Jordi asistió a
las sucesivas transformaciones del estado anímico de Ivi. El oscuro paisaje
interior que tanto le preocupaba se fue transparentando para ser sustituido por
un acantilado castigado por furiosas olas. La última pulverizó las rocas y se
deslizó mansamente por la extensa playa que el sol empezaba a revelar. Se
acercó al ascensor y la recibió con una amplia sonrisa. Ella lo abrazó e
intercambiaron un beso. Después le dijo:
-Es temprano para
almorzar. ¿Querés que demos una vuelta por el centro?
-Sí. Vayamos
hasta el Monumento y después te invito a McDonald’s.
Ivi hizo un gesto
de rechazo y el chico, riendo, le aseguró que era una broma. Sabía que a su
hermana le disgustaban las comidas grasosas que a él tanto le apetecían.
Bajaron por la peatonal Córdoba hasta el Monumento a la Bandera y caminaron hasta
la costa. A Ivana, estar paseando a orillas del río a las once de la mañana le
pareció un milagro. Aspiró con delicia el aire entibiado por el sol y descansó
los brazos sobre el borde de la baranda protectora.
-Menos mal que
mamá te adelantó la plata, porque desde ahora tu hermana es una desocupada y,
encima, no me van a pagar el mes que termina. -le confesó a Jordi con
despreocupación.
-Yo voy a ahorrar
para ayudarte -aseguró el chico.
Ella perdió la
mirada en la mansa corriente del río y sonrió. A Jordi parecía no asombrarle su
nueva situación. En general, no pedía explicaciones ni detalles de los eventos
que sucedían a su alrededor. Los aceptaba con la actitud de quien está al tanto
de cada acontecimiento.
¡Ay, Gael! ¿Por qué tenías que hacer este viaje
inesperado? Si anoche me urgía hablar con vos, ahora ni te cuento. Tres
semanas… Demasiado tiempo cuando no hay obligación de horarios. A vos también
te sorprendió la declaración de Jordi, por algo te volviste a mirarme. Supo que
estaba angustiada caminando bajo la lluvia y hoy, que tomé una decisión
impensada, está haciéndome compañía. ¿Acaso él conocía este desenlace? Me
preocupa y no quiero hacerle preguntas que lo encierren en el mutismo. No… Lo
voy a charlar con vos, que ahora te sentís con derecho a llamarme nena porque
me llevás quince centímetros. ¡Qué pendejo!
Le dedicó su
atención a Jordi y le pasó un brazo sobre los hombros.
-¿Seguimos
caminando? -le dijo de buen humor.
Su hermano
asintió y recorrieron el paseo hasta el final de la baranda que delimitaba la
zona segura de la barranca. Un barcito con mesas adornadas por manteles de
diversos colores remataba el sector peatonal. Ivana pensó que le agradaría
sentarse en la que lucía el mantel blanco y verde y que estaba al lado de la
ventana.
-Entremos aquí
-indicó Jordi tomándola de la mano.
Ella se dejó
llevar sin aparentar sorpresa cuando él se encaminó directamente hacia la
ventana. Tomaron asiento y enseguida se acercó un camarero a tomarles el
pedido. Cuando quedaron solos, Ivana dijo:
-Era la ubicación
que me gustaba -y esperó algún comentario de su hermano quien, como siempre, se
abstuvo.
-Nunca tuvimos
tiempo de charlar -señaló ella al cabo.- Me temo que estuve tan absorta en ese
estúpido trabajo y en arrastrar penosamente mis estudios que vos creciste y
apenas me di cuenta de ello.
-No te apenes,
Ivi, yo sé que me querés.
-Sí -le dijo
mirándolo con amor.- Pero debí decírtelo más a menudo, con palabras,
interesándome por tus cosas. Me gustaría saber cómo te sentís en la escuela
ahora que empezaste el secundario, cómo te llevás con tus compañeros, si
hiciste nuevos amigos…
-Algunos. Y me
compré el álbum del torneo para tener cosas en común.
Ivana rió. Jordi
era más bien un chico solitario pero se las arreglaba muy bien para congeniar
con sus discípulos. Poco los frecuentaba fuera del colegio, pero no le faltaba
compañía para ir al cine o a los locales de juego. Aunque no había seguido de
cerca su progreso escolar, sabía por su madre que el pequeño era un alumno destacado.
Sí, concluyó; no tenía por qué preocuparse de su vida cotidiana. Para
preocuparla estaban las inesperadas declaraciones de Jordi, la sensación de que
su hermano no necesitaba de palabras para entender o, lo más inquietante, que
sabía cosas sin que nadie se las contara. Por eso tenía que hablar con Gael,
porque confiaba en su criterio y había sido testigo de la escaramuza con el
perro. ¿Y acaso no debía la providencial aparición de los muchachos para
rescatarla a la insistencia de Jordi? Les facilitó la dirección de la casa y
porfió, ante su pregunta, de que ella se la había dado a conocer. No. Estaba
segura. ¿Y anoche? Supo qué ómnibus había tomado y adónde se había bajado. Y
ella no le había mandado ningún mensaje como dio a entender su madre. No la
contradijo porque deseaba aclarar ese punto con el chico. Y creía que era el
momento adecuado.
-Jordi, ¿cómo
supiste que viajé en la C ?
Y que conste, entre nosotros, que no te mandé ningún mensaje.
El jovencito
esbozó una leve sonrisa. A Ivana no la podía engañar con el cuento del celular.
Los pensamientos de su hermana habían dejado de ser caóticos y ahora podía
concentrarse en la contestación que requería su pregunta. Ella era confiable y
él necesitaba alguien con quien explayarse.
-Yo puedo ver
cosas en la mente de otras personas -confesó.
-¿Querés decir
que sabés todo lo que pienso en este momento? -exclamó Ivi alarmada.
-No. Sólo veo
imágenes. Como paisajes. O colores. Pero a muchos no los entiendo… -dijo con
pesadumbre.
El desahogo de su
hermano la angustió. El rostro aún aniñado reflejaba el desamparo propio de
quien se sabe diferente y no encuentra un semejante que lo guíe por el
laberinto de su singularidad.
-¿Vos creés que
tenés un poder… sobrenatural? -preguntó Ivana con voz queda, insegura de haber
elegido el término correcto que no provocara la mudez de Jordi.
-No te asustes,
Mavi -le dijo apelando al apodo cariñoso de su niñez con el cual diferenciaba a
su mamá de su hermana madre- que no soy ningún iluminado. Son mis neuronas,
capaces de establecer sinapsis más complejas que las normales. Lo investigué
cuando me compraron la computadora. No encontré ningún foro que lo tratara,
pero leí mucho sobre la potencialidad del cerebro y sus conexiones.
-Entonces -opinó
ella- es posible que haya más personas como vos.
-¿Vos creés,
Mavi? -demandó esperanzado.- Necesito que alguien me ayude a ordenar toda la
información que voy acumulando y a interpretar lo que desconozco.
Ivana mordisqueó
su labio inferior y permaneció con la vista clavada en los cuadraditos blancos
y verdes. ¿Es posible que esté hablando
de un potencial caso de clarividencia como algo cotidiano? Te creo, Jordi, pero
estoy asustada. Tanto si es real como imaginario. Ésta es tu especialidad,
Gael. ¿Por qué Jordi no recurrió a vos? Tres semanas…
-Te quedaste
pensando -la voz de su hermano la sustrajo de su meditación.
-Lo que pasó con
el perro… ¿te acordás? -le preguntó pensando en el episodio de ocho años atrás.
Él asintió.
-Estaba furioso
-continuó ella.- Pero cuando te pusiste adelante se calmó y se fue. ¿Podés
comunicarte con los animales?
-Veo sus
imágenes. Y pude cambiarlas para que se amansara.
-¿Y podés influir
en las personas?
-Sólo probé con
mamá -hizo un gesto de disculpa.- Para que haga siempre la tarta de manzanas en
vez de la de frutilla.
-¡Ah, pícaro! Y
con lo que me gustan a mí las frutillas… -rió Ivi. Después, recuperando la
seriedad:- Me pregunto por qué no lo consultaste a Gael. Es neurólogo.
-Porque habría
sido desleal con mi familia. Antes tendría que haberles contado, pero temía que
me consideraran un fenómeno.
-¡Sí que sos un
fenómeno, mi amor! -le contestó con dulzura.- ¿Cómo vas a pensar que te íbamos
a descalificar con lo que te amamos?
-Vos no, Ivi.
Pero mamá y papá se preocuparían y mis hermanos no entenderían. Pero ahora que
vos lo sabés, voy a hablar con Gael.
-Está en un
congreso -aclaró Ivana.
-Lo sé. Cuando
vuelva.
La aparición del
camarero con los platos interrumpió la charla y ninguno, posteriormente, la
trajo a colación. Volvieron caminando bajo el tibio sol de otoño enfrascados en
la relación nacida a partir de la revelación de Jordi.
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