sábado, 16 de agosto de 2008

POR SIEMPRE - XXIII

René se tendió para relajar los músculos. Bajó a desayunar a la hora acostumbrada resuelto a traspasar a Sergio la atención de la hacienda. Se encontraron en la mesa del desayuno.

-¡Buen día, papá! ¿No debieras estar descansando? -lo saludó Sergio poniéndose de pie.

-No pude dormir. Además necesitaba hablar con los dos -dijo, incluyendo a don Arturo. Y continuó de un tirón:- Necesito estar libre por unos días para convencer a Celina de que se quede. Así que cuento con ustedes para que me reemplacen.

Don Arturo hizo un gesto de asentimiento acompañado de una sonrisa benévola mientras el hijo aniquilaba sus aspiraciones por amor al padre.

-Ya lo habíamos decidido para que te recuperaras, viejo, pero esta consideración no se me había ocurrido. Te auguro una misión exitosa -manifestó Sergio con generosidad.

La expresión feliz del progenitor atemperaba el estéril paisaje interior del hijo habitado de sueños muertos y una doliente sensación de renuncia. Tras las últimas recomendaciones, René se despidió con un abrazo.

-Que Üenechén1 lo proteja y le dé fortaleza a su domo huinka2 -fue el adiós de Rayén.

El hombre le dio un sonoro beso en la mejilla y salió al encuentro de la oportunidad que su hado le brindaba. Manejó sin apuro dado que recién amanecía y no quería perturbar el reposo de Celina. Se detuvo en el hotel para buscar las llaves del departamento que tenía en el pueblo y tomó un café para hacer tiempo. La tormenta que se preparaba lo trasladó al día en que conoció a la mujer amada. ¿Sería un buen augurio? Se rió de sí mismo al tomar conciencia de que se había puesto un poco supersticioso. El amor le había completado un proyecto de vida al servicio de sus descendientes con la reaparición de anhelos olvidados, la ilusión al despertar cada día, la virilidad exacerbada por la imaginación. Deseaba a Celina con frenesí, pero estaba dispuesto a postergar el momento trascendental para que fuera una experiencia correspondida con el deseo de la muchacha. Dejó algunas instrucciones escritas para Javier y arrancó para la clínica. Las primeras gotas salpicaban el parabrisas cuando se bajó del auto y los truenos y relámpagos pronosticaban un fuerte temporal. El hall del hospital estaba desierto, a no ser por una enfermera que hacía guardia en la recepción.

-Buen día, Marcela. ¿Esteban está descansando?

-Buen día, señor Valdivia. En este momento está en la habitación de la señorita Celina.

Le agradeció la información y caminó, disimulando su prisa, hacia el cuarto adonde la había trasladado en la noche. Golpeó la puerta.

-¡Adelante, hombre impaciente! -la voz del médico sonó complacida.

Entró sorprendido por la ansiedad de verla como si hubieran estado alejados por mucho tiempo. Celina estaba apoyada sobre dos almohadas y el brillo de la conciencia resplandecía en la mirada que le prodigó. Una venda blanca rodeaba su frente dándole el aspecto de una bella india. Como si estuviera sola, se acercó al lecho y la estrujó entre los brazos fundiéndola sobre el pecho hasta que la joven dejó escapar una risa sofocada.

-¡René, debo respirar! -reclamó a su verdugo.

El hombre aflojó la presión con una sonrisa jubilosa y volvió a tenderla sobre las almohadas con un movimiento tan pausado como el beso que no pudo reprimir. Cuando se separaron, reparó en Esteban que observaba la escena cruzado de brazos y con una sonrisa divertida. Se dirigió a él:

-¿Así la ibas a cuidar, dejando entrar a cualquiera? -lo sermoneó.

-Con cualquiera no hubiera corrido el riesgo de morir asfixiada -contestó el médico cachazudamente.

-Me parece que van a ser tus últimos días en este hospital… -amenazó René con una mueca que expresaba todo lo contrario.

-¡Dios lo quiera! Así no tendré que ver tu trastornada expresión de enamorado -retrucó Esteban; y poniéndose serio:- Le estoy firmando el alta a mi linda paciente, así que preparate para llevarla.

-Presumo que están hablando de mí -intervino Celina con soltura, y preguntó:- ¿Adónde se supone que me van a llevar…?

El médico hizo un ademán moderador y le dijo mientras se despedía:

-René te dará todas las explicaciones. ¿Un consejo de amigo? Este patán merece toda tu confianza –se inclinó para besarla en la mejilla, mientras ella lo abrazaba con afecto.

-¡Gracias, querido doctor! Lo tendré en cuenta.

La puerta se cerró aislándolos del mundo. René se sentó mirándola con tanta avidez que la obligó a bajar los párpados para que no leyera el mismo anhelo en los suyos.

-¡Bueno! –le dijo al fin- ¿me dirás qué me depara el destino?

El hombre le levantó la barbilla para enfocar su mirada y le aseguró:

-Un enamorado que te ambiciona tanto que sólo aceptará tenerte cuando estés chalada por él.

Ella rió encantada con la declaración de René y tiempo después le confesó que en ese preciso instante se transformó de seducida en chalada. El estanciero la besó tiernamente y le preguntó:

-¿Podrás vestirte sola?

-Si necesito ayuda, te llamaré –le respondió con desenfado.

René hizo un gesto de escepticismo y le acarició la mejilla sin perder la sonrisa.

-Te espero afuera –le dijo.

Celina se levantó de la cama y buscó la ropa de la que nuevamente se había ocupado María. Se vistió y pasó por el baño antes de salir al pasillo donde la aguardaba su enamorado. Él le pasó un brazo por la cintura y la guió hacia la salida adonde estaba estacionado el auto. La tormenta estaba en crecimiento y René corrió primero al vehículo para moverlo sobre la vereda que estaba rematada por un alero. Celina subió a su lado sin sufrir más molestia que el atropello del viento que le dificultaba el avance. Cuando logró cerrar la portezuela, René le dijo divertido:

-Creí que tendría que salir a rescatarte. Me voy a ocupar de que ganes peso.

-No podrás. Tengo un metabolismo eficiente. Pero te informo que los helados me encantan.

-Hace frío –le avisó el hombre.

-¡En toda temporada! –exclamó eufórica.

-Tendrás tu helado –le prometió; luego la tomó de los hombros y le contó adónde pensaba llevarla:- Vamos a mi departamento del centro. Allí acabarán mis sobresaltos porque te tendré siempre a la vista –la miró un poco inquieto, como si esperara una negativa.

La mujer chalada esbozó una luminosa sonrisa y sólo dijo:

-Me parece bárbaro.

René se quedó un momento en suspenso hasta que asimiló la respuesta y dio de baja a todos los argumentos que tenía preparados. Condujo hacia la ciudad con plena conciencia de la proximidad de Celina, de su perfume, de su calor, de su gracia, y entendió que se avecinaba el momento más glorioso de su vida.

1 (mapuche) Creador de los hombres

2 (mapuche) mujer extranjera

domingo, 10 de agosto de 2008

POR SIEMPRE - XXII

Jeremías encabezaba la partida guiando a Julián y a Sofía por un terreno que le era conocido. La consigna era acercarse a cualquier resplandor que delatara la hoguera ritual. El avance era lento debido a la oscuridad y a la necesidad de rodear macizos de árboles que impedían el paso de los animales. Habían concentrado la energía en el sentido de la vista con la esperanza de divisar cuanto antes el fulgor que los llevaría a Celina. Después de un tiempo tuvieron que desmontar y conducir los caballos entre la compacta arboleda. Caminaban en silencio y atentos a cualquier sonido, cuando la cabalgadura de Sofía sacudió la cabeza y liberó la brida de sus manos. Antes de que la joven pudiera atraparla, Amigo se confundió entre las sombras que poblaban el bosque. La muchacha quedó tan abatida por esta pérdida que ni las palabras susurradas por Javier y Jeremías lograron devolverle la tranquilidad. Reanudaron el avance tratando de sobreponerse al sentimiento de fatalidad que les había dejado la ausencia del equino. Durante la interminable marcha a ciegas se comunicaban regularmente con René y con Sergio para estar al tanto de cualquier indicio. Sólo apuntaban las linternas al suelo para salvar los accidentes del terreno y no tropezar con las protuberantes raíces de los árboles. Javier miró su reloj y comprobó que sólo habían pasado cuarenta minutos que le impresionaron como horas. Sofía se deslizaba por la espesa oscuridad repitiéndose que atrás suyo estaba Javier y adelante Jeremías, porque su imaginación desbocada elaboraba imágenes de ataque y sustitución. El relincho cercano de un caballo los sobresaltó orientándolos hacia la derecha del camino que recorrían. Jeremías notificó inmediatamente a René, a la par que mudaban de dirección. Desde esta nueva perspectiva distinguieron un débil reflejo que oscilaba en la espesura a unos trescientos metros de distancia. Con la mirada puesta en la luz, descubrieron un atajo de escasa vegetación que desembocó en el claro adonde retenían a Celina. Jeremías los empujó para que retrocedieran y se ocultaran de la vista de los hombres y la mujer que estaban alrededor de la fogata. Desde su escondite vigilaron los movimientos del terceto, dispuestos a participar si entrañaban una amenaza para la cautiva. El capataz le anunció al estanciero el hallazgo y volvió a ocupar su sitio junto a Javier y Sofía. La muchacha le había pedido el largavistas al conserje y observaba angustiada a su amiga, que yacía sobre dos gruesos troncos colocados uno al lado de otro. Celina tenía los ojos entreabiertos pero no hacía más movimiento que el de respirar tenuemente. Un trazo de sangre pintaba su mejilla derecha desde la sien hasta el cuello, lo que explicaba su letargo y la forma en que la inmovilizaron. Enfocó el dispositivo hacia la machi y los esbirros, tratando de anticipar lo que harían y rogando que René o Sergio llegaran cuanto antes. El tigre asomó desde la espesura sin ningún sonido que lo anticipara y se ubicó al lado de la hechicera. Los hombres alzaron a la extática prisionera dejándola frente al felino mientras la mujer entonaba una especie de cántico y arrojaba objetos al fuego. Después se volvió hacia la víctima y le habló: “domo huinka1, el destino del kona2 está en tus manos. Aceptá el rüpü3 sagrado que te ofrece el nahuel4. No habrá dolor. En un instante tu destino será la inmortalidad”. Jeremías apuntó al animal con el rifle intuyendo el desenlace de la liturgia y decidido a intervenir si su amo no llegaba a tiempo. Celina, erguida ante la fiera, la mente obnubilada por el narcótico que le habían obligado a beber, hizo un esfuerzo titánico para recuperar el dominio de su voz y la proyectó al espacio en un grito:

-¡René…!

-Es inútil que lo llamés, domo huinka. Si no te entregás al nahuel, tu kona perderá la vida. Tus palabras lo salvarán –pronunció una extraña letanía mientras insistía:-invocalo…, tu sacrificio lo salvará.

La machi repitió las palabras con pertinacia, hasta que Celina las recitó penosamente. El tigre se aprontó para lanzarse sobre su presa a la vez que Amigo brotaba de la espesura y se plantaba entre el animal y la joven. La bestia atacó al caballo mientras Jeremías oprimía el gatillo del fusil sin dar en el blanco, pero evitando que lo hiriera mortalmente. Un tiro certero, procedente del arma de Sergio, acabó con la vida del nahuel al tiempo que René se abalanzaba entre Celina y la mujer. Sin vacilar, se llevó el rifle a la cara y apuntó a la hechicera con la manifiesta intención de matarla. De no ser por la rápida intervención del capataz que desvió el arma y en su lengua le rogó y le exigió que reflexionara, hubieran sido los últimos instantes de la machi. Los cómplices, aterrados, desaparecieron raudamente. El estanciero aceptó las palabras de Jeremías y giró de inmediato hacia la muchacha refugiándola entre sus brazos. Una exclamación de pena y de furia brotó de sus labios cuando le vio la herida en la cabeza y la mirada ofuscada. Sergio se acercó a su padre mientras trataba de tranquilizarlo, al tiempo que Javier se ocupaba de la hechicera y Jeremías de sofocar el fuego. Sofía miraba la escena tratando de reconstruir los vertiginosos acontecimientos desde que divisaron a su amiga y el arribo de padre e hijo. Entendió que en ese momento no era más que un personaje secundario y trató de no interferir con el desarrollo de la acción. Sergio examinó a Amigo comprobando que tenía una herida poco profunda e interpeló a la mujer sobre el brebaje que le había administrado a la muchacha. “Se recuperará durmiendo”, le dijo a su progenitor cuando lo supo. René le encomendó a Javier que condujera a la machi hasta la estancia y, ayudado por su hijo, subió a Celina a su caballo. El estanciero iba recobrando el aplomo al ritmo de la serena respiración de la joven. Antes de salir del bosque se toparon con una partida de hombres que, empujados por la preocupación, se habían unido para buscarlos. Le comunicaron a su jefe que tenían una camioneta estacionada en el patio del capataz. René se acomodó con Celina en el asiento trasero y partieron de inmediato hacia el hospital. Esteban, alertado por el ranchero, los recibió en la puerta y después que René la depositó en una cama, procedió a efectuarle una serie de análisis y curarle la lesión de la sien. Tras media hora de espera, el médico le informó que la herida de la cabeza no era de cuidado y que el sueño anularía el efecto de la droga. Con la colaboración de María que había venido a su pedido, lo intimó a que fuera a descansar y dejara a Celina al cuidado de ambos. Cuando salió de la clínica el fiel Ronco, que lo había rastreado, se le acercó y lo acompañó hasta el vehículo sin alborotar. Todos lo esperaban en la estancia para saber de la joven. Les comunicó que estaba bien, y le pidió a su abuelo que decidiera acerca de la machi porque él no podría hacerlo imparcialmente. Cuando se retiraron a descansar, Sofía se estremeció al entrar en la habitación solitaria y no pudo evitar sentir un poco de rencor por el hombre que se había adueñado de la vida de su amiga.


1 (mapuche) mujer extranjera

2 (mapuche) guerrero

3 (mapuche) camino

4 (mapuche) tigre

domingo, 3 de agosto de 2008

POR SIEMPRE - XXI

Sofía cayó exhausta sobre la cama y se quedó dormida sin desvestirse. Tres horas después la despertó el irresistible clamor de su vejiga. Cuando volvió al lecho, observó que el de Celina estaba vacío. De modo que ya consumaron, ¿no? -pensó melancólica recordando que su amiga se había retrasado para responder al llamado de un peón que invocaba el nombre de René. Se sacó la ropa, se puso el camisón y volvió a acostarse deseando con sinceridad la felicidad de la joven. Se levantó a las diez de la mañana sin que Celina hubiese aparecido. ¡Vaya nochecita! -se dijo con humor. Bajó a desayunar y encontró a Walter y Diana en la cocina.

-¡Buen día! -saludó alegre.

Se acomodó mientras le respondían, en tanto Rayén le alcanzaba una taza de café.

-¿La señorita Celina sigue durmiendo? -preguntó la mujer.

Sofía casi se atragantó con la bebida. ¿Qué voy a responder? -interrogó a su cerebro.

-Se debe haber levantado más temprano -dijo al fin.

-No lo creo, porque yo la hubiese atendido -insistió Rayén.

-¿René ya bajó? -preguntó para ganar tiempo.

-Como todos los días. Salió temprano con don Arturo y el señorito Sergio -no se movía del lado de Sofía esperando saber de Celina.

Sofía no sabía cómo decirle que la buscara en el dormitorio de René adonde seguramente estaría descansando de su noche de amor. Los presentes se sumaron a la expectativa de Rayén entretanto ella rumiaba una salida aceptable. Se levantó repentinamente:

-¡Tengo que enviar un mail ahora mismo! -y disparó hacia la escalera.

Subió corriendo, decidida a invadir el dormitorio de René para despertar a su amiga. Abrió varias puertas de habitaciones sin ocupantes tratando de identificar la del estanciero en el caso de que Celina se encontrara en el baño. Nada. Un malestar comenzó a instalarse en la boca de su estómago. Comenzó nuevamente la requisa desde el fondo del pasillo. Cuarto por cuarto golpeó las puertas de los baños hasta llegar al propio. Celina no estaba. Se fue con René -se dijo, tratando de aventar el mal agüero. Pero Rayén lo sabría. ¡Ay, amiga!, ¿qué te pasó? -la inquietud era un larguero doloroso entre el estómago y la garganta. Otra vez la había abandonado al ceder a su egoísta cansancio. Bajó velozmente dispuesta a compartir su temor con los demás. Los tres se habían quedado en la cocina como presintiendo que algo no andaba bien.

-¡Miré en todas las habitaciones y Celina no está! -anunció alterada.

El rostro de Rayén se nubló.

-¿Cómo es que recién se dio cuenta? -le preguntó casi con ira.

-Porque anoche pensé que estaba con René -contestó altiva.

La mujer entendió que se había excedido en su celo y señaló respetuosa:

-Entonces hay que avisarle cuanto antes al señor René.

Sergio los encontró a los cuatro mirándose con perplejidad.

-¿Algún problema? -indagó.

-No hemos visto a Celina -admitió Sofía sombríamente.

El muchacho interrogó a su madre con la mirada.

-Sofía revisó en todos los cuartos y no la encontró.

-Estará paseando afuera -terció Walter.

-¡No, doctor! Yo no la ví -porfió Rayén.

Sergio se volvió hacia la mujer:

-Domo. ¿Qué sospechás?

-Que hay que buscarla cuanto antes.

Bastaron estas palabras para que el muchacho se pusiera en acción. Los demás lo siguieron.

-¡Sergio! Decinos adónde vas -exigió su madre.

-Voy a buscar a papá. Ustedes revisen los alrededores. Hasta el arroyo -indicó sin detenerse.

Sofía se sentía en medio de una pesadilla. Para no superponerse, formaron cuatro grupos con la colaboración de dos hombres que convocó Rayén y partieron hacia los cuatro puntos cardinales. La búsqueda fue infructuosa; la joven no estaba en ninguna parte y nadie la había visto. René ya había regresado cuando volvieron a reunirse y Ronco caminaba nervioso a su alrededor.

-¿Cómo no me avisaste cuando no la viste? -le increpó a Sofía.

-Porque pensé que estaba con vos.

René la miró tan afligido que el enfado se le evaporó. Le contó el encuentro de la noche y se atribuyó la responsabilidad de la desaparición por haberla dejado sola. El presentimiento de desgracia comenzaba a ser contagioso. Padre e hijo revisaron las instalaciones mientras el resto se dedicaba a la vivienda. La preocupación aumentó con la esterilidad del registro y se reflejó en el rostro conmovido de René. El sonido de cascos desvió la atención de los reunidos hasta que Jeremías desmontó con agilidad.

-¿Qué pasa, kona? -fue directamente hacia su patrón.

-Celina desapareció. Hay que encontrarla.

Por los ojos del capataz cruzó un relámpago de intuición.

-En el bosque -afirmó.

-¿La machi?

El hombre asintió sin palabras. René montó seguido de Sergio y el capataz. Cuando los demás reaccionaron, los tres -junto al perro- desaparecían tras el recodo que llevaba a las tierras de Jeremías.

-Ahora sólo nos resta esperar -dijo Walter, y agregó:- ellos la encontrarán.

Sofía se sentó en un escalón y se encogió como si tuviera frío. Su mente divagaba. Tengo miedo por Celina. Seguro que está muerta. ¿Cómo terminamos en esto? No debió bajarse del ómnibus. ¿Quién preparó esta trampa? No voy a resistir que le haya pasado algo. Va a estar bien, va a estar bien, va a estar bien. En el mundo no hay tigres ni hechiceras y aquí todo puede pasar. Tendríamos que estar en medio de una excursión si no se hubiera bajado del ómnibus. Pero ella es especial. Es parte de ese uno por ciento capaz de sacrificarse por otros. ¡Ay, Cel! Quisiera que no fueras así pero entonces no hubieras sido la hermana que no tuve…

Rayén interrumpió su soliloquio mental alcanzándole una taza de café caliente que ella aceptó cariacontecida. Diana y Walter estaban sentados en los sillones de la galería sin hablar, como si quebrar el silencio pudiera convocar a la desgracia. Cerca del mediodía se trasladaron, sin noticias, al interior de la casa. Los tres declinaron comer y se retiraron a sus habitaciones. Sofía estaba llena de impotencia por no saber cómo colaborar para encontrar a su amiga. Cediendo a un impulso llamó a Julián, que le prometió que estaría con ella lo más pronto que pudiera. Bajó de nuevo a la galería porque la desierta habitación la ahogaba. Se abalanzó sobre Javier apenas bajó del auto y se permitió llorar por primera vez sobre el pecho del sorprendido conserje.

-¡Javier! Celina desapareció -dijo entrecortadamente.

El muchacho la separó un poco para entenderla.

-No entiendo, Sofía. ¿Cómo desapareció?

-Anoche no durmió conmigo y yo, como una idiota, supuse que estaba con René -se lamentó.

Javier la abrazó y la consoló:

-No sos ninguna idiota. Idiota sería el que pensara que esos dos no terminarían así. ¿René salió a rastrearla?

-Sí. Buscamos por todos lados y Jeremías señaló el bosque. Hace más de dos horas que salieron y ya no aguanto más la espera. ¡Quiero hacer algo!

La expresión de Javier era grave.

-¿Sabés montar?

-Sí.

-Vamos a unirnos a la partida de rescate -le propuso.

Sofía asintió y se dirigieron a la caballeriza. Sin saber por qué, eligió el animal que había montado Celina. El empleado preparó inmediatamente las cabalgaduras y partieron al galope en busca de René y los suyos. Javier dirigía la marcha y la joven lo siguió con facilidad. Divisaron a los caballos pastando cuando llegaron a las inmediaciones de la casa del capataz. Desmontaron en el pórtico adonde estaba echado Ronco en actitud alerta y rumbearon hacia el interior guiados por las voces masculinas. Antes de que golpearan, salió Jeremías a recibirlos. Se quedó un poco asombrado al ver a Sofía pero los invitó a entrar. En el interior encontraron a un René desesperado enfrentado con Sergio.

- Si le hizo algún daño voy a matar a esa mujer con mis manos -decía enardecido.

-Todavía no sabemos que pasó -su hijo trataba de calmarlo; y continuó:- Todavía falta recorrer la parte más tupida del bosque.

-¿Querés decir que ella juega a las escondidas en la espesura? -soltó contrariado.

-¿No pensaste que pudo ir a la ciudad a tomar un ómnibus?

René se revolvió como una fiera. La mirada que le echó a su hijo presagiaba una pelea. Sergio sonrió porque su padre estaba emergiendo de la catatonia provocada por la desaparición de la mujer que amaba.

-Así me gusta, viejo. Prefiero que me pegués a que te des por vencido.

El estanciero se reanimó y se fijó por primera vez en Javier y Sofía haciéndoles un gesto de saludo.

-¿No debiéramos seguir buscando? -preguntó la joven con nerviosismo.

-Es mejor esperar a que caiga la tarde -contestó Jeremías.

-¿Por qué perder las horas de luz? -intervino Javier.

-Porque si va a ser parte de una ceremonia, ahora estará fuera de nuestro alcance -señaló René.

-¿Una ceremonia? -exclamó Sofía aterrada por la connotación de la palabra.

-Pensamos que la machi enloqueció y cree que Celina es una amenaza para mi padre. Como él le salvó la vida, ella está obligada a protegerlo -explicó Sergio.

-Pero ¿cómo pudo esa mujer dominarla? Mi amiga es fuerte a pesar de su apariencia -aseguró Sofía.

-Con secuaces, señorita. Hombres que le temen al poder de la machi y la obedecen ciegamente -explicó Jeremías.

Después de esto el silencio reinó por mucho tiempo. El sol se entibiaba mientras las individualidades que conformaban el cosmos instalado en la vivienda de Jeremías se enfrentaban con sus miedos y esperanzas. René quebrantó la tregua:

-Jeremías. Vas a formar grupo con Javier y Sofía. Sergio y yo buscaremos solos.

El capataz asintió.

-Voy a traer los caballos para prepararlos -informó, y salió de la casa.

Sofía estaba extrañamente tranquila ante el desafío que implicaba internarse en un bosque a oscuras. La posibilidad de entrar en acción la ilusionaba con la expectativa de hallar a Celina y esta vez no rehuiría el compromiso. Salió al exterior y se acercó a Amigo que había permanecido delante de la casa. Jeremías apareció con los caballos precedido por Ronco que oficiaba de perro pastor. A pedido del estanciero el capataz buscó una cuerda con la que lo sujetaron para impedir que los siguiera.

-No quiero que corran ningún riesgo -mandó René distribuyendo los transmisores y linternas, y sendos rifles a Javier y Jeremías.- Ante cualquier hallazgo se comunican con Sergio o conmigo –concluyó.

Todos aprobaron y, cuando padre e hijo acomodaron las armas en sus monturas, subieron a sus caballos para adentrarse en la vegetación buscando el resplandor de una estrella de Belén.