lunes, 16 de septiembre de 2013

VIAJE INESPERADO - XI



Leonora apretó el paso ansiosa por conocer el resultado de la entrevista. En su fuero interno no guardaba muchas expectativas, de manera que múltiples especulaciones rondaban su mente. Se negó. Estoy segura de que se negó. Algo oculta y por eso no quiere que me acerque a Camila. ¡No puedo aceptar que se haya quebrado mentalmente de un momento para otro! Aunque tenga que forzar la entrada a su habitación, la voy a ver…
—Leo… —el llamado y el brazo de Marcos detuvieron las elucubraciones y aminoraron su marcha— Calma. Vamos a escuchar primero lo que tenga que decir el abogado. ¿De acuerdo? —dijo como si hubiera leído su pensamiento.
Ella asintió mudamente. Entraron al local adonde los esperaba el mediador y se sentaron a la mesa que ya habían ocupado. El letrado no se hizo rogar.
—Leonora —declaró—, el doctor Ávila aceptó que pudiera hacer una única visita a su amiga, con algunas condiciones: que no intente hablarle ni hacer contacto con ella, y que sea ante la presencia de un enfermero que intervendrá si incumple alguna de estas restricciones.
—¡Una sola visita! —objetó la muchacha—. ¿Cómo se supone que será suficiente para un reconocimiento?
—No desperdicies esta ventaja —intervino Marcos, criterioso—. Según se desarrolle la entrevista podremos organizar la estrategia futura.
—Marcos tiene razón, Leonora —apoyó Sánchez—. Ávila es un hueso duro de roer por lo que esta concesión ha de tomarla como un triunfo.
Ella no pudo evitar una mirada dudosa que pareció desautorizar la opinión del mediador. Silva terció para evitar un choque con el abogado: —¿Qué te parece si ya aprovechás la autorización?
Leo reaccionó ante el tono concluyente de Marcos. Consideró que debatir con el negociador postergaría el encuentro con Camila y recuperó la sensación de urgencia por verla.
—Perdóneme, Sánchez —dijo contrita—. Es que me ilusionaba con permanecer junto a ella para acompañarla en este trance.
El nombrado hizo un gesto de aceptación. Se levantó y propuso: —¿Concretamos el acuerdo?
Leonora consintió y les pidió que la aguardaran mientras iba al baño. No encontró toallas desechables para secarse las manos y abrió el bolso en busca de pañuelos de papel. El frasco de perfume que siempre cargaba, le recordó la declaración de Camila toda vez que lo usaba: “tu fragancia te delata. Te reconocería con los ojos cerrados”. ¿Y sí…? No dudó. Roció sus orejas, cuello y brazos con generosidad, guardó el pequeño envase en el bolsillo del pantalón, y regresó junto a los hombres.
Luis custodiaba como de costumbre el ingreso a la clínica y les franqueó la entrada con gesto respetuoso. Sánchez le solicitó que los anunciara al doctor Ávila quien apareció acompañado por un enfermero. Después del saludo de rigor, se dirigió al mediador: —Espero que haya transmitido mis condiciones como acordamos —le dijo como si estuvieran a solas.
—Téngalo por seguro —respondió el abogado con tranquilidad—. ¿Formalizamos el trato?
Matías se apartó para hablar en voz baja con el ayudante y le manifestó a su interlocutor: —Cuando quiera. Cleto la escoltará.
Leonora, al escuchar el nombre del joven asignado a su vigilancia, tuvo un destello de reminiscencia que desapareció de inmediato. Los hombres que la acompañaban se quedaron abajo en tanto ella viajaba con Cleto en el ascensor, en total silencio, hacia el anhelado encuentro. Él abrió la reja y se hizo a un lado para darle paso. Enfrentados a la habitación treinta y tres, insertó la llave y empujó la puerta que daba acceso al recinto. La luz difusa acentuaba la palidez de la joven inerte y provocó en Leo una angustiosa impresión de deterioro, como si el tiempo transcurrido entre las visitas fuera de meses y no de días. Se movió con cautela, esperando que el enfermero detuviera su aproximación a la cama en cualquier momento. Llegó al borde del lecho y miró, desbordada de cariño, el rostro inanimado de Camila. Se acercó lo más que pudo obedeciendo a la loca intuición de que su perfume le permitiría asociar aroma con “amiga”. Permaneció callada, aferrada a la esperanza del reconocimiento e intentando prolongar su estadía ajustándose a la regla de no interferir.
Cami, Cami… soy yo, Leo. ¿No decías que me identificarías con los ojos cerrados? ¿Qué te hicieron, amiga? Vivimos varios años juntas como para poder aceptar este derrumbe de tu conciencia. Matías miente. Si pudiera sacarte de aquí te recuperarías... Pero no me lo va a permitir. No te voy a abandonar… Usaré cualquier recurso para liberarte. Te lo juro…
El timbre la sobresaltó. La fuente era el celular del vigilante quien, después de asentir brevemente a la llamada, se volvió hacia ella.
—Debemos irnos —le dijo.
No se resistió. Se inclinó para besar con suavidad la mejilla de la muchacha y le susurró: —Te quiero, amiga…
Caminó hacia la salida y se paró frente al elevador. Advirtió que Cleto no le quitaba los ojos de encima mientras bajaban en el ascensor. ¡No tengo por qué ocultar mis sentimientos!, pensó entre triste y enojada. Marcos observó su semblante acongojado al verla salir de la caja, y se acercó con naturalidad para rodearle los hombros con un brazo y estrecharla contra su costado.
—¿Estás bien? —preguntó con acento preocupado.
—Yo sí… —murmuró. Fijó la vista en Matías que los contemplaba con expresión neutra. El reclamo brotó espontáneo—: ¡No sé por qué impedís que venga a visitar a Camila! Es tu pariente, lo sé. Pero yo soy su amiga y hace años que vivimos juntas. ¿No te parece razón suficiente para que me interese por ella? Si tu especialidad es la salud mental, te aviso que estás desequilibrando la mía con tu hostilidad.
El médico insertó su respuesta cuando ella se detuvo para tomar aire: —Lo que considerás hostilidad es precaución para evitar una recaída. Las visitas regulares no están indicadas para un paciente aislado con tratamiento antisicótico. Y de esto, Leonora —recalcó— creo saber más que un abogado. Cuando se haya estabilizado podrás verla con regularidad —reparó en el enfermero que no se había movido de su lado. Le echó una mirada despectiva y le indicó: —acá no tenés más que hacer. Volvé a tus tareas.
El joven bajó la mirada y balbuceó: —Sí, doctor. Enseguida.
El semblante de la muchacha reflejó el disgusto ante el trato desconsiderado del médico con su subordinado. Marcos la sintió tensionarse y decidió que era el momento oportuno de abandonar la clínica.
—Vamos, Leo —dijo con tono firme—. Tampoco nosotros tenemos más que hacer aquí —la guió hacia la puerta sin desmontar el brazo de su hombro.
Ella lo siguió sin objetar, flanqueada por el abogado que se puso en movimiento ante el mandato de Silva. Pisaron la calle a las once de la mañana y Marcos condujo hasta la casa de Irma donde Sánchez recuperó su vehículo para volver a Rosario.
—Leonora —manifestó el mediador—, tengo una intervención esta tarde, pero si me necesita no dude en llamarme. Con gusto intentaré conseguirle otra entrevista.
Ella le prometió que lo tendría en cuenta, aunque pensaba que debería recurrir a otros métodos para acercarse a Camila. Marcos, con los brazos cruzados sobre el pecho, la escrutó con gesto reflexivo.
—Algo estás pergeñando… —afirmó.
La joven sonrió ante la perspicacia del hombre. Se encogió de hombros y contestó: —Nada todavía, clarividente. Aunque es obvio que los procedimientos legales no ayudarán a resolver este conflicto.
Él dejó caer los brazos al costado y se acercó a la chica: —No sé por qué, intuyo que algo está bullendo en tu cabecita —dijo con una sonrisa—. Solo te pido que no me mantengas al margen de cualquier decisión. ¿Vale?
—Parece que desde que llegué no te podés librar de mí —chanceó Leo sin comprometerse en la respuesta.
Marcos midió su réplica y estimó que no convenía insistir con el reclamo. Tendría que confiar en la colaboración de Irma, de Mario y, en su momento, de Toni. Consultó la hora y alegó: —Tengo que irme, Leo. Seguro que Irma te estará esperando para almorzar. Nos vemos a la noche.
—Gracias por tu tiempo, Marcos. Y no te preocupes si tenés otros compromisos —agregó con actitud de aparente modestia.
Él le envolvió en una mirada provocativa y se fue riendo.
¿Qué pretendías con esa insinuación? ¿Que te dijera que no tiene más compromiso que con vos? ¡Sos una desfachatada! Pero qué mirada… ¡Ay, Cami! ¡Cuántas cosas que quisiera compartir con vos!
—¿Leo? —la voz de Irma dispersó su soliloquio.
La mujer la esperaba con la puerta abierta. La chica se acercó para saludarla con un beso y entraron a la casa. A la par que preparaban la comida, la puso al tanto de la visita y del aumento de la antipatía por el primo de Camila. Almorzaron a las doce y media y Leo aceptó la oferta de Irma para tomar una siesta considerando el sueño discontinuo de la noche. Su anfitriona le alcanzó el teléfono cuando estaba a punto de desvestirse.
—Para vos —anunció—. Es Mario, de la estación de servicio.

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