miércoles, 1 de septiembre de 2010

LA HERENCIA - XXX

Mariana insertó la llave en el pequeño orificio y empujó la puerta hacia fuera. Tanteó dentro del compartimiento y sacó una caja que traspasó a su madre mientras terminaba el registro. No encontró nada más. Cerró la puerta y aseveró:

-Fin de la búsqueda. Esto es lo que debíamos encontrar.

Nadie dudó de la certeza de la afirmación. Se dirigieron a la salida con secreto alivio por abandonar ese cuarto de atmósfera opresiva. Bajaron y se instalaron en la sala de estar. Emilia examinó con expresión abstraída el estuche. Aunque su hija era conciente de que el contenido aportaba una pieza más al rompecabezas que estaba destinada a completar, respetó la primacía materna de explorar ese objeto que otrora perteneciera a su esposo. Luis no perdía detalle de esa mirada que parecía catapultarla al pasado. ¿Perdería otra vez la contienda con un fantasma? Julián, acomodado al lado de Mariana, buscó su mano y la encerró en el puño fuerte y cálido. Esperaron en silencio a que Emilia se repusiera. Cuando levantó la vista, no mostraba ya rastros de la conmoción provocada por el hallazgo. Estiró la caja y se la alcanzó a Mariana.

-Abrila vos, hija. Creo que revelará un aspecto de tu padre que desconocemos.

La joven recorrió con las yemas de los dedos cada borde buscando algún intersticio que le permitiera levantar la tapa. Un pequeño relieve la estimuló a presionarlo y la cubierta se abrió suavemente. Sobre un tapizado de terciopelo negro descansaban una cruz plateada engarzada en piedras y una daga con la empuñadura idéntica al crucifijo. Mariana levantó la cruz que colgaba de una cadena, y lanzó una exclamación al observar su reverso.

-¿Qué pasa, nena? – prorrumpió Emilia alarmada.

Su hija le estiró la joya sin palabras. Las letras estaban grabadas con claridad y se leía un nombre: “Emilia”.

-Parece que papá no tuvo tiempo de dártelo… –murmuró. Seguidamente sacó la daga de la caja y la miró con detenimiento. No tenía destinatario.

-Es extraño –dijo su madre.- Según Edmundo no volvió nunca a su casa después de haberla dejado y nosotros nos conocimos varios meses después.

-Entonces papá te anticipó como hizo la abuela conmigo, o te ocultó la verdad –afirmó Mariana.- Sería bueno que te la colgaras del cuello.

Emilia asintió. Le pidió a Luis que asegurara la cadena mientras se levantaba el pelo para dejar la nuca al descubierto. El hombre se apresuró a abrochar el cierre y sus dedos un poco temblorosos rozaron la piel de la mujer provocándole un estremecimiento. Julián, que le había pedido el arma a Mariana, la estudiaba concienzudamente.

-Tanto la cruz como la daga deben ser muy valiosas. Habrá que develar el significado de este puñal. ––dictaminó. Lo volvió a introducir en la caja y la cerró.- Por ahora, es mejor guardarlo en el estuche. Ya estuviste expuesta a demasiados accidentes.

Mariana lo dejó sobre una pequeña mesa. Le agradó el tono protector del joven. Pensó que a pesar de su predestinación y las capacidades que se le habían manifestado en ese ámbito, seguía cautivada por la presencia de Julián y ese deseo latente de una relación sin restricciones. La voz de Luis detuvo su reflexión:

-Mariana, hace un momento declaraste que debíamos permanecer en la casa. ¿Cuál es el objeto de no abandonarla?

-La abuela me dijo que era importante para recobrar mi percepción –dijo con naturalidad la escéptica muchacha que asumía sin cuestionamientos el rol que le incumbía en la familia paterna.- Cada ámbito de esta casa tiene algo que transmitirme. Ahora estoy preparada para captarlo.

-¿Debemos empezar la recorrida? –preguntó Emilia inquieta.

-Antes de que anochezca, mami. Mientras estemos juntos no correremos peligro.

-Empecemos entonces –dijo Julián.- Vos dirás por dónde.

-Desde el ático hasta el bosque.

-¿Hoy mismo? – profirió su madre alarmada.

-No. Hasta que anochezca. El exterior lo recorreremos de día. –Se acercó a Emilia y la abrazó.- ¡No quiero que estés asustada, mamá! Iremos con tres guardaespaldas si contamos a Goliat.

-Nos sentimos totalmente halagados por la comparación, ¿verdad, Julián? –dijo Luis con una carcajada espontánea que distendió la tensa situación.

-¡Y bien que debieran, caballeros! Ninguno de ustedes ha enfrentado el peligro con la valentía de este adorable perrito –alegó Mariana abrazando al can.

-¡Vamos ya! –urgió Emilia observando las sombras que se alargaban hacia los ventanales.

Julián abrió la marcha tomando a su joven vecina de la mano. Su mente lo proyectaba hacia un pasado cercano donde su vida, carente de misterios, discurría entre situaciones ordinarias: trabajo, relaciones parentales, amistosas y sentimentales, reuniones, viajes. Conocer a Mariana lo arrojó a una dimensión insospechada y atemporal a la que se había adaptado sin demasiados cuestionamientos. Pero si éste era el precio por conservarla –admitió- lo pagaría sin reclamos. A la zaga, iban Luis y Emilia escoltados por Goliat. Accedieron al desván con mayor seguridad que la primera vez y Julián liberó la mano de la joven para dejar que se moviera con libertad. Ella se irguió en el centro del recinto y cerró los ojos. Su abstracción se prolongó por varios minutos. A partir de ese momento, dirigió la inspección de los ambientes restantes de la planta alta. No hubo preguntas que interfirieran con su concentración; sólo una expectante vigilancia por parte del resto del grupo. Terminaron el recorrido en el dormitorio de Victoria, adonde Mariana se inmovilizó largamente delante del retrato de la abuela. A las ocho de la noche bajaron a la cocina para preparar una comida ligera y esperar el relato de la joven. Sin explicitarlo sentían que ese lugar, penetrado por la permanente presencia de Emilia y Luis, era el más confiable de la casa.

No hay comentarios: