Ivana se despertó
antes de que Anne golpeara la puerta. Había descansado sin sobresaltos y
respondió de inmediato a la llamada. Se dio una ducha más larga que la de la
tarde anterior porque le aseguraron que no habría problemas con el agua. Antes
de vestirse se asomó al balcón. Ya no llovía pero aún estaba el cielo nublado.
Abrió la valija y eligió un atuendo cómodo y un impermeable liviano. En un
costado divisó el regalo que Alec le enviaba a la madre de Gael. Lo sacó y bajó
en busca de Anne.
—¡Buen día, Ivi!
—saludó su anfitriona—. Para empezar, hoy me desligo de las tareas domésticas.
Los hombres no vienen a comer al mediodía así que empezaremos por desayunar
afuera.
—Buen día, Anne.
Anoche omití entregarte esta caja que te manda Alec Wilson —dijo estirándole el
paquete.
—¡Alec! ¿Lo
conociste? —exclamó la mujer tomando el obsequio.
—Sí. Fuimos con
Gael a cenar a su restaurante. Y antes de venir pasó por casa para pedirme que
te trajera esto.
Anne abrió la
caja que contenía un mate de calabaza con boquilla y pie de plata cincelados.
—¡Qué belleza!
—expresó Ivi.
—Uno más para mi
colección —dijo Anne complacida—. Ven a conocer mi afición.
La siguió hasta
la sala en una de cuyas esquinas un delicado modular en ángulo exhibía en
múltiples estantes una heterogénea variedad de mates. Los había de distinto
tamaño, color, material, lisos, con guarda, con o sin pie. Ivana admiró el inusual
muestrario que su anfitriona mostraba con orgullo mientras acomodaba la nueva
pieza.
—Por curiosidad
—preguntó—: ¿alguna vez tomas mate?
—Aún no averigüé
dónde venden yerba —explicó Anne—. Y como a Bob no le gusta, me da pereza
prepararlo para mí sola. Pero si alguien me acompañara… —insinuó.
—Esa voy a ser yo
—ofertó Ivi—. En algún negocio conseguiremos yerba.
La mujer asintió
y cinco minutos después estacionaba frente a un bar de nombre Giraffe. Ivana
declinó la oferta del abundante desayuno inglés y pidió tostadas con manteca y
mermelada. La madre de Gael la imitó, pues había decidido no alterar los
hábitos alimentarios de sus visitantes.
—Anne –dijo Ivi—
espero que no me creas antojadiza, pero mi estómago no soportaría una comida a
esta hora de la mañana.
—Tampoco nosotros
hemos hecho una práctica del desayuno completo. Nuestro estilo se acomoda más a
la costumbre de tu país, aunque almorzamos más liviano y privilegiamos la
merienda a la cena. Pero te aclaro que hemos acordado ajustarnos a vuestra
modalidad —expresó con una sonrisa. A continuación le preguntó—: ¿Pensaste
adónde querrías ir?
—Me gustaría
recorrer el centro. Caminando —aclaró.
—Es la mejor
manera de conocer —asintió Anne—. Dejamos el coche en un estacionamiento y lo
buscamos para volver. No trajiste la máquina de fotos —observó.
—Porque al estar
detrás de una cámara se dispersan mis sentidos. Quiero ver, escuchar, oler,
empaparme del entorno. Además, todo ha sido fotografiado hasta el infinito.
Eran las cuatro
de la tarde cuando subieron al auto para emprender el regreso. Habían hecho la
ruta de Picadilly Circus después de haber asistido al cambio de guardia real
recorriendo los lugares más tradicionales. Almorzaron a las dos de la tarde y
compraron yerba mate en Covent Garden.
—¡Preparemos el
mate! —pidió Anne apenas llegaron.
Ivana seleccionó
dos del modular: uno de vidrio para usar inmediatamente y otro de calabaza para
ser curado con la yerba usada de la última mateada, por dos días consecutivos.
Se instalaron en la cocina y la cebada quedó a cargo de la invitada.
—Dime que te
pareció el paseo —dijo la anfitriona mientras sorbía la infusión.
—¡Emocionante!
Ver los íconos de Londres personalmente no tiene precio —aseguró Ivi.
—Mañana vamos a
prescindir del auto y nos manejaremos en autobús. Cuando lo tengas aprendido,
usaremos el metro. De esta forma irás adonde quieras sin depender de nadie.
—¡Oh, Anne… Seré
tu mejor alumna! —exclamó Ivi entusiasmada.
La mujer rió con
agrado. Le gustaba el carácter independiente de la muchacha que la remontaba a
su juventud. Las horas que habían compartido fueron placenteras y descubrieron
que tenían mucho en común. Estaba dispuesta a prepararla durante esa semana
para que pudiera moverse con seguridad las dos restantes de su permanencia.
—De modo que
conociste a Alec —dijo devolviendo el mate—. Es nuestro mejor amigo y
extrañamos su compañía.
—Me pareció una
excelente persona —afirmó la joven.
El potente
vozarrón de Bob interrumpió la pregunta que Ivana pensaba hacerle a su nueva
amiga:
—¡Pero qué bueno
que hayas encontrado compañía para usar la colección! Te confieso —le habló a
Ivi— que ya estaba dispuesto a transigir con el incalificable brebaje para
satisfacer el deseo de mi mujercita —se volvió para abrazar a la sonriente
Anne.
—¿Alguna vez lo
probaste? —inquirió la chica.
—¡Dios me libre!
No.
—Haces mal. No
debes despreciar lo nuevo por negarte a conocerlo —lo amonestó.
El médico la miró
divertido. ¡Sí, señor! ¿Cómo no entender la fascinación de su hijo? La carita
reprobadora invitaba a satisfacerla. Estiró la mano y declaró:
—Soy vuestro
esclavo. ¡Dadme de una vez la cicuta!
La risa alegre de
las mujeres acompañó su precavido contacto con la bombilla. Chupó lentamente
hasta que el líquido caliente llegó a su boca. Amargo como él gustaba de tomar
el té. No estaba mal, se dijo. Antes de que aspirara el último sorbo, entraron
Jordi y Gael.
—¡Mate! —gritaron
los dos.
Jordi saludó a
los dueños de casa y abrazó a su hermana.
—¡Jordi, cómo te
extrañé! —dijo Ivana dándole un beso.
—¿Y a mí?
—preguntó Gael.
Ella lo miró sin
soltar a su hermano y le hizo una mueca. No lo dijo pero cayó en la cuenta de
que también lo había echado de menos. Soltó a Jordi y cebó un mate para
ofrecerle a Gael:
—Para
desagraviarte —dijo tendiéndoselo.
Él lo retiró
lentamente de su mano sin dejar de mirarla.
—Yo sí te extrañé
—declaró en voz baja. Y después—: ¿Qué hicieron hoy?
Le refirió el
paseo y sirvió varias rondas de mate entre los recién llegados hasta que la
yerba perdió el sabor.
—Basta por hoy
—declaró. Y volcó el contenido en el otro mate para iniciar su cura.
—¿Puedo llamar a
mamá? —preguntó Jordi.
—¡Sí, querido!
—aprobó Anne—. Hazlo desde tu habitación.
Mientras Jordi
subía, Ivana se acercó a Gael y le murmuró:
—Tenemos que
hablar.
El hombre la tomó
del brazo y dijo en voz alta:
—¿Te mostré el
exterior de la casa? Las plantas te van a encantar.
Después de que
salieron, Anne comentó con su marido:
—Ivi es
encantadora y hemos pasado un día espléndido. ¿Sabes? Sería una soberbia
compañera para nuestro Gael.
Bob rió entre
dientes.
—¿Dije algún
disparate? —preguntó su mujer, ofendida.
—No, querida —se
apresuró a decir el hombre—. Es que yo pienso igual que vos. Es más, creo que
Gael está enamorado pero esta muchachita aún no lo ha descubierto.
Apenas rodearon
la fachada de la vivienda, Ivana se detuvo.
—¿Me vas a matar
de curiosidad o me vas a contar que pasó con Jordi? –le reclamó.
—Ya me parecía
que no estabas interesada en estar a solas conmigo —dijo él con una voz
lastimera a la que desmentía el brillo burlón de sus pupilas.
—No seas pesado.
¿Cómo le fue a Jordi? —reiteró ella.
—Los dejó a todos
pasmados. No hay patrón que se ajuste a sus habilidades. Así que tendrán que
configurar un nuevo modelo para estandarizarlo.
—¿Eso es bueno?
—Es óptimo, Ivi.
Ayudará a su comprensión y será válido para casos equivalentes. El último que
se confeccionó fue hace diez años para investigar el potencial de una niña. Ahora
la jovencita tiene quince años y es la exponente más singular de la Asociación Smart.
Hoy participó de la evaluación de Jordi.
—Antes de viajar
le confesé a mi hermano que me había arrepentido al sugerirle que consultara
con vos —soltó con aprensión.
Gael la tomó por
los hombros y la obligó a mirarlo.
—Esto es
ofensivo, Ivi. Alude a que desconfiás de mí. Acepto que no me valores
profesionalmente, pero como amigo, no —dijo resentido.
A ella la
conmocionó el rostro adusto del hombre que siempre había reaccionado
fraternamente a sus agravios. Él amagó con volver a la casa pero ella se lo
impidió aferrándole los brazos. Ahora buscó los ojos de su amigo.
—¡Gael, no…! No
quise decir eso… —el duro brillo de las pupilas varoniles no cedió.
Ivana se derrumbó
en la comprensión de que lo había herido sin meditar. La idea de que había
dañado sin retorno la relación que los unía la desbordó. Se volvió para que no
viera las lágrimas de impotencia que fluían sin control e intentó alejarse. Una
mano férrea la atenazó:
—¿Adónde vas? —le
dijo con voz áspera al tiempo que la volvía hacia él.
—Dejame…
—balbuceó hurtándole el rostro.
—¿Estás llorando?
—su tono se dulcificó y la atrajo contra él—. No Ivi… No querida… —dijo afligido—:
Perdoname. Soy un bruto… —se recriminó.
Ivana se
desmadejó entre los brazos de Gael sin poder dominar la angustia que la
oprimía. Las palabras consoladoras del hombre, las manos que acariciaban su
cabeza y los labios que enjugaban sus lágrimas, desvanecieron lentamente su aflicción.
Extenuada, logró decirle con voz nasal:
—Dame un pañuelo
que no puedo respirar.
El suave murmullo
de una risa llegó junto al pañuelo. Se separó del cuerpo que la amparaba y sonó
su nariz. Él volvió a sostenerla cuando trastabilló y la condujo hacia un banco
del jardín para que se sentara.
—Estoy bien,
estoy bien —aseguró ella intentando recobrar el dominio de su cuerpo.
Gael la arrimó
contra él pasando un brazo sobre sus hombros y esperó en silencio a que se
recuperara.
—No puedo
soportar que me odies… —dijo contrita, sin mirarlo.
—¿Cómo podría
odiarte si no hago más que amarte desde que te conocí? —le reveló por fin
liberando el oculto sentimiento que lo consumía.
—¿Qué decís?
—dijo Ivana perturbada.
—Lo que oíste. Te
amo y no puedo silenciarlo más —expresó con voz grave. Se inclinó sobre ella—:
No quiero que te sientas incómoda por mi declaración. No voy a negar lo que me
inspirás pero no voy a perseguirte ni hacer molesta tu estadía.
—¿Pretendés que
ignore lo que dijiste?
—Pretendo que no
haya reservas entre nosotros. Te quiero desde que te vi y me quedé en tu país
para no perderte de vista —hizo un gesto con las manos—. Así de simple, Ivi.
—Pero si eras un
niño… —dijo anonadada.
—Que se deslumbró
con la hermana de su protector, ¡sí! —enfatizó—. Que compartió con ella y su
familia los mejores momentos de la infancia y las inquietudes de la
adolescencia. Aunque sólo me vieras como amigo y confidente, me bastaba. Pero
crecimos y tuve una esperanza mayor: que fueras mi pareja. No me castigues por
esto apartándome de tu vida aunque mi aspiración sea imposible —le rogó.
Ivana miró el
rostro anhelante de ese desconocido que sustituía al familiar de su amigo y
sólo atinó a rozarle la mejilla con su mano. Después se levantó en silencio
para volver a la casa. Cuando entraron, Anne estaba en la cocina preparando la
cena. La joven ofreció su ayuda que fue amablemente declinada.
—Está todo en
marcha —anunció la mujer—. Si lo deseas, puedes hablar a tu casa hasta que nos
sentemos a comer.
Ella aceptó con
prontitud. Quería hablar con su mamá y borrar los vestigios del llanto
reciente. Lena atendió al tercer timbrazo:
—¡Mami! —exclamó
Ivi—. ¡No sabés cuánto deseo que estés aquí!
—¿Qué pasa, mi
amor? Además de extrañarme… —agregó festiva.
—Que estoy
totalmente confundida… —dijo quejumbrosa.
—¿Para bien o
para mal?
—Esa es mi
confusión, mamá —pronunció con impaciencia.
—¿Y qué es lo que
te confunde? —insistió Lena.
—Gael —reconoció
en voz baja.
—Dejame adivinar:
lo estás viendo más como hombre que como amigo, ¿verdad?
—¡Él tiene la
culpa! Me dijo… —le costaban las palabras—. Me dijo que está enamorado de mí.
—Bueno. Eso
demuestra que tiene buen gusto. ¿Y por qué te confunde tanto si vos no lo
querés?
—¿Cómo podés
tomarlo tan a la ligera?
—Porque, querida,
si vos no sentís lo mismo, no debieras alterarte. Basta con que le expliques
que no compartís sus sentimientos y como es una persona razonable lo entenderá.
Después de un
silencio que Lena no vulneró, escuchó la voz de su hija:
—Creí que podías
ayudarme…
—Desearía tener
la respuesta que buscás, hija, pero sólo dentro de vos la encontrarás. Abandoná
tus rígidos conceptos y concentrate en tus sentimientos.
—¿Soy tan
prejuiciosa, mamá? —preguntó acongojada.
—Al menos, en lo
que respecta a los amigos y la edad —rió su madre—. Hemos tenido una charla al
respecto. Dejate llevar por lo que sentís y podrás aclarar tus dudas —le insistió con cariño.
—Está bien,
sabelotodo —dijo recuperando el humor—. Y ahora contame como están todos en la
casa.
Al terminar la
comunicación se estudió en el espejo del baño. Ya no quedaban rastros de su
conmoción. Cepilló su cabello y bajó a cenar.
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