domingo, 27 de julio de 2008

POR SIEMPRE - XX

La tarde caía hundiéndose como un globo de fuego en el horizonte. Una brisa fresca mecía las hojas y levantaba con impertinencia la falda de las mujeres que bailaban una soñadora melodía en brazos de sus parejas. Todos estaban alegres después de la copiosa comida y bebida prolongando un encuentro que llevaba más de siete horas. Celina se movía cadenciosamente abrigada por René, y en ese refugio contenedor revivió las alternativas del día. Había llegado hasta los presentes tomada de la mano del estanciero quien la introdujo ante cada invitado mencionando el parentesco con los niños. El momento tan temido fue una hermosa experiencia respaldada por la presencia de René y la calidez de la gente. Cuando María la vio la abrazó como la primera vez y le presentó a su marido que exhibía una pierna enyesada como recuerdo del accidente. El hombre también la abrazó y usó palabras que la conmovieron para agradecerle el regalo de la vida. Se apartó del chofer con los ojos brillantes y René la atrajo hacia sí para confortarla ante la vista de los complacidos asistentes que legitimaban su relación con toda naturalidad. Cuando se sobrepuso, su escolta siguió con la ceremonia. El comisario le dedicó un discurso castrense y el intendente uno político que ella agradeció con una sonrisa. Cuando fue conocida por todos, René la condujo hacia la mesa adonde estaban ubicados los ocupantes de la casa. Julián y familia la detuvieron al pasar para saludarla y reiterarle su gratitud. Se situó al lado de René con la cara arrebolada por el sol y las emociones. Sofía estaba sentada entre Sergio y Andrés; don Arturo entre Camila y Walter, y Diana enfrentada a ellos. La conversación fue generalizada durante la comida. René y Celina, leve y sostenidamente, se deslizaron hacia una privacidad que culminó en una charla intimista que los demás aceptaron con sencillez.

Hasta Diana tuvo que admitirse deslumbrada por el fenómeno de génesis que trascendía a la propia pareja, embarcada en la construcción de un mundo que durante un tiempo sólo ellos habitarían. Don Arturo estaba más afable, como si la felicidad de su nieto desvaneciera viejos rencores, y Walter bromeaba con Sofía acerca de la sordera y ceguera de los enamorados que, fieles a leyes no escritas, ni siquiera atendían al vozarrón del médico. La madre miró preocupada hacia Sergio que estaba extrañamente lacónico. Se preciaba de conocer a su hijo y sentía que algo lo inquietaba. Atendió a sus gestos con perseverancia y entró en pánico cuando comprendió los sentimientos reprimidos del muchacho cada vez que observaba a su padre y a Celina. Bajo esa apariencia retraída se escondía un volcán presto a estallar y destruir el universo que la presencia de la muchacha había desequilibrado. Por un instante de locura deseó que nunca se hubiera cruzado en sus caminos a riesgo de ofrendar a su nieto para conservar esa perfecta armonía. Desechaba con horror este pensamiento cuando sus ojos se cruzaron con los de su hijo. Había tanto desvalimiento en su mirada que hubiera querido acunarlo en sus brazos como no pudo hacerlo de niño. Él sonrió animosamente y le hizo un gesto tranquilizador que le removió las encubiertas sensaciones de culpa y privación. “Si no me hubiera ido, ¿podría haber cambiado su destino?” se cuestionó, y se sintió incapaz de responder a esta pregunta.

Un grupo de niños reclamando a las amigas después del postre, quebró su abstracción. Las jóvenes se levantaron dispuestas a participar del juego que habían iniciado en el arroyo. Se situaron con los tachos ante cada grupito que las bombardeaba inclementes. Después de un tiempo, viendo que no disminuía el entusiasmo de los chicos, René las fue a rescatar. Se puso detrás de Celina y atajó una piedrita que echó en el recipiente ante los gritos risueños de los adversarios. Hizo lo mismo con Sofía para equilibrar la contienda y se fue remolcando a las jóvenes bajo una lluvia de proyectiles. Llegaron a la mesa a las corridas y se sentaron a mitigar la sed. Los concurrentes se habían mezclado después del almuerzo y Javier estaba sentado al lado de Sergio. Mostró interés por Sofía y la secundó para que se instalara. Al rato estaban charlando animadamente con Camila y don Arturo mientras Diana y Walter trataban de penetrar el cerco de silencio adonde Sergio se había refugiado. El joven alegó dolor de cabeza debido a las copiosas libaciones, lo que no estaba lejos de la verdad. Celina y René caminaban entre los invitados alternando cordialmente con los hombres y mujeres tan reconocidos por el arrojo de la muchacha. Su pareja la fue guiando hasta una mesa dispuesta debajo de un árbol florido, atiborrada en un extremo de objetos artesanales. Los presentes se reunieron alrededor y María fue portavoz de los agradecidos pobladores que le confiaban a Celina su más querido objeto personal a modo de retribución. Ella sintió, sin que nadie se lo dijera, que no debía negarse. Uno a uno fueron retirando los regalos y se los entregaron citando su origen. Las lágrimas volvieron a acometerla ante la mención de padres, amigos, parejas, hijos y mascotas desaparecidos. Cuando los aceptaba, volvían a ponerlo en el extremo vacío de la mesa. Se sostuvo hasta que el último obsequio le fue otorgado, momento en el que se derrumbó recorrida por los sollozos. René la cobijó amorosamente mitigando su desconsuelo con caricias y palabras tiernas. Cuando sacó un pañuelo para que se soplara la nariz, hizo un gesto a Javier que ordenó el comienzo de la música. El ambiente perdió la cualidad solemne que había tenido durante la ceremonia e inmediatamente hombres, mujeres y niños se volcaron al baile con alegría. Celina, debilitada por el llanto, se dejó llevar por René. Cuando se recobró comenzó a disfrutar de la cercanía del hombre que tantos motivos le había dado para amarlo. A su alrededor todo el mundo se divertía y cambiaban de pareja continuamente, sin osar siquiera reclamar a Celina del dominio de René. Cuando Sergio se acercó para arrebatarla de los brazos de su padre reprochándole que monopolizara a la agasajada, René la cedió con desgano porque lo único que dominaba su pensamiento era atesorarla para él. Sergio la guiaba con muda destreza hasta que el silencio se condensó en una sensación de pesadumbre que la movió a interrumpirlo:

-Presiento que algo anda mal. ¿Tiene que ver con tu padre?

El muchacho no le respondió; pero su mirada, herida y salvaje a la vez, le dirigió un mensaje que ella no pudo desoír. Observó el rostro varonil admirando la mezcla racial que lo hacía tan atractivo, y pensó sin malicia que si no estuviera enamorada de René lo estaría de su hijo.

-Sé que no nos conocemos, pero quiero que sepas que no deseo causar ningún problema en tu familia. No puedo prometerte renunciar a tu padre, pero sí a no interferir con sus bienes, si eso te preocupa.

Las facciones de Sergio reflejaron incredulidad. Con voz enronquecida, le dijo:

-¿Cómo podés pensar que eso me preocupa?

-Puedo pensar cualquier cosa mientras vos no me expliqués –repuso ella con calma.

-¿No te das cuenta que desde que te vi mi existencia dejó de tener sentido? –susurró con fiereza.

-De lo que me doy cuenta es que estás un poco ebrio.

-Lo estoy. Pero esto no invalida lo que siento ni lo que digo.

-Hay veces en que no debiéramos decir lo que sentimos –musitó Celina.

Sergio la miró apenado porque sabía la tristeza que le causaba en el momento más trascendente de su vida. Desde ayer se cuestionaba su cordura, su amor filial, su matrimonio. Sabía que no estaba dispuesto a infligir ninguna herida a su padre ni a su esposa, que debería convivir con el disimulo para sostener la fragilidad de su estructura familiar. ¿Cómo puede un individuo lúcido trastocar los valores de toda su historia por desear a una mujer?, se preguntó. A una mujer que pudo haberse quedado en el ómnibus en lugar de exponerse a la muerte para auxiliar a un puñado de niños; que tuvo la sensibilidad de enamorarse del mejor hombre del mundo; que eliminó los restos del blindaje que se procuró en los primeros años de la infancia; que a pesar de su cruel reproche le respondió con piedad…

-Celina –le dijo, más tranquilo- preguntar la razón de mis sentimientos sería como cuestionar al sol todas las mañanas. Te quiero locamente. Si mi rival no fuera mi padre no descansaría hasta conseguirte. Pero necesito mirarte a los ojos y saber que no confundís el dolor de mi herida con hostilidad. Por favor… -le suplicó.

-Yo no quise dañarte… –dijo ella conteniendo un sollozo.

Sergio se estremeció luchando contra el deseo de cobijarla entre sus brazos y secarle las lágrimas a besos. Le pidió con voz contenida:

-No llorés porque me mata, querida, y me voy a delatar. Tu vida está al lado del hombre que elegiste. Yo seguiré con la mía acompañado por las personas que amo y no quiero lastimar.

Celina se desasió.

-Voy a lavarme la cara –dijo repentinamente.

Mientras se dirigía a la casa no podía reaccionar ante la confesión de Sergio. A ella sólo la perturbaba el peso de este secreto que no podía compartir con René. Pasó raudamente hacia la escalera que conducía a su habitación y se apaciguó cuando cerró la puerta tras sí. Entró al cuarto de baño y refrescó sus ardientes mejillas. Era un día extraño donde había derramado más lágrimas que en toda su vida. Cuando se recobró, salió en busca del hombre a quien las circunstancias parecían alejar.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

excelente capitulo

cada dia se vuelve mas interesante ya quiero el otro capitulo

saludos
y que tengas buen inicio de semana

atte: blanca covarrubias

Anónimo dijo...

SIN MAS PREAMBULOS, ESTA EXCELENTE!