordenó con un tono tan autoritario que la muchacha obedeció sin resistir.
Como en una
pesadilla, vieron a Julio dirigirse al ascensor sin dejar de abrazar a su
acompañante. La puerta del elevador que los ocultó al cerrarse, las sacudió de
su parálisis.
—Escuchame, Ivana
—dijo Lena—. Quiero que me esperes aquí mientras yo subo a la habitación de tu
padre. No voy a provocar ningún escándalo, vos me conocés. Pero voy a
transmitirle mi opinión acerca de su conducta y volver con tu tarjeta.
—No vas a ir sola
—contestó la joven con fiereza—. Este asunto también me incumbe a mí como su
hija.
—Estás demasiado
alterada y no quiero que te expongas a una situación que te lastime.
—Me voy a
controlar, mamá. Lo que no entiendo es tu falta de reacción.
—Porque ignorás
los indicios que denunciaban que a tu padre le era cada vez más pesado quedarse
en casa. Su silencio decía más que sus palabras y yo no quise comprender. Pero
lo que no imaginaba era su deslealtad —confesó dolorida.
—¡Ay, mamita!
¿Cómo se puede desmoronar el mundo en un minuto? Vos no te merecés ésto.
—Hubiera pasado
la semana que viene porque ya estaba decidida a hablar con él —dijo con calma.
Apretó la mano de su hija y manifestó—: No te voy a obligar a que te quedes,
pero te comprometo a no intervenir.
—De acuerdo, mamá
—aceptó la muchacha.
Pagaron la cuenta
y subieron al segundo piso por el ascensor del restaurante. Lena no vaciló ante
la puerta de la habitación doscientos dos. Golpeó con firmeza y no respondió a
la pregunta de Julio quien poco después se asomó al pasillo.
—¿Podemos pasar?
—preguntó la mujer a su atónito marido.
Él se hizo a un
lado y su mujer e hija ingresaron a la antesala del cuarto. Quedaron
enfrentadas a la joven que Julio poco antes abrazara. Se había despojado del
abrigo y las botas que seguramente estarían en el dormitorio. Lena siguió dominando
la situación:
—¿No nos
presentás? —le demandó al consternado hombre.
—María Gracia
—dijo con voz estrangulada—. Lena, mi mujer, y mi hija Ivana.
Ninguna extendió
la mano para responder a la introducción. La hija estudió a la rival de su
madre y esbozó un gesto de sarcasmo.
—Quiero hablar
con vos. En privado —enfatizó la esposa, mientras su hija se acomodaba en un
sillón ignorando abiertamente a María Gracia.
Julio la condujo
al dormitorio donde quedaron enfrentados sin hablarse. La mirada de su mujer lo
abrumó, tal era el reproche que revelaba.
—Lena, te juro
que yo no quería…
—No es momento
para disculparte —lo interrumpió—. Quiero la tarjeta que gestionaste para Ivi,
si tus obligaciones te permitieron hacer el trámite —subrayó.
Él, con gesto
dolido, sacó la billetera del saco y le extendió el plástico sin hablar. La
mujer lo revisó antes de guardarlo en su bolso y, antes de salir, le dijo con
tono tranquilo:
—¿Sabés? Me había
impuesto hablar con vos apenas regresaras. Tus ausencias y silencios expresaban
un cambio que, por mucho que me negara a reconocer, se hacía cada vez más
ostensible. Me defraudaste, porque puedo entender que ya no me ames, pero no
que me engañes —no esperó respuesta para abandonar el dormitorio.
—Vamos, hija —se
dirigió a la joven que no se había movido del sillón.
Ivana se levantó
y sin echar una sola mirada a su padre ni a su pareja, siguió a Lena fuera de
la suite.
La conmoción las
silenció hasta abordar la calle adonde se impuso la necesidad de buscar
alojamiento.
—A menos que
conozcas otro hotel —dijo Lena— tendremos que molestarlo a Gael.
—En este momento
no recuerdo siquiera mi nombre —confesó la chica—. Será mejor llegarnos hasta
su departamento.
Caminaron hasta
la parada de taxis y poco después estaban frente al edificio donde habitaba el
médico. Ivana se demoró presionando el timbre y se volvió desalentada hacia su
madre:
—No contesta
nadie. O no está o tiene el sueño muy pesado.
—Tenés las
llaves. Entremos porque no soporto más este viento helado. Si todavía no llegó,
lo esperaremos. Pero a cubierto y sentadas —decidió la mujer.
Ivi franqueó el
ingreso al inmueble y tomaron el ascensor hasta el octavo piso. Antes de abrir
la puerta del departamento, volvió a tocar el timbre. Sin respuesta, insertó la
llave en la cerradura y entraron al confort de una sala calefaccionada. Buscaba
un interruptor cuando la habitación se iluminó sin su participación revelando
la figura alerta de Gael. La primera en reaccionar fue Lena:
—¡Gael!
Disculpanos la intrusión pero nos cansamos de tocar y no contestaste… —se excusó
la mujer.
—¡Lena, Ivi!
—exclamó sorprendido—. El timbre no funciona. ¿Qué hacen en Buenos Aires y a
esta hora?
Ivana se volvió a
enfrentar al torso desnudo de un Gael sin dudas ofuscado. Lo miraba olvidada
por un momento del suceso que las había llevado hasta su vivienda, cuando se
entreabrió la puerta a espaldas del médico:
—¿Qué pasa,
querido? —preguntó una voz femenina.
—Nada —contestó—.
Pasen a la cocina, por favor —les dijo a sus visitantes.
Lo siguieron
hasta una reducida estancia adonde desplegó una mesa adosada a la pared y
acercó dos taburetes.
—Lena, en los
estantes vas a encontrar todo para hacer café. Enseguida estoy con ustedes
—indicó abandonando el lugar.
—Le cortamos la
inspiración —ironizó Ivana—. ¿En qué fase estaría?
-¡Ivi! —regañó su
madre—. Otro, en su lugar, no hubiera ocultado su disgusto. No cualquiera
recibe visitas que invaden su domicilio y a una hora inapropiada.
—Te recuerdo que
vos lo propusiste —le contestó enfadada.
Como un alud la
arrasó la evidencia de la infidelidad de su padre. La congoja por su madre
acrecentaba su decepción como hija, y las lágrimas que había logrado contener
afloraron independientes de su voluntad. Se agazapó sobre el piso con un
quejido de animal herido y se abandonó a la pena. Cuando Gael volvió a la
cocina encontró a Lena agachada junto a su hija tratando de calmar los sollozos
que la sacudían. Tomó a la mujer por los hombros y la incorporó con suavidad.
Ocupó su lugar tratando de consolar a Ivana que lo rechazó con violencia:
—¡Dejame, no me
toqués! ¡Ustedes son todos una mierda! —gritó sin dejar de llorar.
Gael, confundido,
miró a Lena quien le hizo un gesto de disculpa.
—Ivi —dijo el
médico con firmeza—. Si no te levantás del piso, te levanto yo. La cocina no
tiene calefacción y te vas a pescar un enfriamiento.
Ella lo empujó y,
cubriéndose el rostro inflamado, se incorporó, caminó hacia la sala y se
desplomó en un sillón. Él la observó un instante y se volvió hacia Lena:
—¿Qué la puso en
esta condición?
La mujer le relató
el aciago encuentro que terminó en busca del refugio de su departamento.
—¿Y vos cómo
estás? —le preguntó preocupado.
—Por ahora bien.
Cuando asimile la situación, seguro berrearé como Ivi —dijo con una sonrisa descolorida.
—Andá con ella
porque a mí no me permite acercarme. Ya les alcanzo el café — propuso.
Ivana estaba
compuesta cuando Gael depositó la bandeja sobre la mesa ratona. Levantó un
pocillo y se lo ofreció. Ella lo aceptó rehuyendo la mirada. Los tres bebieron
la infusión en silencio hasta que el dueño de casa manifestó:
—Las invito a
descansar. Supongo que estarán agotadas después de tantas horas sin dormir. Les
preparé el dormitorio.
—Yo me quedo acá
—declaró la muchacha.
—Como no puedo
dormir con tu mamá, encantado si querés compartir el sillón conmigo —dijo el
médico.
—¿Cambiaste las
sábanas? —preguntó ella belicosa.
—¡Ivi! —exclamó
Lena enojada.
—La cama está de
estreno para ustedes —aseguró entre divertido y perplejo.
Ella levantó el
bolso y enfiló hacia la puerta de la alcoba.
—Menos mal que la
conocés —le dijo Lena a Gael antes de seguirla—. Algunas veces me desquician
sus impertinencias.
—Tu muchachita
desconcierta a cualquiera —aseguró él riendo—. Tratá de descansar —dijo
abrazándola con cariño.
—Gracias,
querido. Esta hubiera sido una noche negra sin tu presencia. Hasta mañana —se
despidió.
Me quedé con las ganas de estrecharla entre los
brazos. ¿Qué quiso decir con que todos somos una mierda? Julio lo es, por no
haber sido franco con Lena. ¿Y por qué yo lo soy para ella? ¿Porque me encontró
encamado con una mujer? ¿Sonó a desengaño? Sí que la fastidiaste, Gael. Pero
era a vos, Ivi, a la que quería tener en mi cama. ¿Se puso celosa? Ojala. Con estos
cuestionamientos acomodó su humanidad en el sillón y se dispuso a dormir.
Lena entró al dormitorio
y encontró acostada a su hija. Se sentó al borde de la cama y le despejó el
pelo de las sienes.
—¿Qué te pasa con
Gael? Lo trataste de forma desconsiderada.
—No hice más que
asegurarme de no dormir entre sábanas sucias —dijo apretando los labios.
—No te reconozco,
hijita. Él es lo suficientemente maduro como para darse cuenta del detalle que
vos le imputás. Y si así no hubiera sido, lo podíamos solucionar nosotras —miró
el rostro enfurruñado.— ¿O…? —Dejó la pregunta en suspenso.
—O nada. Metete en
la cama, mamacita. Y consolémonos mutuamente —le estiró los brazos
amorosamente.
Lena le dio un
beso y pasó al baño antes de ponerse el camisón. Ivana se sumergió en las
sensaciones que el día le había deparado.
Por un momento sentí que había perdido a mi padre y a
mi amigo. ¿Amigo? ¿Por qué me dolió tanto que estuviera cogiendo con una mina?
¿Porque yo quería estar en su lugar? A ver si Marisol tiene razón. No. Lo de
papá me desequilibró. Pero te odié, Gael. Y punto. Debo concentrarme en mamá,
que es la que está sufriendo.
Lena se deslizó a
su lado e Ivi la abrazó con fuerza hasta que el cansancio las transportó al
territorio del sueño.
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