lunes, 21 de julio de 2008

POR SIEMPRE - XIX

La mañana del sábado fue atípica para las amigas. Durmieron sin desvelarse; Sofía sin soñar y Celina sin ser acometida por el insomnio. A las nueve de la mañana, a pedido de René, Rayén les subió el desayuno a la habitación. Esta modalidad no era costumbre en la casa para nadie, pero ellas eran huéspedes de honor y la mujer se sentía movida a expresarle su gratitud a Celina. Golpeó varias veces la puerta hasta que las muchachas se despabilaron. Una adormilada Sofía le abrió la puerta y exclamó al ver la bandeja:

-¡Cel! ¡Nos envían un desayuno de regalo!

Rayén sonrió ante la espontaneidad de la joven y les deseó buen día a ambas. Celina la saludó mientras se levantaba de la cama y se acercó a la mesita adonde la mujer acomodó el contenido de la fuente.

-¡Mmn, Rayén! Esto huele delicioso. Pero no te hubieras molestado… –dijo como si conociera los hábitos de la vivienda.

-Para mí es un placer, señorita. Pero no hago más que cumplir las indicaciones del señor René.

-¿René se levantó? - interrogó Celina.

-No tan temprano como todos los días. El señorito Sergio dijo que no entendía cómo estaba tan bien esta mañana. La madre tierra lo ha protegido para el kawin.

Como la joven la miró extrañada, tradujo:

-Para el festejo en su honor, señorita. Todos están ansiosos por conocerla.

-¿Vendrá mucha gente, Rayén? –preguntó Celina intimidada.

-Los que quieren agradecerle – resumió la mujer, y luego añadió-: que disfruten el desayuno.

Rayén cerró la puerta del cuarto dejando a la muchacha con la incógnita. Las amigas se sentaron frente al ventanal observando el espléndido día posterior a la tormenta. Comieron con apetito el variado refrigerio y se dispusieron a vestirse para la reunión. Eligieron indumentaria cómoda y sencilla para un día de campo y, cuando estuvieron listas, bajaron a la cocina donde Diana y Walter estaban desayunando.

-¡Buenos días, bellezas! Hágannos el honor de su compañía -saludó el hombre jovialmente mientras se levantaba para darles sendos besos.

Diana las saludó con una sonrisa e hizo un gesto de invitación. La ex mujer de René estaba espléndida luciendo un vestido de seda estampado complementado con una capelina blanca que descansaba sobre su espalda. Las jóvenes se instalaron con la solícita colaboración de Walter y aceptaron un café más.

-¿René estaba en condiciones de levantarse? -Celina se dirigió al médico.

-Milagrosamente, sí. Este hombre es un toro, así que se justifica que lo atienda un celoso veterinario -se volvió hacia su mujer-: ¿podés creer que Sergio no requirió nunca mi opinión? -y siguió-: Salvo los mínimos magullones por haber soportado ese peso, se movía sin dificultades.

-René es incapaz de aceptar los límites físicos. Y ya está entrando en la vejez -terció Diana como al pasar.

Sofía largó una carcajada:

-¡No conozco un tipo tan vital como René! Y ni hablar de su apariencia. Parece el hermano de su hijo… Yo creo que está muy lejos de la vejez -certificó con aplomo.

Celina ni se molestó en intervenir. Querida Dianita -pensó- cómo te escuece que René se haya fijado en mí. Pero ¿sabés? Cuanto más me atacás, más firme es mi convicción de lo que siento. Giró hacia Sofía y le preguntó:

-¿Querés que vayamos afuera? Será interesante observar los preparativos.

-Vamos. Me gustaría conocer la caballeriza -se levantó y se dirigió a la pareja-: ¿Vienen?

-Gracias. Pero ya hemos asistido a muchos festejos. Vayan ustedes -dijo Diana.

Las chicas saludaron y salieron al amplio solar que rodeaba la casa desde donde se divisaba el ajetreo de los empleados acomodando mesas y sillas. Rayén, como un general al mando de su ejército, daba órdenes que sus soldados se apresuraban a obedecer. La saludaron camino a la caballeriza y se detuvieron para charlar con los hombres que se ocupaban de encender el fuego. Los boxes estaban custodiados por el empleado al que Celina ya había conocido, quien las saludó con deferencia y abrió la puerta a pedido de de la joven. Sofía admiró cada ejemplar con ojos de conocedora pues su padre tenía un haras en la provincia de Buenos Aires.

-¿Qué caballo montaste? -se interesó después del reconocimiento.

-Éste -Celina se dirigió al dominio de Amigo. Se dirigió a él con voz cariñosa:

-¡Hola, Amigo! Hace mucho que no nos vemos -Mientras lo acariciaba:-¿Me extrañaste? Si fuera por mí, te llevaría a mi casa, bonito.

Sofía se cruzó de brazos con paciencia, escuchando cómo su amiga le prodigaba palabras y mimos al caballo según acostumbraba con cualquier animal. Hasta ella creía en la firme hipótesis de Celina de que cualquier ser vivo, al menos, comprendía el tono con el que se le hablaba. Tan distraída estaba en la contemplación, que la sorprendió la aparición de René a su lado. Él cruzó el índice sobre los labios para indicarle silencio, y se deleitó con las expresiones amorosas que Celina derrochaba con el equino. La joven se despidió del cuadrúpedo con una palmadita y se volvió hacia su compañera para encontrarse con un sonriente René que le dijo:

-¿Puedo cambiar de lugar con Amigo?

El rubor subió a su cara impulsado por los latidos de su corazón. Se miraron encandilados mientras la alegría de estar frente a frente les alumbraba una sonrisa que daba de baja a la soledad. Se acercaron olvidados de Sofía que discretamente los dejó solos. René encuadró la cara de Celina entre sus manos y bajó la cabeza buscando sus labios. Ella cerró los ojos como una adolescente esperando el primer beso, al tiempo que el cálido aliento del hombre se transformaba en una tierna presión que la dejó totalmente vulnerable. Los brazos la enlazaron por la espalda y la cintura, y la boca resbaló hasta su oreja murmurando una y otra vez su nombre; confesándole las largas noches de vigilia deseando tenerla a su lado como la viera la primera vez; la lucha contra el impulso de arrebatarla de su habitación para traerla a su cama. Celina había apoyado sus manos contra el pecho de René en un débil intento de recuperar la cordura que perdió totalmente cuando el segundo beso, apasionado e inquisidor, invadió la privacidad de su boca. Lengua contra lengua intercambiaron los primeros humores que anticipaban el irrevocable acto del amor. Una cabezota a modo de palanca los separó permitiendo que recuperaran el aliento. Ronco se abalanzó sobre René, le lamió la cara y apenas le dio tiempo de sujetar a Celina antes de que le pusiera las patas sobre el pecho y repitiera el festejo. Iba del uno hacia el otro ladrando y moviendo la cola como aprobando la elección de su amo. Riendo, René ciñó a la joven por la cintura y la condujo fuera de la caballeriza. A la entrada, Sofía y el empleado disimulaban su involuntaria calidad de observadores a puerta abierta. Ambos estaban seguros de que la pareja estaba demasiado ensimismada como para reparar en tan nimio detalle. René se detuvo a la entrada y desenlazó a Celina para tomarle las manos como si no pudiera evitar el contacto.

-Te amo. Tengo que supervisar las tareas y darle una mano a Rayén. No te vayas fuera de mi vista. ¿Te dije que te amo? -tiró de la risueña mujer y la besó a cielo abierto. Le hizo un guiño a Sofía y se fue.

-Querida, borrá esa expresión de embobamiento y no me contés nada porque lo vi todo -chacoteó su amiga.

Celina estaba en una dimensión astral donde nada la rozaba. Sonrió a su compañera como si le hubiera dispensado un halago. Sofía suspiró resignada y miró a su alrededor donde todo el mundo estaba activo. Divisó a Sergio, Jeremías, don Arturo y Camila cerca de un asador:

-¿Estás en condiciones de bajar a tierra y alternar?

-¡Por supuesto! -se defendió su amiga.

-Vamos a saludar a nuestros anfitriones -dijo Sofía alegremente.

Caminaron hasta donde estaba el grupo que las recibió con demostraciones de afecto. Don Arturo y Jeremías expresaron claramente satisfacción en sus miradas y Camila les dio un abrazo y un beso. La expresión de Sergio, tras el saludo, era inescrutable. Celina, que tenía la sensibilidad a flor de piel, sintió por primera vez un atisbo de inquietud frente al muchacho. Sus ojos eran huidizos como si quisieran ocultar algún secreto. ¿La prueba que tendré que afrontar será la oposición de su hijo? pensó afligida. La llegada de Andrés la sacó de su meditación.

-¡Ya están llegando los invitados! La entrada está llena de autos -anunció con entusiasmo, y a continuación-: ¿Vas a pronunciar un discurso, Celina?

-¡Dios me libre! ¡No!

-Es lo que se estila en los homenajes -dijo decepcionado. Luego, con afecto:- no te preocupés, el abuelo te salvará.

Las mujeres rieron ante la cándida observación del jovencito que ponía en evidencia una realidad sobrentendida.

-¿Estás intranquila? -le preguntó Camila.

-Un poco. Me voy a morir de vergüenza ante tanta gente.

-Es que Celina es muy modesta -aportó con cariño su amiga.

-Como dijo Andrés: no te preocupés. René no permitirá que pases un momento desagradable -sostuvo la mujer de Sergio.

-Bueno, no creo que sea para tanto, -reaccionó Celina- estaré a la altura de las circunstancias.

El bullicio crecía a medida que ingresaban los convidados. La homenajeada vio acercarse a René que la encaró con una cálida mirada.

-¿Está preparada mi ovejita para el sacrificio? -le preguntó con humor.

-Soy toda tuya -le respondió con desenfado.

-¡Más quisiera! -contestó el hombre calurosamente, y aclaró:- Vamos a recibir juntos a la gente, así será más llevadera la presentación.

Se despidieron del clan y, sosteniendo René la mano de Celina, se encaminaron hacia los invitados.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Carmen por favor apiadate de mi. se esta poniendo buenisima la novela ya publica el siguiente capitulo por favor.

saludos, Maricela