Leonora apretó el
paso ansiosa por conocer el resultado de la entrevista. En su fuero interno no
guardaba muchas expectativas, de manera que múltiples especulaciones rondaban
su mente. Se negó. Estoy segura de que se
negó. Algo oculta y por eso no quiere que me acerque a Camila. ¡No puedo
aceptar que se haya quebrado mentalmente de un momento para otro! Aunque tenga
que forzar la entrada a su habitación, la voy a ver…
—Leo… —el llamado
y el brazo de Marcos detuvieron las elucubraciones y aminoraron su marcha—
Calma. Vamos a escuchar primero lo que tenga que decir el abogado. ¿De acuerdo?
—dijo como si hubiera leído su pensamiento.
Ella asintió
mudamente. Entraron al local adonde los esperaba el mediador y se sentaron a la
mesa que ya habían ocupado. El letrado no se hizo rogar.
—Leonora
—declaró—, el doctor Ávila aceptó que pudiera hacer una única visita a su
amiga, con algunas condiciones: que no intente hablarle ni hacer contacto con
ella, y que sea ante la presencia de un enfermero que intervendrá si incumple
alguna de estas restricciones.
—¡Una sola
visita! —objetó la muchacha—. ¿Cómo se supone que será suficiente para un
reconocimiento?
—No desperdicies
esta ventaja —intervino Marcos, criterioso—. Según se desarrolle la entrevista
podremos organizar la estrategia futura.
—Marcos tiene
razón, Leonora —apoyó Sánchez—. Ávila es un hueso duro de roer por lo que esta
concesión ha de tomarla como un triunfo.
Ella no pudo
evitar una mirada dudosa que pareció desautorizar la opinión del mediador.
Silva terció para evitar un choque con el abogado: —¿Qué te parece si ya
aprovechás la autorización?
Leo reaccionó
ante el tono concluyente de Marcos. Consideró que debatir con el negociador
postergaría el encuentro con Camila y recuperó la sensación de urgencia por verla.
—Perdóneme,
Sánchez —dijo contrita—. Es que me ilusionaba con permanecer junto a ella para
acompañarla en este trance.
El nombrado hizo
un gesto de aceptación. Se levantó y propuso: —¿Concretamos el acuerdo?
Leonora consintió
y les pidió que la aguardaran mientras iba al baño. No encontró toallas
desechables para secarse las manos y abrió el bolso en busca de pañuelos de
papel. El frasco de perfume que siempre cargaba, le recordó la declaración de
Camila toda vez que lo usaba: “tu fragancia te delata. Te reconocería con los
ojos cerrados”. ¿Y sí…? No dudó.
Roció sus orejas, cuello y brazos con generosidad, guardó el pequeño envase en
el bolsillo del pantalón, y regresó junto a los hombres.
Luis custodiaba
como de costumbre el ingreso a la clínica y les franqueó la entrada con gesto
respetuoso. Sánchez le solicitó que los anunciara al doctor Ávila quien
apareció acompañado por un enfermero. Después del saludo de rigor, se dirigió
al mediador: —Espero que haya transmitido mis condiciones como acordamos —le
dijo como si estuvieran a solas.
—Téngalo por
seguro —respondió el abogado con tranquilidad—. ¿Formalizamos el trato?
Matías se apartó
para hablar en voz baja con el ayudante y le manifestó a su interlocutor:
—Cuando quiera. Cleto la escoltará.
Leonora, al
escuchar el nombre del joven asignado a su vigilancia, tuvo un destello de
reminiscencia que desapareció de inmediato. Los hombres que la acompañaban se
quedaron abajo en tanto ella viajaba con Cleto en el ascensor, en total
silencio, hacia el anhelado encuentro. Él abrió la reja y se hizo a un lado
para darle paso. Enfrentados a la habitación treinta y tres, insertó la llave y
empujó la puerta que daba acceso al recinto. La luz difusa acentuaba la palidez
de la joven inerte y provocó en Leo una angustiosa impresión de deterioro, como
si el tiempo transcurrido entre las visitas fuera de meses y no de días. Se
movió con cautela, esperando que el enfermero detuviera su aproximación a la
cama en cualquier momento. Llegó al borde del lecho y miró, desbordada de
cariño, el rostro inanimado de Camila. Se acercó lo más que pudo obedeciendo a
la loca intuición de que su perfume le permitiría asociar aroma con “amiga”.
Permaneció callada, aferrada a la esperanza del reconocimiento e intentando
prolongar su estadía ajustándose a la regla de no interferir.
Cami, Cami… soy yo, Leo. ¿No decías que me
identificarías con los ojos cerrados? ¿Qué te hicieron, amiga? Vivimos varios
años juntas como para poder aceptar este derrumbe de tu conciencia. Matías
miente. Si pudiera sacarte de aquí te recuperarías... Pero no me lo va a
permitir. No te voy a abandonar… Usaré cualquier recurso para liberarte. Te lo
juro…
El timbre la
sobresaltó. La fuente era el celular del vigilante quien, después de asentir
brevemente a la llamada, se volvió hacia ella.
—Debemos irnos
—le dijo.
No se resistió.
Se inclinó para besar con suavidad la mejilla de la muchacha y le susurró: —Te
quiero, amiga…
Caminó hacia la
salida y se paró frente al elevador. Advirtió que Cleto no le quitaba los ojos
de encima mientras bajaban en el ascensor. ¡No
tengo por qué ocultar mis sentimientos!, pensó entre triste y enojada.
Marcos observó su semblante acongojado al verla salir de la caja, y se acercó
con naturalidad para rodearle los hombros con un brazo y estrecharla contra su
costado.
—¿Estás bien?
—preguntó con acento preocupado.
—Yo sí… —murmuró.
Fijó la vista en Matías que los contemplaba con expresión neutra. El reclamo
brotó espontáneo—: ¡No sé por qué impedís que venga a visitar a Camila! Es tu
pariente, lo sé. Pero yo soy su amiga y hace años que vivimos juntas. ¿No te
parece razón suficiente para que me interese por ella? Si tu especialidad es la
salud mental, te aviso que estás desequilibrando la mía con tu hostilidad.
El médico insertó
su respuesta cuando ella se detuvo para tomar aire: —Lo que considerás
hostilidad es precaución para evitar una recaída. Las visitas regulares no
están indicadas para un paciente aislado con tratamiento antisicótico. Y de esto, Leonora —recalcó— creo saber más
que un abogado. Cuando se haya estabilizado podrás verla con regularidad
—reparó en el enfermero que no se había movido de su lado. Le echó una mirada
despectiva y le indicó: —acá no tenés más que hacer. Volvé a tus tareas.
El joven bajó la
mirada y balbuceó: —Sí, doctor. Enseguida.
El semblante de
la muchacha reflejó el disgusto ante el trato desconsiderado del médico con su
subordinado. Marcos la sintió tensionarse y decidió que era el momento oportuno
de abandonar la clínica.
—Vamos, Leo —dijo
con tono firme—. Tampoco nosotros tenemos más que hacer aquí —la guió hacia la
puerta sin desmontar el brazo de su hombro.
Ella lo siguió
sin objetar, flanqueada por el abogado que se puso en movimiento ante el
mandato de Silva. Pisaron la calle a las once de la mañana y Marcos condujo
hasta la casa de Irma donde Sánchez recuperó su vehículo para volver a Rosario.
—Leonora
—manifestó el mediador—, tengo una intervención esta tarde, pero si me necesita
no dude en llamarme. Con gusto intentaré conseguirle otra entrevista.
Ella le prometió
que lo tendría en cuenta, aunque pensaba que debería recurrir a otros métodos
para acercarse a Camila. Marcos, con los brazos cruzados sobre el pecho, la
escrutó con gesto reflexivo.
—Algo estás
pergeñando… —afirmó.
La joven sonrió
ante la perspicacia del hombre. Se encogió de hombros y contestó: —Nada
todavía, clarividente. Aunque es obvio que los procedimientos legales no
ayudarán a resolver este conflicto.
Él dejó caer los
brazos al costado y se acercó a la chica: —No sé por qué, intuyo que algo está
bullendo en tu cabecita —dijo con una sonrisa—. Solo te pido que no me
mantengas al margen de cualquier decisión. ¿Vale?
—Parece que desde
que llegué no te podés librar de mí —chanceó Leo sin comprometerse en la
respuesta.
Marcos midió su
réplica y estimó que no convenía insistir con el reclamo. Tendría que confiar
en la colaboración de Irma, de Mario y, en su momento, de Toni. Consultó la
hora y alegó: —Tengo que irme, Leo. Seguro que Irma te estará esperando para
almorzar. Nos vemos a la noche.
—Gracias por tu
tiempo, Marcos. Y no te preocupes si tenés otros compromisos —agregó con
actitud de aparente modestia.
Él le envolvió en
una mirada provocativa y se fue riendo.
¿Qué pretendías con esa insinuación? ¿Que te dijera
que no tiene más compromiso que con vos? ¡Sos una desfachatada! Pero qué
mirada… ¡Ay, Cami! ¡Cuántas cosas que quisiera compartir con vos!
—¿Leo? —la voz de
Irma dispersó su soliloquio.
La mujer la
esperaba con la puerta abierta. La chica se acercó para saludarla con un beso y
entraron a la casa. A la par que preparaban la comida, la puso al tanto de la
visita y del aumento de la antipatía por el primo de Camila. Almorzaron a las
doce y media y Leo aceptó la oferta de Irma para tomar una siesta considerando
el sueño discontinuo de la noche. Su anfitriona le alcanzó el teléfono cuando
estaba a punto de desvestirse.
—Para vos
—anunció—. Es Mario, de la estación de servicio.
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