sábado, 28 de septiembre de 2013

VIAJE INESPERADO - XIII



Leonora se acomodó frente a los hombres. Los ojos de Marcos se apoderaron de los suyos provocándole una inquietud cuyo significado se le escapaba. ¿Sospechaba de su presencia en la estación o solamente lo motivaba el encuentro? La mirada masculina la retuvo en la frontera de un interrogante que la obligó a entreabrir los labios para tomar aliento. Arturo contemplaba mudamente la escena que representaba la pareja absorta el uno en el otro. Intervino tanto como para reanudar el trabajo como para sacudir a su hijo del estado de enajenación.
—Marcos me relató el malogrado acercamiento que tuviste con Camila —se dirigió a la joven.
Ella parpadeó como deslumbrada y se volvió hacia el hombre: —Sí… —murmuró—. Tenía otras expectativas. Ahora dependo del criterio de Matías para verla —se repuso y formuló con humor—: De modo que vacacionaré en Vado Seco.
—Nosotros, de parabienes —atestiguó Arturo. Miró a su hijo inusualmente silencioso, y lo exhortó—: ¿Seguimos, Marcos?
Antes de que el nombrado respondiera, Mario se acercó con el teléfono inalámbrico: —Es Irma, para vos —le tendió el aparato a Leo.
—¡Hola, Irma! Sí, estaba a punto de irme —, escuchó por un momento—. ¡Gracias! —agregó—: estoy con Arturo y Marcos —después de una pausa, cerró—: ¡Les digo…! ¡Chau, nos vemos! —Se dirigió a padre e hijo—: Irma consiguió cochera para mi auto y los invita a cenar.
—Decile que nos espere —aceptó Marcos—. ¿Querés que te escoltemos parte del camino?
—No hace falta. Sé por donde llegar. Me voy para ayudar a Irma. ¡Hasta luego! —se despidió.
La vieron devolverle el teléfono a Mario y salir luego en su compañía. Antonio, que recién llegaba, relevó a su hijo en la caja. Saludó a Marcos y Arturo con la mano en alto mientras abandonaban el local.
—Papá, esperame que quiero hablar con Mario —pidió el joven.
El muchacho volvía de entregarle el auto a Leonora, quien lo despidió con un bocinazo. Dedujo que tendría problemas cuando vio a Silva acortar la distancia con paso decidido. Se detuvieron a medio camino del vehículo que ocupaba Arturo.
—Me vas a decir que hacía Leo en tu trastienda —demandó el estanciero sin preámbulo.
—¿No va a pensar…? —se aterrorizó Mario.
—No voy a pensar nada. ¡Quiero la verdad! —dijo Marcos, ahora seguro de que Leonora ocultaba algo—. Y no me digas que fue al baño ni que vino por el auto.
El joven estaba condicionado por el respeto que le tenía al estanciero. Comprendió que no podía irle con un cuento y admiró a la chica que había reaccionado con tanta soltura, habilidad de la que él carecía. El único resguardo era apelar a la benevolencia de Silva cuando le pidiera que no interpelara a Cleto. Si lo hacía con Leo, la muchacha sabría defenderse. Además, el hombre se bebía los vientos por ella.
—Cleto me pidió que la citara. Les facilité la oficina porque me dijo que era un asunto privado. No puedo decirle más, señor Silva. Desde afuera no se escucha nada. ¡Por favor, no reprenda a Cleto! Si se entera que me fui de boca, es capaz de desaparecer.
Marcos miró al compungido muchacho discerniendo que no le ocultaba información. Conocía la fragilidad anímica de Cleto y no estaba en sus planes presionarlo.
—De ahora en más, todo lo que se refiera a Leonora es asunto mío —sentenció.
—Entendido, señor Silva —aceptó Mario.
Lo vio regresar a la camioneta adonde esperaba Arturo y pensó, cuando el vehículo se alejaba por la ruta, que la joven no le agradecería que hubiera cedido tan dócilmente a la presión del hombre. Se encogió de hombros. El enojo con ella podría terminar en un beso; con él, en una vapuleada.
∞ ∞
Leo estacionó el auto en la cochera cedida gentilmente por el vecino de Irma y volvió a la casa decidida a cubrir el costo de la comida que ofrecerían a los estancieros.
—¡De ninguna manera! —rechazó la mujer—. Esta invitación la cursé yo.
—¡Dame el gusto Irma…! Me siento en deuda con ustedes por tantas atenciones —protestó.
—La próxima, Leo —accedió con una sonrisa—. Ahora comunicate con tu hermano que llamó hace media hora.
Atendió su mamá que, inusualmente, no expresó ninguna queja y se interesó por ella y la salud de Camila. No se asombró cuando Toni le reveló que aceptaría el trabajo ofrecido por Marcos: “Estaba por llamarlo pero quise que vos fueras la primera en saberlo”, le dijo. Después su padre pidió saludarla y esta charla reparó en su espíritu la ausencia paternal que la acosaba desde la adolescencia. Sus pupilas brillaban cuando colgó el aparato y volvió junto a Irma para colaborar con la cena. Dejaron los comestibles listos para ser horneados y luego se dirigió a su dormitorio para alistarse. A solas, su pensamiento voló de nuevo hacia su amiga y la promesa de Cleto de privarla gradualmente de las drogas para que recuperara el entendimiento.
Debo confiar en él, Cami. No haría nada para perjudicarte. ¡Qué contradicción! Para ayudarte necesitaría de tu lúcido criterio. Tengo que ser muy cuidadosa para no delatarme ante Marcos porque no aprobará que me inmiscuya en tu tratamiento; al final de cuentas soy una forastera en su territorio. Y no quiero valerme de su atracción ni traicionar a Cleto.
Sacudió la cabeza para aventar sus reflexiones y se metió en la ducha. Vistió una solera de falda corta y se calzó con sandalias de taco alto. El espejo le devolvió una imagen que la satisfizo antes de reunirse con la dueña de casa.
—¡Te has puesto muy linda! —dijo Irma con aprobación.
—Gracias —correspondió ella—. ¿Cuál es mi tarea?
—Tu deliciosa ensalada. Pero recién son las siete. ¿Te apetece un aperitivo?
—¿Con qué me vas a convidar? —inquirió risueña.
—Con un vermucito. Me encanta, pero en compañía.
Poco después estaban acomodadas en el saloncito con sendos vasos acompañados por trozos de queso y aceitunas verdes.
—¿Cuáles son tus planes? —preguntó Irma.
—Buscar la manera de trasladar a Camila a Rosario.
—No va a ser fácil convencer a sus parientes, Leo.
—Lo sé. No quiero imponerte mi presencia, pero tengo que permanecer aquí hasta que encuentre algún medio para sacarla de esa clínica.
—Mientras estés en Vado Seco ni hablar de alojarte en otro lugar. Me hace feliz que estés aquí y aprecio tu compañía —declaró la mujer con énfasis—. Con respecto a tu amiga, ¿no pensaste en recurrir a Quito?
Leonora negó con el gesto y precisó: —Ya lo involucré demasiado en mis problemas. Tuvo un entredicho con Matías por defenderme y temo que termine en discordia.
—Amigos no fueron nunca, así que poco perdería —sostuvo Irma—. Estoy segura de que Marquito estará encantado de ayudarte.
—No lo dudo —asintió la joven—. Es un hombre generoso.
Un silencio meditativo prolongó este reconocimiento. Irma percibió que Leo escondía algo tras la supuesta ambigüedad para complicar a Marcos. Como era una mujer paciente, se convenció de que se explayaría oportunamente. Desvió la charla hacia la relación amistosa de las jóvenes, vínculo que Leonora reseñó con amplitud. A las ocho y cuarto se instalaron en la cocina y a las nueve y media recibían a los invitados.

viernes, 20 de septiembre de 2013

VIAJE INESPERADO - XII



—Debe ser por el auto —conjeturó la joven al tiempo que tomaba el teléfono.
Esta declaración dispensó a Irma para quedarse mientras Leonora atendía al muchacho. La charla fue corta y de pocas palabras por parte de la chica. Le devolvió el aparato a la dueña de casa y le comunicó: —Debo ir a la estación. Necesitan el lugar que ocupa mi vehículo, así que lo voy a buscar.
—¿Por qué no esperás a que te lleve Quito?
—Porque no va a venir hasta la noche.
—Son como veinte cuadras.
—Vos decime como llegar, Irma. De paso hago la digestión —agregó con una sonrisa.
La mujer le dio las indicaciones con renuencia y la acompañó hasta la puerta. Leo se despidió y le recomendó que fuera a descansar. Irma presintió que debiera comentarle a Marcos la salida de la muchacha, pero ahuyentó el impulso para no dejarse llevar por su instinto sobreprotector. ¿Acaso él no la censuraba siempre por esa tendencia? Lo más racional, se dijo, sería tomar la siesta y después hablar con su vecino para que la joven pudiera guardar el auto a la noche. Esta decisión la conformó y se fue a dormir.
∞ ∞
Leo caminaba a paso acelerado intentando desentrañar el pedido expreso de Mario: que no comentara con nadie el motivo de la llamada. Alguien quería verla en la estación de servicio. La presencia de Irma le impidió hacer preguntas y contestó solo con monosílabos, de tal forma que su curiosidad la calmaría al llegar a destino. A las quince cuadras topó con la ruta y torció hacia la derecha, desde donde otras cinco la separaban del surtidor. Absorta en su pensamiento no tomó nota de la bochornosa temperatura hasta que entró al local refrigerado. El calor y la sed la acometieron. Se acercó al mostrador tras el cual estaba el hijo de Antonio.
—¡Hola, Mario! —saludó—. Un agua mineral helada, por favor —pidió sin aliento.
—¡Enseguida, Leo! —respondió con entusiasmo.
Ella destapó la botella y bebió con deleite. Secó sus labios con una servilleta que el muchacho había dejado junto al envase y declaró: —te escucho.
—No a mí —dijo Mario. Bajó la voz—: en la trastienda.
Leo dirigió la vista hacia donde había señalado el joven con un movimiento de cabeza: una puerta detrás del mostrador que se hallaba cerrada. Mario deslizó un extremo de la barra y le hizo señas para que pasara. Atravesó la entrada y caminó hacia la puerta que le había indicado. La abrió y contempló al hombre que la esperaba. Lo miró sin sorpresa, reflotando el recuerdo que había relampagueado en el primer encuentro y que ahora descifraba ante el gesto que el muchacho no se cuidaba de disimular. “Anacleto tiene un tic peculiar que su familia condena y reprime: una sonrisa perenne. Es un chico tan bueno y afable que esa mueca no desentona con su carácter y solo la exhibe ante quienes confía: que somos su madre y yo. ¿Sabés por qué le pusieron Anacleto? Porque estuvo muerto unos minutos después de nacer. Significa el resucitado. Tal vez ese tic sea producto del tiempo en que su cerebro se quedó sin oxígeno o, como prefiero pensarlo, de celebrar la alegría de estar vivo”. La confidencia de Camila se actualizó en su memoria como la fugaz visión de la sonrisa que Cleto se apresuró a ocultar cuando lo vio en la clínica. Su amiga lo llamaba por el nombre completo, tal vez por eso tampoco lo evocó cuando lo nombraron. Camila tenía mucho afecto por ese muchachito original, unos años menor, que la rondaba por su aceptación y porque sospechaba que estaba un poco enamorado de ella. Mientras vivió en Vado Seco lo alentó con las actividades que lo apasionaban: la jardinería y su inclinación por el cuidado y rescate de animalitos abandonados. Leo se preguntó por qué había relegado estos intereses por la enfermería.
—Hola, Anacleto —le sonrió—. Me dijo Mario que querías hablarme.
Él mantuvo la sonrisa al estudiarla, lo que Leo evaluó como aprobación.
—¿Usted me conoce? —preguntó al fin.
—Camila me habló mucho de vos y de tu gusto por las plantas y los animales.
—¿Sí? —dijo complacido—. Deben ser muy amigas.
—Como hermanas —afirmó Leo—. Hace años que vivimos juntas.
El enfermero se sumió en un silencio meditativo, con la relampagueante mueca que abría un interrogante acerca de sus pensamientos. Leonora no lo presionó. Vislumbró que no debía apurar sus tiempos para que Anacleto pudiera confiar en ella.
—Usted es tan buena como Camila —expresó al fin—. Se molestó cuando el doctor me retó.
—Ese doctor no me gusta —se sinceró Leo—. Me preocupa que la atienda, aunque debo agradecer que vos estés cerca de ella.
A Leonora se le atragantaban las preguntas que deseaba hacerle a Cleto ya que no quería que su impaciencia le provocara alguna prevención. Decidió tomar el riesgo.
—Anacleto —principió—, ¿sabés cómo se enfermó Camila?
El muchacho negó con un movimiento de cabeza: —Ya la ví internada.
—¿Alguna vez pudiste hablar con ella?
—No —la sonrisa contrastaba con el tenor de la charla—. Las drogas la tienen siempre dormida. Después que el doctor me despidió fui a verla. Estaba intranquila y me pareció que intentaba decir algo. Acerqué el oído a su boca y la escuché murmurar. Al principio no entendí nada, hasta que reconocí su nombre. Repetía una y otra vez: Leo, Leo…
—No estaba equivocada… —dijo la joven con voz quebrada—. Me reconoció… —la angustia le cerró la garganta pensando en la imposibilidad de su amiga para emerger de la parálisis medicamentosa y la impotencia para comunicar su tormento.
—¡Anacleto! —demandó—. Quiero saber por qué me hiciste llamar.
—Porque Camila pidió hablar con usted.
—Tengo prohibido el ingreso al sanatorio hasta que Matías lo autorice —señaló con desánimo.
—Yo puedo hacerla entrar de noche —manifestó Cleto—. Camila la necesita.
Leonora se cruzó de brazos y frunció el ceño. Aunque el enfermero le franqueara el ingreso, Cami no estaba en condiciones de razonar. Se acordó de la prima de su mamá, internada durante años en un psiquiátrico. Le bajaban las dosis de antisicóticos cuando la iban a visitar los fines de semana para que pudiera alternar.
Necesito que Camila esté medianamente lúcida para conocer el origen de su descompensación. Si Cleto pudiera inmiscuirse en la administración de medicamentos…
—¿Quién le suministra la medicina, Anacleto?
—El doctor me entrega las jeringas y yo las inyecto en el suero.
—¿Entendés que mientras esté tan dopada será imposible que podamos hablar?
—Sí. El doctor se va a un congreso por tres días. Le voy a disminuir a Camila la ingesta en forma gradual para evitar un shock y para que pueda comunicarse con usted.
—Vas a tomar un riesgo enorme. Lo único que te pido es que no pongas en peligro su salud.
—Quédese tranquila. He manejado muchas veces la supresión de drogas —afirmó con su sonrisa inquietante—. No debe hablar con nadie de este plan —le pidió—. Aquí las paredes oyen.
—¡Señor Silva…! —el tono potente de Mario los hizo mirarse con alarma—. ¿Qué lo trae por acá?
—Me voy por la puerta trasera —bisbiseó Cleto—. Le mando un aviso con Mario.
Leo no alcanzó a responder cuando el muchacho había desaparecido.
¿Y ahora qué hago? ¿Me quedo escondida hasta que Marcos se vaya? ¿Qué puedo explicar de mi presencia en esta oficina? ¿Me voy por atrás y aparezco por la entrada…?
Miró a su alrededor y vio una puerta contigua a la que había usado el enfermero para salir. La abrió y encontró un pequeño baño ocupado por envases y cajones. Es una buena excusa, pensó.
Los Silva la contemplaron sorprendidos cuando asomó detrás de Mario.
—¡Gracias por prestarme el baño, Mario! —dijo con una sonrisa. Se fijó en los hombres y los saludó—: ¡Hola a los dos!
—Confieso que con semejante empleada vendría más a menudo a tu boliche —declaró Silva padre.
—Arturo… que me lo voy a creer —regañó ella con gracia a la vez que se dirigía al extremo del mostrador que Mario se apresuró a correr.
Quedó enfrentada a Marcos que la observó con recelo. Soportó el escrutinio sin alterarse hasta que él señaló: —Te hacía descansando en lo de Nana.
—Vine a buscar mi auto. Ya he abusado en exceso de la amabilidad de Mario —enfocó la vista en Arturo—. ¿Están en plan de trabajo?
—Lo estamos; pero a tu disposición si se te ofrece algo —declaró el hombre.
—¡Ah…! Solo me preguntaba si podían compartir un café conmigo. Una pequeña retribución por tantas atenciones —aclaró con un mohín que trastornó a Marcos.
—¿Hacemos un alto, hijo? —preguntó al embelesado retoño.
—Sin duda —aceptó conciente de la oportunidad de verla antes de la noche.
Ella se volvió hacia Mario y le pidió con deferencia: —¿Nos preparás un café?
El muchacho, aliviado por haber sorteado el comprometido trance, le respondió: —Tomen asiento que ya se los alcanzo.

lunes, 16 de septiembre de 2013

VIAJE INESPERADO - XI



Leonora apretó el paso ansiosa por conocer el resultado de la entrevista. En su fuero interno no guardaba muchas expectativas, de manera que múltiples especulaciones rondaban su mente. Se negó. Estoy segura de que se negó. Algo oculta y por eso no quiere que me acerque a Camila. ¡No puedo aceptar que se haya quebrado mentalmente de un momento para otro! Aunque tenga que forzar la entrada a su habitación, la voy a ver…
—Leo… —el llamado y el brazo de Marcos detuvieron las elucubraciones y aminoraron su marcha— Calma. Vamos a escuchar primero lo que tenga que decir el abogado. ¿De acuerdo? —dijo como si hubiera leído su pensamiento.
Ella asintió mudamente. Entraron al local adonde los esperaba el mediador y se sentaron a la mesa que ya habían ocupado. El letrado no se hizo rogar.
—Leonora —declaró—, el doctor Ávila aceptó que pudiera hacer una única visita a su amiga, con algunas condiciones: que no intente hablarle ni hacer contacto con ella, y que sea ante la presencia de un enfermero que intervendrá si incumple alguna de estas restricciones.
—¡Una sola visita! —objetó la muchacha—. ¿Cómo se supone que será suficiente para un reconocimiento?
—No desperdicies esta ventaja —intervino Marcos, criterioso—. Según se desarrolle la entrevista podremos organizar la estrategia futura.
—Marcos tiene razón, Leonora —apoyó Sánchez—. Ávila es un hueso duro de roer por lo que esta concesión ha de tomarla como un triunfo.
Ella no pudo evitar una mirada dudosa que pareció desautorizar la opinión del mediador. Silva terció para evitar un choque con el abogado: —¿Qué te parece si ya aprovechás la autorización?
Leo reaccionó ante el tono concluyente de Marcos. Consideró que debatir con el negociador postergaría el encuentro con Camila y recuperó la sensación de urgencia por verla.
—Perdóneme, Sánchez —dijo contrita—. Es que me ilusionaba con permanecer junto a ella para acompañarla en este trance.
El nombrado hizo un gesto de aceptación. Se levantó y propuso: —¿Concretamos el acuerdo?
Leonora consintió y les pidió que la aguardaran mientras iba al baño. No encontró toallas desechables para secarse las manos y abrió el bolso en busca de pañuelos de papel. El frasco de perfume que siempre cargaba, le recordó la declaración de Camila toda vez que lo usaba: “tu fragancia te delata. Te reconocería con los ojos cerrados”. ¿Y sí…? No dudó. Roció sus orejas, cuello y brazos con generosidad, guardó el pequeño envase en el bolsillo del pantalón, y regresó junto a los hombres.
Luis custodiaba como de costumbre el ingreso a la clínica y les franqueó la entrada con gesto respetuoso. Sánchez le solicitó que los anunciara al doctor Ávila quien apareció acompañado por un enfermero. Después del saludo de rigor, se dirigió al mediador: —Espero que haya transmitido mis condiciones como acordamos —le dijo como si estuvieran a solas.
—Téngalo por seguro —respondió el abogado con tranquilidad—. ¿Formalizamos el trato?
Matías se apartó para hablar en voz baja con el ayudante y le manifestó a su interlocutor: —Cuando quiera. Cleto la escoltará.
Leonora, al escuchar el nombre del joven asignado a su vigilancia, tuvo un destello de reminiscencia que desapareció de inmediato. Los hombres que la acompañaban se quedaron abajo en tanto ella viajaba con Cleto en el ascensor, en total silencio, hacia el anhelado encuentro. Él abrió la reja y se hizo a un lado para darle paso. Enfrentados a la habitación treinta y tres, insertó la llave y empujó la puerta que daba acceso al recinto. La luz difusa acentuaba la palidez de la joven inerte y provocó en Leo una angustiosa impresión de deterioro, como si el tiempo transcurrido entre las visitas fuera de meses y no de días. Se movió con cautela, esperando que el enfermero detuviera su aproximación a la cama en cualquier momento. Llegó al borde del lecho y miró, desbordada de cariño, el rostro inanimado de Camila. Se acercó lo más que pudo obedeciendo a la loca intuición de que su perfume le permitiría asociar aroma con “amiga”. Permaneció callada, aferrada a la esperanza del reconocimiento e intentando prolongar su estadía ajustándose a la regla de no interferir.
Cami, Cami… soy yo, Leo. ¿No decías que me identificarías con los ojos cerrados? ¿Qué te hicieron, amiga? Vivimos varios años juntas como para poder aceptar este derrumbe de tu conciencia. Matías miente. Si pudiera sacarte de aquí te recuperarías... Pero no me lo va a permitir. No te voy a abandonar… Usaré cualquier recurso para liberarte. Te lo juro…
El timbre la sobresaltó. La fuente era el celular del vigilante quien, después de asentir brevemente a la llamada, se volvió hacia ella.
—Debemos irnos —le dijo.
No se resistió. Se inclinó para besar con suavidad la mejilla de la muchacha y le susurró: —Te quiero, amiga…
Caminó hacia la salida y se paró frente al elevador. Advirtió que Cleto no le quitaba los ojos de encima mientras bajaban en el ascensor. ¡No tengo por qué ocultar mis sentimientos!, pensó entre triste y enojada. Marcos observó su semblante acongojado al verla salir de la caja, y se acercó con naturalidad para rodearle los hombros con un brazo y estrecharla contra su costado.
—¿Estás bien? —preguntó con acento preocupado.
—Yo sí… —murmuró. Fijó la vista en Matías que los contemplaba con expresión neutra. El reclamo brotó espontáneo—: ¡No sé por qué impedís que venga a visitar a Camila! Es tu pariente, lo sé. Pero yo soy su amiga y hace años que vivimos juntas. ¿No te parece razón suficiente para que me interese por ella? Si tu especialidad es la salud mental, te aviso que estás desequilibrando la mía con tu hostilidad.
El médico insertó su respuesta cuando ella se detuvo para tomar aire: —Lo que considerás hostilidad es precaución para evitar una recaída. Las visitas regulares no están indicadas para un paciente aislado con tratamiento antisicótico. Y de esto, Leonora —recalcó— creo saber más que un abogado. Cuando se haya estabilizado podrás verla con regularidad —reparó en el enfermero que no se había movido de su lado. Le echó una mirada despectiva y le indicó: —acá no tenés más que hacer. Volvé a tus tareas.
El joven bajó la mirada y balbuceó: —Sí, doctor. Enseguida.
El semblante de la muchacha reflejó el disgusto ante el trato desconsiderado del médico con su subordinado. Marcos la sintió tensionarse y decidió que era el momento oportuno de abandonar la clínica.
—Vamos, Leo —dijo con tono firme—. Tampoco nosotros tenemos más que hacer aquí —la guió hacia la puerta sin desmontar el brazo de su hombro.
Ella lo siguió sin objetar, flanqueada por el abogado que se puso en movimiento ante el mandato de Silva. Pisaron la calle a las once de la mañana y Marcos condujo hasta la casa de Irma donde Sánchez recuperó su vehículo para volver a Rosario.
—Leonora —manifestó el mediador—, tengo una intervención esta tarde, pero si me necesita no dude en llamarme. Con gusto intentaré conseguirle otra entrevista.
Ella le prometió que lo tendría en cuenta, aunque pensaba que debería recurrir a otros métodos para acercarse a Camila. Marcos, con los brazos cruzados sobre el pecho, la escrutó con gesto reflexivo.
—Algo estás pergeñando… —afirmó.
La joven sonrió ante la perspicacia del hombre. Se encogió de hombros y contestó: —Nada todavía, clarividente. Aunque es obvio que los procedimientos legales no ayudarán a resolver este conflicto.
Él dejó caer los brazos al costado y se acercó a la chica: —No sé por qué, intuyo que algo está bullendo en tu cabecita —dijo con una sonrisa—. Solo te pido que no me mantengas al margen de cualquier decisión. ¿Vale?
—Parece que desde que llegué no te podés librar de mí —chanceó Leo sin comprometerse en la respuesta.
Marcos midió su réplica y estimó que no convenía insistir con el reclamo. Tendría que confiar en la colaboración de Irma, de Mario y, en su momento, de Toni. Consultó la hora y alegó: —Tengo que irme, Leo. Seguro que Irma te estará esperando para almorzar. Nos vemos a la noche.
—Gracias por tu tiempo, Marcos. Y no te preocupes si tenés otros compromisos —agregó con actitud de aparente modestia.
Él le envolvió en una mirada provocativa y se fue riendo.
¿Qué pretendías con esa insinuación? ¿Que te dijera que no tiene más compromiso que con vos? ¡Sos una desfachatada! Pero qué mirada… ¡Ay, Cami! ¡Cuántas cosas que quisiera compartir con vos!
—¿Leo? —la voz de Irma dispersó su soliloquio.
La mujer la esperaba con la puerta abierta. La chica se acercó para saludarla con un beso y entraron a la casa. A la par que preparaban la comida, la puso al tanto de la visita y del aumento de la antipatía por el primo de Camila. Almorzaron a las doce y media y Leo aceptó la oferta de Irma para tomar una siesta considerando el sueño discontinuo de la noche. Su anfitriona le alcanzó el teléfono cuando estaba a punto de desvestirse.
—Para vos —anunció—. Es Mario, de la estación de servicio.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

VIAJE INESPERADO - X



Leo, a pesar del cansancio, durmió a ratos. Las imágenes de Camila, Marcos y Toni se superponían en su desvelo. Cami catatónica, el beso de Marcos, el abrazo de su hermano. No veía la hora de que llegara la mañana y con ella la presencia del mediador. Intuía que su amiga al verla se anclaría a la realidad. Se incorporó a las siete, se bañó y se vistió en silencio. Caminó con sigilo hasta la cocina adonde, para su sorpresa, ya estaban desayunando Irma y Marcos.
—¡Buen día! —saludó la mujer—. Me imaginé que te levantarías temprano.
—¡Buen día! —les sonrió a los dos.
El hombre le ofreció un pocillo de café con leche y una mirada que atrasó el tiempo hasta el abrazo de la tarde pasada. El recuerdo del beso se hizo tangible en su cara ruborosa para deleite de Marcos. Leo se abstrajo en su desayuno para ocultar la confusión. El timbre del teléfono hendió el espacio ocupado por el silencio. Irma atendió y se lo acercó a Leonora: —Preguntan por vos —le dijo.
Ella habló por varios minutos con el invisible interlocutor y le pasó el aparato a Marcos para que indicara al abogado el camino para llegar a la clínica.
—Era el doctor Sánchez —le aclaró a Irma mientras Silva le daba las instrucciones—. Nos va a esperar en la puerta del sanatorio.
El hombre colgó, le devolvió el teléfono a la mujer y se dirigió a Leo: —¿Lista?
Ella asintió y lo siguió hasta la salida. Se despidieron de Irma y subieron al auto.
—¡Suerte, querida! —deseó su anfitriona.
La joven le prodigó una sonrisa esperanzada mientras el coche se ponía en marcha. Se acordó de Toni y preguntó: —¿Mi hermano está en tu casa?
—No. Volvía a Rosario cuando yo salí a buscarte.
—Gracias por tu consideración —dijo la chica—. Me hubiera preocupado que este tarambana tuviera algún accidente nocturno.
—No después de haber hecho las paces —sonrió Marcos—. Debía preservarlo para tu tranquilidad.
Leo suspiró y se aflojó contra el asiento. ¿Por qué acepto con tanta naturalidad los cuidados de este hombre al que cinco días atrás no conocía? ¿Porque me gusta o porque preciso sentirme amparada? No puedo negar que me atrae, pero no quiero confundir necesidad con seducción. Cuando recupere a mi amiga podré descifrar esta incógnita.
A medio camino, le confesó a su acompañante: —Si Sánchez no logra convencer a Matías, tengo que pensar en otra estrategia para estar a solas con Camila.
—Tranquila, muchachita. En su momento lo resolveremos —la voz calmosa de Marcos intentó bajarle la ansiedad.
No hablaron hasta que el conductor estacionó: —Leonora —manifestó presionando su antebrazo con suavidad—, quiero que sepas que soy tu aliado incondicional. Pase lo que pase con el abogado, encontraremos la forma de acercarnos a Camila —la mirada con la que certificó sus palabras fue tan contundente como su declaración.
Ella lo contempló casi amantemente, persuadida de su apoyo en cualquier contingencia. El hombre interpretó el mensaje de las pupilas femeninas y se sintió inspirado para luchar contra cualquier maleficio que pudiera perseguirla. Leo se sustrajo a la inmovilidad de sus ojos encadenados y examinó la entrada a la clínica buscando al mediador. “Debe ser ese tipo trajeado”, pensó.
—Ahí está el abogado —le transmitió a Marcos.
Él bajó del auto mientras ella hacía lo propio. Juntos, se dirigieron al encuentro del hombre.
—¿Doctor Sánchez? —preguntó Leonora no bien se acercaron.
—Doctora Castro… —asintió con un gesto y le tendió la mano—. Supieron describirla bien en su estudio.
Ella sonrió ante la galantería propia de un negociador. Presentó a su acompañante: —Marcos Silva, el doctor Sánchez —los incluyó en el ademán.
Los hombres se estrecharon las manos y el abogado propuso: —¿Algún lugar adonde puedan ponerme al tanto de la situación?
—A la vuelta hay un bar —afirmó Marcos—. Podremos hablar en privado.
El local, poco concurrido, les garantizaba discreción. Después de ubicarse en una mesa, Leonora resumió para el letrado los acontecimientos a partir del llamado telefónico de Teresa. Concluyó con una exhortación: —¡Doctor!, sé de su pericia en estos litigios y confío en que su intervención me ayude a conectarme con Camila —. Bajó la cabeza y balbuceó estremecida—:  Es mi mayor esperanza…
Marcos cubrió con su diestra la mano temblorosa de la joven que descansaba sobre la mesa. Sánchez, haciéndose cargo del ruego de su colega, la miró con llaneza y trató de tranquilizarla: —Leonora, prometo poner de mi parte todo lo que sea posible para lograr ese acercamiento. No obstante, usted sabe que no siendo familiar de la paciente su pedido puede ser rechazado por los parientes directos. En vista de su compromiso emocional, considero prudente comparecer sin su presencia. La asistencia de un abogado suele provocar reacciones con las que discreparía —argumentó.
Ella esbozó un mohín de desencanto, aún entendiendo las razones del mediador. Consintió con un gesto que puso en funcionamiento al abogado quien se levantó, sacó el celular y pidió un número para comunicarse. Marcos satisfizo su pedido y guardó la tarjeta que le estiró. Después de que el profesional se dirigió a la clínica, le dijo a la muchacha: —Vayamos a caminar. El ejercicio aliviará la espera.
Se arrimaron hasta la plaza y recorrieron los caminos internos flanqueados por canteros floridos. El hombre creyó oportuno compartir con Leo la propuesta que le había hecho a su hermano.
—Anoche tuvimos una larga charla con Toni y te concierne saber que le hice una oferta de trabajo.
La chica interrumpió la marcha frenando el desplazamiento de Marcos. Alzó la cabeza para enfocarse en los ojos de él y atinó a decir: —Mi hermano no está preparado para ninguna actividad…
—¿No le vas a otorgar el beneficio de la duda?
—Ha sido poco constante en los negocios que ha encarado y no quisiera que te defraude —aclaró con seriedad.
Él la tomó del brazo: —Sabés que me motivás para afrontar cualquier desafío. Tengo la certeza de que tu hermano se puede convertir en un colaborador eficiente y estoy dispuesto a entrenarlo para que así sea —garantizó con elocuencia.
Leonora no rehuyó el significado de la declaración de Marcos. Afrontó su mirada y ratificó: —Por esa razón no deseo que se convierta en un lastre. Aunque es mi hermano y lo quiero, sería muy egoísta de mi parte imponerte su presencia.
—¿Nos darás una oportunidad? —él refrendó el pedido con una sonrisa que acentuaba su atractivo.
—Solo si me prometés que no me vas a ocultar los resultados —condicionó ella.
—¡Palabra! —aceptó Marcos con entusiasmo.
La mano del hombre aún rodeaba el antebrazo de la joven, y el contacto se les hizo tan tangible que eclipsó por un momento el evento que los había acercado. Se escrutaron intentando descifrar las emociones ocultas en el fondo de sus pupilas hasta que el sonido del celular de Marcos los descentró. Atendió con un leve gesto de contrariedad bajo la expectante mirada de Leo.
—Sánchez pide que nos reunamos con él en el bar —le dijo al cerrar la comunicación.
—Entonces… no funcionó la mediación —especuló ella con desánimo.
—No me comunicó el resultado —disintió Marcos—. Y como te aseguré, no está dicha la última palabra.