domingo, 26 de septiembre de 2010

LA HERENCIA - XXXIII

Mariana se aletargó bajo el calor del sol esperando el regreso de Julián. Sólo con él se atrevería a compartir la pesadilla que la asaltó desde la pantalla de su terminal. Abrió los ojos cuando el cálido aliento de Goliat resopló contra su cuello. La figura de su dueño se erguía delante de ella observándola con profunda concentración. La joven se incorporó y lo tomó de un brazo:

-Tengo que hablar con vos. Caminemos.

Cuando llegaron al límite del solar con el bosque, ocultos a la vista de los mayores, le refirió la imagen que había llegado a su e-mail.

-No quise decírselo a mamá ni a Luis. De cualquier manera el mensaje desapareció de la pantalla.

-Creo que las cosas se están acelerando –opinó el joven- y temo cada vez más por tu seguridad. Estas ilusiones son intentos para socavar tu ánimo, de modo que tendrás que esforzarte en ignorarlas. Hasta el viernes es mejor no propiciar ninguna situación que debilite tus defensas.

El tono de Julián era tan contundente que por un instante ella desplazó la responsabilidad de su rol hacia el hombre. Reaccionó al momento sabiendo que sólo sus conocimientos sobre la historia de la familia le darían la ventaja para luchar contra los designios de su tía. No se le ocurrió más que preguntarle:

-Y entonces, ¿qué haremos hasta el viernes?

Él se acercó y le dijo en voz baja:

-Tenernos el uno al otro, ¿qué te parece?

Mariana lo miró turbada. Esta proposición hecha con calma la sacudió más que una declaración de amor apasionada. Tenerse el uno al otro implicaba un acercamiento sexual y un compromiso de a dos. ¿Acaso no lo había vislumbrado? Antes de que pudiera contestarle, el joven la tomó por los hombros y manifestó con aspereza:

-No sé que va a pasar el viernes, pero daría la vida por librarte de cualquier mal. Y todavía no te he besado, que es algo que deseo desde que te ví.

-¿Desde que me viste en el súper…? –preguntó tontamente.

Julián la atrajo contra su cuerpo y bajó la cabeza buscando la boca de la joven. Su designio era inexorable. La besó con delicadeza explorando con sus labios la boca trémula para luego adentrarse en una caricia que los dejó sin respiración. Fue un beso inédito que dio de baja las experiencias anteriores. Atravesado por la urgencia de sus sentidos, la apretó contra sí respondiendo al atávico mandato de entrega y posesión. Mariana se abandonó a la fortaleza de los brazos masculinos que anticipaban sus más ocultos deseos. Él la apoyó contra un árbol mientras sus manos buscaban piel debajo de la remera. El presente desplazó la adversidad del futuro y la realidad -enmascarada en el grito materno- la ilusión del amor consumado.

-¡Mariana…! ¡Julián! –la voz de Emilia sonaba intranquila.

La pareja se separó tratando de recuperarse. Antes de salir del bosquecillo, Julián detuvo a la joven y le acomodó la ropa. Le acarició el rostro, la besó ligeramente y le dijo con una sonrisa:

-La próxima vez cuidaré de que tu linda mamá esté haciendo un viaje por la Polinesia –y con una intensidad que disparó el corazón de la muchacha:- Te quiero, Mariana, y no hay conjuro que pueda apartarme de vos.

La confesión de Julián quedó sin respuesta al aparecer Emilia a la carrera seguida de Luis. Una expresión de alivio, reemplazada al instante por otra de contrariedad, subrayó sus palabras:

-¡Adónde se habían metido! ¿No saben que cuando alguno de ustedes se ausenta me pongo como loca?

-Tranquila, mami. Julián y yo sólo paseábamos –la abrazó y cruzó una mirada cómplice con el nombrado que no escapó a la observación de Luis.

Cuando volvieron a la casa compartieron algunos mates y Emilia, aún sensible por la transitoria desaparición de los jóvenes, evidenció su preocupación por el episodio de la computadora.

-Me alarmé porque justo después que te fuiste –le dijo a Julián- Mariana vio algo en la pantalla de la notebook que la asustó. Y aunque la explicación que nos dio al principio me pareció razonable, recordé ese incidente cuando ustedes se perdieron de vista. Fue algo más que un viejo correo de papá, ¿verdad? –ahora la pregunta apuntaba a su hija.

-En otra ocasión hablaremos de ello. Pero tené la seguridad de que nada pasó que te pueda preocupar. Ahora quisiera darme una ducha. ¿Me acompañás?

Emilia la siguió con presteza comprometida con el acuerdo de no dejarla sola. Abajo quedaron dos hombres intranquilos en compañía de Goliat. Un silencio introspectivo los absorbió durante media hora hasta que el perro se paró frente a la puerta y Julián se levantó para abrirla. La tarde avanzaba y las sombras ganaban espacio. Luis encendió las luces de la galería y se demoró en el exterior esperando con Julián el regreso de Goliat que se había internado en la arboleda.

-Todo esto me parece una locura –explotó el joven.- Debemos sacar a las mujeres de aquí aunque sea a la fuerza. ¡No puedo permitir que a Mariana le pase algo! ¿Vos te arriesgarías con Emilia? –preguntó ante la mirada indecisa de Luis.

Antes de que el hombre le respondiera, un penetrante aullido les erizó la piel. Julián corrió hacia los árboles voceando el nombre de su perro. Luis lo siguió en forma irreflexiva en tanto las mujeres que acababan de bajar se asomaban a la puerta. Emilia persiguió a los hombres al grito de “¡Vamos, Mariana!”, espantada de quedarse a solas en la casa. La muchacha sintió que sus reflejos la habían abandonado. Quiso seguirla pero sus piernas no le respondieron. Una opaca niebla desdibujó las figuras que se alejaban y antes de girar hacia la casa convocada por la voz que la nombraba, vio a su madre volverse en su busca.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Buenas Carmen,

Un capitulo mas y la emoción altisima. Tengo ganas de saber el final y no tengo ganas de que se acabe.

Arturo