sábado, 5 de julio de 2008

POR SIEMPRE - XVIII

-¿Qué opinás de mi hijo? - se preció René.

-Una versión mejorada del padre -rió Celina.

El hombre hizo una mueca festiva y se acomodó en medio de la cama. Señaló el espacio que quedaba:

-Si te sentás acá no te voy a comer… -su mirada no combinaba con el discurso.

La mujer hizo un gesto desafiante y se sentó en el lecho con la misma postura que en el suelo.

-¿No nos hemos vuelto demasiado confianzudos en tan poco tiempo? –apuntó ella displicente.

René sonrió mientras Celina observaba apreciativamente el fuerte torso descubierto y amoratado por el golpe. Pensó que tardaría bastante en recuperarse para… ¿para qué? No pensó más y cambió de tema:

-Esta tarde, mientras visitábamos el lago Tig, vimos de nuevo a la mujer del bosque.

-¿Qué pasó? ¿Te amenazó o intentó alguna intimidación? –la interrumpió alarmado.

-No. Me dijo… No puedo entender lo que dice. Pero tengo la sensación de haber roto algún equilibrio –expresó afligida.

-¡No, mi querida…! –dijo fervorosamente- Esa mujer está trastornada pero prometo que no volverá a molestarte.

-¿Ella inventa todo? –la pregunta esperaba confirmación.

-Todo.

La joven quedó sumida en sus pensamientos. René no la interrumpió esperando que se tranquilizara y planeando poner fin a las incursiones de la machi. La enviaría a otro territorio de ser necesario. No permitiría que sus aprensiones echaran por tierra la concresión de su amor, durara lo que durase. En las tierras de Jeremías le previno que la unión con Celina estaba signada por la maldición familiar. Él respetaba las creencias del pueblo de la tierra, pero ninguna amenaza igualaría la aflicción de no poseer a la mujer que amaba. Para sacarla de su meditación, se interesó:

-¿Les gustó el recorrido?

-Es maravilloso. Y no veo la hora de visitar la Gran Caverna –A continuación, preocupada:- ¿no sería mejor suspender la reunión hasta que te recuperes?

-¡De ninguna manera! Estaré bien. Ni un entierro podría contener la ansiedad de los pobladores por conocerte.

-Voy a desear que me trague la tierra... –confesó azorada.

-No te asustés. Yo me ocuparé de presentarte a la gente y de rescatarte a tiempo –le dijo para alentarla.

Ella lo miró agradecida, y antes de que pudiera contestarle, golpearon la puerta.

-¡Adelante! -permitió René.

Walter entró acompañado de Diana y Andrés. El jovencito se ubicó en la cama al lado de Celina imitando su posición.

-¡Andrés! Bajate de la cama que molestás a tu abuelo -la reconvención de Diana no parecía sólo dirigida a su nieto.

Ni Andrés ni Celina se dieron por aludidos, especialmente el nieto que fue tironeado del pelo por su risueño abuelo hasta acercarlo a su pecho y asfixiarlo en un abrazo. Andrés gritó eufórico y Celina se sorprendió especulando que René estaba lo suficientemente fuerte para… Volvió a detener su meditación.

-¿Ya te inspeccionó el matabichos? Me tiene menos confianza que a un mono -dijo Walter acercando dos sillones.

-Es que se cree todo un veterinario -contestó René sonriendo.

-Harías bien en dejar que Walter te revisara -intervino Diana.

-No tengo ningún inconveniente, querida. Pero Sergio me dio vuelta de atrás para adelante y me auguró una pronta recuperación.

Celina consideró que era momento de retirada. Lo dejaba en compañía y deseaba hablar con Sofía. Se bajó ágilmente del lecho y se despidió:

-¡Buenas noches a todos! Me voy a dormir.

Las voces le desearon descanso y René atrapó su mano para depositar un beso en la palma.

-Gracias de nuevo -le dijo demorándose en soltarla.

Se desasió y salió sin responder. Ansiosa por ver a su amiga, caminó hacia su habitación con el recuerdo del beso alojado en la mano. Abrió la puerta y Sofía saltó de la cama como un resorte.

-¿Cómo está tu príncipe azul? -le dijo dándole un beso.

-Magnífico. Como si en vez de una rama le hubiera caído un helecho.

-¡Me alegro, Cel! -festejó su amiga.

-¿Y cómo fue tu encuentro?

-¡No me reconoció! -dijo Sofía contrariada.

-¿Cómo puede ser? -interrogó Celina sorprendida.

-¡Qué sé yo! Cuando nos presentaron me miró afablemente, sin ver en mí nada especial. Y lo extraño es que ni siquiera me decepcionó demasiado…

-De eso me alegro, Sofía. Me hubiera roto el corazón que sufrieras por un amor irrealizable -dijo fervientemente.

-¿Lo conociste? -preguntó su amiga.

-Sí. Primero me tropecé con él cuando buscaba auxilio para René. Después lo volví a ver cuando revisó a su padre.

-¡Qué pregunta tonta! Si él corrió en su ayuda… ¿Y qué te pareció?

-Ya van dos veces que me preguntan lo mismo. Te respondo como a René: una versión mejorada del padre.

-Es muy atractivo. Y debe querer mucho a su progenitor. Cuando Rayén preguntó por “el señor René”, Sergio miró el reloj y salió como un bólido. Walter lo siguió cuando pudo reaccionar.

-Fue un accidente con suerte. Por lo que el asado de mañana no se suspende.

-No te veo muy entusiasmada.

-No veo la hora que llegue el domingo. Es la misma sensación que tengo cuando vienen las fiestas de fin de año. ¡Quiero que pasen cuánto antes!

-Bueno, bueno, chiquita. No vas a decir que las últimas en mi compañía las pasaste mal…

-¡Sos una latosa! Me gastaste presentándome esos candidatos al chaleco de fuerza -no pudo contener la risa al recordarlos.

-¿Ves? Hasta ahora te divertís. Pero vos te estabas reservando para un destino superior -observó con picardía.

-¿No es todo una locura? Cuando lo miro, o hablo con René, siento que lo conozco de toda la vida. Nada en él me provoca desconfianza y me parece que es peligroso…

-¿Por qué no te aflojás de una vez? No es posible que vivas tus relaciones observándolas con una lupa. ¿Te gusta? Dejate guiar por lo que sentís -aconsejó su amiga.

-Lo que siento es que ya no quiero que haya barreras entre nosotros, ¿entendés? Y tengo miedo de salir defraudada -se sinceró.

-Esas son excusas. Y no te habla la sicóloga. Mi sexto sentido dice que René te dará la felicidad que buscás. Y la pasión, y los hijos, y la herencia, y…

-¡Basta! -Celina largó la risa mientras le tapaba la boca.

Sofía se alegró de haberla sacado de su melancolía. Volvió a la cama mientras su compañera se vestía para descansar. Antes de pasar a su lecho, Celina se sentó junto a ella.

-¿Hay algo que quieras confesar, hija mía, antes de irnos a dormir? -le preguntó con grandilocuencia.

-Sí, madre de los accidentados. Que me muero de sueño y que faltan pocas horas para levantarnos.

-Si tu confesión me provoca insomnio, lo compartiré gustosa con vos -dijo Celina dándole el beso de las buenas noches.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

he leido tus demas novelas y permiteme felicitar a una excelente escritora que hace que sus novelas sean tan sensibles y tan llenas de emocion, no se como explicar la forma en que haces que me adentre a tan bella forma de escribir, gracias.

Anónimo dijo...

hola estamos esperando el proximo capitulo

no te olvides de publicarlo
saludos desde monterrey, n.l.

atte: blanca