AMANECERES - 4
Sus labios rozaron los míos suavemente y mi
boca se entreabrió emancipada de mi voluntad. Profundizó el beso aniquilando todos
mis escrúpulos acerca del intercambio de microbios. Su lengua exploró y
acarició el interior de mi boca y la mía se convirtió en el espejo de la suya.
Me separé intentando recuperar el aliento. Él aflojó el abrazo y me observó con
inquietud.
-¡Luci, Luci…! -suplicó.- No te asustes. He
deseado tanto besarte que no me pude dominar. Pero te prometo que a partir de
ahora haré nada más que lo que quieras. ¿Está bien?
Yo no estaba asustada por él sino por la
vehemencia con que deseaba que me siguiera besando.
-Quiero bailar -le dije sin responder a su
pregunta.
Se levantó y me llevó de la mano a la sala.
Seleccionó varios discos de música lenta y me enlazó por la cintura. A
conciencia, fui derribando barreras. Mis brazos se cruzaron detrás de su cuello
y dejé que mis ojos fueran capturados por los suyos. Me fue arrimando a su
cuerpo hasta quedar amoldados el uno al otro. Atrapados en un oleaje de
sensualidad, volvimos a besarnos sin control.
-¡Luci…! -gimió.- Si no te vas ahora, te haré
el amor.
¿Irme? ¡Si
para eso he venido! grité por
dentro. Me aferré a él esperando que perdiera la sensatez. Suspendió la danza
para enajenarse en un beso y apretar mis glúteos contra su ostensible erección.
Como yo no lo soltaba, me alzó en andas y me llevó hasta el dormitorio. Intentó
descargarme en la cama pero yo estaba pegada a él como una lapa.
-¡Soltame, pulpito! -jadeó divertido.- Que no
me voy a escapar.
La risa me aflojó los brazos y caí sobre el
lecho. Lorenzo se inclinó para besarme con delicadeza y me fue desnudando con
lentitud. Devoró con los ojos mi cuerpo trémulo y se quitó las prendas que lo
cubrían para tenderse a mi lado. Sus brazos me atrajeron contra sí excitando
cada partícula de mi piel y generando un intenso calor que creció desde mi
garganta hasta el vértice de mi pubis. Gemí los besos y caricias que desparramó
sobre mi cuerpo enardecido y me embriagué con las palabras apasionadas que
intensificaban su incursión. Cuando su boca ascendió desde mi vientre hasta mis
erizados pezones para inflamarlos con el roce de su lengua, grité de
voluptuosidad. Al colocarse sobre mi cuerpo preparado para la consumación, un rapto de pánico me hizo gimotear:
-Lorenzo… Yo no he…
-Lo sé, mi amor. Lo sé… -murmuró en mi oído.-
Dejame guiarte… Relajate… Así… -sus dedos acariciaron el punto más sensible de
mi clítoris incitando a mis piernas a separarse para consentir la penetración.
Se incorporó a medias y abrió el cajón de la mesa de luz. Palpó su contenido y
exhaló un gemido de impotencia:
-¡Esto no puede estar pasando…!
-¿Qué? -exclamé al borde del frenesí.
-No tengo preservativos… -se lamentó.
-¡No importa! -clamé.- No me dejes así…
-Es una locura, chiquita. Podrías quedar
embarazada -dijo con los últimos vestigios de sensatez.
-Correré el riesgo… -murmuré anudando su cadera
con mis piernas y atrayendo su miembro hacia el centro de mi hoguera.
Claudicó con un gruñido y se impulsó
contenidamente hasta rematar el apareamiento. El dolor inicial me quitó el
aliento hasta recuperar la percepción de su cuerpo ocupando el mío y del latido
sordo de su pene albergado en mi vientre. La punzada se transformó en un suave
ardor que rápidamente se transmitió a la zona de acoplamiento. Él se quedó
inmóvil, con los brazos cruzados sobre mi dorso, sus labios resbalando desde mi
cuello hasta mi oído musitando palabras que yo no oía concentrada en la
creciente palpitación de mis entrañas. Moví mi cadera apremiada por alcanzar el
éxtasis que presentía pero Lorenzo me sujetó:
-No cariño… No te muevas todavía o no podré
contenerme. Quiero que goces igual que yo, que quieras sentirme dentro tuyo
dándote placer… Te amo, Luci, y necesito que me ames -demandó con exaltación.
Yo sólo era conciente de que sin él me
consumiría en mi fuego interior, de modo que obedecí con un quejido lastimero
que mi amante acalló con un beso prolongado.
-Lorenzo… -supliqué desfallecida.- ¡Me estoy
abrasando…!
Entonces él se hundió en mí cada vez más
profundamente hasta que me precipité, con un grito, en una espiral de contracciones.
Observó mi expresión al momento de la descarga hasta que su propio orgasmo lo
abatió. Su bronca exclamación se mezcló con mis jadeos de placer que poco a
poco se fueron aquietando como las convulsiones de nuestros cuerpos. No
queríamos separarnos y nos miramos embobados por la experiencia compartida.
Lorenzo bajó la cabeza y dejó un tierno beso en la punta de mi nariz.
-Criatura preciosa -dijo- me hiciste perder la moderación.
Yo esperaba conquistarte antes de que terminaran tus vacaciones -rió.
Me acurruqué contra él y susurré en su oreja:
-Si estás arrepentido, volvamos atrás.
-¿Media hora atrás? ¡Volvamos! -aceptó burlón.
-Tres horas atrás… descarado -dije mohína.
-A ver… -calculó y contuvo mi intento de
alejarme.- También -aprobó.- Me estabas proponiendo venir a mi casa… -me
atenazó entre sus brazos y desgranó en mi oído:- ¿Cómo arrepentirme de haber
entrado al paraíso? -Sus labios deambulaban por todo mi rostro y cuando besó la
comisura de mi boca me arrancó una sonrisa. Me miró enternecido y recapituló:-
Me enamoré de vos apenas te ví el primer amanecer. Cuando te encontré con
Eugenia estaba planeando cómo localizarte. Y cuando te tuve en mis brazos por
un fugaz momento supe que estaban hechos para encerrarte.
Lo miré embelesada y le eché los brazos al
cuello. Abrió mis labios con suavidad y exploró con lentitud el interior de mi
boca. Al rodar sobre la cama reparé en un rastro de sangre sobre la sábana.
-¡Lorenzo! Te eché a perder la sábana -dije
sofocada.
-No hay cuidado, mi amor. Enseguida la cambio.-
Me besó en la frente y me propuso:- ¿Querés darte una ducha mientras tanto?
Asentí y me levanté. Me indicó dónde estaba el
baño. Abrí el grifo de agua caliente e inspeccioné mi nuevo cuerpo. Entre mis
muslos se deslizaba suavemente el semen de mi amado y unas estrías rojas de mi
extinto himen. Había empezado a enjabonarme cuando apareció Lorenzo y se metió
bajo la ducha.
-¿Te duele? -preguntó afligido.
-Ya no -sonreí mientras aceptaba el cuidadoso
toque de su mano en la sensible zona de mi entrepierna.
Me limpió con dulzura y pasó jabón por todo mi
cuerpo que estaba despertando del relax post amoroso. Mientras yo me enjuagaba
él terminó de bañarse. Se cubrió con un albornoz y me dio un toallón grande.
Enrollé mi pelo en otra toalla y pasamos a la sala. Ocupamos el sillón del
balcón y comí con ganas los dulces que puso sobre la mesa. El sonido de las
olas golpeando las rocas parecía haberse intensificado. Lorenzo me mantenía
apretada contra su flanco y por momentos se volvía a besarme y repetirme cuánto
me amaba.
-¿Por qué sabías que era mi primera vez?
-reaccioné tardíamente.
-Porque Eugenia me advirtió que sólo me
acercara a vos si estaba seguro de quererte. No deseaba que tu primera
experiencia amorosa te desilusionara. Con lo cual -dijo besando mi cabeza- me
produjo una conmoción que podría haber terminado en impotencia.
-Te lo tenías merecido por haber hablado con mi
abuela a mis espaldas. ¿Cómo se atrevió a revelarte cosas tan íntimas? -exclamé
indignada.
-Porque te quiere bien y estaba segura de que
yo te amaba. -Me giró hacia él:- Vamos, corazón, Eugenia no se merece tu enojo.
Sos su más preciado tesoro. -Miró mi boca fruncida y la desarrugó a besos.-
¿Cumplí con su demanda? -murmuró apasionado.
-No me acuerdo… -suspiré contra su pecho.
Escuché su risa grave mientras me levantaba en brazos y me llevaba al
dormitorio.
Me quitó el toallón y se desprendió de su bata.
Me bastó mirarlo para comprender que estaba preparado para otro avance amoroso.
Reconoció como un experto mis zonas erógenas hasta hacerme gritar de
excitación. Quería ser templada por el prodigioso instrumento de placer que
arrancaba los más excelsos acordes de mi cuerpo. Entró en mí con la profundidad
y el arrebato que había refrenado en el primer encuentro. Su discurso
enronquecido por la pasión desbordó los límites de mi contención y me
convulsioné contra él hasta alcanzar la cumbre del éxtasis. Lorenzo emitió un
gemido gutural mientras aumentada la frecuencia de sus movimientos que
culminaron en una onda de espasmos absorbida por mis pulsaciones finales. Cerré
los ojos abrumada de goce y escuchando su respiración agitada que poco a poco
se fue aquietando. Encerrada entre sus brazos, arrullada por sus besos y
palabras amorosas, me dormí hasta el amanecer. Mis párpados se levantaron con
pereza encandilados por los primeros rayos de sol. Me incorporé y alcancé el
toallón que estaba al costado de la cama, me envolví en él y salí en silencio
para no turbar su descanso.
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