A Ivana, con sus
veintiocho años, le pesaba la vida. No encontraba más aliciente que su carrera,
por la cual sometía cinco horas diarias de su tiempo al despotismo de la dueña
del estudio jurídico. Hay que pagar el derecho de piso, decía su hermano Diego.
Ella pensaba que los desaires que debía tolerar le daban derecho a un edificio
completo. Descargó sobre el sillón de la sala su cartera y las carpetas que
debía llevar a Tribunales a primera hora del día siguiente y arrastró los pies
hasta la cocina. En el freezer encontró una presa de pollo con verduras y lo
calentó en el micro ondas. Comió de parada, sobre la barra, y acompañó el
bocado con un vaso de agua. No veía la hora de tirarse en la cama. Su mamá la
despertaría cuando volviera de la clase de gimnasia y podría darse una ducha
antes de partir para la facultad.
-¡Ivi, qué suerte
que te encuentro! -Jordi, su hermano menor, se acercó con un álbum de figuritas
del último torneo de fútbol.- Me faltan tres jugadores para completar el cuaderno
-puso cara de víctima:- y nadie me quiere prestar para comprar unos sobres…
-¿Prestar? -rió
su hermana.- ¿Y cuándo lo vas a devolver?
-¡Te juro que
este fin de semana! Cuando papá me dé la plata…
Ivana, que
desfallecía por acostarse, buscó la cartera y le tendió un billete.
-¡Sos lo más!
-dijo el chico en medio de un turbulento abrazo antes de correr hacia la calle.
Ella sonrió,
porque Jordi era su debilidad. Lena, su mamá, lo había gestado alrededor de los
cuarenta años (con ayuda de su papá, desde luego), y después de un embarazo
complicado nació el delicado bebé que les provocó mil sobresaltos hasta que su
crecimiento se estabilizó. Como única descendiente femenina fue la mano derecha
de Lena para atenderlo, forjando con Jordi un lazo de características cuasi
maternales. Amaba a ese hermano peculiar que transitaba entre la adultez y la
inocencia. Suspiró y se impulsó hacia su dormitorio. Se volvió al escuchar que
se abría la puerta de ingreso. Escuchó la voz de Diego y la de su inseparable
amigo Gael. Se apuró a subir la escalera esperando no ser sorprendida por los
muchachos y malogrado su merecido descanso. Cerró la puerta del cuarto con
sigilo y se desvistió. Su próximo contacto con la realidad, fueron las suaves
sacudidas prodigadas por su madre.
-¡Dale, Ivi, que
son las seis! Preparate que te espero abajo con la merienda.
Ella sonrió y
devolvió el beso de su mamá. Después de la siesta, se sentía más optimista. Se
dio un baño rápido y se vistió con un jean y una remera de cuello alto. El
otoño había asomado fresco y ventoso y ella salía de la facultad a las once de
la noche. Eligió un abrigo liviano, levantó el cuaderno y unos apuntes del
escritorio y bajó la escalera con rapidez. Tenía media hora para compartir con
su progenitora antes de salir.
-¿Ya se fue
Diego? -preguntó al no verlo en la cocina.
-Sí. Él y Gael
estaban a cargo de una cátedra de Biología. Tu hermano preguntó por vos. Creí
que no se habían visto.
-No quise verlo.
Estaba cansada y me hubiera estorbado el sueño -dijo mientras untaba una
tostada con manteca.
-¿Me parece o
estás cada vez más retraída? -inquirió Lena.
-Estoy cansada,
mamá -repitió.- Cansada de mi trabajo, cansada de asistir a clases teóricas
dictadas por ayudantes inexpertos, cansada de rendir pocas materias al año, cansada
de pasar encerrada los fines de semana y cansada de la gente. ¿No es para
retraerse? -dijo con gesto desafiante.
-Veamos -repasó
su madre sin apocarse- varias de estas cuestiones tienen solución. Podés dejar
ese trabajo cuando quieras y dedicarte todo el tiempo a estudiar -detuvo la
protesta de su hija con un gesto y continuó:- Podrías optar por las cátedras
más adecuadas y acabar la carrera en menos tiempo, y podrías -acentuó- salir
los fines de semana con tus amigas y, ¿quién sabe?, encontrar un noviecito que
le ponga un poco de color a tu vida.
Ivana la dejó
exponer. Ahora refutó los argumentos de Lena con paciencia:
-Sabés que yo
quiero costearme el título, así que ni hablar de dejar el trabajo. Por
consiguiente, tengo que renunciar al esparcimiento para poder estudiar. Y
también al noviecito, como decís. Que aparte del tiempo que insumen suelen
pretender dedicación absoluta.
-Ese tiempo
es el del placer, el que te carga de energía para sobrellevar las
contrariedades. Vos sos más evolucionada que yo y seguramente sabrás elegir al
hombre adecuado. Modelos de hombres respetuosos de los derechos femeninos los
tenés en tu familia. Mirá el ejemplo de papá y de tu hermano Diego. Ninguno se
interpuso en los proyectos de sus parejas sino que, por el contrario, los
estimularon.
-Mamita, no
quiero ofenderte, pero ¿a qué proyecto tuyo se opuso papá? Si lo único que
pretendías era casarte y ser madre. Por cierto que fue tu mejor aliado. En
cuanto a Diego, reconozco que se banca bien la carrera de Yamila. Aunque debe
ser porque la conoció cursando el último año. ¡Lo quiero ver cuando Yami
deambule de un lado a otro buscando empleo!
-Cuando querés
sos irritante, Ivi. Te aclaro que yo abandoné el profesorado de historia porque
quise y no porque Julio me lo pidió. Y si ser esposa y madre es una aspiración
insignificante, me siento realizada con mi pobre elección que me permitió
disfrutar la crianza de mis hijos entre los cuales te encontrás vos -remató
enfadada.
-¿Ves? Sabía que
te ibas a enojar. No desmerezco tu preferencia, sólo digo que no es lo que
persigo para mí y que esta decisión no les acomoda demasiado a los hombres. -Se
levantó y la abrazó a pesar de su resistencia. Riendo, la besó y declaró:- Te
quiero, mamá, y agradezco tu determinación. ¡Sos la mejor madre del mundo!
Palabra de esta hija impertinente.
-Sólo quiero
verte reír más a menudo, Ivana. -dijo Lena respondiendo a la caricia.
-Voy a estar
bien, mamá. Y ahora me voy porque perderé el ómnibus.
-Te dejo la
comida en el micro.
La joven asintió
y le tiró un beso mientras salía. Lena quedó con la mirada fija en la puerta
que la muchacha había atravesado. Intuía que no era feliz y se preguntaba por
qué se obstinaba en no aceptar la ayuda ofrecida para aliviar su aprendizaje.
Tampoco la convencía su soledad escogida. A pesar de su carácter rebelde Ivi
era una mujer atractiva y cariñosa y, a su entender, necesitada del amor que
sólo un hombre podía dispensarle. No quería interferir en la vida de su hija,
pero decidió hablar con su marido cuando regresara del viaje de negocios.
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