domingo, 8 de julio de 2012

AMIGOS Y AMANTES - XXIV

El sábado amaneció tan melancólico como el ánimo de Ivana. Su entrañable mamá le sirvió el desayuno en la cama. Después de responder a su beso, observó con voz culposa:
—Se invirtieron los papeles, mami. Yo tendría que haberte atendido a vos.
—Cariño, poder brindarte un mimo es la mejor terapia para mí —declaró Lena acariciando su mejilla.
Mientras la chica tomaba el café con leche, la puso al tanto de las actividades del día:
—Julio César ha organizado un asado en la casa de Funes de Ronaldo y quiere que vayamos todos. El día está nublado y con amenaza de lluvia, pero asegura que en el chalet tendremos todas las comodidades.
—Creí que faltaba terminarlo.
—Está listo. Están esperando el final de obra.
—Bueno. No vamos a desairar a los muchachos que se preocupan por sus mujeres. Porque esta cortesía es consecuencia de la ruptura con papá, ¿verdad?
—De mi ruptura, Ivi. Quiero que disciernas que tu padre no ha cortado con ustedes sino con la relación de pareja que tenía conmigo. Y que yo estoy de acuerdo con esa decisión —dijo con firmeza.
—Sí, mamá. Perdoname. Me va a costar adaptarme a la nueva situación, de modo que tendrás que tenerme paciencia.
—Toda la que haga falta, querida. Pero que te quede claro: no sufras por mí ni por vos. El afecto de papá no ha variado con sus hijos —se levantó del borde del lecho—. Son las diez. ¿Estarás lista para las once? Nos pasarán a buscar Diego y Yamila.
—Ya empiezo a prepararme. Y gracias, mami —dijo tendiéndole los brazos.
Lena respondió al reclamo y después salió llevándose la bandeja. Antes de las once bajó Ivana y Jordi corrió a besarla.
—¡Buen día, Ivi! ¡Vamos a conocer la casa que proyectó Jotacé! —exclamó con entusiasmo.
—¿Qué tiene de especial? —sonrió.
—¡Qué está toda automatizada! Tiene un cuarto con cinco computadoras que controlan los ingresos de la puerta principal, del parque, la entrada de servicio, la cochera y el fondo.
—¡Cielos! Espero que no monitoreen los baños —rió Lena.
Ivana subió a la terraza para aquilatar el clima. Viento helado, nubarrones y presagio de tormenta. Puso algunas plantas a reparo ante la contingencia de granizo y bajó cuando Jordi le avisó que había llegado Diego. Su hermano la abrazó con cariño y se interesó por su estado de ánimo. En el auto esperaba Yamila y poco después partieron para Funes. Jotacé y el dueño de casa les dieron la bienvenida y, una vez acomodados, los invitaron a recorrer la pequeña mansión. Estaba enclavada en medio de un predio arbolado con ejemplares centenarios, según explicó Ronaldo. El terreno había pertenecido a una familia por generaciones y los últimos descendientes lo habían vendido con la casa que Jotacé había reciclado y modernizado. Después de la gran reja perimetral se abría un amplio jardín al frente con cochera pasante al garaje cubierto con capacidad para cuatro autos. Detrás de la casa se destacaba la amplia piscina, ahora vacía, alrededor de la cual retozaban los dos perros guardianes. Las primeras gotas de lluvia los encaminaron al porche para ingresar al interior calefaccionado con estufa a leña. En la planta alta, cuatro dormitorios en suite, dos de los cuales tenían balcón con vista al parque trasero. Bajaron por fin, a decir de Jordi, para inspeccionar el cuarto de control adonde estaban instaladas las computadoras. Lo dejaron delante de los monitores mientras el resto se instalaba en el living. Los hombres pasaron al quincho cubierto para ocuparse del asado en tanto las mujeres se dedicaban a charlar.
—¡Me encanta esta casa! — alabó Yamila contemplando los coloridos vitraux de los paneles laterales—. Jotacé hizo un trabajo espléndido al conservar los detalles originales de la fachada y del interior.
—Es cierto. Hay un ensamble armonioso entre el estilo inicial y los complementos modernos. Creo que confiaré en Julio César el día en que pueda construir mi casa —afirmó Ivi con gesto de entendida.
—Es lo menos que podrías hacer —rió Lena ante la apreciación de su hija—. Confiar en tu hermano.
—¿Este Ronaldo tiene novia? —preguntó Yamila.
—No sé. ¿Andás pensando en cambiar a Diego? —contestó Ivi burlona.
—¡Para vos, tarada…! —exclamó su cuñada.
—No es mi tipo. Los amigos de mis hermanos son buena gente pero no califican como posibles candidatos.
—Es que vos sos muy exigente. Decime qué cualidades deben reunir así evalúo a los que conozco.
—Sin ofender, esa selección corre por mi cuenta.
—No me ofendo, Ivi, pero no comprendo el por qué de tu soledad.
—Que no tenga pareja no implica que esté sola. Tengo a mi familia y buenas amigas con las cuales comparto estudios y salidas —dijo Ivana apacible.
—Como tu madre es una mina piola, puedo precisarte que hay momentos que sólo se comparten con un hombre —insistió Yamila.
Lena, que tenía claro qué compañía deseaba para su hija, intervino en el intercambio:
—Estoy segura de que Ivi encontrará a la persona indicada. —Se levantó e instó a las chicas—: ¿Vamos a ver qué hacen los muchachos? Tal vez necesiten una mano.
Las jóvenes intercambiaron una mueca antes de acoplarse a la mujer que caminaba hacia el acceso interior al quincho. La lluvia, empujada por el viento, golpeaba las puertas de vidrio y las ventanas realzando el cálido interior. Ronaldo y Jotacé charlaban cerca de la parrilla esperando a que se encendiera el carbón mientras Diego condimentaba la carne. Exhibió una amplia sonrisa cuando divisó a trío femenino y se ladeó para recibir el beso de Yamila en la boca.
—¿Aburridas, hermosas? Pueden preparar la ensalada, si quieren.
Lena revisó la heladera y sacó las verduras que ya estaban limpias. Poco después estaban cortadas y distribuidas en dos recipientes. Ivana se acercó a los custodios del fuego y aceptó la copa de vino que le tendió su hermano.
—¿Así que dentro de una semana viajás a Inglaterra? —preguntó Ronaldo.
—Sí. Nos vamos con Jordi.
—Yo estuve el año pasado y también paré en la casa de los padres de Gael. De primera, los viejos. Transmitiles mis saludos.
-Dale, Roni —aceptó la joven—. Me tenés que decir qué lugares a tu criterio merecen ser visitados.
Ronaldo se explayó especialmente sobre los pubs y prometió enviarle por mail los nombres y características. Cuando se interrumpió para poner la carne en la parrilla, Ivi volvió con su madre y Yamila para colaborar en el tendido de la mesa. A las ocho de la tarde, aún con lluvia, se despidieron del dueño de casa.
—¿Y? —preguntó Jotacé al regreso—. ¿Cómo la pasaron?
Madre y hermana respondieron que muy bien.
—Mañana las vamos a llevar a la estancia de Arturo a pasar el día —les anunció.
Ivana se acercó para abrazarlo y rebatirle cariñosamente:
—Gracias por tu preocupación, hermanito. Quedate tranquilo porque estoy bien y no me voy a derrumbar, pero esta etapa la tengo que afrontar sin aturdirme.
—¡Eh… que no te invito por compasión, dulzura! —arguyó Julio César.
—Lo sé, lo sé… Hoy la pasé fantástico, pero mañana pienso dedicarme a organizar mi guardarropa y listar las cosas que me faltan.
—De acuerdo, pero ustedes se lo pierden —dijo el muchacho decepcionado.
Lena lo consoló prometiéndole que los acompañarían en la próxima salida. Cenaron frugalmente y se retiraron a descansar. El domingo, un viento helado reemplazó la lluvia. Julio César salió con Jordi y las mujeres se quedaron a solas. La madre colaboró con Ivana en la selección del vestuario y la confección de un listado de faltantes que al día siguiente pensaba adquirir. Enfrentaron la melancolía poniéndoles palabras a sus sentimientos y salieron confortadas por las confidencias mutuas. Al mediodía encargaron la comida y ante la inclemencia del tiempo optaron por dormir la siesta. Por la tarde Lena se dedicó a sus plantas e Ivana a la lectura y a revisar su correo. Cenaron mirando una película y todavía estaban de pie cuando regresaron los muchachos cansados de su día de campo. Jordi les contó, mientras subían a los dormitorios, que habían comido asado con cuero y montado a caballo. Tras una buena noche de descanso, Ivana se levantó excitada por la proximidad del viaje. Recuperaba el hábito previo a cada partida que consistía en proyectarse a cada destino y articularlo a la experiencia misma. La frontera entre lo imaginado y lo concreto era tan sutil que aumentaba la extensión de cada itinerario con su particular anticipación. Agotar la guía le llevó toda la mañana y cuando terminó con las compras se sentó a tomar un café. Al bajar del taxi, Jordi la estaba esperando en la puerta y la auxilió con las bolsas.
—¿Cómo adivinaste que necesitaba una mano? —preguntó guasona.
—Tu cabeza parecía un remolino —le dijo riendo—. Además te quería decir que tenemos visita.
La imagen de su papá chispeó un momento en su conciencia.
—No —aclaró su hermano—. El dueño del restaurante.
—¿Alec? —moduló Ivi perpleja.
—Sí. Mamá lo invitó a almorzar y creo que él quiere darte algo para Gael. Te espera desde las diez.
—Ayudame a subir los paquetes así no los dejo por el medio —pidió.
Después de descargarlos en su dormitorio, se dirigió a la cocina. Antes de hacerse notar contempló el cuadro de su mamá departiendo con Wilson. Lo escuchaba risueña, la melena dorada enmarcando un rostro que había recuperado la frescura  de la juventud.
¿Tan mal estaban las cosas con papá? Hace tiempo que no te veía tan distendida. ¡Ay, mami! Me siento tan egoísta por no haber prestado atención a esa sombra de tristeza que siempre te acompañaba. Me duele la ausencia de papá, pero siento que así estarán mejor los dos.
—¡Ivi! —la descubrió su madre—. Vení a saludar al señor Wilson.
—¡Qué sorpresa, Alec! Me encanta verte por aquí —le dijo cordialmente.
—El placer es mío —manifestó el hombre—. He osado acercarme a tu casa para pedirte un favor ante la inminencia del viaje.
—Lo haré con mucho gusto.
Él sonrió y le entregó una caja envuelta en papel metalizado que descansaba sobre la barra.
—Es para Anne, la madre de Gael. No tenía el regalo en mi poder antes de que el muchacho partiera, así que pensé en recurrir a ti.
—Hiciste bien. Me dijo Jordi que estás esperando desde las diez. Lamento haber demorado.
—Me has permitido disfrutar de la compañía de tu mamá y he sido beneficiado con una invitación a comer. ¿Qué más puedo desear? —dijo risueño.
Ivana asintió y se unió a la pareja para colaborar con los preparativos. Antes y después de comer se conmovió ante la inédita locuacidad materna que, sin premeditación, revelaba una sensibilidad reprimida por la apatía sentimental. Wilson no ocultaba su atracción por la mujer que descubría detrás de la charla compartida y la comprometió, cuando lo acompañó hasta la puerta, a aceptar una cena después de que sus hijos se hubieran marchado.
Ivi pasó por la habitación de Jordi antes de acostarse. Sin preámbulos, le preguntó:
—¿Cómo está mamá?
—De diez —afirmó Jordi.
—¿Él es un buen hombre?
—De lo mejor —aseguró.
Las declaraciones le valieron un abrazo y un beso de parte de su hermana quien restañó la herida de la pérdida con la ilusión del bienestar materno.

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