Los días hasta el
jueves volaron entre los preparativos. El vuelo salía desde Buenos Aires el
viernes a las diecisiete horas y llegaba a Londres a las once de la mañana.
Diego y Yamila, acompañados por Lena, trasladaron a los viajeros y se
instalaron en el departamento de Gael para que Ivi y Jordi amanecieran
descansados. Partieron hacia el aeropuerto después de almorzar y, mientras
hacían los trámites de embarque, Julio se unió al grupo que despediría a los
hermanos. Ivana y Jordi aparecieron una hora después para saludar antes de
ingresar a la sala de abordaje. La chica vaciló ante su progenitor que la
miraba entre amoroso y expectante para cobijarse luego en el abrazo que la
esperaba.
—¡Ivi querida!
—lo escuchó decir—. No podía dejarlos partir sin expresarles cuánto los amo.
—¡Gracias por
venir, papá! Yo también te amo —manifestó devolviendo el beso.
El hombre la
soltó y se acercó a su hijo menor.
—Vas a tener la
responsabilidad de cuidar a tu hermana —le señaló mientras lo abrazaba
estrechamente.
—Perdé cuidado,
papi —garantizó Jordi, feliz de su presencia.
Tras más abrazos,
besos y recomendaciones, al filo del las diecisiete horas el dúo pasó por el
control de seguridad y se dirigió a la sala de embarque. Poco después fueron
convocados para abordar la aeronave. Jordi caminaba, fascinado, por la manga
que comunicaba con la pista porque éste era su primer viaje en avión.
—¡Ivi, Ivi…! ¿No
es fantástico? Parece que fuéramos los protagonistas de una película. ¿Te
acordás de esa de terror donde el pasadizo terminaba sobre un precipicio?
—¡Jordi! ¿No
podés pensar en algo más agradable?
—Bueno, en algo
romántico. Como que apenas bajes te espera tu amado para zamparte un beso.
—Si ese es tu
concepto de lo romántico le erraste mal, hombrecito. Considerando que no existe
tal amado, la idea de que me zampe un beso es poco refinada.
—Ah… mirá vos.
Entonces Alfonsina no es muy fina que digamos, porque la vez pasada te dijo que
le encantaría que Lucas le zampara un beso. Y vos te mataste de la risa.
—¡Sos un mocoso
insolente! —rió su hermana—. Y tenés una memoria fatal. Ya ni me acordaba de
esa conversación.
Una vez
instalados en el aparato –Jordi al lado de la ventanilla por concesión de
Ivana-, llegó el momento de ajustarse los cinturones, atender las indicaciones
de la azafata y despegar. Dos horas y media después hacían escala en San Pablo
transbordando casi de inmediato al vuelo transatlántico. Sirvieron la cena a
las nueve de la noche de Argentina y después vieron una película, escucharon
música, Ivi pidió un whiskey para llamar al sueño y sólo despertó para ir al
baño y cuando Jordi la rozó al levantarse para hacer otro tanto. El desayuno
los despabiló definitivamente. Por la ventanilla divisaron la costa de los
primeros países europeos: Portugal, España, Francia y, por fin, la isla de Gran
Bretaña cubierta de nubes. Ivana sincronizó su reloj con la hora inglesa
mientras sobrevolaban el río Támesis. Aterrizaron en el aeropuerto de Heathrow
y media hora después bajaban del avión, lapso que aprovechó la joven para mandar
un mensaje a su madre informándole que habían llegado bien. Pasaron
migraciones, aduana y, cuando buscaban las cintas para retirar el equipaje, un
grito de Jordi descentró a Ivana de la exploración:
—¡Gael! ¡Allá
está Gael! —y corrió al encuentro del amigo que respondió a su jubiloso abrazo.
Ivi, cargada con
los abrigos y los bolsos, quedó absorta en los detalles de la escena y sus
actores. El hombre fornido de incipiente barba dorada alborotaba el cabello de
su hermano mientras lo mantenía adosado a su costado. Sin dejar de reír levantó
la cabeza y la buscó. Se adelantó a grandes pasos con los brazos abiertos y
ella, conmovida por el reencuentro, se abandonó sobre el turbulento corazón de
Gael.
—Ivi, Ivi…
—susurró él—. No imaginé que pudiera extrañarte tanto.
Una señal de
alerta fulguró en el cerebro de Ivana. Empujó al médico y dijo categórica:
—Suficiente.
Gael miró con
deleite a la muchacha que día y noche no se apartaba de su pensamiento. A pesar
de su arisca reacción, por un momento había permanecido entre sus brazos sin
resistencia. Muchachita, siento que mi
pasión no es una locura y que vamos a compartir infinitos momentos de placer.
Quiero seguir siendo tu amigo pero antes, tu amante. ¡Dios! Tu amante… Tenerte
desfallecida de amor... Si pudieras imaginar ese instante como yo lo sueño…
—¿Te vas a dejar
crecer la barba? —La pregunta, hecha con tono provocativo, lo sacó de su
abstracción.
—No te gusta.
Ella se encogió
de hombros y desvió los ojos de la mirada inquisitiva que buscaba descifrar sus
sentimientos.
—Si a vos te
gusta, mi opinión no vale —dijo con indiferencia, y agregó—: tenemos que ir a
buscar las valijas.
Jordi, testigo de
la escaramuza entre su hermana y su amigo, sonrió satisfecho. Paulatinamente
los pensamientos de Ivi sincronizaban con los de Gael y tuvo la certeza de que
el destino de su querida Mavi se concretaría en este viaje. El médico los tomó
del brazo a ambos para guiarlos hasta la cinta que contenía su equipaje. Se
hizo cargo de las dos valijas y les anunció:
—Papá espera en
el auto. Está lloviznando y se pronostica que empeorará. Mi madre no vino a
recibirlos porque se empecinó en prepararles un almuerzo a la argentina para
que no extrañen.
Los hermanos,
sonriendo, lo siguieron hasta el estacionamiento adonde aguardaba Robert
Connor. El hombre, médico de profesión, bajó del vehículo para darles una
calurosa bienvenida. Después de abrazar a Jordi se volvió hacia Ivana y le puso
las manos sobre los hombros para observarla con detenimiento. Ella se prestó al
escrutinio con una sonrisa.
—Querida Ivi,
estás tanto o más linda que cuando te vi ocho años atrás. Es un placer teneros
en nuestra casa —declaró antes de abrazarla y darle un beso.
—¡Gracias, Bob!
—retribuyó la muchacha—. En verdad, es un gusto volver a verlos después de tanto
tiempo.
—Lo que me
recuerda que Anne debe estar ansiosa por vuestra llegada —abrió la puerta del
acompañante e invitó a la joven a subir mientras su hijo terminaba de acomodar
las valijas en el baúl.
El hombre subió a
la parte trasera del vehículo junto con Jordi y Gael se ubicó al volante.
Maniobró para salir y puso a los visitantes al tanto del lugar adonde se
dirigían:
—Estamos yendo
hacia Marylebone adonde llegaremos en media hora si la niebla no se incrementa.
Los recibe un típico día inglés —concluyó con una sonrisa.
—¿Están cerca de
Regent’s Park? —preguntó Jordi.
—En los
alrededores —respondió Bob complacido por la ubicación del jovencito—. Pensaba
servirles de cicerone pero me temo que deberemos dejarlo para otra ocasión.
—¡Entonces
podremos visitar el museo de cera y la casa de Sherlock! —dijo entusiasmado.
—¡Jordi! —exclamó
Ivi—. Acordate de lo que hablamos. Más tarde organizaremos una lista de lugares
a conocer.
—¡Pero si será un
placer llevarlos! —afirmó Bob—. Este muchacho tiene bien puesta la cabeza. Una
tarde de lluvia es apropiada para este
recorrido.
Ivana hizo un
gesto de contrariedad que no pasó desapercibido para Gael. Apartó un momento
los ojos de la carretera para preguntarle:
—¿Qué te
mortifica?
—Nada —murmuró—.
Después te explico.
De la
conversación durante el viaje se ocuparon papá Bob y Jordi que acribilló de
preguntas al médico. Ivana escuchaba las carcajadas del hombre ante algunas
ingenuas preguntas del chico. Pensó que tendría que sosegar a su hermano ávido
de conocimientos, porque se negaba a dejar que Gael y su familia se hicieran
cargo de todos los gastos. Ella estaba limitada por su falta de recursos
propios y no quería disponer del préstamo paterno indiscriminadamente. La
lluvia se intensificó poco antes de llegar a una casa de dos plantas cuya
fachada, orlada de hiedra, combinaba armoniosamente madera, tejas y piedra.
Gael abrió la reja del jardín delantero con el control remoto y, antes de
ingresar a la cochera, Anne se asomó al pórtico cubierto para agitar su mano en
señal de bienvenida. Cuando bajaron del auto ya aguardaba sonriente en la
puerta que comunicaba el garaje con el interior de la casa.
—¡Ivi, Jordi!
—exclamó abrazándolos—. ¡No veía la hora de que llegaran!
Entre saludos y
expresiones de alegría ingresaron al amplio estar mientras padre e hijo se
ocupaban de bajar valijas y bolsos. Por los grandes ventanales que daban al
exterior se apreciaba el creciente avance de la niebla intrínseca a la espesa
llovizna.
—Les propongo que
ocupen sus habitaciones para refrescarse un poco antes de comer —ofreció la
dueña de casa.
—Yo los llevo
—asintió Gael.
Los hermanos
aliviaron al médico de los bolsos y subieron detrás de él. Acomodó primero a
Jordi y después guió a Ivana hasta su dormitorio. Dejó la valija sobre la cama
y se volvió hacia la muchacha:
—Ahora contame
qué te molesta.
—Que habíamos
acordado con Jordi seleccionar algunas salidas acordes al presupuesto que tengo
—se atropelló— y él…
—Pará… pará… —la
interrumpió Gael—. Antes de seguir contestame unas preguntas: ¿alguna vez Julio
me cobró los múltiples almuerzos y cenas que compartí con ustedes?
—¡No es lo mismo!
—porfió la chica.
—¿Alguna vez tuve
que pagar cuando me llevaban de vacaciones con tu familia? —siguió el médico
ignorando su protesta.
Ivana apretó los
labios.
—Entonces
—concluyó Gael— ¿por qué nos negás el derecho de agasajarte? No querrás
desairar a mis padres, ¿no?
—Tenés la virtud
de tergiversar las cosas que planteo —dijo mortificada.
—Me remito a lo
hechos —alegó su amigo—. Ergo, te ruego que disfrutés de las atenciones que
tanto vos como Jordi merecen, ¿sí?
—Veré —contestó
con aspereza—. Y ahora andate que quiero asearme.
—Enseguida,
princesa. ¿Quién puede resistirse a tan cortés pedido? —dijo burlón, y salió
después de una reverencia.
Ella se tragó la
respuesta porque él no podía escucharla. Recorrió el cuarto con la vista y se
acercó a la ventana. Apartó la cortina y declinó asomarse al balcón para no
mojarse. Se dirigió al cuarto de baño y lavó sus manos y su cara. Se peinó y
pensó que le encantaría tomar una ducha después de comer. Cuando estuvo lista,
bajó a la sala y se guió por las voces animadas para ingresar al comedor. Bob y
Gael se incorporaron apenas entró. El hijo apartó una silla y ella se ubicó con
una sonrisa de agradecimiento. Anne había cocinado pollo al horno con una
variada guarnición de papas y verduras que mereció el elogio general y un
pastel de ruibarbo y queso que cerró dulcemente el almuerzo.
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