domingo, 12 de septiembre de 2010

LA HERENCIA - XXXII

Varios golpes en la puerta pusieron en guardia a Goliat y sus protegidas. La primera en saltar de la cama fue Emilia quien preguntó con voz soñolienta:

-¿Luis?

-Julián, Emilia. El desayuno está preparado. Las espero para bajar.

Se higienizaron y vistieron con premura asombradas de que hubieran pasado una noche sin sobresaltos. Abajo los aguardaba Luis con café y tostadas recién hechas. El semblante de los cuatro denunciaba que habían tenido un descanso reparador. Media hora después, iniciaron el recorrido por los alrededores. En primer lugar visitaron la vieja cabaña adonde Mariana, acompañada por su vecino, bajó por segunda vez al sótano mientras arriba vigilaban su madre, Luis y el perro. No se produjo ninguna manifestación más que la sincronización de su mente con acontecimientos del pasado. Llegaron hasta el estanque en cuya orilla estuvo absorta largos minutos para continuar la marcha entre el denso follaje que rodeaba la casa. La caminata les llevó más de dos horas en cuyo transcurso nadie habló considerando la concentración de la joven. El periplo terminó al comienzo de la senda que llevaba a la calle. El sol estaba en su cenit anunciando el mediodía. Allí Mariana quebró el silencio con una invitación inesperada.

-Ahora –anunció- los invito a que vayamos a almorzar fuera de la casa.

Tres miradas asombradas convergieron sobre ella. Le nació una risa espontánea y aclaró:

-Podemos alejarnos un rato. Además, me queda por explorar el camino de entrada. Luis y mamá pueden adelantarse en el auto. ¿Me acompañás, Julián? –le preguntó al joven que aún lucía dubitativo.

-Vos mandás –respondió al cabo.- Llevaremos a Goliat. No me arriesgo a dejarlo solo.

Ella asintió y poco después caminaban tras el vehículo de Luis al que pronto perdieron de vista. Ambos sabían que no era un paseo común. Mariana deambulaba entre los árboles bajo la atenta mirada de Julián. El mastín acompañaba los pasos de su dueño como si entendiera que no era momento para correrías. El joven estaba pendiente de la figura y los movimientos de Mariana. Sentía que había establecido con ella una conexión tan íntima como si hubiesen convivido por mucho tiempo. Se preguntó si ese lazo mutuo perfeccionaría el momento de la unión real. Observando el suave perfil de esa muchacha que se había convertido en el foco de sus aspiraciones amorosas, ansió tenerla entre sus brazos y hacerle olvidar con sus besos la empresa en la que se sentía implicada. ¿Besos? Sonrió para sus adentros. Si ni siquiera habían intercambiado uno. Era la mujer a la que más había deseado en su vida y aún no había besado. ¿Qué señales dejaría esta contienda en su espíritu? Lo único que ansiaba era que no malograra ese naciente interés que creía haber despertado en ella. Mariana aceleró el paso como si ya no hubiese nada por descubrir. Poco después divisaron el auto estacionado frente a la verja abierta. Julián distinguió el gesto de alivio de Emilia antes de ubicarse en el asiento trasero y cambiar una rápida mirada con Luis por el espejo retrovisor. Eligieron almorzar en el restaurante ubicado en la terraza verde del supermercado. La distribución de las mesas flanqueadas por maceteros con ligustros de flores blancas y violáceas preservaba la indispensable intimidad. Mientras esperaban los platos escogidos, Emilia urgió a su hija:

-Mariana, somos todo oídos.

La chica se rió del tono solemne de su madre provocando una sonrisa en los rostros masculinos. Después, se puso seria y se concentró en el testimonio:

-Este último tramo completó los huecos que me quedaban de la memoria familiar. El abuelo Dante fue uno de los sucesores del Gran Regente de esta Orden fundada en el siglo XIII por Arnaldo de Villanova. El siguiente mandato estaba destinado a papá, pero ya sabemos que él renunció a continuarlo. Aunque en sus orígenes pregonaba la llegada del Anticristo, sus seguidores se concentraron en preservar y aumentar los saberes de la cofradía. Los últimos herederos del poder se habían apartado de los preceptos originales de la hermandad, pero Victoria quería recuperarlos para concluir el designio que la originó.

-¿Querés decir la llegada del Anticristo? –interrumpió Emilia asustada.

-Sí, mamá. Ella se estuvo preparando todos estos años para suceder a su padre. Se hubiera valido de cualquier acto depravado para lograrlo. Recurrió a prácticas de brujería y logró conectarse a través de invocaciones y sacrificios con entidades maléficas que la sirvieron. Como las que nos rodearon en el edificio del abogado o las que me amenazaron en el sótano de la cabaña.

-¿Sacrificó animales o personas? –preguntó Luis que había quedado suspendido en esa parte del relato.

-Ambos, si consideramos que manipuló a los animales para volverlos en contra de los humanos y los arrojó a una cacería que terminaba con la muerte. Hombres y animales desaparecían en las profundidades de la laguna.

-¡Aj! –dijo Emilia.- ¡Y pensar que nos bañamos en ese estanque!

-Pero todas sus habilidades no la protegieron contra la muerte –reflexionó Julián.- Debería valerse de otro cuerpo para reencarnar. Si quería servirse del tuyo, ¿por qué intentó eliminarte? -Porque hubiese cumplido con la condición necesaria para suceder a su padre y dominar a cualquier individuo que quisiera. El tiempo se le acaba y aunque sus poderes son temibles, carecen de sustancia. Sólo puede manipular nuestra mente. La abuela insistió en que debíamos mantenernos juntos porque no puede influenciarnos en grupo.

La conversación se interrumpió con la llegada de la camarera. Repartió los platos y dejó una fuente extra con carne asada sin condimentar y un recipiente con agua. Goliat, echado junto a su dueño, devoró en pocos minutos la porción que le acercaron. Después de almorzar, reacios a volverse, caminaron por los alrededores del supermercado. Mariana insistió en comprar la computadora portátil y entró al negocio con Emilia. Regresaron a la casa alrededor de las cuatro de la tarde. Los mayores acomodaron la mesa y los sillones bajo la galería y mientras Julián y Luis se quedaban charlando, madre e hija subieron a darse una ducha. Cuando bajaron, Mariana miró el reloj que indicaba las cinco de la tarde y pensó en que tenía tiempo de controlar su casilla de correo. Luis apareció con el mate y una bandeja de facturas anunciando la hora de la merienda. Lo miró con complacencia y le pidió mientras se dirigía a la sala de estar:

-Dejame un lugarcito en la mesa para la compu porque voy a revisar el correo mientras tomo unos mates.

Julián había colocado el estuche de la notebook arriba de la mesa ratona. La desembaló y la trasladó afuera. Después de tomar el primer mate, la abrió y se conectó a la red. Borró los mensajes spam y respondió varios correos. Mientras abría un archivo, se activó la bandeja de entrada. Un opaco malestar se instaló en su estómago al reconocer la dirección del contacto: edstefano@hotmail.com. Alguien usaba el mismo correo de su papá. ¿Por qué herirla con ese recuerdo? La mano trémula operó con torpeza el ratón señalando la apertura del mensaje. Una exclamación ahogada se escapó de sus labios mientras cerraba la máquina que comenzó a emitir una potente alarma. Luis y Emilia clavaron la mirada sorprendida en el rostro de Mariana. Se la veía pálida y descompuesta.

-¿Qué ocurre, hija? –preguntó Emilia levantándose de la silla, imitada por su acompañante.

Ambos estuvieron inmediatamente a su lado. La joven se limitó a levantar la tapa de la computadora e indicó la pantalla. Los adultos la observaron con atención y volvieron a mirarla interrogantes.

-¿Qué viste, hija? –insistió su madre.

Ella se forzó a contemplar el monitor y sólo vio la inofensiva lista de mensajes recibidos. No la imagen de su padre destrozado por el camión, en un féretro abierto. También había desaparecido el correo que contenía la brutal fotografía. ¿Por qué fotografía? Si lo velaron a cajón cerrado por las terribles heridas que sufriera en el accidente. Ni siquiera tuvieron el consuelo de acariciar o besar su rostro inerte. ¿Debía compartir su visión con los mayores? No. Tomó aire para oxigenarse e improvisó una explicación:

-Es que… Abrí un antiguo mensaje que me había enviado papá. No creí que me iba a provocar tal conmoción –balbuceó sin fingir, aún bajo el impacto de la cruda imagen.

Emilia la abrazó y acarició su cabeza. Con voz entristecida, le dijo:

-Mi amor, sé que es difícil, pero deberías poner en una carpeta esos correos hasta que puedas mirarlos con más tranquilidad.

-Eso haré, mamá –apagó la notebook y la cerró.- Miró a su alrededor.- ¿Adónde está Julián?

-Fue hasta su casa para traerse algunas prendas y alimento para el perro –contestó Emilia.

-Me voy a llevar la reposera al lado de Goliat para tomar sol –avisó la joven ansiosa de aislarse para evitar más preguntas.

Luis se había quedado intranquilo por el episodio protagonizado por Mariana. No podía imaginar qué había visto la muchacha, pero estaba seguro de que era algo más perturbador que un simple mensaje. La confidencia de Emilia certificó su intuición:

-Presiento que mi hija no quiso decirnos que fue lo que la trastornó cuando miró la pantalla. Y creo que está relacionado con los fenómenos que se producen en esta casa. Tengo miedo, Luis...

El hombre cobijó en sus brazos a la atribulada mujer. No tenía muchas palabras para consolarla porque compartía sus aprensiones. La besó suavemente en la sien y le prometió:

-Voy a estar en guardia permanente para que nada las lastime. Sabés que sos lo más importante en mi vida, ¿verdad?

Emilia asintió y se desprendió del abrazo con suavidad. Sus dedos rozaron los labios de Luis al tiempo que su mirada se tranquilizaba. Él depositó un beso en su mano y le dijo para confortarla:

-Ahora tomemos unos mates y no perdamos de vista a Mariana.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

carmen...cada dia...se supera....felicitaciones...sos una exelente escritora.........

Carmen dijo...

Tu comentario me halaga. Muchas gracias y un abrazo.