El domingo a la
mañana Julio le comunicó a Lena que debería quedarse unos días más en Buenos
Aires para reemplazar al gerente zonal. Ella le refirió el pedido de Ivi y él
se comprometió a gestionarle una tarjeta. Su hija bajó a desayunar temprano y
escuchó con calma el anuncio del retraso paterno. Su mente estaba puesta en la
materia que rendiría al día siguiente. Estudió toda la mañana, almorzó
frugalmente y se confinó en su dormitorio hasta la hora de la cena.
—¿Estás preparada
para mañana? —se interesó Diego mientras comían.
—Sí. Espero
liberarme de la facultad hasta agosto.
—¿Le preguntás a
la olfachona si estudió? Es como preguntar si después del lunes viene el martes
—rió Jotacé—. Mañana la nena aparece con un diez.
—Gracias por tu
confianza —dijo su hermana—. Pero no esperes más de un nueve.
Lena escuchaba
con satisfacción el intercambio afectuoso de sus hijos que la apartaba de los
interrogantes que se venía planteando desde la comunicación matutina. Esa
noche, para dormir, recurrió a un ansiolítico que la dejó aturdida hasta las
nueve de la mañana. Desayunó con Jordi reprochándose no haber despedido a Ivana
antes de que se fuera a rendir.
—No te amargués,
mami, que a Ivi le irá bien —dijo el chico.
—No lo dudo, pero
hoy era un día tan especial para ella…
Su angustia se
alivió a las once cuando apareció Ivana resplandeciente.
—¡Un diez como
pronosticó Jotacé! —gritó abrazando a su madre y a su hermano y girando con
ellos.
—¡Yo sabía! —dijo
su hermano satisfecho cuando entre risas se sentaron en los sillones de la
sala.
—Mamá, hoy no
cocinás. Les propongo una caminata por el parque Urquiza y después terminamos
en el boliche de Silvia.
—Nena… ¿Y si los
vuelven a asaltar?
—Ahora tienen
vigilancia y alarma. Además hace más de una semana que nos invitó a pasar. Y
vamos de día.
—¡Vamos, mami!
—pidió Jordi—. No va a pasar nada malo.
Lena se dejó
convencer por sus hijos y media hora después iniciaban el paseo. Al mediodía
desembocaron en la confitería del parque. Silvia reconoció a las mujeres apenas
entraron y se adelantó a recibirlas.
—¡Ivana! ¡Qué
alegría verlas! —Besó a la joven y a su madre—. Es un placer tenerlas por acá,
señora. ¿Y este jovencito? —se interesó.
—Es Jordi, mi
hijo. Y yo soy Lena —aclaró la mujer—. ¿Cómo está tu marido?
—Bien. En cuanto se
desocupe de la cocina vendrá a saludarlos. Ahora acomódense y les tomaré el
pedido.
Jordi se decidió
por una hamburguesa completa con papas fritas y las mujeres la eligieron al
plato acompañada de ensalada. Después de comer, Silvia y Mario se sentaron un
rato en la mesa para charlar con ellos.
—Las esperábamos
con el doctor —dijo Mario—. Quería agradecerle los cuidados que nos prodigó.
—No está en
Rosario y vuelve dentro de un mes. Pero lo traeremos cuando regrese —aseguró
Ivi.
A las tres de la
tarde decidieron pegar la vuelta. El matrimonio se rehusó a cobrarles el
almuerzo en prueba de reconocimiento. Lena consintió con una condición:
—Esta vez
agradecemos la deferencia, pero si quieren que volvamos nos tratarán como a
cualquier cliente.
—Prometido, Lena
—dijo Silvia con una sonrisa—. No queremos privarnos de sus visitas.
El viaje de
regreso les sirvió para hacer la digestión y madre e hija tomaron una siesta
mientras Jordi miraba una película en la tele. A las cinco y media, mientras
merendaban, llegaron Diego y Yamila. Se agregaron al grupo y los invitaron a
una función de cine. Lena se rehusó alegando dolor de cabeza e Ivana tampoco
aceptó por no dejar sola a su madre. Una hora después la pareja se marchó con
Jordi.
—¿Por qué no
fuiste? Ahora no importa si volvés tarde.
—Porque te dije
que hoy no vas a cocinar. Vamos a festejar mi último examen a un restaurante
que te va a gustar.
—No sé, nena. En
serio me duele la cabeza —adujo su madre con desgano.
—Te tomás una
aspirina, te metés un rato en la bañera para relajarte y a las nueve nos vamos
—la abrazó un rato y cuando la soltó, dijo—: ¡Mirá que te doy tiempo!
Ivana se duchó y
se aprontó con celeridad. Intuía que no debía permitir que a su madre la ganara
la apatía. A las ocho pasó por su habitación. Lena estaba tendida en la cama
envuelta en la bata de baño y con el cabello húmedo desparramado en la
almohada.
—Qué bonito, ¿no?
¿Así vas a celebrar mi esfuerzo? —le reprochó con gesto desencantado.
—¡Ya me iba a
cambiar, hija! —dijo la mujer saltando del lecho.
Ivi se quedó en
la puerta cruzada de brazos observando cómo su madre escogía la ropa del
placar. Cuando se desprendió de la bata para ponerse la ropa interior exhibió
su cuerpo firme y armónico. La hija intervino ante su indecisión:
—Ponete el conjunto
blanco y negro.
Lena lo descolgó
y se calzó la pollera y el suéter con faldón. Cepilló su melena y se maquilló.
Completó su indumentaria con un tapado blanco y largo. Ivi se puso a su lado y
sonrió a la imagen de su madre reflejada en el espejo:
—Cualquiera diría
que somos hermanas, ¿eh, mamita linda?
La mujer le dio
un empujón cariñoso y la instó:
—Terminá de
arreglarte porque se van a hacer las nueve.
Poco después
subían al auto de Julio rumbo a The factory. Ivana le relató brevemente cómo
había conocido el restaurante y que el dueño era amigo de Gael.
—Lo que no sé es
si Alec habla castellano, porque nos entendimos en inglés —le aclaró a su madre
que no dominaba ese idioma.
—Es lo de menos
—dijo Lena—. Para la presentación servirás de intérprete y después no creo que
tengamos mucho que charlar.
Wilson se acercó
a la mesa en cuanto fueron acomodadas por el maître:
—Señorita Ivana,
no esperaba el placer de disfrutar tan pronto de su visita —expresó con su
impecable acento británico mientras se inclinaba para besarla en la mejilla—.
¿Y esta encantadora dama?
—Es mi mamá —dijo
devolviendo el saludo—. Y no sabe hablar en inglés.
—Señora —articuló
Alec en comprensible español—, me honra con su presencia —y estiró la mano para
tomar la de la mujer y besársela galantemente.
La madre de Ivi
no pudo contener la risa ante el gesto inusual, y atinó a decir para justificar
su arranque:
—Lena. Por favor,
llámeme Lena.
Alec asintió
pensando que la mujercita que había elegido Gael seguramente conservaría por
mucho tiempo su belleza atendiendo al prototipo de la madre. Él había enviudado
hacía diez años y, a la postre, estaba convencido de que ninguna mujer podría
reemplazar a la que fuera su compañera. A los sesenta y cinco años no había
perdido el interés por el sexo, pero lo satisfacía con eventuales conquistas
que nunca faltaban. Sus ojos se detuvieron en el rostro de Lena que reflejaba
una triste melancolía. Le hubiese gustado ahondar en los sentimientos de la
atractiva mujer, pero no debía olvidar que tenía dueño. No vaciló en responder
a su pedido:
—Muy bien. Lena.
Las dejo para que saboreen sus platos.
—Alec es un
hombre encantador —afirmó Ivi cuando quedaron solas—. Y sería un buen
candidato, ¿no te parece?
—¡Pero si podría
ser tu padre! —se escandalizó la mujer en voz baja.
—Para vos, mami
—rió la joven—. Si no estuvieras casada, apuesto a que trataría de conquistarte
por la forma en que te miró.
—Sos una
novelera. Pero como tu padre siga más en Buenos Aires que en Rosario, pronto
tendré la sensación de que no tengo marido —señaló contrariada.
—De eso te quería
hablar. La semana pasada pensé en viajar no sólo para pedirle el préstamo sino
para completar mi guardarropa en Patio Bullrich. Sabrás que al comienzo de cada
temporada hay ofertas de la anterior casi al cincuenta por ciento del costo. Y
en Inglaterra hace calor… —cuchicheó en tono conspirativo.
—¿Y cuándo pensás
ir? Para avisarle a tu papá —aclaró Lena.
—Pensamos. Porque
vamos a ir juntas y sin aviso así le damos una sorpresa y no nos aborta el
paseo —precisó complacida.
—¿Te parece? Se
fastidiará por distraerlo de sus compromisos.
—No tiene por
qué, mamá. Entregarme la tarjeta no le llevará más de un minuto y las que
saldrán a recorrer somos vos y yo. Si viajamos el miércoles… —Se quedó
pensando—. No, no. Tengo un compromiso con María Sol. Mejor el jueves. Salimos
a las siete de la mañana y volvemos a las siete de la tarde. Ni siquiera
tenemos que parar en un hotel. Saludamos a papá, recorremos el centro,
almorzamos juntas y seguimos el paseo de compras. A las once de la noche
estamos de vuelta. ¿Qué decís? —demandó ansiosa.
—Que ya me
agotaste con tu itinerario virtual —sonrió—. No me parece tan descabellado…
—agregó luego.
—¡No lo es!
—afirmó su hija animada por el consenso materno—. Los chicos podrán hacerse
cargo de Jordi y nosotras la pasaremos en grande.
Lena pareció
reanimarse con el proyecto. Después de regalarse con un postre, Alec se acercó
a la mesa con una botella de champaña.
—No aceptaré una
negativa —dijo en tono admonitorio—. Esta botella estaba esperando una gran
ocasión.
—Pues entonces no
la desperdiciemos —indicó la mujer con aplomo—. Siempre que usted nos acompañe.
A Wilson le
gustaba cada vez más la madre de Ivana. Se sentó a la mesa y de inmediato el
mozo repartió las copas y escanció la bebida en cada una. Alec levantó la suya
y brindó:
—Nada más que
conocer a dos bellas mujeres justifica que un hombre cambie de patria. Por que
siempre pueda disfrutar de vuestra compañía. ¡Salud!
Las bellas rieron y chocaron las copas. A
partir de ese momento Wilson desplegó una conversación tan amena que atrapó a
madre e hija hasta las tres de la mañana cuando sólo ellos quedaban en el
restaurante. El timbre del celular de Ivana los interrumpió:
—Es Diego
—informó Ivana—. Hola, Diego. Sí. Estamos bien y ya volvemos a casa. Quedate
tranquilo. ¡Chau! Era mi hermano —le explicó a Wilson—. Está desacostumbrado a
que trasnochemos.
—Sí —dijo el
hombre—. El tiempo ha volado. Cierro el negocio y las llevo.
—Gracias, Alec.
Pero vinimos en auto —explicó Ivana.
—Igual esperaremos
a que cierre el local —intervino Lena.
Él asintió
complacido de regalarse con su presencia un instante más. Puso llave al privado
y las guió hasta la puerta adonde protegió la entrada al establecimiento con
dos cerrojos y una reja de seguridad. Después las acompañó hasta la cochera y
las despidió con un reclamo:
—No me priven de
vuestra presencia por mucho tiempo. ¿Prometido?
Ivana asintió y
lo besó en la mejilla antes de acomodarse frente al volante. Lena le tendió la
mano que esta vez Alec demoró en soltar. La presencia masculina le produjo una
inquietud olvidada. Desasió su diestra sin palabras y Wilson abrió la puerta
del acompañante para que entrara. Al cerrarla, sus miradas se encontraron.
—Gracias por
todas sus atenciones —dijo Lena reconocida.
Él sonrió y les
hizo un gesto de despedida antes de voltearse hasta su auto. Ivana arrancó y
enfiló hacia su hogar. Con prudencia, cruzó con semáforos en rojo para evitar
ser asaltada en las esquinas. Abrió el portón automático de la cochera después
de verificar que no hubiese nadie merodeando por los alrededores y bajaron del
coche cuando la compuerta se cerró. Diego y Jotacé las esperaban en la sala.
—¿Adónde fueron?
—dijeron casi a coro.
—A levantar giles
—contestó Ivana con descaro.
—Con esa pinta me
lo creo —apreció Julio César—. A ver, mamita, date una vueltita —dijo tomándola
de la mano.
Lena rió y giró
con donaire. Diego las miraba risueño.
—Ivi me llevó a
conocer un restaurante de comidas inglesas —explicó la madre—. Fuimos a
celebrar el diez que sacó en el examen.
-¿Que te dije?
¿Qué te dije? —repitió Jotacé envanecido antes de abrazar a su hermana.
El mayor le dio
un beso sonoro antes de reprenderlas:
—Está muy bien
que salgan a festejar, pero volver a la madrugada es demasiado riesgoso.
—Pero aquí
estamos y enteritas —minimizó su hermana—. ¿Qué les parece si vamos a dormir?
Me caigo de sueño.
De común acuerdo,
los cuatro subieron a sus dormitorios.
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