lunes, 17 de agosto de 2009

LAS CARTAS DE SARA - XIII

A Sara, la noche del viernes le parecía un sueño. No, una pesadilla. Mientras se duchaba, no dejó de pensar en los sentimientos negativos que la habían invadido durante la velada. Todo comenzó con una invitación del doctor Fernández a una reunión que se haría en casa de Carolina. Ella se había rehusado amablemente, ya que poco interés tenía en frecuentar la vivienda de una mujer que le mostraba abierta antipatía y no la había invitado personalmente. Pero el buen doctor insistió en que lo acompañara para no sentirse sapo de otro pozo según su humorada. El argumento que la decidió, fue que estaría Max. Cuando terminó la jornada en la clínica, el doctor Fernández la pasó a buscar por su oficina. Le aseguró que era una reunión informal que no requería que ella volviera a su residencia para mudarse de ropa. Fueron a tomar un café al centro en tanto se hacía la hora de la recepción y a las nueve de la noche se encaminaron a la casa de la secretaria. Desde que llegaron, comenzó el tobogán de sensaciones que a las once de la noche la arrojaron a la calle y a la búsqueda de Ada. Lo primero que observó, fue que no era una reunión informal. Los concurrentes lucían atuendos de gala, como aquella vez en el teatro. Sólo que ahora la sacudió un sentimiento de menoscabo ante aquellas hermosas mujeres vestidas con exquisitos trajes de fiesta que contrastaban con la humildad de su falda de jean y su remera de algodón azul. Y podría haberse repuesto de la impresión si no fuera porque se sintió engañada por el doctor Fernández. Después de evaluar a los presentes, buscó con la mirada a su acompañante quien, al menos, tampoco estaba emperifollado para la ocasión. Se había esfumado. Una aguda percepción se despertó en ella al entrar en la casa de la secretaria. Un murmullo de repulsa, proveniente de los grupos de hombres y mujeres que la observaban con arrogancia, zumbaba en su cerebro: ¡Qué descaro presentarse como una pordiosera! No pertenece a nuestro grupo. ¿No se da cuenta de lo ridícula que está? Con esa facha ¿pretenderá conquistar al doctor? A pesar de su apariencia tiene buen cuerpo. No me disgustaría volteármela esta noche. Carolina la rescató del bochorno que la acometió. Apareció a su lado y se mostró inusualmente afable. Le presentó a las personas que no conocía quienes aturdieron su pensamiento con los mismos juicios descalificadores. ¿Tenía el don que le había referido Ada? ¿Y por qué afloraba en este momento? Tal vez para aumentar su humillación. Apretó los labios y recorrió con la mirada el amplio salón buscando la presencia de Max. No lo vio y supo con certeza que no vendría. Una bella mujer se abrió paso entre los concurrentes y se plantó frente a ella. Su rostro le resultó familiar, hasta que la recordó. Era Cordelia, la hija de Ada, que ostentaba en su grácil cuello una gargantilla con el consabido símbolo suspendido en el medio. Antes de que pudieran intercambiar un saludo, un tumulto de pensamientos no expresados la hirieron como un enjambre de avispas. ¿Esta mujer insignificante es mi rival? ¿Cómo puede mi madre y ese puñado de fracasados que habitan la aldea suponer que El Enviado me despreciará? YO soy la elegida para preservar la continuidad de la Orden… y pronto te darás cuenta, forastera. La violencia de este pensamiento la superó. Dio media vuelta y escapó hacia la puerta de calle. Antes de rebasarla, la interceptó Carolina y la sujetó del brazo. Le transmitió que el administrador de la clínica deseaba hablar con ella. La condujo hacia un despacho mientras ella pugnaba por contener las lágrimas. Un sujeto de aspecto imperioso la esperaba de pié. De él escuchó las primeras palabras gentiles de la noche y ningún pensamiento torturó su lastimado cerebro. Fue el padre que no pudo disfrutar, el bálsamo para sus heridas. Entretanto su voz acrecentaba en ella un intenso deseo de pleitesía, experimentó un odio desmesurado hacia Max. Él se había burlado de ella. Fingiendo un interés que nunca sintió, la despreció como mujer sabiendo que su predilección estaba puesta en Cordelia. Cuando el ejecutivo le extendió el contrato para que lo firmara, tomó la pluma sin vacilar. Podría volver a su ciudad adonde la esperaría una vivienda propia y una renta que la eximiría trabajar de por vida… Haría los viajes que siempre soñó… Estudiaría la carrera que postergó sin esperanzas… ¿Por qué titubeó? ¿Examinó el escrito con el automatismo que le confería su trabajo? Sólo sabía que a medida que leía el documento dejó de escuchar las palabras del individuo y percibió su furia intentando anular su entendimiento. Bloqueó el ataque y terminó de leer. Era una denuncia por malversación de fondos contra Max, y aunque ella lo despreciara por su comportamiento no le constaba el fraude. Al aclararse su mente, el sentimiento negativo que había experimentado retrocedió como su reverencia por el hombre. No se reconocía en ese encono sin límites ni en la apetencia de bienes materiales obtenidos sin esfuerzo. Recordó súplicas, amenazas y su carrera hacia el Trust en busca de Ada. La bondad de la mujer desintegró el férreo voluntarismo que contenía su llanto. La acunó entre sus brazos hasta que cedió su conmoción y la persuadió de pernoctar en su morada. Sara se negó pensando en Cordelia, pero Ada le aseguró que no volvería esa noche. Durante el trayecto hacia el hogar de Ada, fue recuperando el dominio y le relató los sucesos de la noche. Su compañera se santiguó varias veces y sugirió que al otro día hablara con don Emilio. Se acostó apenas llegaron. La contienda la había dejado extenuada. Ahora, mientras terminaba de bañarse, decidió que era imperiosa la conversación con el anciano. Se vistió y fue a la cocina adonde la esperaba Ada con el desayuno preparado. La recibió con un abrazo y ambas se sentaron a la mesa. Sara fue la primera en hablar:

-Ada, debo hablar con don Emilio. Pero antes necesito que me expliques algunas cosas acerca de este pueblo que no me quedan claras. Desde que llegué, una sucesión de hechos extraños me hicieron dudar de mi equilibrio, hasta que fui aceptando que estas rarezas están directamente relacionadas con este lugar. ¿Entendés a qué me refiero? –dijo con ansiedad.

El franco rostro de la mujer le respondió antes que sus palabras.

-Mi madre tenía diez años cuando llegó El Enviado y se alineó con las fuerzas de la Energía Negativa, así que sólo queda don Emilio como testigo del enfrentamiento que nos sumió en otros cien años de sumisión. Ahora se abre una puerta de esperanza para nosotros porque contamos que esta vez se alíe con la Energía Positiva.

-¿Entonces ese enviado tiene más de cien años? –preguntó la muchacha.

-No. Aparece cada cien años y ni siquiera es consciente de su papel. Está llamado a engendrar al único descendiente de los integrantes de la Orden que prolongará su dominación en detrimento del pueblo.

-¿Y por qué viene de afuera? –interrumpió Sara.

-Porque puede procrear y los partidarios de la Orden son estériles.

-Cada vez entiendo menos. Si este suceso se produjo hace cien años y los que viven en el centro no tienen hijos, ¿cómo se explica que haya gente de mi edad y más joven aún?

Un brillo de dolor cruzó los ojos de Ada.

-Porque sus descendientes pertenecen a nuestra comunidad. Seleccionan a los más capacitados y si pueden convencerlos de los fundamentos de su Orden, los llevan afuera para que se eduquen en distintas profesiones y se integren luego a su círculo. Como a mi Cordelia… -balbuceó quebrantada.

Sara se levantó y la abrazó. No había necesidad de palabras en ese gesto consolador. Ada se compuso y se desasió suavemente.

-Una vez que están adoctrinados reniegan de sus orígenes y no regresan al pueblo. Pero pagan cara su elección. Son tan infecundos como todos los integrantes de la Orden.

-Pero Cordelia tiene una hija… -apuntó Sara consternada.

-Ella es la excepción, Sara. Tenés que saber una cosa. Antes de cada confrontación, una mujer del pueblo es seleccionada y adoctrinada para ser la consorte del Enviado. Por sus atributos físicos y su ambición, fue elegida Cordelia.

-¿Cómo pueden disponer de sus hijos sin que ustedes se rebelen?

-Cuando el terreno es fértil, el deseo de poder se enraíza profundamente. Los vuelven contra nosotros y abominan de la vida de trabajo y principios de sus padres. La codicia los enceguece y creen haber cumplido todas sus aspiraciones en esa existencia colmada de bienes materiales pero sin el calor del afecto.

-No comprendo por qué siguen viviendo acá si están sometidos al despojo de sus hijos y sus horas de trabajo –porfió la joven.

-¿Y adónde habríamos de ir? –Dijo Ada.- Aquí están nuestras raíces, nuestros hogares y las posibilidades de trabajo que no encontraríamos en otro lugar. ¿Acaso no estás acá porque el desempleo te expulsó de la gran ciudad?

Sara la miró con desvalimiento. ¿Quién era ella para juzgar la conducta de esos seres que luchaban contra la adversidad? ¿Acaso su vida no había estado abarrotada de sucesos desagradables y aún se sentía con derecho a soñar? La pregunta brotó con la intensidad de una esperanza de reparación:

-¿Y este ciclo no se puede romper?

-Eso lo sabrás por boca de don Emilio. Terminemos de desayunar que nos está esperando.