viernes, 27 de julio de 2012

AMIGOS Y AMANTES - XXVIII


La comida nocturna transcurrió en medio de comentarios alusivos a las actividades de Ivi y Anne. El primero en despedirse fue Gael, recomendando a Jordi que estuviese listo a las siete y media de la mañana. Ivana colaboró con su anfitriona en la limpieza de la cocina y una hora después todos subían a descansar.
—¿Puedo pasar un momento a tu habitación? —preguntó Jordi.
—Sí —dijo su hermana abriendo la puerta.
A solas, el chico le requirió:
—¿Qué pasó con Gael?
—¡Ah…! Es cierto que a vos no se te puede ocultar nada —razonó ella—. Asuntos privados —le contestó remedando la respuesta del jovencito cuando no quiso contarle qué hablaba con el médico.
Jordi rió y se sentó al borde de la cama. Parece haber crecido en poco tiempo. ¿Qué habrá deducido de mi escaramuza con Gael?
—No te enojes con él. Te quiere más de lo que te puedas imaginar —aseguró su hermano.
—No estoy enojada y lo quiero. Sólo que como amigo. Mañana se lo voy a aclarar.
—No te apures, Mavi. Tomate tu tiempo. ¿Me lo prometés? —le pidió al tiempo que se levantaba para abrazarla.
Ella se sorprendió de que casi llegara a su altura. Sería alto como su papá, pensó. Le dio un beso para despedirlo y le respondió:
—Si te deja más tranquilo, postergaré la explicación.
Él se fue con una sonrisa radiante. Ivana se acostó preguntándose el por qué de la demanda de Jordi.
El resto de la semana fue una experiencia tonificante para ella en compañía de Anne. Aprendió a manejarse en autobús y en el metro. Desde el bus observó toda la ciudad y tomó nota de los lugares que volvería a visitar. El jueves, segundo día sin lluvia, visitaron Regent’s Park. Poblado de una profusa vegetación, un gran lago, jardines de rosas, puentes, un canal, teatro al aire libre, zoológico, cafés y restaurantes y una colina denominada Primrose Hill desde donde se divisaba todo Londres. Familias y alumnos de la universidad cuyo campus albergaba el parque, se cruzaban con ellas. Mientras desayunaban, varias ardillas trepaban los árboles cercanos acumulando provisiones y los pájaros más audaces buscaban migas a su alrededor.
—¡Este lugar es un paraíso! —dijo Ivi aspirando el aire perfumado de verde.
Anne sonrió y la observó con atención. Algo había cambiado en el carácter de la chica desde el lunes. No sabía la conversación que había mantenido con su hijo, pero se la veía más reflexiva así como a Gael más concentrado y, a ambos, cuidando de no cruzar palabras o miradas más de lo imprescindible. Por otro lado el joven, después de traer a Jordi, salía todas las noches. Esperaba que los días de camaradería la autorizaran a incursionar por el terreno personal sin que Ivi se molestara:
—Tengo una inquietud y si no quieres contestarme lo entenderé —abordó Anne.
Ivana la miró interrogante.
—He notado un cambio en la relación que tienes con mi hijo y espero que no haya hecho nada que te disguste —dijo preocupada.
La muchacha tardó en responder. Anne le gustaba y la consideraba una mujer equilibrada y de buenos sentimientos. Pero era la madre de Gael y no sabía hasta dónde podría ser ecuánime al develarle los sentimientos de su hijo y su propia incertidumbre. Ni siquiera había reanudado la conversación en sus charlas cotidianas con Lena. La franca y cariñosa mirada de Anne la decidió a tomar el riesgo.
—Gael me ha dicho que está enamorado de mí —expuso sin rodeos.
—Sería maravilloso si tú lo compartieras, pero intuyo que no es así —consideró la mujer.
—Anne, los sentimientos de Gael me atormentan porque no quiero que sufra por mí. Yo… no puedo verlo más que como amigo. No podría responder a sus expectativas.
—¿Él lo sabe?
—Se lo he dicho.
—Entonces, Ivi, lo aceptará aunque se le parta el corazón. Es un hombre íntegro mi hijo. —Observó la expresión aturdida de la joven—. Querida, si estás tan segura de tus sentimientos no te apenes por él que sabrá reponerse. ¿Y no es hora de que mires a tu alrededor para conectarte con algún representante del sexo opuesto? Estoy segura de que sabes lo gratificante que puede ser una compañía masculina.
—No me interesa por ahora —dijo Ivana encogiéndose de hombros.
¿Qué me pasa? Disfruto de la compañía de Anne aunque desearía compartir estos momentos con Gael. Pero él se ha transformado en un abismo al cual me da vértigo asomarme. Nuestra relación era un paisaje conocido adonde no cabían las sorpresas y después de su sinceramiento no sé con qué me voy a encontrar. Decí las cosas por su nombre. Si te ama, te desea y quiere sexo. La idea te aterra. ¿Por qué? Porque si no funciona es un camino sin retorno a la pura amistad. Pero alguna vez te lo imaginaste, cuando salió semidesnudo a recibirte en su departamento. ¿Por qué esa furia si nunca abrigaste la idea de tener sexo con él? Te sentiste traicionada, reconocelo.
—¿Te parece que sigamos recorriendo? —la voz de Anne silenció su diálogo interior.
—¡Vamos! —aceptó.
Se impuso disfrutar del espectacular paisaje y de la compañía de su amiga. La excursión se prolongó toda la tarde con una corta parada para comer un refrigerio y otra no tan breve para degustar la merienda. Anne insistió en llevar una cámara para sacar varias instantáneas de la muchacha.
—¡Tu familia merece conocer los lugares que visitaste! Además, yo seré la fotógrafa —argumentó.
Eligió los lugares más pintorescos para retratarla, como en un hermoso puente sobre una charca alimentada por una cascada y poblada por aves acuáticas, en el camino arbolado hacia el zoológico, a orillas del lago donde estaban amarrados los botes, debajo de la pagoda que ofrecía espectáculos musicales  y en la colina con la ciudad a sus pies. Al salir, divisaron las majestuosas mansiones ubicadas en el círculo exterior del parque, las famosas terrazas y una mezquita. Regresaron alegres y planeando la excursión del viernes. Al llegar, un sonriente Bob las esperaba con el agua lista para el mate. Las mujeres festejaron la atención y poco después iniciaban la ronda a la que se unieron Jordi y Gael cuando llegaron. Ivana delegó la tarea de cebar en Anne para subir a hablar con su madre.
—¡Mami, tengo la piel colorada como un langostino! Caminamos todo el día por un parque espléndido que te morirías por conocer —le dijo con euforia.
—Veo que la estás pasando bien —opinó Lena contenta.
—Y ya aprendí a manejarme en metro y en bus. Mañana haré lo propio en tren —se vanaglorió—. ¿Cómo están los muchachos?
—Bien. Sumergidos en sus obligaciones. Los veo de noche a la hora de la cena.
—Entonces tendré que llamarlos hoy o mañana para hablar con ellos y pedirles que te hagan más compañía —amenazó.
—Ni se te ocurra porque yo estoy bien. No me molesta descansar de las obligaciones del mediodía. Y llamá esta noche si querés hablar con ellos porque mañana no hay cena en casa.
—¿Los echaste? —rió Ivi.
—Un caballero me invitó a cenar —contestó su madre.
—¡Oh, oh, oh…! —exageró la joven—. ¿Se puede saber quién?
—Alec —dijo con naturalidad.
—No perdió tiempo el hombre. ¿Estás segura de que es el momento adecuado para entablar una nueva relación? —se preocupó su hija.
—Ivi, es una cena. ¿Cuándo te limitarás a vivir el presente libre de conjeturas?
—Como siempre, tenés razón. Pero es un ejercicio que no se me da con facilidad. Siento que el mundo está lleno de segundas intenciones.
—¡Ay, mi muchachita…! —se condolió Lena—. ¡Qué placentera sería tu vida si pudieras apreciar cada momento sin el rigor de un análisis!
—Bueno, bueno. No más sermones. ¿A qué hora te espera?
—Me va a pasar a buscar. No comeremos en su restaurante. Quiere llevarme a otro lado.
—Mami, en serio. Espero que lo pases muy bien. Dale saludos de mi parte y decile que si se porta mal se las tendrá que ver conmigo —rió.
—Lo pondré al tanto, piantada. ¿Y tu confusión ya se aclaró?
—En eso estoy. Que pases buenas noches, mami. Corto y fuera.
—Y vos, que pases buenas tardes de aquí —dijo Lena con humor—. Corto y me fui.
Ivana colgó con una sonrisa. No se había engañado cuando intuyó que Alec estaba interesado en su madre. Era hora de que le hiciera a Anne las preguntas que la aparición de Bob había suspendido. Salió del dormitorio y antes de llegar a la escalera se topó con Gael que se dirigía a su cuarto. Era la primera vez que estaban a solas desde el lunes. Frente a frente se observaron en silencio.
—Te flechaste —señaló él.
—Sí. Debí llevar la capelina que me ofreció tu mamá —acordó—. ¿Te vas esta noche? —la pregunta brotó independiente de su voluntad.
—Sí. ¿Me necesitás para algo?
—Es sólo una pregunta de cortesía —aclaró molesta consigo misma.
Él, que se había esforzado por no crear una situación de enfrentamiento, miró a la huraña muchacha que le quitaba el sueño y le hizo una propuesta con la actitud más casual que pudo asumir:
—Voy a Soho a encontrarme con unos amigos. ¿Querés conocerlo?
Ivana vaciló. La oferta la tentaba, pero ¿qué pensaría él si la aceptaba? ¿Por qué no te dejás llevar por tus impulsos? le dijo su Lena interior. Si la invitación te complace, aceptala.
—Me gustaría —se decidió—. Pero vas a tener que esperar a que me cambie.
—Tomate tu tiempo. Yo le voy a avisar a mamá que no nos cuente para la cena.
Ivi estaba extrañamente excitada. No era la primera vez que salía con Gael pero había sido en Rosario y sin mediar la declaración amorosa. Ahora estaba en su terreno y la acometió una sensación de vulnerabilidad que la recorrió como un escalofrío. Cuidate. Tu amigo es un hombre muy atractivo y vos estás necesitada de arrumacos. Ni Anne se tragó tu supuesta indiferencia. No vayas a confundir carencia con interés. Pero ¿de qué me prevengo? Él podrá querer, pero yo voy a decidir. Nunca me forzaría.
Abandonó sus locos pensamientos y se concentró en prepararse para la salida. Tomó un baño y eligió un vestido de falda y mangas cortas. Calzó sandalias de taco mediano y cuando terminó de maquillarse y adornarse buscó un abrigo liviano. Bajó a las ocho y media cuando los dueños de casa y Jordi se aprestaban a cenar.
—¡Buen provecho! –les deseó.
—¡Hay un mozo que se va a lucir esta noche! —vociferó el dueño de casa fiel a su estilo.
La risa aprobadora de los comensales acompañó su comentario. Ivi sonrió y se volvió hacia Gael cuya mirada hablaba más que la expresión cautivada de su rostro.
—¿Nos vamos ya? —la consulta de la joven le restituyó la compostura.
—Sí. —Se dirigió a Jordi—. Mañana como siempre, campeón.
—No soy yo quien se va a quedar dormido —le contestó con desenfado.
Gael, riendo, le hizo un gesto de reconvención y tomó a Ivana del brazo para salir. Los tres observaron a la pareja hasta que se perdió de vista. Anne estaba ansiosa por hacerle un comentario a su marido, pero se contuvo ante la presencia de Jordi.
—Me gustaría que Ivi fuera la novia de Gael —dijo el chico con naturalidad.
—¡Y a mí! —respaldó la mujer.
Bob asintió con una sonrisa.
—Si conozco bien a mi hijo, apuesto a que su perseverancia la ganará —afirmó, contagiando su optimismo a los presentes.
La demandada pareja estaba media hora después caminando por el barrio de Soho a pedido de Ivana que deseaba apreciar el movimiento de sus calles antes de instalarse en el pub. Recorrieron un largo trecho de la arteria central atiborrada de cafeterías, boutiques y sexshops mezclados con la bulliciosa multitud de turistas y amantes de la vida nocturna. Ivi asistía fascinada a ese despliegue heterogéneo de negocios y personas comentando cada sensación con su acompañante. Gael sintió, por primera vez, que la joven lo había desplazado del perpetuo rol de amigo para interactuar con él como mujer.
—¡Esperame! Quiero ver esa vidriera —exclamó Ivana, siguiendo un impulso que los separó momentáneamente.
Él la siguió despaciosamente hasta que la vio asediada por dos individuos. Se acercó y la enlazó por la cintura.
—Si tienen alguna consulta que hacer —dijo mirando al dúo— la persona indicada soy yo. No mi mujer.
—Perdón —dijo uno de ellos—. No sabíamos que estaba acompañada.
Gael los miró sin pronunciar palabra hasta que se retiraron.
—Gracias, sir Lancelot —rió ella—. Pero creo que hubiera podido sola con esos energúmenos.
—¿Por qué no revisás tu cartera?
Ella bajó la mirada hacia su bolso y lanzó una exclamación de sorpresa:
—¡El cierre está abierto!
—Sí, linda. Mientras uno se pone cargoso, el otro se ocupa de las finanzas. Es una vieja práctica.
Ivi revisó la cartera y constató que no faltaba nada. La cerró y dijo con un mohín de contrariedad:
—¡Ah…! Mi ego ha muerto. Yo pensé que era por mi atractivo.
Su acompañante rió francamente y le ofreció el brazo. Ella lo enlazó con una sonrisa y retomaron el paseo que culminó en un bar de típico diseño victoriano. Gael la presentó a sus amigos que inmediatamente volcaron su atención en la bella acompañante del médico. Dos eran colegas y el otro profesor de Cambridge.
—Es asombroso lo bien que manejas el idioma —alabó el docente.
—Es mérito de mi amigo —reconoció ella.
—Cualquiera estaría complacido de ocupar su lugar —concedió su interlocutor.
—Que no pienso ceder a nadie —advirtió Gael marcando su espacio.
Ivi sonrió halagada de ser el centro de atención del interesante grupo masculino. Habituada a tratar con sus hermanos se manejó con espontaneidad entre los varones quienes, al despedirse, concluyeron que Gael era un tipo afortunado.
—Gracias por la invitación —reconoció la muchacha al despedirse en el pasillo que conducía a sus habitaciones—. He pasado un momento muy grato.
La embelesada mirada de su amigo obvió cualquier respuesta. Se limitó a tomarla de la mano y depositar un beso sobre su palma. Después huyó a su dormitorio eludiendo el clamor de su sangre que la reclamaba. La joven, confundida, cerró la mano atesorando la caricia que había recibido. Entró a su cuarto y se sentó al borde de la cama. Consultó el reloj de la mesa de luz que marcaba la una. En Argentina eran las diez de la noche. Retiró el teléfono de la base y llamó a su casa. Diego atendió al instante como si estuviera esperando su llamada:
—Quería tener la primicia de atenderte, hermanita —dijo con alegría—. ¿Cómo la estás pasando?
—Más que bien. No he parado de salir desde que llegué y los padres de Gael son fantásticos —ponderó.
—Y nuestro amigo, ¿cómo se comporta?
—Como un amigo… —dijo a sabiendas de que mentía—. Esta noche me invitó a cenar a Soho.
—¡Lindo lugar para llevar a una dama!
—¡No seas prejuicioso! El pub era encantador y sus amigos otro tanto.
—¿Te gustó alguno en especial?
—¡Ufa! ¿Una mujer no puede conocer hombres sin convertirlos en presas?
—¡Jajá! Mirá que sos gráfica. De lo que estoy seguro es que no pasaste desapercibida para ninguno.
—Especialmente para dos que me abordaron en la calle —rió contándole el intento de atraco.
—¿Y el paspado de Gael adónde estaba? —se sulfuró su hermano.
—Atento, Diego. Los corrió y evitó que me robaran. Pero ahora largá el teléfono y pasame con Jotacé que no quiero abusar de mis anfitriones.
La charla con Julio César fue breve y cariñosa. Se despidió declinando hablar con su madre porque ya lo había hecho a la tarde. Se acostó impregnada por la sensación de seguridad que le había transmitido la intervención de Gael para defenderla.


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