domingo, 30 de octubre de 2011

AGENCIA DE ACOMPAÑANTES - 17

Lucho y su padre volvieron de Santa Fe a la una de la mañana del martes. La breve parada que habían planeado para cenar se prolongó en una charla de tres horas. Rafael, que venía registrando los cambios anímicos de su hijo, su inusual distracción, sus silencios colmados de inquietud, lo encaró sin rodeos:

-¿Qué es lo que te preocupa, Lucho?

-¿Por qué lo decís? -contestó el joven poniéndose en guardia.

-Para ser franco, no sos el mismo desde que esa muchacha reapareció en tu vida.

-No sé a quién te referís -dijo molesto.

-A la única, hijo. ¿Tengo que nombrártela?

Luciano observó el afable rostro de su progenitor y tuvo la certeza de que iría hasta el fondo para desentrañar su comportamiento. Con el tiempo descubrió que bajo esa corteza autoritaria se encubría un verdadero amigo. Se relajó y le preguntó con una sonrisa:

-¿Es tan evidente mi interés?

-Más para los de afuera que para vos -asintió Rafael. Y agregó:- ¿Qué te impide concretar la relación?

-No lo sé, papá. Me desconcierta su comportamiento. Por momentos parece rechazarme y otras veces se muestra tan adorable que me la comería a besos -dijo con ardor. -La única vez que intenté besarla me apartó y se encerró en un silencio impenetrable. Pero ayer se abandonó a mis brazos cuando la ganó la congoja y aceptó mi compañía sin discusiones. ¿Qué deducís de esta conducta, viejo?

-Que te entusiasmaste con una mina jodida, muchacho. Aunque yo no sea un experto en tácticas femeninas discurro que está interesada en vos, porque de otra manera ya te habría dado el raje -declaró al mejor estilo lunfardo.

A Luciano le arrancó una carcajada el discurso de su padre. Rafael lo miraba con placidez y apoyó el recuperado humor de su hijo con otra consideración:

-Si la conquistás, te auguro un vínculo estimulante. Pienso que detrás de esa fluctuación hay una mujer deseosa de ser amada pero temerosa de sufrir un desengaño. No te olvidés del abandono parental que padeció en su adolescencia. Todavía recuerdo con qué alegría visitaba nuestra casa. Al menos, hasta que terminó el secundario, le brindamos la ilusión de ser parte de una familia -se quedó pensando:- ¿No será que te ve como un hermano?

-¡Dame cinco minutos que la convenzo de lo contrario! -afirmó Lucho. Buscó los ojos de Rafael:- No lo dirás en serio, ¿verdad?

Su papá rió con descaro. Después respondió:

-Quería que terminaras de reaccionar. No. Ni aún dentro de su ambigüedad te consideraría un hermano. No se me escapó como evitaba cualquier acercamiento que se prestara a confusiones. Como los habituales saludos con un beso en la mejilla. Besa a todo el mundo menos a vos. ¿Caíste?

-No soy un lelo, papá. Claro que me dí cuenta. Pero mejor así, porque acabaría el beso en su boca antes de tiempo -dijo con presteza.

-Bueno, yo colaboré con el negocio de tu amada. La recomendé a la señora de Páez.

-¿Para qué necesita esa mujer compañía? Que yo sepa, se autoabastece sola.

-Para distraer a los gemelos. Tiene un evento en Rosario y Aldo no se puede quedar con los chicos. De modo que la inspiré para que venga con ellos y los deje al cuidado de esta agencia.

-¿Que las mujeres se hagan cargo de esos sátrapas? No sabés lo que decís. Las volverán locas.

-A vos te obedecen…

-Porque los amenacé con bajarles los dientes. Es el único idioma que entienden.

-Bueno. Ya está hecho. Rosa me avisó que había contratado el servicio.

-Espero que no recaiga en Sandra. Aunque te diré que ni las cinco juntas podrían domarlos. Te advierto: si ella tiene que hacerse cargo, no contés conmigo mañana.

-Ya estás liberado, paladín. Es un trabajo de rutina que puedo hacer solo. Y espero que aproveches la oportunidad -dijo Rafael con humor.

-Necesito estar a solas con ella pero alejado de situaciones problemáticas. Le propuse una visita al monte de frutales de Arancibia. Estoy seguro de que en ese lugar estará más distendida y disfrutará de la compañía de Leonor.

-¿Aceptó?

-Con reservas. Todo dependía de que no apareciera un trabajo sábado o domingo. No se te ocurra otro encargo hasta la semana que viene -le recomendó.

-Perdé cuidado. No me perdonaría frustrar tu romance. Pero ¿por qué Arancibia? Está muy lejos para ir y volver en el día.

-La idea es quedarnos hasta el domingo. No te olvides que tengo mi casita de fin de semana…

-Ah… Ya leo tu intención. ¿Y te bastarán unas horas para llevártela a la cama?

Luciano sonrió y se abstrajo en su ensoñación. Estaba seguro de que sin interferencias podría guiar a Sandra para admitir los sentimientos que ella se empecinaba en ignorar. Su padre lo estudiaba con seriedad.

-No importa cuándo la lleve a la cama, papá. Sólo quiero reducir la brecha que parece agrandarse entre nosotros. Si tengo que cortejarla un año entero lo haré -declaró.

Rafael sacudió la cabeza. Recién ahora comprendía la naturaleza de la emoción que embargaba a su hijo. Iba más allá de un simple deseo.

-Estás enamorado… -dijo en voz alta para hacer constar su descubrimiento.

-Sos una luz como siempre, papaíto -ironizó Luciano. Y agregó:- Si me la gano, la quiero siempre en mi cama: al acostarme y al levantarme. La quiero compartiendo mis logros y mis fracasos. La quiero a mi lado donde sea. La quiero madre de mis hijos. ¿Hai capito? -terminó.

-Io capisco -respondió Rafael siguiéndole el tren.- Y ahora que lo tengo claro, hablemos de tu hermana. ¿Qué opinás de su nuevo pretendiente?

No hay comentarios: