domingo, 10 de agosto de 2008

POR SIEMPRE - XXII

Jeremías encabezaba la partida guiando a Julián y a Sofía por un terreno que le era conocido. La consigna era acercarse a cualquier resplandor que delatara la hoguera ritual. El avance era lento debido a la oscuridad y a la necesidad de rodear macizos de árboles que impedían el paso de los animales. Habían concentrado la energía en el sentido de la vista con la esperanza de divisar cuanto antes el fulgor que los llevaría a Celina. Después de un tiempo tuvieron que desmontar y conducir los caballos entre la compacta arboleda. Caminaban en silencio y atentos a cualquier sonido, cuando la cabalgadura de Sofía sacudió la cabeza y liberó la brida de sus manos. Antes de que la joven pudiera atraparla, Amigo se confundió entre las sombras que poblaban el bosque. La muchacha quedó tan abatida por esta pérdida que ni las palabras susurradas por Javier y Jeremías lograron devolverle la tranquilidad. Reanudaron el avance tratando de sobreponerse al sentimiento de fatalidad que les había dejado la ausencia del equino. Durante la interminable marcha a ciegas se comunicaban regularmente con René y con Sergio para estar al tanto de cualquier indicio. Sólo apuntaban las linternas al suelo para salvar los accidentes del terreno y no tropezar con las protuberantes raíces de los árboles. Javier miró su reloj y comprobó que sólo habían pasado cuarenta minutos que le impresionaron como horas. Sofía se deslizaba por la espesa oscuridad repitiéndose que atrás suyo estaba Javier y adelante Jeremías, porque su imaginación desbocada elaboraba imágenes de ataque y sustitución. El relincho cercano de un caballo los sobresaltó orientándolos hacia la derecha del camino que recorrían. Jeremías notificó inmediatamente a René, a la par que mudaban de dirección. Desde esta nueva perspectiva distinguieron un débil reflejo que oscilaba en la espesura a unos trescientos metros de distancia. Con la mirada puesta en la luz, descubrieron un atajo de escasa vegetación que desembocó en el claro adonde retenían a Celina. Jeremías los empujó para que retrocedieran y se ocultaran de la vista de los hombres y la mujer que estaban alrededor de la fogata. Desde su escondite vigilaron los movimientos del terceto, dispuestos a participar si entrañaban una amenaza para la cautiva. El capataz le anunció al estanciero el hallazgo y volvió a ocupar su sitio junto a Javier y Sofía. La muchacha le había pedido el largavistas al conserje y observaba angustiada a su amiga, que yacía sobre dos gruesos troncos colocados uno al lado de otro. Celina tenía los ojos entreabiertos pero no hacía más movimiento que el de respirar tenuemente. Un trazo de sangre pintaba su mejilla derecha desde la sien hasta el cuello, lo que explicaba su letargo y la forma en que la inmovilizaron. Enfocó el dispositivo hacia la machi y los esbirros, tratando de anticipar lo que harían y rogando que René o Sergio llegaran cuanto antes. El tigre asomó desde la espesura sin ningún sonido que lo anticipara y se ubicó al lado de la hechicera. Los hombres alzaron a la extática prisionera dejándola frente al felino mientras la mujer entonaba una especie de cántico y arrojaba objetos al fuego. Después se volvió hacia la víctima y le habló: “domo huinka1, el destino del kona2 está en tus manos. Aceptá el rüpü3 sagrado que te ofrece el nahuel4. No habrá dolor. En un instante tu destino será la inmortalidad”. Jeremías apuntó al animal con el rifle intuyendo el desenlace de la liturgia y decidido a intervenir si su amo no llegaba a tiempo. Celina, erguida ante la fiera, la mente obnubilada por el narcótico que le habían obligado a beber, hizo un esfuerzo titánico para recuperar el dominio de su voz y la proyectó al espacio en un grito:

-¡René…!

-Es inútil que lo llamés, domo huinka. Si no te entregás al nahuel, tu kona perderá la vida. Tus palabras lo salvarán –pronunció una extraña letanía mientras insistía:-invocalo…, tu sacrificio lo salvará.

La machi repitió las palabras con pertinacia, hasta que Celina las recitó penosamente. El tigre se aprontó para lanzarse sobre su presa a la vez que Amigo brotaba de la espesura y se plantaba entre el animal y la joven. La bestia atacó al caballo mientras Jeremías oprimía el gatillo del fusil sin dar en el blanco, pero evitando que lo hiriera mortalmente. Un tiro certero, procedente del arma de Sergio, acabó con la vida del nahuel al tiempo que René se abalanzaba entre Celina y la mujer. Sin vacilar, se llevó el rifle a la cara y apuntó a la hechicera con la manifiesta intención de matarla. De no ser por la rápida intervención del capataz que desvió el arma y en su lengua le rogó y le exigió que reflexionara, hubieran sido los últimos instantes de la machi. Los cómplices, aterrados, desaparecieron raudamente. El estanciero aceptó las palabras de Jeremías y giró de inmediato hacia la muchacha refugiándola entre sus brazos. Una exclamación de pena y de furia brotó de sus labios cuando le vio la herida en la cabeza y la mirada ofuscada. Sergio se acercó a su padre mientras trataba de tranquilizarlo, al tiempo que Javier se ocupaba de la hechicera y Jeremías de sofocar el fuego. Sofía miraba la escena tratando de reconstruir los vertiginosos acontecimientos desde que divisaron a su amiga y el arribo de padre e hijo. Entendió que en ese momento no era más que un personaje secundario y trató de no interferir con el desarrollo de la acción. Sergio examinó a Amigo comprobando que tenía una herida poco profunda e interpeló a la mujer sobre el brebaje que le había administrado a la muchacha. “Se recuperará durmiendo”, le dijo a su progenitor cuando lo supo. René le encomendó a Javier que condujera a la machi hasta la estancia y, ayudado por su hijo, subió a Celina a su caballo. El estanciero iba recobrando el aplomo al ritmo de la serena respiración de la joven. Antes de salir del bosque se toparon con una partida de hombres que, empujados por la preocupación, se habían unido para buscarlos. Le comunicaron a su jefe que tenían una camioneta estacionada en el patio del capataz. René se acomodó con Celina en el asiento trasero y partieron de inmediato hacia el hospital. Esteban, alertado por el ranchero, los recibió en la puerta y después que René la depositó en una cama, procedió a efectuarle una serie de análisis y curarle la lesión de la sien. Tras media hora de espera, el médico le informó que la herida de la cabeza no era de cuidado y que el sueño anularía el efecto de la droga. Con la colaboración de María que había venido a su pedido, lo intimó a que fuera a descansar y dejara a Celina al cuidado de ambos. Cuando salió de la clínica el fiel Ronco, que lo había rastreado, se le acercó y lo acompañó hasta el vehículo sin alborotar. Todos lo esperaban en la estancia para saber de la joven. Les comunicó que estaba bien, y le pidió a su abuelo que decidiera acerca de la machi porque él no podría hacerlo imparcialmente. Cuando se retiraron a descansar, Sofía se estremeció al entrar en la habitación solitaria y no pudo evitar sentir un poco de rencor por el hombre que se había adueñado de la vida de su amiga.


1 (mapuche) mujer extranjera

2 (mapuche) guerrero

3 (mapuche) camino

4 (mapuche) tigre

2 comentarios:

Anónimo dijo...

GENIAL, CADA CAPITULO SE PONE MAS INTERESANTE

EXCELENTE NOVELA

SALUDOS


ATTE:BLANCA COVARRUBIAS

Anónimo dijo...

ESTA GENIAL Y ME TIENE ATRAPADA LA HISTORIA... PERO POR FAVOR, YA NO TARDES TANTO EN DAR A CONOCER LOS SIGUIENTES CAPITULOS.