viernes, 13 de julio de 2012

AMIGOS Y AMANTES - XXV


Los días hasta el jueves volaron entre los preparativos. El vuelo salía desde Buenos Aires el viernes a las diecisiete horas y llegaba a Londres a las once de la mañana. Diego y Yamila, acompañados por Lena, trasladaron a los viajeros y se instalaron en el departamento de Gael para que Ivi y Jordi amanecieran descansados. Partieron hacia el aeropuerto después de almorzar y, mientras hacían los trámites de embarque, Julio se unió al grupo que despediría a los hermanos. Ivana y Jordi aparecieron una hora después para saludar antes de ingresar a la sala de abordaje. La chica vaciló ante su progenitor que la miraba entre amoroso y expectante para cobijarse luego en el abrazo que la esperaba.
—¡Ivi querida! —lo escuchó decir—. No podía dejarlos partir sin expresarles cuánto los amo.
—¡Gracias por venir, papá! Yo también te amo —manifestó devolviendo el beso.
El hombre la soltó y se acercó a su hijo menor.
—Vas a tener la responsabilidad de cuidar a tu hermana —le señaló mientras lo abrazaba estrechamente.
—Perdé cuidado, papi —garantizó Jordi, feliz de su presencia.
Tras más abrazos, besos y recomendaciones, al filo del las diecisiete horas el dúo pasó por el control de seguridad y se dirigió a la sala de embarque. Poco después fueron convocados para abordar la aeronave. Jordi caminaba, fascinado, por la manga que comunicaba con la pista porque éste era su primer viaje en avión.
—¡Ivi, Ivi…! ¿No es fantástico? Parece que fuéramos los protagonistas de una película. ¿Te acordás de esa de terror donde el pasadizo terminaba sobre un precipicio?
—¡Jordi! ¿No podés pensar en algo más agradable?
—Bueno, en algo romántico. Como que apenas bajes te espera tu amado para zamparte un beso.
—Si ese es tu concepto de lo romántico le erraste mal, hombrecito. Considerando que no existe tal amado, la idea de que me zampe un beso es poco refinada.
—Ah… mirá vos. Entonces Alfonsina no es muy fina que digamos, porque la vez pasada te dijo que le encantaría que Lucas le zampara un beso. Y vos te mataste de la risa.
—¡Sos un mocoso insolente! —rió su hermana—. Y tenés una memoria fatal. Ya ni me acordaba de esa conversación.
Una vez instalados en el aparato –Jordi al lado de la ventanilla por concesión de Ivana-, llegó el momento de ajustarse los cinturones, atender las indicaciones de la azafata y despegar. Dos horas y media después hacían escala en San Pablo transbordando casi de inmediato al vuelo transatlántico. Sirvieron la cena a las nueve de la noche de Argentina y después vieron una película, escucharon música, Ivi pidió un whiskey para llamar al sueño y sólo despertó para ir al baño y cuando Jordi la rozó al levantarse para hacer otro tanto. El desayuno los despabiló definitivamente. Por la ventanilla divisaron la costa de los primeros países europeos: Portugal, España, Francia y, por fin, la isla de Gran Bretaña cubierta de nubes. Ivana sincronizó su reloj con la hora inglesa mientras sobrevolaban el río Támesis. Aterrizaron en el aeropuerto de Heathrow y media hora después bajaban del avión, lapso que aprovechó la joven para mandar un mensaje a su madre informándole que habían llegado bien. Pasaron migraciones, aduana y, cuando buscaban las cintas para retirar el equipaje, un grito de Jordi descentró a Ivana de la exploración:
—¡Gael! ¡Allá está Gael! —y corrió al encuentro del amigo que respondió a su jubiloso abrazo.
Ivi, cargada con los abrigos y los bolsos, quedó absorta en los detalles de la escena y sus actores. El hombre fornido de incipiente barba dorada alborotaba el cabello de su hermano mientras lo mantenía adosado a su costado. Sin dejar de reír levantó la cabeza y la buscó. Se adelantó a grandes pasos con los brazos abiertos y ella, conmovida por el reencuentro, se abandonó sobre el turbulento corazón de Gael.
—Ivi, Ivi… —susurró él—. No imaginé que pudiera extrañarte tanto.
Una señal de alerta fulguró en el cerebro de Ivana. Empujó al médico y dijo categórica:
—Suficiente.
Gael miró con deleite a la muchacha que día y noche no se apartaba de su pensamiento. A pesar de su arisca reacción, por un momento había permanecido entre sus brazos sin resistencia. Muchachita, siento que mi pasión no es una locura y que vamos a compartir infinitos momentos de placer. Quiero seguir siendo tu amigo pero antes, tu amante. ¡Dios! Tu amante… Tenerte desfallecida de amor... Si pudieras imaginar ese instante como yo lo sueño…
—¿Te vas a dejar crecer la barba? —La pregunta, hecha con tono provocativo, lo sacó de su abstracción.
—No te gusta.
Ella se encogió de hombros y desvió los ojos de la mirada inquisitiva que buscaba descifrar sus sentimientos.
—Si a vos te gusta, mi opinión no vale —dijo con indiferencia, y agregó—: tenemos que ir a buscar las valijas.
Jordi, testigo de la escaramuza entre su hermana y su amigo, sonrió satisfecho. Paulatinamente los pensamientos de Ivi sincronizaban con los de Gael y tuvo la certeza de que el destino de su querida Mavi se concretaría en este viaje. El médico los tomó del brazo a ambos para guiarlos hasta la cinta que contenía su equipaje. Se hizo cargo de las dos valijas y les anunció:
—Papá espera en el auto. Está lloviznando y se pronostica que empeorará. Mi madre no vino a recibirlos porque se empecinó en prepararles un almuerzo a la argentina para que no extrañen.
Los hermanos, sonriendo, lo siguieron hasta el estacionamiento adonde aguardaba Robert Connor. El hombre, médico de profesión, bajó del vehículo para darles una calurosa bienvenida. Después de abrazar a Jordi se volvió hacia Ivana y le puso las manos sobre los hombros para observarla con detenimiento. Ella se prestó al escrutinio con una sonrisa.
—Querida Ivi, estás tanto o más linda que cuando te vi ocho años atrás. Es un placer teneros en nuestra casa —declaró antes de abrazarla y darle un beso.
—¡Gracias, Bob! —retribuyó la muchacha—. En verdad, es un gusto volver a verlos después de tanto tiempo.
—Lo que me recuerda que Anne debe estar ansiosa por vuestra llegada —abrió la puerta del acompañante e invitó a la joven a subir mientras su hijo terminaba de acomodar las valijas en el baúl.
El hombre subió a la parte trasera del vehículo junto con Jordi y Gael se ubicó al volante. Maniobró para salir y puso a los visitantes al tanto del lugar adonde se dirigían:
—Estamos yendo hacia Marylebone adonde llegaremos en media hora si la niebla no se incrementa. Los recibe un típico día inglés —concluyó con una sonrisa.
—¿Están cerca de Regent’s Park? —preguntó Jordi.
—En los alrededores —respondió Bob complacido por la ubicación del jovencito—. Pensaba servirles de cicerone pero me temo que deberemos dejarlo para otra ocasión.
—¡Entonces podremos visitar el museo de cera y la casa de Sherlock! —dijo entusiasmado.
—¡Jordi! —exclamó Ivi—. Acordate de lo que hablamos. Más tarde organizaremos una lista de lugares a conocer.
—¡Pero si será un placer llevarlos! —afirmó Bob—. Este muchacho tiene bien puesta la cabeza. Una tarde de lluvia  es apropiada para este recorrido.
Ivana hizo un gesto de contrariedad que no pasó desapercibido para Gael. Apartó un momento los ojos de la carretera para preguntarle:
—¿Qué te mortifica?
—Nada —murmuró—. Después te explico.
De la conversación durante el viaje se ocuparon papá Bob y Jordi que acribilló de preguntas al médico. Ivana escuchaba las carcajadas del hombre ante algunas ingenuas preguntas del chico. Pensó que tendría que sosegar a su hermano ávido de conocimientos, porque se negaba a dejar que Gael y su familia se hicieran cargo de todos los gastos. Ella estaba limitada por su falta de recursos propios y no quería disponer del préstamo paterno indiscriminadamente. La lluvia se intensificó poco antes de llegar a una casa de dos plantas cuya fachada, orlada de hiedra, combinaba armoniosamente madera, tejas y piedra. Gael abrió la reja del jardín delantero con el control remoto y, antes de ingresar a la cochera, Anne se asomó al pórtico cubierto para agitar su mano en señal de bienvenida. Cuando bajaron del auto ya aguardaba sonriente en la puerta que comunicaba el garaje con el interior de la casa.
—¡Ivi, Jordi! —exclamó abrazándolos—. ¡No veía la hora de que llegaran!
Entre saludos y expresiones de alegría ingresaron al amplio estar mientras padre e hijo se ocupaban de bajar valijas y bolsos. Por los grandes ventanales que daban al exterior se apreciaba el creciente avance de la niebla intrínseca a la espesa llovizna.
—Les propongo que ocupen sus habitaciones para refrescarse un poco antes de comer —ofreció la dueña de casa.
—Yo los llevo —asintió Gael.
Los hermanos aliviaron al médico de los bolsos y subieron detrás de él. Acomodó primero a Jordi y después guió a Ivana hasta su dormitorio. Dejó la valija sobre la cama y se volvió hacia la muchacha:
—Ahora contame qué te molesta.
—Que habíamos acordado con Jordi seleccionar algunas salidas acordes al presupuesto que tengo —se atropelló— y él…
—Pará… pará… —la interrumpió Gael—. Antes de seguir contestame unas preguntas: ¿alguna vez Julio me cobró los múltiples almuerzos y cenas que compartí con ustedes?
—¡No es lo mismo! —porfió la chica.
—¿Alguna vez tuve que pagar cuando me llevaban de vacaciones con tu familia? —siguió el médico ignorando su protesta.
Ivana apretó los labios.
—Entonces —concluyó Gael— ¿por qué nos negás el derecho de agasajarte? No querrás desairar a mis padres, ¿no?
—Tenés la virtud de tergiversar las cosas que planteo —dijo mortificada.
—Me remito a lo hechos —alegó su amigo—. Ergo, te ruego que disfrutés de las atenciones que tanto vos como Jordi merecen, ¿sí?
—Veré —contestó con aspereza—. Y ahora andate que quiero asearme.
—Enseguida, princesa. ¿Quién puede resistirse a tan cortés pedido? —dijo burlón, y salió después de una reverencia.
Ella se tragó la respuesta porque él no podía escucharla. Recorrió el cuarto con la vista y se acercó a la ventana. Apartó la cortina y declinó asomarse al balcón para no mojarse. Se dirigió al cuarto de baño y lavó sus manos y su cara. Se peinó y pensó que le encantaría tomar una ducha después de comer. Cuando estuvo lista, bajó a la sala y se guió por las voces animadas para ingresar al comedor. Bob y Gael se incorporaron apenas entró. El hijo apartó una silla y ella se ubicó con una sonrisa de agradecimiento. Anne había cocinado pollo al horno con una variada guarnición de papas y verduras que mereció el elogio general y un pastel de ruibarbo y queso que cerró dulcemente el almuerzo.  

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