domingo, 27 de julio de 2008

POR SIEMPRE - XX

La tarde caía hundiéndose como un globo de fuego en el horizonte. Una brisa fresca mecía las hojas y levantaba con impertinencia la falda de las mujeres que bailaban una soñadora melodía en brazos de sus parejas. Todos estaban alegres después de la copiosa comida y bebida prolongando un encuentro que llevaba más de siete horas. Celina se movía cadenciosamente abrigada por René, y en ese refugio contenedor revivió las alternativas del día. Había llegado hasta los presentes tomada de la mano del estanciero quien la introdujo ante cada invitado mencionando el parentesco con los niños. El momento tan temido fue una hermosa experiencia respaldada por la presencia de René y la calidez de la gente. Cuando María la vio la abrazó como la primera vez y le presentó a su marido que exhibía una pierna enyesada como recuerdo del accidente. El hombre también la abrazó y usó palabras que la conmovieron para agradecerle el regalo de la vida. Se apartó del chofer con los ojos brillantes y René la atrajo hacia sí para confortarla ante la vista de los complacidos asistentes que legitimaban su relación con toda naturalidad. Cuando se sobrepuso, su escolta siguió con la ceremonia. El comisario le dedicó un discurso castrense y el intendente uno político que ella agradeció con una sonrisa. Cuando fue conocida por todos, René la condujo hacia la mesa adonde estaban ubicados los ocupantes de la casa. Julián y familia la detuvieron al pasar para saludarla y reiterarle su gratitud. Se situó al lado de René con la cara arrebolada por el sol y las emociones. Sofía estaba sentada entre Sergio y Andrés; don Arturo entre Camila y Walter, y Diana enfrentada a ellos. La conversación fue generalizada durante la comida. René y Celina, leve y sostenidamente, se deslizaron hacia una privacidad que culminó en una charla intimista que los demás aceptaron con sencillez.

Hasta Diana tuvo que admitirse deslumbrada por el fenómeno de génesis que trascendía a la propia pareja, embarcada en la construcción de un mundo que durante un tiempo sólo ellos habitarían. Don Arturo estaba más afable, como si la felicidad de su nieto desvaneciera viejos rencores, y Walter bromeaba con Sofía acerca de la sordera y ceguera de los enamorados que, fieles a leyes no escritas, ni siquiera atendían al vozarrón del médico. La madre miró preocupada hacia Sergio que estaba extrañamente lacónico. Se preciaba de conocer a su hijo y sentía que algo lo inquietaba. Atendió a sus gestos con perseverancia y entró en pánico cuando comprendió los sentimientos reprimidos del muchacho cada vez que observaba a su padre y a Celina. Bajo esa apariencia retraída se escondía un volcán presto a estallar y destruir el universo que la presencia de la muchacha había desequilibrado. Por un instante de locura deseó que nunca se hubiera cruzado en sus caminos a riesgo de ofrendar a su nieto para conservar esa perfecta armonía. Desechaba con horror este pensamiento cuando sus ojos se cruzaron con los de su hijo. Había tanto desvalimiento en su mirada que hubiera querido acunarlo en sus brazos como no pudo hacerlo de niño. Él sonrió animosamente y le hizo un gesto tranquilizador que le removió las encubiertas sensaciones de culpa y privación. “Si no me hubiera ido, ¿podría haber cambiado su destino?” se cuestionó, y se sintió incapaz de responder a esta pregunta.

Un grupo de niños reclamando a las amigas después del postre, quebró su abstracción. Las jóvenes se levantaron dispuestas a participar del juego que habían iniciado en el arroyo. Se situaron con los tachos ante cada grupito que las bombardeaba inclementes. Después de un tiempo, viendo que no disminuía el entusiasmo de los chicos, René las fue a rescatar. Se puso detrás de Celina y atajó una piedrita que echó en el recipiente ante los gritos risueños de los adversarios. Hizo lo mismo con Sofía para equilibrar la contienda y se fue remolcando a las jóvenes bajo una lluvia de proyectiles. Llegaron a la mesa a las corridas y se sentaron a mitigar la sed. Los concurrentes se habían mezclado después del almuerzo y Javier estaba sentado al lado de Sergio. Mostró interés por Sofía y la secundó para que se instalara. Al rato estaban charlando animadamente con Camila y don Arturo mientras Diana y Walter trataban de penetrar el cerco de silencio adonde Sergio se había refugiado. El joven alegó dolor de cabeza debido a las copiosas libaciones, lo que no estaba lejos de la verdad. Celina y René caminaban entre los invitados alternando cordialmente con los hombres y mujeres tan reconocidos por el arrojo de la muchacha. Su pareja la fue guiando hasta una mesa dispuesta debajo de un árbol florido, atiborrada en un extremo de objetos artesanales. Los presentes se reunieron alrededor y María fue portavoz de los agradecidos pobladores que le confiaban a Celina su más querido objeto personal a modo de retribución. Ella sintió, sin que nadie se lo dijera, que no debía negarse. Uno a uno fueron retirando los regalos y se los entregaron citando su origen. Las lágrimas volvieron a acometerla ante la mención de padres, amigos, parejas, hijos y mascotas desaparecidos. Cuando los aceptaba, volvían a ponerlo en el extremo vacío de la mesa. Se sostuvo hasta que el último obsequio le fue otorgado, momento en el que se derrumbó recorrida por los sollozos. René la cobijó amorosamente mitigando su desconsuelo con caricias y palabras tiernas. Cuando sacó un pañuelo para que se soplara la nariz, hizo un gesto a Javier que ordenó el comienzo de la música. El ambiente perdió la cualidad solemne que había tenido durante la ceremonia e inmediatamente hombres, mujeres y niños se volcaron al baile con alegría. Celina, debilitada por el llanto, se dejó llevar por René. Cuando se recobró comenzó a disfrutar de la cercanía del hombre que tantos motivos le había dado para amarlo. A su alrededor todo el mundo se divertía y cambiaban de pareja continuamente, sin osar siquiera reclamar a Celina del dominio de René. Cuando Sergio se acercó para arrebatarla de los brazos de su padre reprochándole que monopolizara a la agasajada, René la cedió con desgano porque lo único que dominaba su pensamiento era atesorarla para él. Sergio la guiaba con muda destreza hasta que el silencio se condensó en una sensación de pesadumbre que la movió a interrumpirlo:

-Presiento que algo anda mal. ¿Tiene que ver con tu padre?

El muchacho no le respondió; pero su mirada, herida y salvaje a la vez, le dirigió un mensaje que ella no pudo desoír. Observó el rostro varonil admirando la mezcla racial que lo hacía tan atractivo, y pensó sin malicia que si no estuviera enamorada de René lo estaría de su hijo.

-Sé que no nos conocemos, pero quiero que sepas que no deseo causar ningún problema en tu familia. No puedo prometerte renunciar a tu padre, pero sí a no interferir con sus bienes, si eso te preocupa.

Las facciones de Sergio reflejaron incredulidad. Con voz enronquecida, le dijo:

-¿Cómo podés pensar que eso me preocupa?

-Puedo pensar cualquier cosa mientras vos no me expliqués –repuso ella con calma.

-¿No te das cuenta que desde que te vi mi existencia dejó de tener sentido? –susurró con fiereza.

-De lo que me doy cuenta es que estás un poco ebrio.

-Lo estoy. Pero esto no invalida lo que siento ni lo que digo.

-Hay veces en que no debiéramos decir lo que sentimos –musitó Celina.

Sergio la miró apenado porque sabía la tristeza que le causaba en el momento más trascendente de su vida. Desde ayer se cuestionaba su cordura, su amor filial, su matrimonio. Sabía que no estaba dispuesto a infligir ninguna herida a su padre ni a su esposa, que debería convivir con el disimulo para sostener la fragilidad de su estructura familiar. ¿Cómo puede un individuo lúcido trastocar los valores de toda su historia por desear a una mujer?, se preguntó. A una mujer que pudo haberse quedado en el ómnibus en lugar de exponerse a la muerte para auxiliar a un puñado de niños; que tuvo la sensibilidad de enamorarse del mejor hombre del mundo; que eliminó los restos del blindaje que se procuró en los primeros años de la infancia; que a pesar de su cruel reproche le respondió con piedad…

-Celina –le dijo, más tranquilo- preguntar la razón de mis sentimientos sería como cuestionar al sol todas las mañanas. Te quiero locamente. Si mi rival no fuera mi padre no descansaría hasta conseguirte. Pero necesito mirarte a los ojos y saber que no confundís el dolor de mi herida con hostilidad. Por favor… -le suplicó.

-Yo no quise dañarte… –dijo ella conteniendo un sollozo.

Sergio se estremeció luchando contra el deseo de cobijarla entre sus brazos y secarle las lágrimas a besos. Le pidió con voz contenida:

-No llorés porque me mata, querida, y me voy a delatar. Tu vida está al lado del hombre que elegiste. Yo seguiré con la mía acompañado por las personas que amo y no quiero lastimar.

Celina se desasió.

-Voy a lavarme la cara –dijo repentinamente.

Mientras se dirigía a la casa no podía reaccionar ante la confesión de Sergio. A ella sólo la perturbaba el peso de este secreto que no podía compartir con René. Pasó raudamente hacia la escalera que conducía a su habitación y se apaciguó cuando cerró la puerta tras sí. Entró al cuarto de baño y refrescó sus ardientes mejillas. Era un día extraño donde había derramado más lágrimas que en toda su vida. Cuando se recobró, salió en busca del hombre a quien las circunstancias parecían alejar.

lunes, 21 de julio de 2008

POR SIEMPRE - XIX

La mañana del sábado fue atípica para las amigas. Durmieron sin desvelarse; Sofía sin soñar y Celina sin ser acometida por el insomnio. A las nueve de la mañana, a pedido de René, Rayén les subió el desayuno a la habitación. Esta modalidad no era costumbre en la casa para nadie, pero ellas eran huéspedes de honor y la mujer se sentía movida a expresarle su gratitud a Celina. Golpeó varias veces la puerta hasta que las muchachas se despabilaron. Una adormilada Sofía le abrió la puerta y exclamó al ver la bandeja:

-¡Cel! ¡Nos envían un desayuno de regalo!

Rayén sonrió ante la espontaneidad de la joven y les deseó buen día a ambas. Celina la saludó mientras se levantaba de la cama y se acercó a la mesita adonde la mujer acomodó el contenido de la fuente.

-¡Mmn, Rayén! Esto huele delicioso. Pero no te hubieras molestado… –dijo como si conociera los hábitos de la vivienda.

-Para mí es un placer, señorita. Pero no hago más que cumplir las indicaciones del señor René.

-¿René se levantó? - interrogó Celina.

-No tan temprano como todos los días. El señorito Sergio dijo que no entendía cómo estaba tan bien esta mañana. La madre tierra lo ha protegido para el kawin.

Como la joven la miró extrañada, tradujo:

-Para el festejo en su honor, señorita. Todos están ansiosos por conocerla.

-¿Vendrá mucha gente, Rayén? –preguntó Celina intimidada.

-Los que quieren agradecerle – resumió la mujer, y luego añadió-: que disfruten el desayuno.

Rayén cerró la puerta del cuarto dejando a la muchacha con la incógnita. Las amigas se sentaron frente al ventanal observando el espléndido día posterior a la tormenta. Comieron con apetito el variado refrigerio y se dispusieron a vestirse para la reunión. Eligieron indumentaria cómoda y sencilla para un día de campo y, cuando estuvieron listas, bajaron a la cocina donde Diana y Walter estaban desayunando.

-¡Buenos días, bellezas! Hágannos el honor de su compañía -saludó el hombre jovialmente mientras se levantaba para darles sendos besos.

Diana las saludó con una sonrisa e hizo un gesto de invitación. La ex mujer de René estaba espléndida luciendo un vestido de seda estampado complementado con una capelina blanca que descansaba sobre su espalda. Las jóvenes se instalaron con la solícita colaboración de Walter y aceptaron un café más.

-¿René estaba en condiciones de levantarse? -Celina se dirigió al médico.

-Milagrosamente, sí. Este hombre es un toro, así que se justifica que lo atienda un celoso veterinario -se volvió hacia su mujer-: ¿podés creer que Sergio no requirió nunca mi opinión? -y siguió-: Salvo los mínimos magullones por haber soportado ese peso, se movía sin dificultades.

-René es incapaz de aceptar los límites físicos. Y ya está entrando en la vejez -terció Diana como al pasar.

Sofía largó una carcajada:

-¡No conozco un tipo tan vital como René! Y ni hablar de su apariencia. Parece el hermano de su hijo… Yo creo que está muy lejos de la vejez -certificó con aplomo.

Celina ni se molestó en intervenir. Querida Dianita -pensó- cómo te escuece que René se haya fijado en mí. Pero ¿sabés? Cuanto más me atacás, más firme es mi convicción de lo que siento. Giró hacia Sofía y le preguntó:

-¿Querés que vayamos afuera? Será interesante observar los preparativos.

-Vamos. Me gustaría conocer la caballeriza -se levantó y se dirigió a la pareja-: ¿Vienen?

-Gracias. Pero ya hemos asistido a muchos festejos. Vayan ustedes -dijo Diana.

Las chicas saludaron y salieron al amplio solar que rodeaba la casa desde donde se divisaba el ajetreo de los empleados acomodando mesas y sillas. Rayén, como un general al mando de su ejército, daba órdenes que sus soldados se apresuraban a obedecer. La saludaron camino a la caballeriza y se detuvieron para charlar con los hombres que se ocupaban de encender el fuego. Los boxes estaban custodiados por el empleado al que Celina ya había conocido, quien las saludó con deferencia y abrió la puerta a pedido de de la joven. Sofía admiró cada ejemplar con ojos de conocedora pues su padre tenía un haras en la provincia de Buenos Aires.

-¿Qué caballo montaste? -se interesó después del reconocimiento.

-Éste -Celina se dirigió al dominio de Amigo. Se dirigió a él con voz cariñosa:

-¡Hola, Amigo! Hace mucho que no nos vemos -Mientras lo acariciaba:-¿Me extrañaste? Si fuera por mí, te llevaría a mi casa, bonito.

Sofía se cruzó de brazos con paciencia, escuchando cómo su amiga le prodigaba palabras y mimos al caballo según acostumbraba con cualquier animal. Hasta ella creía en la firme hipótesis de Celina de que cualquier ser vivo, al menos, comprendía el tono con el que se le hablaba. Tan distraída estaba en la contemplación, que la sorprendió la aparición de René a su lado. Él cruzó el índice sobre los labios para indicarle silencio, y se deleitó con las expresiones amorosas que Celina derrochaba con el equino. La joven se despidió del cuadrúpedo con una palmadita y se volvió hacia su compañera para encontrarse con un sonriente René que le dijo:

-¿Puedo cambiar de lugar con Amigo?

El rubor subió a su cara impulsado por los latidos de su corazón. Se miraron encandilados mientras la alegría de estar frente a frente les alumbraba una sonrisa que daba de baja a la soledad. Se acercaron olvidados de Sofía que discretamente los dejó solos. René encuadró la cara de Celina entre sus manos y bajó la cabeza buscando sus labios. Ella cerró los ojos como una adolescente esperando el primer beso, al tiempo que el cálido aliento del hombre se transformaba en una tierna presión que la dejó totalmente vulnerable. Los brazos la enlazaron por la espalda y la cintura, y la boca resbaló hasta su oreja murmurando una y otra vez su nombre; confesándole las largas noches de vigilia deseando tenerla a su lado como la viera la primera vez; la lucha contra el impulso de arrebatarla de su habitación para traerla a su cama. Celina había apoyado sus manos contra el pecho de René en un débil intento de recuperar la cordura que perdió totalmente cuando el segundo beso, apasionado e inquisidor, invadió la privacidad de su boca. Lengua contra lengua intercambiaron los primeros humores que anticipaban el irrevocable acto del amor. Una cabezota a modo de palanca los separó permitiendo que recuperaran el aliento. Ronco se abalanzó sobre René, le lamió la cara y apenas le dio tiempo de sujetar a Celina antes de que le pusiera las patas sobre el pecho y repitiera el festejo. Iba del uno hacia el otro ladrando y moviendo la cola como aprobando la elección de su amo. Riendo, René ciñó a la joven por la cintura y la condujo fuera de la caballeriza. A la entrada, Sofía y el empleado disimulaban su involuntaria calidad de observadores a puerta abierta. Ambos estaban seguros de que la pareja estaba demasiado ensimismada como para reparar en tan nimio detalle. René se detuvo a la entrada y desenlazó a Celina para tomarle las manos como si no pudiera evitar el contacto.

-Te amo. Tengo que supervisar las tareas y darle una mano a Rayén. No te vayas fuera de mi vista. ¿Te dije que te amo? -tiró de la risueña mujer y la besó a cielo abierto. Le hizo un guiño a Sofía y se fue.

-Querida, borrá esa expresión de embobamiento y no me contés nada porque lo vi todo -chacoteó su amiga.

Celina estaba en una dimensión astral donde nada la rozaba. Sonrió a su compañera como si le hubiera dispensado un halago. Sofía suspiró resignada y miró a su alrededor donde todo el mundo estaba activo. Divisó a Sergio, Jeremías, don Arturo y Camila cerca de un asador:

-¿Estás en condiciones de bajar a tierra y alternar?

-¡Por supuesto! -se defendió su amiga.

-Vamos a saludar a nuestros anfitriones -dijo Sofía alegremente.

Caminaron hasta donde estaba el grupo que las recibió con demostraciones de afecto. Don Arturo y Jeremías expresaron claramente satisfacción en sus miradas y Camila les dio un abrazo y un beso. La expresión de Sergio, tras el saludo, era inescrutable. Celina, que tenía la sensibilidad a flor de piel, sintió por primera vez un atisbo de inquietud frente al muchacho. Sus ojos eran huidizos como si quisieran ocultar algún secreto. ¿La prueba que tendré que afrontar será la oposición de su hijo? pensó afligida. La llegada de Andrés la sacó de su meditación.

-¡Ya están llegando los invitados! La entrada está llena de autos -anunció con entusiasmo, y a continuación-: ¿Vas a pronunciar un discurso, Celina?

-¡Dios me libre! ¡No!

-Es lo que se estila en los homenajes -dijo decepcionado. Luego, con afecto:- no te preocupés, el abuelo te salvará.

Las mujeres rieron ante la cándida observación del jovencito que ponía en evidencia una realidad sobrentendida.

-¿Estás intranquila? -le preguntó Camila.

-Un poco. Me voy a morir de vergüenza ante tanta gente.

-Es que Celina es muy modesta -aportó con cariño su amiga.

-Como dijo Andrés: no te preocupés. René no permitirá que pases un momento desagradable -sostuvo la mujer de Sergio.

-Bueno, no creo que sea para tanto, -reaccionó Celina- estaré a la altura de las circunstancias.

El bullicio crecía a medida que ingresaban los convidados. La homenajeada vio acercarse a René que la encaró con una cálida mirada.

-¿Está preparada mi ovejita para el sacrificio? -le preguntó con humor.

-Soy toda tuya -le respondió con desenfado.

-¡Más quisiera! -contestó el hombre calurosamente, y aclaró:- Vamos a recibir juntos a la gente, así será más llevadera la presentación.

Se despidieron del clan y, sosteniendo René la mano de Celina, se encaminaron hacia los invitados.

sábado, 5 de julio de 2008

POR SIEMPRE - XVIII

-¿Qué opinás de mi hijo? - se preció René.

-Una versión mejorada del padre -rió Celina.

El hombre hizo una mueca festiva y se acomodó en medio de la cama. Señaló el espacio que quedaba:

-Si te sentás acá no te voy a comer… -su mirada no combinaba con el discurso.

La mujer hizo un gesto desafiante y se sentó en el lecho con la misma postura que en el suelo.

-¿No nos hemos vuelto demasiado confianzudos en tan poco tiempo? –apuntó ella displicente.

René sonrió mientras Celina observaba apreciativamente el fuerte torso descubierto y amoratado por el golpe. Pensó que tardaría bastante en recuperarse para… ¿para qué? No pensó más y cambió de tema:

-Esta tarde, mientras visitábamos el lago Tig, vimos de nuevo a la mujer del bosque.

-¿Qué pasó? ¿Te amenazó o intentó alguna intimidación? –la interrumpió alarmado.

-No. Me dijo… No puedo entender lo que dice. Pero tengo la sensación de haber roto algún equilibrio –expresó afligida.

-¡No, mi querida…! –dijo fervorosamente- Esa mujer está trastornada pero prometo que no volverá a molestarte.

-¿Ella inventa todo? –la pregunta esperaba confirmación.

-Todo.

La joven quedó sumida en sus pensamientos. René no la interrumpió esperando que se tranquilizara y planeando poner fin a las incursiones de la machi. La enviaría a otro territorio de ser necesario. No permitiría que sus aprensiones echaran por tierra la concresión de su amor, durara lo que durase. En las tierras de Jeremías le previno que la unión con Celina estaba signada por la maldición familiar. Él respetaba las creencias del pueblo de la tierra, pero ninguna amenaza igualaría la aflicción de no poseer a la mujer que amaba. Para sacarla de su meditación, se interesó:

-¿Les gustó el recorrido?

-Es maravilloso. Y no veo la hora de visitar la Gran Caverna –A continuación, preocupada:- ¿no sería mejor suspender la reunión hasta que te recuperes?

-¡De ninguna manera! Estaré bien. Ni un entierro podría contener la ansiedad de los pobladores por conocerte.

-Voy a desear que me trague la tierra... –confesó azorada.

-No te asustés. Yo me ocuparé de presentarte a la gente y de rescatarte a tiempo –le dijo para alentarla.

Ella lo miró agradecida, y antes de que pudiera contestarle, golpearon la puerta.

-¡Adelante! -permitió René.

Walter entró acompañado de Diana y Andrés. El jovencito se ubicó en la cama al lado de Celina imitando su posición.

-¡Andrés! Bajate de la cama que molestás a tu abuelo -la reconvención de Diana no parecía sólo dirigida a su nieto.

Ni Andrés ni Celina se dieron por aludidos, especialmente el nieto que fue tironeado del pelo por su risueño abuelo hasta acercarlo a su pecho y asfixiarlo en un abrazo. Andrés gritó eufórico y Celina se sorprendió especulando que René estaba lo suficientemente fuerte para… Volvió a detener su meditación.

-¿Ya te inspeccionó el matabichos? Me tiene menos confianza que a un mono -dijo Walter acercando dos sillones.

-Es que se cree todo un veterinario -contestó René sonriendo.

-Harías bien en dejar que Walter te revisara -intervino Diana.

-No tengo ningún inconveniente, querida. Pero Sergio me dio vuelta de atrás para adelante y me auguró una pronta recuperación.

Celina consideró que era momento de retirada. Lo dejaba en compañía y deseaba hablar con Sofía. Se bajó ágilmente del lecho y se despidió:

-¡Buenas noches a todos! Me voy a dormir.

Las voces le desearon descanso y René atrapó su mano para depositar un beso en la palma.

-Gracias de nuevo -le dijo demorándose en soltarla.

Se desasió y salió sin responder. Ansiosa por ver a su amiga, caminó hacia su habitación con el recuerdo del beso alojado en la mano. Abrió la puerta y Sofía saltó de la cama como un resorte.

-¿Cómo está tu príncipe azul? -le dijo dándole un beso.

-Magnífico. Como si en vez de una rama le hubiera caído un helecho.

-¡Me alegro, Cel! -festejó su amiga.

-¿Y cómo fue tu encuentro?

-¡No me reconoció! -dijo Sofía contrariada.

-¿Cómo puede ser? -interrogó Celina sorprendida.

-¡Qué sé yo! Cuando nos presentaron me miró afablemente, sin ver en mí nada especial. Y lo extraño es que ni siquiera me decepcionó demasiado…

-De eso me alegro, Sofía. Me hubiera roto el corazón que sufrieras por un amor irrealizable -dijo fervientemente.

-¿Lo conociste? -preguntó su amiga.

-Sí. Primero me tropecé con él cuando buscaba auxilio para René. Después lo volví a ver cuando revisó a su padre.

-¡Qué pregunta tonta! Si él corrió en su ayuda… ¿Y qué te pareció?

-Ya van dos veces que me preguntan lo mismo. Te respondo como a René: una versión mejorada del padre.

-Es muy atractivo. Y debe querer mucho a su progenitor. Cuando Rayén preguntó por “el señor René”, Sergio miró el reloj y salió como un bólido. Walter lo siguió cuando pudo reaccionar.

-Fue un accidente con suerte. Por lo que el asado de mañana no se suspende.

-No te veo muy entusiasmada.

-No veo la hora que llegue el domingo. Es la misma sensación que tengo cuando vienen las fiestas de fin de año. ¡Quiero que pasen cuánto antes!

-Bueno, bueno, chiquita. No vas a decir que las últimas en mi compañía las pasaste mal…

-¡Sos una latosa! Me gastaste presentándome esos candidatos al chaleco de fuerza -no pudo contener la risa al recordarlos.

-¿Ves? Hasta ahora te divertís. Pero vos te estabas reservando para un destino superior -observó con picardía.

-¿No es todo una locura? Cuando lo miro, o hablo con René, siento que lo conozco de toda la vida. Nada en él me provoca desconfianza y me parece que es peligroso…

-¿Por qué no te aflojás de una vez? No es posible que vivas tus relaciones observándolas con una lupa. ¿Te gusta? Dejate guiar por lo que sentís -aconsejó su amiga.

-Lo que siento es que ya no quiero que haya barreras entre nosotros, ¿entendés? Y tengo miedo de salir defraudada -se sinceró.

-Esas son excusas. Y no te habla la sicóloga. Mi sexto sentido dice que René te dará la felicidad que buscás. Y la pasión, y los hijos, y la herencia, y…

-¡Basta! -Celina largó la risa mientras le tapaba la boca.

Sofía se alegró de haberla sacado de su melancolía. Volvió a la cama mientras su compañera se vestía para descansar. Antes de pasar a su lecho, Celina se sentó junto a ella.

-¿Hay algo que quieras confesar, hija mía, antes de irnos a dormir? -le preguntó con grandilocuencia.

-Sí, madre de los accidentados. Que me muero de sueño y que faltan pocas horas para levantarnos.

-Si tu confesión me provoca insomnio, lo compartiré gustosa con vos -dijo Celina dándole el beso de las buenas noches.