Los comensales se anunciaron al tiempo que Leo sostenía la asadera
caliente controlando la cocción. Sopló para apartar un mechón rebelde que le
entorpecía la visión, cuando una mano viril se lo acomodó detrás de la oreja.
—Estarías encantadora con una gorra de chef —afirmó el responsable de la
gentileza.
—Sí —rió estremecida— y especialmente, higiénica —enfocó la fuente que
estaba sobre la mesa y la señaló con un movimiento de cabeza—: ¿me la
alcanzarías? —pidió.
Marcos se apresuró a colocarla sobre la mesada y no apartó los ojos de la
joven mientras llenaba el recipiente con destreza. Cayó en la cuenta de que
ambicionaba verla moverse por su casa tanto como la deseaba. Desde que la
conoció, los lugares cotidianos y los sueños ancestrales cobraron un diáfano
significado: quería construir con ella esa unidad malograda para sus padres por
el aciago destino de su idilio. Al imperio de su aparición admitió el
subterráneo temor a la temprana pérdida de la persona amada y descubrió,
también, que estaba dispuesto a afrontar el desafío ante la oportunidad de un
destino común. La fuerza de esta convicción le permitió comprender la fidelidad
de su padre ante la compañera escogida; elección inexplicable para un hombre
que debió hacer frente a la soledad en la plenitud de su vida.
Leonora terminó de acondicionar el plato principal y levantó la mirada
hacia Marcos. La expresión de su rostro la conmocionó. Indagó en las pupilas
del hombre y quedó atrapada en su brillo febril. Él recorrió el exiguo trecho
que lo separaba de la mujer encadenada a sus ojos y se inclinó lentamente sobre
la boca entreabierta que anhelaba besar. Las voces del resto de los ocupantes
de la casa, acercándose a la cocina, los separaron antes de concretar la
caricia. Ninguno evidenció darse cuenta del brusco alejamiento de los jóvenes,
ni del rubor que teñía las mejillas de Leo, o del gesto contrariado de Marcos.
—¡Irma no nos mintió! —expresó Arturo—. Comida gourmet de manos de una
exquisita cocinera —la abrazó y puso un beso sobre su frente.
—Irma es muy benévola —rió apoyada sobre el pecho masculino que ocultó su
sonrojo. Se volvió hacia su hermano que la observaba con una sonrisa
complacida—: ¡Estás rojo como un camarón! —apreció alarmada.
—El viento rural, chiquita. Ya me curtiré —dijo con despreocupación.
—Te voy a dar el filtro solar que llevaba para mis vacaciones. Al menos,
evitará daños mayores —garantizó.
—Bueno, linda —aceptó Toni enlazándola por los hombros—. Me lo pondré
para retribuir tu interés y para no desertar del trabajo.
—Si están listos, ya podemos sentarnos —ofreció Leonora tratando de que
no trascendiera su urgencia.
Se ubicaron alrededor de la mesa y ella ofició de anfitriona. Mientras
degustaban la entrada, Arturo le relató la charla con el escribano.
—¡Entonces mis sospechas estaban fundamentadas! —exclamó la joven.
—Tranquila, Leo —intervino Marcos—. Así Camila haya heredado todos los
bienes de Nicanor, eso no es motivo para que Matías quiera perjudicarla. Aunque
esté internada, él no puede apropiarse de su legado.
—¡Si Cami no se repone podrá ejercer una curatela como su pariente más
cercano! —prorrumpió alterada—. ¡Y dispondrá a voluntad de su fortuna!
—Matías tiene la propia conseguida por su actividad profesional y estimo
que no estropeará su reputación por apropiarse de los bienes de su prima
—insistió Marcos esperando calmar la desconfianza de la chica.
Leonora se llamó a silencio al entender que su polémica con el hombre era
infructuosa. Estamos en polos opuestos.
Vos no querés aceptar la maniobra delictiva de este personaje al que no estimás
pero que forma parte de tu entorno. Por más que a mí me sea antipático, todos
los indicios apuntan a que atentó contra el equilibrio mental de Camila. Y si
lo hizo es porque tiene interés en que no maneje su herencia. Cuando ella esté
a salvo, será el momento de indagar el motivo. Miró el reloj de la cocina y
se inquietó: eran casi las diez de la noche. Sirvió el plato principal
acompañado por la ensalada y, al dar las diez y media, una observación de su
hermano le permitió excusarse para abandonar la mesa.
—¿Qué te pasa, Leoncita? Te quedaste muy callada.
—Es que no me siento bien… —manifestó con una mueca dolorida.
—¿Fue por lo que hablamos? —irrumpió Marcos asumiendo la responsabilidad
de haberla contrariado.
—No. Me duele el estómago y creo que me hará bien recostarme. ¿Me
disculpan? —pidió con un mohín de justificación.
—Irma, acompañala —pidió su enamorado.
—¡De ninguna manera! —negó Leo—. Puedo llegar sola y cuando me acueste se
me pasará —se dirigió a la mujer que la miraba preocupada—: más tarde te ayudo
con la cocina —hizo un gesto de saludo en general y caminó hacia el dormitorio.
No bien ingresó al cuarto cambió su indumentaria y calzó zapatillas.
Vació una mochila y la rellenó con un jean, una remera y un par de zapatos bajos.
Iba a sacar a Camila de ese lugar y no quería perder tiempo buscando su ropa.
Levantó la ventana cuidando de no hacer ruido y saltó al exterior. Se asomó a
la habitación esperando que nadie la hubiese seguido y caminó en silencio hasta
la esquina. El resto del camino lo corrió recordando la indicación de Cleto: a
las once en punto. Cinco minutos antes, detuvo la carrera enfrente de la
clínica para recuperar el aliento.
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