miércoles, 12 de octubre de 2011

AGENCIA DE ACOMPAÑANTES - 11

Sandra volvió a ser presa de ese interrogante que la perseguía desde su niñez. ¿Por qué era ella tan diferente a los demás? O más bien ¿por qué no tenía una familia como los demás? Hija única de padres separados y con una madre que se empeñaba en convivir con cada nueva conquista -de algunas de las cuales tuvo que defenderse-, recién logró independizarse este año. La tirante relación que mantenía con su progenitora se había convertido en indiferencia y estaba segura de que su lejano padre, con el tercer matrimonio en su haber, apenas recordaba su existencia. Abrumada por un sentimiento de amargura, no reparó en el adolescente que desde atrás tiró de su larga cabellera para hacerle perder el equilibrio. Cayó con un grito y atinó a aferrar la carterita que llevaba colgada en bandolera.

El muchacho la insultó y le dio un golpe de puño en la cabeza ante su resistencia mientras ella le gritaba que la dejara y sujetaba el bolso. Cuando sacó la navaja se cubrió instintivamente la cara con el antebrazo. Escuchó a lo lejos el llamado de Romina y un agudo dolor en el hombro antes de que el arrebatador saliera corriendo. Su amiga se agachó sobre ella sollozando y Mike, observando la herida que sangraba, se sacó el cinturón y se lo ajustó debajo del pecho.

-Voy a buscar algo para vendarla y después la llevaremos a un hospital -le dijo a la conmocionada Romina.

Ella asintió y le habló a su amiga temiendo que perdiera el sentido:

-¡Sandra! ¿Cómo te sentís? ¿Te duele mucho? ¡Yo tengo la culpa por haberte dejado ir sin acompañarte…! -volvió a gimotear.

-¡No seas zonza! Yo me distraje -la consoló.- Ayudame a levantarme.

-¡Esperá que vuelva Mike! No vayas a provocar una hemorragia.

El nombrado apareció corriendo con un rollo de tela y le practicó un vendaje de emergencia mientras varios curiosos se congregaban alrededor del trío. Un empleado del bar traía una silla que colocó cerca de la víctima.

-¿Puedes levantarte? -preguntó Mike en castellano. Ella asintió y él la sostuvo hasta que estuvo incorporada.- Siéntate -le pidió guiándola hacia la silla. Se volvió hacia Romina y le dijo:

-Voy a traer el auto. Vigila que no se caiga.

Romi se instaló al lado de su amiga preocupada por la palidez de su semblante. La joven no había proferido ninguna queja pero a ella le parecía que estaba en estado de shock. Con alivio, divisó el rodado de Mike que avanzaba sobre el pasto. Lo estacionó cerca de la silla y ayudó a Sandra a entrar en el coche. Romina le indicó como llegar al sanatorio más cercano adonde le dieron unos puntos y la vendaron. El médico elogió los primeros auxilios prestados por Michael que impidieron una hemorragia importante. Le recetó un calmante y le dijo que volviera en dos días para una curación.

-Ahora vendrás a casa -señaló Romina- porque no te vamos a dejar sola.

-Pero si ya estoy bien… -protestó Sandra.- Este vendaje es como un yeso, no hay peligro de que me sangre.

-Elegí -dijo su amiga con firmeza.- O nos quedamos con vos y adiós el festejo de mamá, o venís a casa, comés y después te acompaño a descansar.

-Me estás chantajeando -rezongó Sandra.- No quiero que tu madre prescinda de la presencia de su hijita. Pero almuerzo con ustedes y después vuelvo a casa.

-¡Bien! Después lo discutimos -aceptó Romi y se lo transmitió a Mike.

Durante el trayecto a la casa de su amiga Sandra cayó en la cuenta del peligro que había corrido, del ensañamiento del joven frustrado por no poder robarle y de su alocada resistencia. Cuando entró al hogar de Romina escuchó reír a Luisa y su vacío afectivo la llenó de congoja. Antes de ingresar al comedor, apareció Lucho que se sobresaltó al verla vendada y con la remera ensangrentada. Sin saludar a su hermana ni a Mike se plantó frente a Sandra, apoyó la mano sobre su hombro sano y pronunció conmovido:

-¿Qué te pasó?

Sandra se desmoronó. Los sollozos que había contenido irrumpieron ante la preocupación de Luciano. El joven la sostuvo contra su pecho mientras le acariciaba la cabeza y le prodigaba palabras de consuelo que iban licuando la angustia sofocada. Romina intentó acercarse pero las palabras de Mike la disuadieron:

-Déjala que necesita desahogarse. Se contuvo demasiado y el llanto la aliviará. ¿Vamos a saludar a mamá? -le propuso con humor.

Romi intuyó que su amiga estaba bien protegida entre los brazos de su hermano, de modo que tomó a Mike de la mano y entraron al comedor. Después de los parabienes les relató el incidente sufrido por Sandra y detuvo a sus padres que querían verla:

-Ya la está confortando Lucho y no les agradecerá que lo interrumpan -advirtió con un guiño.- ¿Qué tal si tomamos una copa hasta que vengan?

Luciano la cobijó hasta que ella, aplacada su tribulación, se separó sin violencia.

-Perdoname -murmuró.- No sé que me pasó. No lloro a menudo.

La mirada del hombre fue acariciante y la hizo sentir inerme, emoción a la que una muchacha solitaria no podía abandonarse. Lucho se inclinó hacia ella y le requirió:

-Contame que pasó.

Más calmada, le refirió el asalto y el posterior auxilio de Romina y Mike. Después le anunció que deseaba refrescarse y pasó al baño de la planta baja.

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