domingo, 22 de junio de 2008

POR SIEMPRE - XVII

Sergio abandonó el dormitorio de su padre dejándolo en compañía de Celina. Estaba absolutamente trastornado por la furia de sus emociones y por la inexorable prohibición de sus deseos. ¿Cómo enfrentarse a Camila rompiendo el pacto de lealtad que ambos profesaban de mutuo acuerdo? ¿Cómo explicarle que una muchacha a la que recién había conocido borrara de un plumazo doce años de estabilidad? Desde que la vio sintió que la mujer le estaba reservada y que la vida sin ella carecía de significado. Ni la imagen de su hijo catalizaba la urgencia de sus sentimientos. ¿Habría amado alguna vez a su esposa o nunca imaginó que el amor conmovía hasta la médula? Esta reacción de su carácter coincidía más con el ímpetu de su madre que con el aplomo paterno con el que siempre se había identificado. Salió al exterior por la puerta de servicio esperando que el furor de la tormenta neutralizara su tempestad interior. Ronco se acercó moviendo la cola y recibió unas palmadas de agradecimiento por su magnífica participación. Se sentó al reparo de la lluvia y el perro se tendió a su lado. Dos tristes solitarios impedidos de disfrutar de la presencia de las personas amadas. Revivió las dos horas posteriores a su regreso. Su padre estaba cambiado. Una expresión vivaz iluminaba su semblante y un desusado brío juvenil animaba su habitual compostura. Abrazó a los inefables integrantes de su familia y volvió a escuchar la cháchara de Andrés acerca de su aventura y de la ya endiosada salvadora. Antes de llegar a la vivienda le cedió el volante y bajó a cerciorarse de la seguridad de los corrales. Él guió el auto nervioso como un adolescente en su primera cita. Quería y a la vez temía enfrentarse con la joven que había convertido su vida en una paradoja. Llegaron a la entrada mientras Rayén, firme en la puerta, luchaba porque el viento no se la llevara. La estrechó con cariño al igual que Camila y dejaron el equipaje y los abrigos a la entrada, esperando subirlos cuando hubieran satisfecho las preguntas de todos. No escapó a su observación la inquietud de su madre ni la actitud de distanciamiento de su abuelo, quien nunca le había perdonado el abandono de su inaugurada familia. Rayén, que se había ausentado para prepararles una colación, volvió en compañía de una hermosa joven rubia que la ayudaba a cargar las bandejas. Él la miró con fijeza cuando se la presentaron y creyó atisbar un destello de reproche en los límpidos ojos celestes. Era Sofía, la amiga de la heroína quien, según explicó, había salido detrás de Ronco que parecía reclamarla. En principio, la aclaración no le llamó la atención porque se estaba interrogando por la expresión de la muchacha y manejando su ansiedad por la ausencia de Celina, pero un comentario hecho por Rayén en una de sus apariciones le hizo mirar el reloj y descubrió que su padre llevaba casi media hora ausente. Los corrales no estaban lejos de la finca y verificar su normalidad era cosa de pocos minutos. Unió esta reflexión a la agitación del perro, y presintió que algo había pasado. Sin vacilar, salió de la casa sin detenerse a contestar preguntas y corrió en medio del furioso vendaval hacia las construcciones. Una ojeada en cada lugar sin encontrar a su progenitor corroboró su presunción. El lejano ladrido de Ronco lo direccionó hacia la senda que conducía al arroyo precipitando su carrera y la evocación de calamidad. Vio una figura que se lanzaba hacia él pidiendo socorro y la detuvo entre sus brazos cuando resbaló en el barro. La muchacha balbuceó con voz entrecortada por el esfuerzo: “¡René está atrapado bajo un árbol… No sé si está herido… Yo no pude levantarlo… Necesita ayuda…” La percepción del tibio cuerpo estremecido por la aflicción, lo conmocionó hasta hacerle perder el sentido de la realidad. Un gemido de angustia reverberó contra su pecho y lo hizo reaccionar. La sacudió un poco para calmarla y le dijo que fuera a la casa para pedir refuerzo. Ella se compuso rápidamente y salieron disparados hacia puntos opuestos. Antes de llegar al lugar del accidente se acercó Ronco para guiarlo al lado de su padre que se encontraba soportando la presión de una maciza rama. Recordó sus palabras, casi de regaño, cuando se arrodilló a su lado: “¡Viejo tonto! ¿Desde cuándo pensás que te podés arreglar sin mi…?” Una carcajada de alivio le respondió y lo tranquilizó. Si estaba consciente podía verificar rápidamente los daños del aplastamiento. Pese a su situación, respondió a su interrogatorio bromeando acerca de cómo se las arreglaba para diagnosticar a sus pacientes, lo que le valió una grosería de su parte. Aparentemente no había fracturas y el problema se reducía a remover la rama que lo sujetaba. La ayuda llegó rápido porque Celina encontró a Walter, que había seguido a Sergio, y con la colaboración del hombretón levantaron el peso mientras la joven arrastraba al accidentado fuera del radio de peligro. A pesar de la concentración para sostener la rama, recordó que tuvo tiempo de asombrarse por la fortaleza de la frágil muchacha. Cuando su padre estuvo liberado, le hizo un exhaustivo reconocimiento a pesar de su protesta de que él no era un caballo. Con la ayuda de Walter lo ayudaron a incorporarse y le pidió que hiciera una serie de movimientos para confirmar la ausencia de lesiones. Ni bien terminaron los exámenes, su progenitor se acercó a la joven agradeciéndole su ayuda y expresando preocupación por su estado. No escuchó la respuesta de ella pero él se veía recobrado y al mando de la situación. Sosegó a Ronco que mostraba su alegría dando vueltas a su alrededor y manifestó al grupo que era hora de volver a la casa. Tomó la delantera cuidando a la muchacha mientras él y Walter los seguían chapaleando por el barro y sintiéndose poco dignos de reconocimiento. En el camino se enteró por el marido de su madre de lo que sospechaba y temía: que su padre la amaba. ¿Cómo podría no amarla habiendo compartido con ella varios días, cuando él se dejó seducir por la imagen que le sonreía desde la pantalla de su computadora portátil? Andrés había captado en una foto esa bella expresión de contenida alegría que le entreabría los labios y llenaba sus pupilas de interrogantes. Se la envió por correo electrónico ávido de compartir con sus padres la experiencia que había vivido y la fascinación que le despertaba la joven. Sólo que Sergio guardó celosamente ese retrato para sí y aprisionó cada detalle del rostro femenino en su controlado territorio de los deseos inexplorados. Los últimos días del viaje los vivió ensimismado entre la culpa y la urgencia por volver. Culpa porque sabía la herida que iba a infligir a su mujer; urgencia porque un oscuro presagio interfería con la rotunda certeza de sus sentimientos.

A medio regreso los alcanzaron Andrés y don Arturo bajo una lluvia que uniformó al bizarro grupo y provocó las expresiones de alarma de las mujeres que aguardaban. Inmediatamente subieron a las habitaciones para quitarse las prendas mojadas y darse un baño caliente. Cuando él entró a la habitación de su padre, Celina estaba sentada sobre un almohadón en posición de loto, entregadas manos y pupilas a ese desconocido que había reemplazado a René Valdivia, su progenitor. Carraspeó para sacarlos de su abstracción y ella se volvió liberando sus manos mientras un sonriente padre le hacía señas para que se acercara. Le presentó a Celina mientras la miraba con ternura, y él mantuvo un gesto circunspecto al saludarla y agradecerle el acto de asistencia en favor de los niños. Una amplia sonrisa de correspondencia realzó el sensitivo rostro de la joven que lo miró llanamente y confesó el alivio que había sentido cuando lo divisó en medio de la tormenta. Este recuerdo avivó la sensación física de contacto infiltrando fuego en su torrente sanguíneo mientras ella, sin sospechar de la pasión que había despertado, charlaba animadamente con los dos. Le preguntó a su padre por qué se había alejado de los corrales. “Escuché ruidos en la senda del arroyo” fue su respuesta y, de no mediar su atracción incontenible, se hubiera divertido con las consideraciones de la muchacha acerca de los lugareños que no saben distinguir el lamento de un árbol que se cae. No dejó que gesto o mirada reflejase el sufrimiento anímico que lo embargaba a medida que la voz, la risa, los gestos y las reflexiones de Celina ratificaban la autenticidad de sus emociones. Como un perverso masoquista se expuso al encanto de la joven con la congoja de saber que nunca podría arrebatársela a su padre, y renegó de su destino después de haber vislumbrado una posibilidad irrealizable. Cumplida la visita se había retirado para terminar en compañía de Ronco. Su vida, desde el momento en que la recibió entre sus brazos, oscilaba entre el equilibrio y el caos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

HICISTE QUE LA NOVELA DIERA UN GIRO DE 360°, GRACIAS POR SER TAN EXCELENTE ESCRITORA Y COMPARTIR CON NOSTROS TUS NOVELAS QUE ESTAN PADRISIMAS.

Anónimo dijo...

WOOW EXCELENTE NOVELA
YA PUBLICA OTRO CAPITULO
PLIS

SALUDOS
ATTE: BLANCA COVARRUBIAS