domingo, 22 de julio de 2012

AMIGOS Y AMANTES - XXVII


Ivana se despertó antes de que Anne golpeara la puerta. Había descansado sin sobresaltos y respondió de inmediato a la llamada. Se dio una ducha más larga que la de la tarde anterior porque le aseguraron que no habría problemas con el agua. Antes de vestirse se asomó al balcón. Ya no llovía pero aún estaba el cielo nublado. Abrió la valija y eligió un atuendo cómodo y un impermeable liviano. En un costado divisó el regalo que Alec le enviaba a la madre de Gael. Lo sacó y bajó en busca de Anne.
—¡Buen día, Ivi! —saludó su anfitriona—. Para empezar, hoy me desligo de las tareas domésticas. Los hombres no vienen a comer al mediodía así que empezaremos por desayunar afuera.
—Buen día, Anne. Anoche omití entregarte esta caja que te manda Alec Wilson —dijo estirándole el paquete.
—¡Alec! ¿Lo conociste? —exclamó la mujer tomando el obsequio.
—Sí. Fuimos con Gael a cenar a su restaurante. Y antes de venir pasó por casa para pedirme que te trajera esto.
Anne abrió la caja que contenía un mate de calabaza con boquilla y pie de plata cincelados.
—¡Qué belleza! —expresó Ivi.
—Uno más para mi colección —dijo Anne complacida—. Ven a conocer mi afición.
La siguió hasta la sala en una de cuyas esquinas un delicado modular en ángulo exhibía en múltiples estantes una heterogénea variedad de mates. Los había de distinto tamaño, color, material, lisos, con guarda, con o sin pie. Ivana admiró el inusual muestrario que su anfitriona mostraba con orgullo mientras acomodaba la nueva pieza.
—Por curiosidad —preguntó—: ¿alguna vez tomas mate?
—Aún no averigüé dónde venden yerba —explicó Anne—. Y como a Bob no le gusta, me da pereza prepararlo para mí sola. Pero si alguien me acompañara… —insinuó.
—Esa voy a ser yo —ofertó Ivi—. En algún negocio conseguiremos yerba.
La mujer asintió y cinco minutos después estacionaba frente a un bar de nombre Giraffe. Ivana declinó la oferta del abundante desayuno inglés y pidió tostadas con manteca y mermelada. La madre de Gael la imitó, pues había decidido no alterar los hábitos alimentarios de sus visitantes.
—Anne –dijo Ivi— espero que no me creas antojadiza, pero mi estómago no soportaría una comida a esta hora de la mañana.
—Tampoco nosotros hemos hecho una práctica del desayuno completo. Nuestro estilo se acomoda más a la costumbre de tu país, aunque almorzamos más liviano y privilegiamos la merienda a la cena. Pero te aclaro que hemos acordado ajustarnos a vuestra modalidad —expresó con una sonrisa. A continuación le preguntó—: ¿Pensaste adónde querrías ir?
—Me gustaría recorrer el centro. Caminando —aclaró.
—Es la mejor manera de conocer —asintió Anne—. Dejamos el coche en un estacionamiento y lo buscamos para volver. No trajiste la máquina de fotos —observó.
—Porque al estar detrás de una cámara se dispersan mis sentidos. Quiero ver, escuchar, oler, empaparme del entorno. Además, todo ha sido fotografiado hasta el infinito.
Eran las cuatro de la tarde cuando subieron al auto para emprender el regreso. Habían hecho la ruta de Picadilly Circus después de haber asistido al cambio de guardia real recorriendo los lugares más tradicionales. Almorzaron a las dos de la tarde y compraron yerba mate en Covent Garden.
—¡Preparemos el mate! —pidió Anne apenas llegaron.
Ivana seleccionó dos del modular: uno de vidrio para usar inmediatamente y otro de calabaza para ser curado con la yerba usada de la última mateada, por dos días consecutivos. Se instalaron en la cocina y la cebada quedó a cargo de la invitada.
—Dime que te pareció el paseo —dijo la anfitriona mientras sorbía la infusión.
—¡Emocionante! Ver los íconos de Londres personalmente no tiene precio —aseguró Ivi.
—Mañana vamos a prescindir del auto y nos manejaremos en autobús. Cuando lo tengas aprendido, usaremos el metro. De esta forma irás adonde quieras sin depender de nadie.
—¡Oh, Anne… Seré tu mejor alumna! —exclamó Ivi entusiasmada.
La mujer rió con agrado. Le gustaba el carácter independiente de la muchacha que la remontaba a su juventud. Las horas que habían compartido fueron placenteras y descubrieron que tenían mucho en común. Estaba dispuesta a prepararla durante esa semana para que pudiera moverse con seguridad las dos restantes de su permanencia.
—De modo que conociste a Alec —dijo devolviendo el mate—. Es nuestro mejor amigo y extrañamos su compañía.
—Me pareció una excelente persona —afirmó la joven.
El potente vozarrón de Bob interrumpió la pregunta que Ivana pensaba hacerle a su nueva amiga:
—¡Pero qué bueno que hayas encontrado compañía para usar la colección! Te confieso —le habló a Ivi— que ya estaba dispuesto a transigir con el incalificable brebaje para satisfacer el deseo de mi mujercita —se volvió para abrazar a la sonriente Anne.
—¿Alguna vez lo probaste? —inquirió la chica.
—¡Dios me libre! No.
—Haces mal. No debes despreciar lo nuevo por negarte a conocerlo —lo amonestó.
El médico la miró divertido. ¡Sí, señor! ¿Cómo no entender la fascinación de su hijo? La carita reprobadora invitaba a satisfacerla. Estiró la mano y declaró:
—Soy vuestro esclavo. ¡Dadme de una vez la cicuta!
La risa alegre de las mujeres acompañó su precavido contacto con la bombilla. Chupó lentamente hasta que el líquido caliente llegó a su boca. Amargo como él gustaba de tomar el té. No estaba mal, se dijo. Antes de que aspirara el último sorbo, entraron Jordi y Gael.
—¡Mate! —gritaron los dos.
Jordi saludó a los dueños de casa y abrazó a su hermana.
—¡Jordi, cómo te extrañé! —dijo Ivana dándole un beso.
—¿Y a mí? —preguntó Gael.
Ella lo miró sin soltar a su hermano y le hizo una mueca. No lo dijo pero cayó en la cuenta de que también lo había echado de menos. Soltó a Jordi y cebó un mate para ofrecerle a Gael:
—Para desagraviarte —dijo tendiéndoselo.
Él lo retiró lentamente de su mano sin dejar de mirarla.
—Yo sí te extrañé —declaró en voz baja. Y después—: ¿Qué hicieron hoy?
Le refirió el paseo y sirvió varias rondas de mate entre los recién llegados hasta que la yerba perdió el sabor.
—Basta por hoy —declaró. Y volcó el contenido en el otro mate para iniciar su cura.
—¿Puedo llamar a mamá? —preguntó Jordi.
—¡Sí, querido! —aprobó Anne—. Hazlo desde tu habitación.
Mientras Jordi subía, Ivana se acercó a Gael y le murmuró:
—Tenemos que hablar.
El hombre la tomó del brazo y dijo en voz alta:
—¿Te mostré el exterior de la casa? Las plantas te van a encantar.
Después de que salieron, Anne comentó con su marido:
—Ivi es encantadora y hemos pasado un día espléndido. ¿Sabes? Sería una soberbia compañera para nuestro Gael.
Bob rió entre dientes.
—¿Dije algún disparate? —preguntó su mujer, ofendida.
—No, querida —se apresuró a decir el hombre—. Es que yo pienso igual que vos. Es más, creo que Gael está enamorado pero esta muchachita aún no lo ha descubierto.
Apenas rodearon la fachada de la vivienda, Ivana se detuvo.
—¿Me vas a matar de curiosidad o me vas a contar que pasó con Jordi? –le reclamó.
—Ya me parecía que no estabas interesada en estar a solas conmigo —dijo él con una voz lastimera a la que desmentía el brillo burlón de sus pupilas.
—No seas pesado. ¿Cómo le fue a Jordi? —reiteró ella.
—Los dejó a todos pasmados. No hay patrón que se ajuste a sus habilidades. Así que tendrán que configurar un nuevo modelo para estandarizarlo.
—¿Eso es bueno?
—Es óptimo, Ivi. Ayudará a su comprensión y será válido para casos equivalentes. El último que se confeccionó fue hace diez años para investigar el potencial de una niña. Ahora la jovencita tiene quince años y es la exponente más singular de la Asociación Smart. Hoy participó de la evaluación de Jordi.
—Antes de viajar le confesé a mi hermano que me había arrepentido al sugerirle que consultara con vos —soltó con aprensión.
Gael la tomó por los hombros y la obligó a mirarlo.
—Esto es ofensivo, Ivi. Alude a que desconfiás de mí. Acepto que no me valores profesionalmente, pero como amigo, no —dijo resentido.
A ella la conmocionó el rostro adusto del hombre que siempre había reaccionado fraternamente a sus agravios. Él amagó con volver a la casa pero ella se lo impidió aferrándole los brazos. Ahora buscó los ojos de su amigo.
—¡Gael, no…! No quise decir eso… —el duro brillo de las pupilas varoniles no cedió.
Ivana se derrumbó en la comprensión de que lo había herido sin meditar. La idea de que había dañado sin retorno la relación que los unía la desbordó. Se volvió para que no viera las lágrimas de impotencia que fluían sin control e intentó alejarse. Una mano férrea la atenazó:
—¿Adónde vas? —le dijo con voz áspera al tiempo que la volvía hacia él.
—Dejame… —balbuceó hurtándole el rostro.
—¿Estás llorando? —su tono se dulcificó y la atrajo contra él—. No Ivi… No querida… —dijo afligido—: Perdoname. Soy un bruto… —se recriminó.
Ivana se desmadejó entre los brazos de Gael sin poder dominar la angustia que la oprimía. Las palabras consoladoras del hombre, las manos que acariciaban su cabeza y los labios que enjugaban sus lágrimas, desvanecieron lentamente su aflicción. Extenuada, logró decirle con voz nasal:
—Dame un pañuelo que no puedo respirar.
El suave murmullo de una risa llegó junto al pañuelo. Se separó del cuerpo que la amparaba y sonó su nariz. Él volvió a sostenerla cuando trastabilló y la condujo hacia un banco del jardín para que se sentara. 
—Estoy bien, estoy bien —aseguró ella intentando recobrar el dominio de su cuerpo.
Gael la arrimó contra él pasando un brazo sobre sus hombros y esperó en silencio a que se recuperara.
—No puedo soportar que me odies… —dijo contrita, sin mirarlo.
—¿Cómo podría odiarte si no hago más que amarte desde que te conocí? —le reveló por fin liberando el oculto sentimiento que lo consumía.
—¿Qué decís? —dijo Ivana perturbada.
—Lo que oíste. Te amo y no puedo silenciarlo más —expresó con voz grave. Se inclinó sobre ella—: No quiero que te sientas incómoda por mi declaración. No voy a negar lo que me inspirás pero no voy a perseguirte ni hacer molesta tu estadía.
—¿Pretendés que ignore lo que dijiste?
—Pretendo que no haya reservas entre nosotros. Te quiero desde que te vi y me quedé en tu país para no perderte de vista —hizo un gesto con las manos—. Así de simple, Ivi.
—Pero si eras un niño… —dijo anonadada.
—Que se deslumbró con la hermana de su protector, ¡sí! —enfatizó—. Que compartió con ella y su familia los mejores momentos de la infancia y las inquietudes de la adolescencia. Aunque sólo me vieras como amigo y confidente, me bastaba. Pero crecimos y tuve una esperanza mayor: que fueras mi pareja. No me castigues por esto apartándome de tu vida aunque mi aspiración sea imposible —le rogó.
Ivana miró el rostro anhelante de ese desconocido que sustituía al familiar de su amigo y sólo atinó a rozarle la mejilla con su mano. Después se levantó en silencio para volver a la casa. Cuando entraron, Anne estaba en la cocina preparando la cena. La joven ofreció su ayuda que fue amablemente declinada.
—Está todo en marcha —anunció la mujer—. Si lo deseas, puedes hablar a tu casa hasta que nos sentemos a comer.
Ella aceptó con prontitud. Quería hablar con su mamá y borrar los vestigios del llanto reciente. Lena atendió al tercer timbrazo:
—¡Mami! —exclamó Ivi—. ¡No sabés cuánto deseo que estés aquí!
—¿Qué pasa, mi amor? Además de extrañarme… —agregó festiva.
—Que estoy totalmente confundida… —dijo quejumbrosa.
—¿Para bien o para mal?
—Esa es mi confusión, mamá —pronunció con impaciencia.
—¿Y qué es lo que te confunde? —insistió Lena.
—Gael —reconoció en voz baja.
—Dejame adivinar: lo estás viendo más como hombre que como amigo, ¿verdad?
—¡Él tiene la culpa! Me dijo… —le costaban las palabras—. Me dijo que está enamorado de mí.
—Bueno. Eso demuestra que tiene buen gusto. ¿Y por qué te confunde tanto si vos no lo querés?
—¿Cómo podés tomarlo tan a la ligera?
—Porque, querida, si vos no sentís lo mismo, no debieras alterarte. Basta con que le expliques que no compartís sus sentimientos y como es una persona razonable lo entenderá.
Después de un silencio que Lena no vulneró, escuchó la voz de su hija:
—Creí que podías ayudarme…
—Desearía tener la respuesta que buscás, hija, pero sólo dentro de vos la encontrarás. Abandoná tus rígidos conceptos y concentrate en tus sentimientos.
—¿Soy tan prejuiciosa, mamá? —preguntó acongojada.
—Al menos, en lo que respecta a los amigos y la edad —rió su madre—. Hemos tenido una charla al respecto. Dejate llevar por lo que sentís y podrás aclarar tus dudas  —le insistió con cariño.
—Está bien, sabelotodo —dijo recuperando el humor—. Y ahora contame como están todos en la casa.
Al terminar la comunicación se estudió en el espejo del baño. Ya no quedaban rastros de su conmoción. Cepilló su cabello y bajó a cenar.

No hay comentarios: