jueves, 21 de junio de 2012

AMIGOS Y AMANTES - XXI


Los tres varones acompañaron a la madre y a la hermana a la estación. Todavía estaban agitando las manos cuando el ómnibus dio la vuelta y los perdieron de vista. Ivana se acomodó la almohada bajo la nuca y le avisó a Lena que trataría de dormir. La mujer asintió y se sumió en inquietantes planteos durante todo el viaje. Había aceptado la propuesta de Ivi de no informar del paseo a Julio, pero dudaba de que éste lo tomara de buen grado. Nunca había mezclado el trabajo con su familia y, a decir verdad, esta era la primera visita que Lena le haría en la casa central de la empresa. Hasta pensó en encarar, lejos de su hogar, la charla de sinceramiento que tanto la acuciaba. Su febril cuestionamiento no le permitió descansar hasta que arribaron a Retiro. Despertó a Ivana y bajaron en la estación terminal a las diez de la noche. Después de pasar por el baño adonde atendieron las necesidades fisiológicas y recompusieron su peinado y maquillaje, se detuvieron a tomar un café a pedido de Ivi:
—Todavía es temprano mami, y necesito despabilarme. En taxi nos llevará poco tiempo llegar al hotel de papá.
Poco antes de las once de la noche entraban al Regency, alojamiento que Julio tenía asignado por la empresa. Antes de dirigirse al mostrador de recepción, Ivana escudriñó el restaurante del hotel. Al no ver a su padre en ninguna mesa, se encaminó con Lena para preguntar por él.
—Buenas noches —saludó la mujer al conserje—. ¿Podría avisarle a Julio Rodríguez que lo esperan en la recepción?
El hombre dirigió la vista hacia el tablero que tenía a su espalda. Tomó el teléfono y marcó el doscientos dos. Tras una espera prudencial, dijo:
—No contesta nadie. Posiblemente haya salido a cenar. ¿Quieren dejarle algún recado?
—No, —dijo Lena—. Lo esperaremos.
—Mientras tanto —precisó la hija, —¿podremos comer en el restaurante?
—Sí, señorita. Es de acceso libre.
Se ubicaron en una mesa desde donde dominaban la puerta de ingreso al hotel. Mientras aguardaban ser atendidas hicieron planes para el día siguiente:
—Primero iremos al Patio —dijo Ivana—. Allí está todo lo que quiero comprar. Después podremos dar un paseo, recorrer librerías y combinar el almuerzo con papá ¿qué te parece?
—Que transitás por la cuarta dimensión —rió Lena—. Me conformo con que terminés tus compras durante la mañana. Cuando salgamos de la Galería, programaremos el tiempo restante.
Un camarero se acercó con el menú y esperó a que eligieran los platos y la bebida. Ambas estaban distendidas y disfrutaron de la cena en medio de una charla amena adonde no faltó la preocupación materna de cómo se las estarían arreglando los varones.
—¡Mamá! Siempre lo mismo —exclamó Ivi—. Estarán festejando que tienen la casa para ellos solos. Aunque te cueste creerlo, para los vagos es un jolgorio no depender de los horarios de rutina.
Después del postre pidieron café porque la espera se estiraba. A la una de la mañana, Julio ingresó en el hotel y salió definitivamente de la vida de Lena. Ante la mirada aturdida de madre e hija el hombre, sin advertir su presencia, se acercó al mostrador para pedir la llave de su habitación. Lo acompañaba una mujer joven a la cual rodeaba con su brazo. Ivana hizo el ademán de incorporarse pero la firme mano de su madre se lo impidió.
—Esperá —le ordenó con un tono tan autoritario que la muchacha obedeció sin resistir.
Como en una pesadilla, vieron a Julio dirigirse al ascensor sin dejar de abrazar a su acompañante. La puerta del elevador que los ocultó al cerrarse, las sacudió de su parálisis.
—Escuchame, Ivana —dijo Lena—. Quiero que me esperes aquí mientras yo subo a la habitación de tu padre. No voy a provocar ningún escándalo, vos me conocés. Pero voy a transmitirle mi opinión acerca de su conducta y volver con tu tarjeta.
—No vas a ir sola —contestó la joven con fiereza—. Este asunto también me incumbe a mí como su hija.
—Estás demasiado alterada y no quiero que te expongas a una situación que te lastime.
—Me voy a controlar, mamá. Lo que no entiendo es tu falta de reacción.
—Porque ignorás los indicios que denunciaban que a tu padre le era cada vez más pesado quedarse en casa. Su silencio decía más que sus palabras y yo no quise comprender. Pero lo que no imaginaba era su deslealtad —confesó dolorida.
—¡Ay, mamita! ¿Cómo se puede desmoronar el mundo en un minuto? Vos no te merecés ésto.
—Hubiera pasado la semana que viene porque ya estaba decidida a hablar con él —dijo con calma. Apretó la mano de su hija y manifestó—: No te voy a obligar a que te quedes, pero te comprometo a no intervenir.
—De acuerdo, mamá —aceptó la muchacha.
Pagaron la cuenta y subieron al segundo piso por el ascensor del restaurante. Lena no vaciló ante la puerta de la habitación doscientos dos. Golpeó con firmeza y no respondió a la pregunta de Julio quien poco después se asomó al pasillo.
—¿Podemos pasar? —preguntó la mujer a su atónito marido.
Él se hizo a un lado y su mujer e hija ingresaron a la antesala del cuarto. Quedaron enfrentadas a la joven que Julio poco antes abrazara. Se había despojado del abrigo y las botas que seguramente estarían en el dormitorio. Lena siguió dominando la situación:
—¿No nos presentás? —le demandó al consternado hombre.
—María Gracia —dijo con voz estrangulada—. Lena, mi mujer, y mi hija Ivana.
Ninguna extendió la mano para responder a la introducción. La hija estudió a la rival de su madre y esbozó un gesto de sarcasmo.
—Quiero hablar con vos. En privado —enfatizó la esposa, mientras su hija se acomodaba en un sillón ignorando abiertamente a María Gracia.
Julio la condujo al dormitorio donde quedaron enfrentados sin hablarse. La mirada de su mujer lo abrumó, tal era el reproche que revelaba.
—Lena, te juro que yo no quería…
—No es momento para disculparte —lo interrumpió—. Quiero la tarjeta que gestionaste para Ivi, si tus obligaciones te permitieron hacer el trámite —subrayó.
Él, con gesto dolido, sacó la billetera del saco y le extendió el plástico sin hablar. La mujer lo revisó antes de guardarlo en su bolso y, antes de salir, le dijo con tono tranquilo:
—¿Sabés? Me había impuesto hablar con vos apenas regresaras. Tus ausencias y silencios expresaban un cambio que, por mucho que me negara a reconocer, se hacía cada vez más ostensible. Me defraudaste, porque puedo entender que ya no me ames, pero no que me engañes —no esperó respuesta para abandonar el dormitorio.
—Vamos, hija —se dirigió a la joven que no se había movido del sillón.
Ivana se levantó y sin echar una sola mirada a su padre ni a su pareja, siguió a Lena fuera de la suite.
La conmoción las silenció hasta abordar la calle adonde se impuso la necesidad de buscar alojamiento.
—A menos que conozcas otro hotel —dijo Lena— tendremos que molestarlo a Gael.
—En este momento no recuerdo siquiera mi nombre —confesó la chica—. Será mejor llegarnos hasta su departamento.
Caminaron hasta la parada de taxis y poco después estaban frente al edificio donde habitaba el médico. Ivana se demoró presionando el timbre y se volvió desalentada hacia su madre:
—No contesta nadie. O no está o tiene el sueño muy pesado.
—Tenés las llaves. Entremos porque no soporto más este viento helado. Si todavía no llegó, lo esperaremos. Pero a cubierto y sentadas —decidió la mujer.
Ivi franqueó el ingreso al inmueble y tomaron el ascensor hasta el octavo piso. Antes de abrir la puerta del departamento, volvió a tocar el timbre. Sin respuesta, insertó la llave en la cerradura y entraron al confort de una sala calefaccionada. Buscaba un interruptor cuando la habitación se iluminó sin su participación revelando la figura alerta de Gael. La primera en reaccionar fue Lena:
—¡Gael! Disculpanos la intrusión pero nos cansamos de tocar y no contestaste… —se excusó la mujer.
—¡Lena, Ivi! —exclamó sorprendido—. El timbre no funciona. ¿Qué hacen en Buenos Aires y a esta hora?
Ivana se volvió a enfrentar al torso desnudo de un Gael sin dudas ofuscado. Lo miraba olvidada por un momento del suceso que las había llevado hasta su vivienda, cuando se entreabrió la puerta a espaldas del médico:
—¿Qué pasa, querido? —preguntó una voz femenina.
—Nada —contestó—. Pasen a la cocina, por favor —les dijo a sus visitantes.
Lo siguieron hasta una reducida estancia adonde desplegó una mesa adosada a la pared y acercó dos taburetes.
—Lena, en los estantes vas a encontrar todo para hacer café. Enseguida estoy con ustedes —indicó abandonando el lugar.
—Le cortamos la inspiración —ironizó Ivana—. ¿En qué fase estaría?
-¡Ivi! —regañó su madre—. Otro, en su lugar, no hubiera ocultado su disgusto. No cualquiera recibe visitas que invaden su domicilio y a una hora inapropiada.
—Te recuerdo que vos lo propusiste —le contestó enfadada.
Como un alud la arrasó la evidencia de la infidelidad de su padre. La congoja por su madre acrecentaba su decepción como hija, y las lágrimas que había logrado contener afloraron independientes de su voluntad. Se agazapó sobre el piso con un quejido de animal herido y se abandonó a la pena. Cuando Gael volvió a la cocina encontró a Lena agachada junto a su hija tratando de calmar los sollozos que la sacudían. Tomó a la mujer por los hombros y la incorporó con suavidad. Ocupó su lugar tratando de consolar a Ivana que lo rechazó con violencia:
—¡Dejame, no me toqués! ¡Ustedes son todos una mierda! —gritó sin dejar de llorar.
Gael, confundido, miró a Lena quien le hizo un gesto de disculpa.
—Ivi —dijo el médico con firmeza—. Si no te levantás del piso, te levanto yo. La cocina no tiene calefacción y te vas a pescar un enfriamiento.
Ella lo empujó y, cubriéndose el rostro inflamado, se incorporó, caminó hacia la sala y se desplomó en un sillón. Él la observó un instante y se volvió hacia Lena:
—¿Qué la puso en esta condición?
La mujer le relató el aciago encuentro que terminó en busca del refugio de su departamento.
—¿Y vos cómo estás? —le preguntó preocupado.
—Por ahora bien. Cuando asimile la situación, seguro berrearé como Ivi —dijo con una sonrisa descolorida.
—Andá con ella porque a mí no me permite acercarme. Ya les alcanzo el café — propuso.
Ivana estaba compuesta cuando Gael depositó la bandeja sobre la mesa ratona. Levantó un pocillo y se lo ofreció. Ella lo aceptó rehuyendo la mirada. Los tres bebieron la infusión en silencio hasta que el dueño de casa manifestó:
—Las invito a descansar. Supongo que estarán agotadas después de tantas horas sin dormir. Les preparé el dormitorio.
—Yo me quedo acá —declaró la muchacha.
—Como no puedo dormir con tu mamá, encantado si querés compartir el sillón conmigo —dijo el médico.
—¿Cambiaste las sábanas? —preguntó ella belicosa.
—¡Ivi! —exclamó Lena enojada.
—La cama está de estreno para ustedes —aseguró entre divertido y perplejo.
Ella levantó el bolso y enfiló hacia la puerta de la alcoba.
—Menos mal que la conocés —le dijo Lena a Gael antes de seguirla—. Algunas veces me desquician sus impertinencias.
—Tu muchachita desconcierta a cualquiera —aseguró él riendo—. Tratá de descansar —dijo abrazándola con cariño.
—Gracias, querido. Esta hubiera sido una noche negra sin tu presencia. Hasta mañana —se despidió.
Me quedé con las ganas de estrecharla entre los brazos. ¿Qué quiso decir con que todos somos una mierda? Julio lo es, por no haber sido franco con Lena. ¿Y por qué yo lo soy para ella? ¿Porque me encontró encamado con una mujer? ¿Sonó a desengaño? Sí que la fastidiaste, Gael. Pero era a vos, Ivi, a la que quería tener en mi cama. ¿Se puso celosa? Ojala. Con estos cuestionamientos acomodó su humanidad en el sillón y se dispuso a dormir.
Lena entró al dormitorio y encontró acostada a su hija. Se sentó al borde de la cama y le despejó el pelo de las sienes.
—¿Qué te pasa con Gael? Lo trataste de forma desconsiderada.
—No hice más que asegurarme de no dormir entre sábanas sucias —dijo apretando los labios.
—No te reconozco, hijita. Él es lo suficientemente maduro como para darse cuenta del detalle que vos le imputás. Y si así no hubiera sido, lo podíamos solucionar nosotras —miró el rostro enfurruñado.— ¿O…? —Dejó la pregunta en suspenso.
—O nada. Metete en la cama, mamacita. Y consolémonos mutuamente —le estiró los brazos amorosamente.
Lena le dio un beso y pasó al baño antes de ponerse el camisón. Ivana se sumergió en las sensaciones que el día le había deparado.
Por un momento sentí que había perdido a mi padre y a mi amigo. ¿Amigo? ¿Por qué me dolió tanto que estuviera cogiendo con una mina? ¿Porque yo quería estar en su lugar? A ver si Marisol tiene razón. No. Lo de papá me desequilibró. Pero te odié, Gael. Y punto. Debo concentrarme en mamá, que es la que está sufriendo.
Lena se deslizó a su lado e Ivi la abrazó con fuerza hasta que el cansancio las transportó al territorio del sueño.

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