sábado, 15 de octubre de 2011

AGENCIA DE ACOMPAÑANTES - 12

El joven entró al comedor adonde estaba reunida la familia.

-¿Y Sandra? -preguntó su madre, afligida.

-Se está arreglando. -Miró a su hermana y a Michael y dijo anonadado:- ¡Podrían haberla matado!

-¡Sí, Lucho! Y no me lo hubiera perdonado. Debí insistirle para que viniera a casa, pero ella se negó porque este festejo la deprime.

Dejaron de hablar porque Sandra hizo su aparición. Se veía tan frágil con el hombro vendado, los ojos enrojecidos y brillantes por las lágrimas recientes y la cara pálida y sin maquillaje, que Luciano hizo un esfuerzo por no arrebatarla entre sus brazos y besarla hasta borrar de su rostro todo vestigio de tristeza. Su mamá corrió hacia ella y la abrazó cuidando de no apretarle el brazo:

-¡Sandra querida! ¡Qué disgusto! Pero hay que agradecer que no fue más grave… -dijo con la resignación de los que viven bajo la inseguridad.

Rafael se acercó para darle un beso. La escoltó hasta la mesa y corrió la silla para que se sentara:

-Me alegra que estés con nosotros aunque deba lamentar el motivo.

-Gracias, Rafael -dijo con una sonrisa pálida.- Yo también me alegro siempre de verlos.

Luisa, ayudada por Romina, fue sirviendo los platos. Se despreocupó de su hija porque la vio ilusionada con el inglés que le había caído bien y que no ocultaba el interés por Romi. Pero Luciano… Algo había cambiado en el carácter de su hijo desde que volvieron de las vacaciones. Parecía haber adquirido una madurez más profunda y, observando la concentración con que miraba a Sandra, no dudó que la joven era responsable de la transformación. Una leve inquietud la dominó por conocer el entorno en que se había criado la chica con unos padres desamorados y egoístas que no le habían brindado el mejor modelo de relación de pareja. ¿No era que uno tendía a repetir los esquemas? ¿Cómo afectaría a Lucho un fracaso sentimental? Se reprochó por atribuirle a la castigada muchacha conductas que sólo su temerosa alma de madre suponía. Observó que habían terminado de comer y se levantó para llevar los platos a la cocina. Sus hijos la ayudaron y volvió con el postre. Poco después pasaban a la sala para tomar un café. Sandra rechazó la infusión alegando que deseaba volver a su casa.

-Yo te llevo -afirmó Luciano.

La joven no intentó oponerse. Saludó a la familia, y Romina y Mike la acompañaron hasta la puerta adonde ya estaba estacionando Lucho el auto. Abrazó a su amiga y le agradeció a Mike el auxilio mientras Luciano mantenía abierta la puerta del acompañante. Se volvió a saludar cuando el coche arrancó.

-¿Tenés el calmante que te recetaron? -preguntó el conductor.

-No. Lo tengo que comprar.

-Pasaremos por una farmacia.

Se bajó en la primera que encontró para informarse de las que estaban de turno. Cuando volvió al automóvil le pidió la receta que Sandra sacó de su bolso. Condujo varias cuadras, estacionó, y volvió poco después con el medicamento.

-Gracias -dijo la muchacha al recibirlo.

Vivía la inusual experiencia de ser sujeto de cuidados cuando había tenido que aprender a protegerse a sí misma. ¿Por qué no abandonarse por un momento a la fantasía de que alguien se ocupara de su bienestar? Luciano se comportaba como si fuera su novio. No… Más parece un marido compartiendo las contingencias de la vida cotidiana, pensó. Observó el perfil de su acompañante y permitió que los ensueños, asiduos compañeros de su soledad afectiva, la sumergieran en sensaciones que su razón objetaba. Cuando lleguemos a casa cuidará de que me tome el calmante. Me dirá que hubiera querido estar conmigo para defenderme y me abrazará con delicadeza. Nos acostaremos a dormir la siesta y no haremos el amor porque la pastilla que tomé me dará mucho sueño. Descansaré acurrucada contra él, me besará suavemente para no despertarme y también se dormirá. Después se levantará y me traerá la merienda a la cama. Me despertará…

-¡Un centavo por tus pensamientos! -la voz de Lucho la sacó de su abstracción.

Sandra se sonrojó como si él los hubiera leído. Giró la cabeza hacia la ventanilla para ocultar su turbación y contestó contra el vidrio:

-¡Ah…! Plata malgastada. No pensaba en nada.

Escuchó la risa profunda del hermano de Romi y su impugnación:

-No te creo. Las mujeres no le dan tregua a su cerebro. Pero si no me querés decir en qué estabas absorta, vale.

Ella sonrió y volvió a mirar al frente. Poco después llegaban a su edificio. Luciano se bajó y la siguió hasta la puerta. Cuando estaba abriendo, le dijo:

-Te acompaño hasta que entrés a tu departamento.

-Y entonces yo tendría que bajar para abrirte la puerta -le contestó riendo.- Voy a estar bien. Y gracias, Lucho, por aguantarme. -Se paró en punta de pies y le dio un beso en la mejilla. Se metió en el palier antes de que él reaccionara y le sonrió detrás de la puerta vidriada. Después, le dio la espalda y subió la escalera hasta desaparecer de la vista de un hombre anonadado por el beso imprevisto.

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