martes, 3 de julio de 2012

AMIGOS Y AMANTES - XXIII


—Mamá, ¿de qué hablaron con papá? —inquirió Ivi cuando estuvieron instaladas en el ómnibus.
—Está genuinamente apenado por no haberse sincerado en su momento. Así como yo pensaba encararlo cuando volviera a casa, él tenía decidido hablarme de su nueva relación. Me dijo que lo fue estirando para no dañarnos; porque no quería herirme y temía el rechazo de sus hijos.
—¿La manera de enterarnos no fue peor? —murmuró la chica, rencorosa.
—Fue una circunstancia fortuita que no hubiese ocurrido sin nuestra aparición sorpresiva en el hotel —dijo Lena.
—Y él hubiese continuado su doble vida vaya a saber hasta cuándo —aseveró la chica.
—No lo sé, querida. Debo darle un margen de credibilidad. Si él no hubiese hablado tené por seguro que yo estaba dispuesta a aclarar los motivos de su distanciamiento.
—Entonces… —se impacientó Ivana—. ¿En qué quedaron?
—El sábado vendrá a charlar con todos ustedes y después volverá a Buenos Aires adonde piensa instalarse de ahora en más.
—Ya no volveremos a verlo… —dijo la joven desolada.
—¡No te apenes, mi amor! —instó Lena—. Sincerarnos hace posible un vínculo más auténtico. Cuando visiten a papá o cuando él venga a verlos, compartirán un tiempo del que se privaban aunque conviviéramos bajo el mismo techo. Esto no es el final sino el comienzo de una nueva manera de relacionarnos.
—Cada cual por su lado —farfulló la hija.
—Cada cual por el lado que lo haga más feliz —convino la madre.
El cansancio las fue ganando y durmieron el resto del viaje. Diego y Jordi recibieron a las amodorradas mujeres para trasladarlas a la casa. Ivi se despidió de su madre en la puerta del dormitorio quedando las explicaciones para el día siguiente. Lena madrugó para desayunar con sus hijos y anticiparles la charla que tendrían con su padre. Los varones lo tomaron con menos dramatismo que Ivana como si su condición de machos les permitiera justificar la mudanza de sentimientos paterno y se mostraron más pendientes del estado de ánimo de su madre.
—¿Cómo te sentís vos, mamá? —preguntó Diego abrazándola.
—Ahora que las cosas están claras, bien —reconoció Lena.
—¿Y nuestra Ivi? —se interesó Jotacé revelando una sensibilidad poco común en él.
—Afligida. Le costará superarlo —admitió la mujer—. Va a necesitar de nuestro apoyo, hijos.
—Lo tendrá, mamá. No te preocupes —aseguró Diego—. ¿A qué hora nos reuniremos?
—Calculo que después del almuerzo. Ordenen sus asuntos para tener la tarde libre.
Ivana y Jordi aparecieron a las nueve. El jovencito escuchó la explicación materna con expresión solemne y, como sus hermanos varones, sólo indagó:
—¿Estás muy apenada, mami?
—Un poco, mi amor. Pero con ustedes lo iré superando —dijo acariciando su mejilla.
Jordi rodeó su cintura y apoyó la cabeza sobre su pecho. Al separarse, le auguró a su mamá:
—Siento que vos y papá van a estar mejor y se van a querer de otra forma. Y esto es bueno para todos —se volvió hacia Ivi que los contemplaba—: Ya vas a ver Mavi que tengo razón.
Ella suspiró aún no convencida, pero las palabras de su hermano sonaban tan inequívocas que algo de su seguridad se filtró en su desolada conciencia.
—¿Por qué no van a dar un paseo? —intervino Lena—. Hay un sol espléndido y podrán caminar hasta la hora de comer.
—¡Vamos, Ivi! —alentó Jordi—. Hace mucho que no salimos solos —y la tironeó de una mano hacia la calle como cuando era un crío.
—¡Está bien! Pero busquemos un abrigo antes de salir —rió ella.
Poco después se dirigían hacia el Parque Independencia que estaba más cercano a su casa y alejado del viento costero. Deambularon por el rosedal y alrededor del lago y una hora después Ivana propuso refugiarse en la confitería para tomar algo caliente, moción que Jordi aceptó sin chistar. Se quitaron los abrigos y pidieron café para la joven y chocolate para el jovencito.
—¡Tengo los dedos congelados! —dijo Ivana soplando aire caliente sobre sus manos mientras las frotaba.
—Tendrías que haberte puesto guantes como yo —observó Jordi.
—Sí, chico previsor —dijo en tono admonitorio—, si no me hubieras sacado de raje.
—¡Qué arrabalera, Ivi! —rió su hermano—. Ese estilo te quedaba bien cuando usabas pantalones, pero ahora, vestida de damisela…
—¿Seguimos con las chacotas? Seguro que la palabra damisela no la aprendiste de Jotacé.
—No. De Gael.
—¡Ah…! ¿Te habla de mí?
—A veces.
—¿Y qué dice? —preguntó simulando indiferencia.
—Son charlas privadas; pero una vez me dijo que parecías una damisela.
—¿Se puede saber cuándo? —dijo medio contrariada por la reserva de su hermano.
—Eso sí. El primer día que me llevaste a su consultorio. Te habías puesto una pollera corta y botas ¿te acordás?
—Ahora que me lo decís, sí.
—Gael dijo que estabas hecha toda una dama y a mí me dio risa porque sonaba a mujer grande, entonces se corrigió y dijo “toda una damisela”. Así me pareció mejor, porque me explicó que quería decir chica linda.
—¡Ah, bueno! Me siento muy halagada por la opinión de dos gentilhombres —expresó Ivi en tono burlón.
—¿Es un halago? —indagó Jordi receloso.
—Algo así. Quiere decir buen mozo.
—Gael lo es. ¿Yo también?
—Vos vas a tener la novia más linda cuando crezcas, hermanito. Porque sos un amor —declaró ella desbordada de cariño.
La respuesta de Ivana satisfizo a Jordi porque las imágenes que se agitaban en su mente respondían a patrones conocidos. Confusas, cuando pensaba en el médico, coloridas cuando expresaba su afecto filial. Las figuras del amor se parecían aunque diferían en matices. Las de Gael, cuando enfocaba a su hermana, eran deslumbrantes.
—Son las doce —informó Ivi apartándolo de su cavilación—. Tenemos que volver.
Almorzaron a la una y a las tres llegó Julio. Ivana ayudó a su madre a llevar la bandeja con los pocillos de café y después se instaló en el sillón chico. El padre con aire grave e inseguro demoró en dirigir la palabra a su familia.
—Antes que nada, quiero pedir perdón a su madre por mi conducta engañosa y a todos asegurarles que nunca imaginé pasar por este trance. Me es difícil exponer mis sentimientos sin mencionar la situación que veníamos arrastrando Lena y yo. Es complejo analizar por qué nuestros sentimientos se fueron desgastando. Tal vez porque cuando ella se abocó a Jordi yo no supe afrontar el compromiso de sostener el esfuerzo de mi pareja y eso originó la fisura que luego se convertiría en una brecha. Y de esto, hijo mío —se dirigió al muchachito sentado junto a su madre— el único responsable soy yo, que me limité a quererte y verte crecer con alegría pero sin participar en la dedicación conjunta de tu madre y hermana —miró a Ivana que permaneció con las facciones inexpresivas—. Lo que ocurrió no lo busqué deliberadamente y no aspiro a lograr en este momento su comprensión. Sólo deseo que sepan que son y seguirán siendo mi familia, que como padre han satisfecho todas mis expectativas y que cuentan conmigo como siempre —se detuvo para terminar con voz quebrada—. Y cuando puedan, que perdonen mi actitud si los hirió.
Lena esperó la reacción de sus hijos. El primero fue Jordi que se acercó a Julio para abrazarlo. El hombre lo sostuvo con fuerza sobre su cuerpo haciendo un esfuerzo por contener las lágrimas.
—Yo también te quiero mucho, papá, y sé que las cosas van a estar bien —dijo el chico.
Diego y Jotacé se pararon esperando a que Julio deshiciera el abrazo. El mayor preguntó:
—¿Cuáles son tus planes ahora?
—Instalarme en Buenos Aires y venir a verlos cuando ustedes lo consideren apropiado. Voy a estar pendiente de esta decisión —miró a sus hijos esperando una reacción.
Jotacé se acercó para darle un abrazo que luego imitó Diego. Ivi se levantó y corrió hacia su habitación.
—Dale tiempo —indicó la mujer al desconsolado Julio—. Ya sabés cómo es la ligazón entre padres e hijas.
—Lena, quiero que entiendan que aunque no esté aquí, de ninguna manera me desligo de las obligaciones para con vos y los chicos.
—Ya lo sé.
—Quiero que Ivi siga estudiando sin trabas, que no intente de nuevo buscarse un trabajo.
—Eso lo abordaremos si ella lo propone. Por el momento, estará pendiente de su viaje y veremos qué pasa cuando vuelva. No te tomaste tu café… —señaló, fiel a su estilo solícito.
—Voy a echar de menos todas tus consideraciones, Lena —sonrió él.
—Pienso que tendré que deshacerme de este hábito sobre protector. Puedo ponerme demasiado persecutoria.
—Tengo que llevarme algunas cosas. Si estás de acuerdo, subiré al dormitorio para preparar un bolso.
Ella asintió y el hombre se dirigió hacia la escalera. Antes de entrar al cuarto que había compartido con su mujer, tocó la puerta de su hija.
—Ivi. ¿Puedo pasar? —pidió.
Después de un silencio que se le antojó eterno, la joven le franqueó el paso.
—¿Qué querés?
—Despedirme. No me voy a ir sin que me des un beso o un golpe, mi niña.
—¿Cómo podés ser tan insensible? Nos arruinaste la vida y pretendés que las cosas sigan como antes. Mamá no es tu mujer ni yo tu niña. Y esa elección la hiciste vos —acusó con rabia.
—¡No, Ivi! Con vos no hice ninguna elección. Nada puede cambiar el lazo que nos une ni yo permitiría que alguien lo intente. Escuchame, hija. Sé que cometí el error de no ser sincero, pero no me castigues negándome un abrazo —la miró con tanta congoja que la hizo romper en llanto.
Los brazos firmes de su papá la cobijaron para que drenara toda la angustia sobre su pecho. La acarició y besó sin palabras hasta que se calmaron sus convulsiones. Le alcanzó un pañuelo para que soplara su nariz congestionada y, sin soltarla, le refirió su esperanza para el futuro:
—Ya vas a ver, mi Ivi. Cuando venga a visitarte nos dedicaremos todo el tiempo que hasta ahora no nos brindamos. Y estaremos más cerca que cuando vivimos en la misma casa. Te quiero tanto, mi niña, que no soportaría que me odiaras.
—Yo no te odio, papá —musitó débilmente—. Es que no puedo creer que las cosas se hayan terminado.
—No han terminado. Han cambiado, hija. Y lo que más me alivia es que tu madre no está demasiado golpeada por mi conducta. ¿Me darás un beso de despedida?
Ivana lo abrazó y lo besó la mejilla. Era su padre y no lo podía condenar.

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